El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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lunes, 13 de febrero de 2012

El cuerpo en la postmodernidad


Mi penúltima entrada versó sobre la expresividad del rostro. El rostro y el corazón, junto con el cuerpo que les sirve de soporte, conforman una tríada que invita a profundizar las maravillas de una corporalidad amasada de espiritualidad o viceversa. Volvamos a la carga y miremos la tríada al trasluz. 

El cristianismo ha arrastrado una relación difícil con el cuerpo. Lo ha  magnificado en cuanto objeto de la unción sacramental y destinado a la glorificación, pero también no raramente y sin venir a cuento lo ha denigrado considerándolo lugar y ocasión de pecado. Charlemos, pues, acerca del protagonismo del cuerpo y sus ambigüedades.

No es posible hacer a menos de la dimensión corporal del ser humano. La historia de las relaciones entre fe y cuerpo ha sido estrecha, pero también tortuosa. Las grandes etapas del cuerpo, así como sus grandes pulsiones, han caído bajo la regulación o el control -como se prefiera- de la fe cristiana, aunque bien podría ensancharse la afirmación y decir que todas las religiones han ejercido control sobre las etapas y situaciones más relevantes relativas al cuerpo.
En efecto, el nacimiento, la adolescencia, la edad adulta, la enfermedad, la muerte, la sexualidad... se han vinculado estrechamente con lo religioso. Por lo demás, en el interior del cristianismo han tomado especial relevancia algunos aspectos muy corporales, tales como la ablución bautismal y la resurrección, el cuerpo y la sangre de Cristo a que alude Jesús en la última cena y que constituyen un referente permanente para el pueblo de Dios.

El centro unificador de la vida social fue la Iglesia durante siglos. El cuerpo no escapaba a su normativa ni a su simbología. Con la modernidad la Iglesia dejó de ejercer esta función y los diversos intereses que nuclean a la sociedad se van emancipando. La economía primeramente, luego también la política y así sucesivamente. Y finalmente le llegó el turno al cuerpo.

Cada uno de los intereses mencionados trata de dar sentido a las realidades que abarca. Dar sentido a los intereses y realidades humanas era lo que venía haciendo la religión. Ahora surge la competencia. No resulta, pues, extraño que el cuerpo tienda a sacralizarse y hasta en cierto modo a ser adorado.

Estamos asistiendo a una verdadera explosión por lo que atañe al protagonismo del cuerpo. La literatura, el cine y las artes apuntan hacia él, particularmente en su vertiente erótica. Las revistas científicas o de divulgación también le prestan una notable atención desde la medicina. En la ciudad hacen su aparición los gimnasios, lugares para ejercitar los músculos y cultivar los aeróbicos.

Simultáneamente se extiende el prurito de la vuelta a la naturaleza en muchas vertientes. El cuerpo respira el aire de la montaña o acaricia las olas de la playa. Los productos alimenticios deben ser lo menos elaborados posible, es decir, naturales y orgánicos. La medicina es invitada a prescribir medicamentos de procedencia vegetal.
A todo ello añádase la corriente feminista que ha reivindicado los derechos del propio cuerpo contraponiéndolos a la sociedad patriarcal. La comercialización y la publicidad han aprovechado al máximo la baza del cuerpo. Ha multiplicado hasta la saciedad las imágenes de cuerpos seductores, ha creado la necesidad de mantenerlos, vestirlos y cuidarlos con esmero.

A este propósito el afán de bienestar corporal pone en relación el cuerpo y la mente a fin de conseguir la relajación, la respiración equilibrada. El deporte trata de obtener cuerpos ágiles, musculosos y sanos, etc. Todos estos datos hablan a las claras del nuevo protagonismo del cuerpo. Hemos entrado en un nuevo paradigma cuya atmósfera conduce a la sacralización del cuerpo, la exaltación de la sexualidad y al prurito naturista.

Algunas de las cosas reseñadas en los párrafos anteriores en principio resultan positivas. El cuidado del cuerpo es digno de elogio. Sin embargo, al observar el modo concreto de la recuperación y el protagonismo del cuerpo, afloran numerosos interrogantes.
El fenómeno dista mucho de ser positivo en exclusiva. El cuerpo es con frecuencia mera mercancía destinada a la publicidad, muy particularmente en cuanto a la mujer, cuyo cuerpo se erotiza al máximo. El cuerpo es objeto de abuso a través del doping, ya sea para obtener prestaciones corporales inalcanzables de otro modo, ya sea para provocar alteraciones de la conciencia. Luego habría que referirse al aborto, a la manipulación de los genes, etc.

Por una parte se sacraliza el cuerpo y por otra se lo degrada. La recuperación del cuerpo no puede desgajarse de la recuperación de la persona integral. Ahí es donde surgen los interrogantes frente a la conducta que se observa en nuestra sociedad en la cuestión que nos ocupa. Volveremos sobre el tema.

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