El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 27 de julio de 2011

"Uno crece" (Facundo Cabral)

Hasta el día de hoy no había recurrido a ningún texto ajeno para cumplir con la obligación autoimpuesta de pegar unas letras periódicas en el blog. Sin embargo, mi estado de ánimo actual sintoniza con unas frases de Facundo Cabral, el cantante y compositor argentino que fue asesinado recientemente. Me las envió un amigo que trabaja en la Patagonia y las pego en el blog. No meramente por salir del paso, sino porque considero que gozan de suficiente calidad para que otros las lean y les sirvan de alimento en horas bajas.

Imposible atravesar la vida ...
sin que un trabajo salga mal hecho,
sin que una amistad cause decepción,
sin padecer algún quebranto de salud,
sin que un amor nos abandone,
sin que nadie de la familia fallezca,
sin equivocarse en un negocio.

Ese...ese es el costo de la vida.

Sin embargo lo importante no es lo que
suceda, sino, como se reacciona.
Si te pones a coleccionar heridas
eternamente sangrantes,
vivirás como un pájaro
herido incapaz de volver a volar.

Uno crece cuando no hay vacío de esperanza,
ni debilitamiento de voluntad, ni pérdida de fe.

Uno crece cuando acepta la realidad y tiene
aplomo de vivirla.
Cuando acepta su destino, pero tiene la
voluntad de trabajar para cambiarlo.

Uno crece asimilando lo que deja por
detrás, construyendo lo que tiene por
delante y proyectando lo que puede ser el porvenir                                                                                  Crece cuando supera, se valora, y sabe dar frutos.

Uno crece cuando abre camino dejando
huellas, asimila experiencias... ¡Y siembra raíces!
 
Uno crece cuando se impone metas, sin
importarle comentarios negativos, ni prejuicios,
cuando da ejemplos sin importarle burlas, ni desdenes,
cuando cumple con su labor.

Uno crece cuando se es fuerte por carácter,
sostenido por formación, sensible por temperamento...
¡Y humano por nacimiento!..

Uno crece cuando enfrenta el invierno,                                                                                                 aunque pierda las hojas.
Recoge flores aunque tengan espinas y
marca camino aunque se levante el polvo.

Uno crece cuando se es capaz de afianzarse
con residuos de ilusiones, capaz de perfumarse, con residuos de flores...
¡Y de encenderse con residuos de amor...!

Uno crece ayudando a sus semejantes,
conociéndose a sí mismo y dándole a la vida más de lo que recibe.

Uno crece cuando se planta para no retroceder...
Cuando se defiende como águila para no dejar de volar......
Cuando se clava como ancla y se ilumina como estrella.
Entonces...entonces es, cuando Uno Crece.
Uno crece cuando se entrega de Corazón a los propósitos de Dios.
Uno crece dejando que Jesús lo acompañe a lo largo de la vida.


domingo, 17 de julio de 2011

Docta ignorancia o ignorancia instruida


Siempre me ha llamado la atención el título de un viejo libro, escrito hacia mitad del siglo XV: De docta ignorantia. Se escribió en latín y su autor fue Nicolás de Cusa. Podríamos traducirlo como acerca de la docta ignorancia o ignorancia instruida.
Me agradan las paradojas o los conceptos que parecen excluirse mutuamente como los que nos ocupan. El libro es un tanto farragoso. Me quedo con el título y abordo sin más el tema. Existe una ignorancia supina que ignora absolutamente todo de todo. Nada sabe, por ejemplo, de la electricidad porque desconoce su existencia. En cambio existe otra ignorancia, la de quien posee algunos datos sobre el tema y sabe de corriente alterna, de watios y de resistencias. Pero no atisba el último por qué ni último cómo del fenómeno de la electricidad. Aquí se sitúa la ignorancia instruida.
Ignorancias de distinto grado
Existe la ignorancia garrafal del individuo que ignora todo lo que es su historia y en la práctica actúa como si el mundo comenzara con él. Pero también la ignorancia instruida de quien no sabe los pormenores del pasado de su pueblo, si bien deduce que los monumentos y los inventos que halla a su alrededor, ciertamente no son obra suya ni tampoco de sus progenitores. En tal caso el individuo no sabe, pero tampoco vaga por el terreno pantanoso y oscuro del no saber. Puede sentirse algo más seguro que el ignorante sin paliativos.
La ignorancia es la noche de la mente: pero una noche sin luna y sin estrellas. La frase se atribuye a Confucio. La ignorancia sin adjetivos equivale a una noche total. Se desconocen los límites, el contexto y las posibilidades de cuanto uno halla ante sí o lleva entre manos. La ignorancia docta o instruida, mantiene cierta familiaridad con el asunto, reconoce los límites e intuye determinadas posibilidades. No logra solucionar el último porqué, pero no anda lejos del camino que a él conduce.  Equivale a la noche alumbrada por alguna estrella.
Sócrates, el famoso filósofo, maestro del todavía más célebre Platón, irritaba a las autoridades atenienses al sostener que era más sabio que el Oráculo de Delfos, el cual era considerado el non plus ultra de la sabiduría. Lo decía porque, a diferencia de la mayoría de las personas -incluidas las autoridades atenienses-, sabía que no sabía nada.
El hecho es que el principio de la sabiduría reside en conocer lo poquísimo que sabemos de la realidad. Porque, vamos a ver, ¿qué sabemos de las distancias insondables de las galaxias? ¿Y del mundo de los átomos o de la antimateria? ¿Qué conocimientos tenemos (a no confundir con la fe) de un mundo trascendente? ¿Cómo inició el ser humano en esta tierra y cuál será su destino? ¿Quién es capaz de definir objetivamente la esencia del amor más allá de la metáfora o la poesía?
Sabemos muy poco de lo que realmente interesa, aunque algunos especialistas tengan conocimientos profundos de un tema concreto. Porque es verdad que los especialistas de la informática, por poner un ejemplo, saben todo de los cables y chips del ordenador. Aún en tales casos, los especialistas saben todo… de casi nada.
Náufragos en el océano de la información
Y aquí abordo la paradoja de la ignorancia en nuestros días. Llueven sobre nosotros, de modo permanente, opiniones de expertos. Nombres famosos o menos conocidos, con un doctorado en la tarjeta de visita o sin él, nos aconsejan qué pensar y cuál es la opinión a adoptar. Lo mismo en filosofía que en política y no hablemos en el campo del comercio. Nos dicen qué hemos de pensar, pero no por qué hemos de pensar.
Por otro lado, la mayoría de los seres humanos no estamos bien dotados cuando se trata de detectar las tonterías que escuchamos alrededor. No tenemos las herramientas suficientes para poner en funcionamiento el pensamiento crítico. Un pensamiento muy necesario para no naufragar en esta sociedad donde tantas voces se escuchan, tantos canales de televisión nos adoctrinan, tantas emisoras de radio nos exhortan y tantos periódicos, digitalizados o no, pretenden enseñarnos la senda de la verdad a seguir. 
La información en nuestros días está siempre disponible en tiempo real a través de computadoras, teléfonos inteligentes, tabletas electrónicas y lectores de libros. Pero carecemos de las habilidades requeridas para reflexionar sobre esta información. O quizás no nos tomamos la molestia porque se nos ha domesticado. Flotamos como náufragos en un océano de informaciones.  El problema no radica en el acceso a la información, sino en la incapacidad de procesarla.
Paso a la conclusión de modo precipitado. Sé que unas reflexiones previas la madurarían. Pero también arriesgo a que el artículo resulte excesivo para el estómago del lector. Al grano. Es probable que la humanidad haya padecido desde la noche de los tiempos -y siga con la dolencia- un déficit de pensamiento crítico. Por eso continúa apoyando guerras injustas, aun cuando a uno mismo le asignen la misión de convertirse en carne de cañón. Y vota a personas que hacen esfuerzos denodados para enriquecer  más a los ricos. Y cree con cándida estupidez que las cartas, los astros o ciertas medicinas estrafalarias le rescatarán de sus problemas de salud física o mental.  Y…

jueves, 7 de julio de 2011

Entrada número cien

Se cumplen cien entradas del blog. Lo inicié a finales del año 2007, pero en aquel año y el siguiente apenas si escribí unos cinco artículos. Al principio fue una excusa para explorar el funcionamiento de este recurso informático que cada vez levantaba más el vuelo. Me asaltaban varios interrogantes al emprender la tarea. ¿Quiénes serían los lectores? ¿Tendría la perseverancia de actualizarlo periódicamente? ¿Cada cuanto en concreto?
Al cabo de cien entradas algunos interrogantes han encontrado respuesta. No me ha faltado la perseverancia de renovarlo cada 10 días. Bien es verdad que en ocasiones he echado mano de viejos escritos y los he maquillado para que fueran presentables a pesar del tiempo transcurrido. Más de un millar han aparecido, tiempo atrás, en diversos periódicos y revistas de distintos países.
El rostro de los lectores queda muy difuminado. Sólo sé de unos pocos que me los comentan y de otros pocos que dejan algún comentario en facebook, pues lo enlazo con esta red social. Tengo indicios de que buena parte de los lectores son antiguos alumnos de teología que asistieron a mis clases en República Dominicana y Puerto Rico. Por este motivo lo escribo en castellano y no en catalán. También un número indeterminado de congregantes se asoma al blog. Ayuda a ello el hecho de que les envío noticias y documentación del Instituto de vez en cuando y en el correo consta la dirección automática del blog.
Luego hay internautas que se topan con el blog casualmente. El contador me asegura que tengo visitas de Rusia y China, entre otros países con los que mantengo nula relación. También puede ser que los buscadores lo ofrezcan a quien pregunta por alguno de los temas tratados. En el pasado septiembre puse el mencionado contador en la web y he constatado que un promedio de 20 lectores diarios se internan en la página. En total superan con creces los seis mil en 10 meses.   
La actitud con la cual uno escribe en el blog es más distendida y menos formal que la que exige presentar un artículo en el periódico o en una revista. Invita, además, a usar la primera persona. Y pienso que el lector lo agradece.
Los beneficios del blog
El blog estimula la observación y el sentido crítico acerca de lo que sucede en el entorno. Aun de modo inconsciente, la obligación autoimpuesta de plasmar en blanco y negro los pensamientos y sucesos sobre el dorso de la web, induce a vivir con la conciencia más despierta. Y cuando uno se dispone a teclear sus ideas e impresiones consigue desvanecer la bruma que las envuelve. Le presta cuerpo a los acontecimientos y emociones. Y es que de la reflexión silenciosa a la explicación oral o escrita media un trecho muy notable. Que lo digan a los estudiantes que aseguran saberse la materia y, sin embargo, se les atolla en los labios en el momento más inoportuno.
Antes de ponerme a escribir se me hace cuesta arriba elegir el tema y el enfoque. Ambos se requieren para que el escrito deje alguna huella en el lector. ¡Dejar huella en el lector! Ardua tarea cuando nos invade un océano de informaciones y la oferta supera la demanda. Pero hay que afrontar el reto o resignarse a la total irrelevancia.
La tarea de escribir cada diez días un artículo exige una perseverancia que no está al alcance de cualquiera. Como también un espíritu reflexivo y la capacidad de sentarse un buen rato. ¿Cualidades corrientes y abundantes? Ni muchísimo menos. Miren en derredor y saquen conclusiones.
Una vez elegido el tema y su enfoque no me resulta tan difícil rellenarlo de carne y hasta intentar algún pinito literario. Simultáneamente o, en una primera revisión del borrador, hay que adjudicarle al nombre el adjetivo que más le cuadre. Para lo cual hay que disponerse a iniciar la búsqueda y captura de este extenso rebaño que pace en las páginas del diccionario. El adjetivo precisa y pone en su justo contexto la expresión.
También considero importante dotar las frases de un cierto ritmo y musicalidad. Hablo de prosa y no de poesía, pero la precisión, la música y el ritmo no están reñidos ni mucho menos con un texto en prosa. Detesto los escritos que plasman el pensamiento tal como fluye, sin miramiento alguno para con la forma. Huyo del vicio común consistente en amontonar palabras mediocres, improvisadas, anodinas. Aun cuando el fondo sea valioso, me caen de las manos este tipo de escritos estropajosos y desaseados.   
Para mí que escribir periódicamente tiene algo de terapéutico. Determinados pensamientos que merodean por la mente, una vez expresados, son comparables al pus que ha despedido la herida. Alivian al individuo. O si se quiere, las palabras que van apareciendo en la pantalla son comparables al vapor de agua que fluye de la caldera. La presión aminora, la persona se relaja.
Reconozco que he escrito en ocasiones teniendo presentes determinadas fisionomías. Es posible que alguien conocedor de la persona y las circunstancias haya podido sacar conclusiones muy aproximadas. Por supuesto, no pongo nombres ni doy pistas demasiado fáciles. No es mi deseo hacer mal a nadie. Sí trato de explorar y expresar la realidad según la diagnostico. 
Aterrizo refiriéndome a una figura señera de la literatura catalana. EJoan Maragall, de finales del s. XIX e inicios de XX, es autor de poesías muy bellas. Una vez leídas o escuchadas uno queda seducido tanto por las imágenes e ideas como por la musicalidad de sus palabras. Entran ganas de obnviar todo comentario para permanecer en silencio oteando la ventana hacia el infinito que el autor ha entreabierto.
El insigne Joan Maragall dice, más o menos, en uno de sus escritos, que la palabra es lo más maravilloso de este mundo, pues que en ella se abraza y confunde lo más sorprendente del cuerpo y el espíritu. Tal parece que la naturaleza encauce sus mejores esfuerzos en orden a dar a luz al ser humano y que éste llega a su más alta cima, a su mayor éxtasis, al pronunciar la palabra. Una locución que es la expresión de sus anhelos más entrañables y el alegato de su mejor capacidad de diálogo.