El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 1 de julio de 2012

Palabras a los peregrinos

Pronto se cumplirán nueve meses de mi subida a Lluc con la tarea de atender a los peregrinos del santuario. Los meses de abril, mayo y junio son los más ajetreados. Los peregrinos han subido por miles.

La crónica registra las visitas multitudinarias de los pueblos de la isla, tanto del interior de la isla (Part Forana) como del litoral (Marinas), así como la jornada de los enfermos y de los presbíteros de la isla en las que presidió la Eucaristía el Sr. Obispo.

Los extranjeros suelen visitar la Basílica y otras dependencias del lugar sin que soliciten ulteriores servicios. Unos y otros no se pierden la visita al camarín donde reposa la imagen de la Virgen. Protestantes, escépticos o ateos, todos siguen los pasos que les conducen hasta la imagen. Excepcionalmente alguno protesta por adorar imágenes. Su estilo en el libro de visitas le delata: se trata de algún evangélico o pentecostal revestido de ardores proféticos para la ocasión.

En las celebraciones que me ha tocado presidir he echado mano de unas palabras que animaran a los fieles y no perdieran de vista el contexto de su peregrinaje. Aproximadamente les he dicho lo que sigue. Y perdonen que la traducción de los versículos poéticos en mallorquín dejen que desear.

Un poesía de Tomás Aguiló cuando se coronó la Virgen, hace 128 años, dice así:

Porque en Lluc renace la esperanza,
y brilla siempre más viva su fe.
De todas partes de nuestra isla
por miles acuden los peregrinos.

1. A propósito de la esperanza

A lo largo de su existencia, el ser humano engendra numerosas esperanzas, de distinto tamaño y color, acordes con los diversos períodos de su vida.

Tal vez la esperanza de un amor grande y satisfactorio en la juventud, como también de una soñada profesión. Puede que persiga un éxito científico, literario o deportivo, determinante para el resto de su vida. No obstante, aun cuando estas esperanzas se cumplan, el individuo percibe claramente que sus ilusiones van más allá. 

Y cuando no se cumplen cunde el mal sabor de boca. A propósito, años atrás, coleteaba la esperanza de construir un mundo perfecto gracias a los aportes de la ciencia, las ventajas de la técnica y una política de fundamentos científicos y honrados. Sabemos que estos ideales se han truncado sin remedio. 

Lo experimentamos cada día en nuestras carnes cuando se recortan las becas de nuestros hijos, cuando la espera en urgencias médicas se hace interminable. Cuando nos enteramos de las hecatombes producidas en los bancos, sin que nadie se responsabilice. Bien al contrario, los maleantes se marchan con indemnizaciones obscenas y sueldos inmorales. 

Necesitamos tener esperanzas -más grandes o más pequeñas-, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, todas las demás se muestran insuficientes. Esta gran esperanza coincide con Dios, que abraza el universo y otorga sentido a la vida. Dios que también habla en estos lugares a través de la Madre de su Hijo Jesús.

2. Volver a las raíces

Tras peregrinar muchos años por la vida hemos dejado jirones de ilusión a lo largo del camino, pero el hecho de subir hasta la montaña lucana significa que no las hemos perdido todas. Las que nos quedan las proyectamos en la sonrisa de la imagen de la Virgen que parece confortarnos en las dificultades y llenar una vez más el corazón de gozo.

Porque Lluc es esta extensión de terreno poblada por árboles y peñascos que ya nuestros antepasados, antes del cristianismo, identificaron con la expresión bosque sagrado (Lucus). En él percibían y percibimos al Espíritu del Creador planeando por encima de las numerosas encinas y imponentes peñascos. Hoy sigue susurrándonos y sorprendiéndonos. 

Lucus es el bosque sagrado donde corre la savia que, como dice el poeta, es la saba antiga i pura que fa el cor més mallorquí (Costa i Llobera). Lluc une la fe y el lenguaje, el amor de la tierra y de quienes nos rodean, es la Institución mallorquina por excelencia, como afirmó un día el Obispo Campins, de feliz memoria. Constituye un ámbito privilegiado para reencontrarnos con las raíces profundas de la tierra, con los valores culturales, con las virtudes de nuestros antepasados, con el folclore, con el paisaje. Especialmente cuando se mueven vientos contrarios desde el mismísimo gobierno autonómico.

Quizás algún visitante -gracias a la belleza del paisaje, de la naturaleza y del silencio- escucha de nuevo la voz de Dios susurrándole al oído. Lo cual daría la razón a aquel verso del poeta Costa y Llobera: Lluc es todavía para Mallorca el sacrosanto rincón del hogar. 

3. María, estrella de la esperanza

Los fieles cristianos saludan a la Virgen, desde hace más de mil años, con el himno latino Ave Maris Stella (Ave, Estrella del Mar). La vida humana es comparable a un viaje a través de las aguas marinas, en ocasiones turbulentas. Como los antiguos navegantes, lograremos mantener el rumbo mirando las estrellas del firmamento que nos indican el rumbo. 

Los astros y estrellas son nuestros antepasados, pobladores de estas tierras, que han sabido vivir honradamente. Ellos centellean con resplandores de esperanza. Pero el astro mayor es Jesucristo. Y junto a Él, María, la estrella de la esperanza. Ella con su asentimiento hizo que cielo y tierra convergieran. Ella nos indica el camino por el mar de la historia. Lo hace a través del esbozo de su sonrisa difuminada en el misterio.

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