El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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viernes, 4 de noviembre de 2011

De obispos y elecciones


Estamos en época de elecciones. Como suele ser habitual, también los obispos  meten baza. El objetivo consiste en iluminar el quehacer cristiano en un entramado de intereses partidistas contrapuestos y desbocados.    

Digo muy sinceramente que me agradaría coincidir con las indicaciones que hizo públicas la Conferencia Episcopal Española y que, a través de los obispos diocesanos, se exhortó leer en todas las misas del pasado fin de semana. Más aún, me duele que las críticas estén tan a la orden del día. Damos una imagen de Iglesia dividida. 

Justo es reconocer que en ocasiones hay quien se excede en sus diatribas a la jerarquía. Me refiero a los fieles que están dentro de la Iglesia. No debiera convertirse en una especie de deporte eso de abonarse a la crítica episcopal. En cuanto a los que están fuera del ámbito eclesial y/o visceralmente militan en contra no hace falta calificar lo que dicen o en ocasiones vomitan.  

La ambigüedad del silencio
A pesar de todo me animo a plasmar unas palabras acerca de la carta en cuestión. Después de todo, desde los tiempos de los SS. Padres se escuchan voces animando a hablar con libertad a los miembros de la Iglesia. La verdad os hará libres, escribió el evangelista S. Juan. Y, desde luego, no se identifica quien más calla con quien más ama a la Iglesia.  El silencio es tremendamente ambiguo. Cubre un amplio abanico que va desde el desinterés hasta el desprecio. 

Voy a tratar de expresarme casi telegráficamente sobre algunos puntos de la carta. En primer lugar los obispos afirman que no imponen a la sociedad un derecho que proceda de la Revelación. Se comprende: numerosos ciudadanos no comparten la tal Revelación. Si esta consideración estuviera más a flor de piel, nos ahorraríamos agrias polémicas con los ciudadanos no creyentes. 

Con toda lógica dicen los señores mitrados que se reconoce la legitimidad moral de los nacionalismos que desean una nueva configuración de la unidad del Estado. Pero contra toda lógica  el lector lee a continuación las siguientes líneas: Es necesario tutelar el bien común de la nación española en su conjunto, evitando los riesgos de manipulación de la verdad histórica y de la opinión pública por causa de pretensiones separatistas… 

¿Cómo quedamos? Es legítimo el nacionalismo que aspira a la independencia, pero hay que tutelar la unidad de la nación española en su conjunto… Y añaden los jerarcas que las pretensiones separatistas pueden manipular la verdad histórica. ¿No pudiera suceder también al revés como se constata con frecuencia? Temo que los fieles salgan más desconcertados que iluminados tras tales afirmaciones. 

El escrito se refiere a la grave crisis económica actual. Es de alabar la referencia. Pero cuando casi cinco millones de personas sufren la humillación y el sufrimiento del paro, parece que el énfasis debería ser mayor. Y la oportunidad era pintiparada para fustigar algunos defectos causantes de la situación, tales como el fraude fiscal, la fuga de las grandes fortunas, los sueldos obscenos de ciertos banqueros y políticos... Una alusión a las hipotecas impagadas que echan a la gente a la calle tampoco habría sido inoportuna.

En la carta hacen su aparición algunos temas que ya se han convertido en habituales. Rechazo del aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual, la obligatoriedad de la clase de religión… Tengan por cierto los señores obispos que los fieles saben muy bien lo que piensan acerca de tales asuntos. Y la rutinaria repetición de la letanía más bien engendra cansancio y fastidio. 

El escollo del partidismo
Los comentarios que he leído acerca del escrito afirman, por lo general, que el conjunto desprende un tufillo de partidismo político. La mención a las iniciativas libres en cuestión de economía, la unidad de España, el aborto, la homosexualidad, la religión en la escuela... 

Posiblemente consideran los altos eclesiásticos que el PP es preferible para gestionar estos asuntos. Sin embargo, les aseguro que sus abanderados no anularán la ley del divorcio ni la del matrimonio/unión homosexual. Y se hace muy cuesta arriba creer que mostrarán una mayor preocupación por los marginados de la sociedad. El personal que maneja los bancos y los centros de poder económico suelen hacer migas con el citado partido. Entonces…

El terrorismo no escapa al juicio de los obispos. Dicen que una sociedad libre y justa no puede tener a los terroristas como interlocutor político. Me suena a la música del actual partido popular. Sin embargo el obispo Juan María Uriarte, cuando gobernaba el señor Aznar, se sentó en la mesa de diálogo entre el ejecutivo y la ETA. Algunos meses más tarde, ante las elecciones del 2000, los obispos no criticaron estos contactos, sino que alabaron la búsqueda sincera de la paz.  

En mi opinión personal no se va a dar la pretendida iluminación que desea la carta. Porque hay contradicciones en el mensaje episcopal, porque se le nota que cojea por la derecha y finalmente porque los programas de los partidos políticos son una mezcolanza de aciertos y desaciertos cuya valoración depende mucho de las gafas ideológicas del lector.   

Dadas las actuales circunstancias de pérdida de poder adquisitivo y el triste panorama de los parados y los que pierden su casa por no pagar la hipoteca, mi deseo habría sido que se hubieran centrado en este punto. Después de todo, Jesús habló más del amor -la ayuda, la generosidad, la caridad- que de la sexualidad y la unidad política de las naciones. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy acertado el artículo. Los obispos no se centran en lo esencial, no viven las inquietudes del pueblo. POr otra parte la unidad de España le es tan cara al evangelio como su fragmentación.