El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 10 de octubre de 2012

El Vaticano II y la revolución del '68

 
 
En el artículo anterior me refería a la importancia y la valentía que demostró el Concilio Vaticano II, así como a su progresivo desvanecimiento. Ahora toca decir que, no obstante la importancia de la magna asamblea, los tiempos le jugaron una mala pasada. El Concilio comenzó en 1962 y seis años después (1968) emerge la fecha simbólica de una revolución que puso los valores y las estructuras de Occidente patas arriba. El Concilio tenía sus raíces en la modernidad, mientras que los tiempos ya habían alcanzado la postmodernidad.

Para comprender a fondo la marcha del postconcilio -de cuyo inicio se cumplen 50 años- es del todo necesario tener en cuenta lo que pasó inmediatamente después de concluirse y cómo la situación influyó en el desarrollo posterior.

1968 es una fecha emblemática. Dicen quienes saben del tema que quizás haya que darle una importancia similar a la de la revolución francesa o rusa. De hecho trastocó los valores de la sociedad y sus estructuras sociales. Marcó el comienzo de un nuevo sistema de valores y de interpretación de la vida humana. Bien cabe decir que constituye el inicio de la posmodernidad.

El Vaticano II respondió a los interrogantes y retos de la sociedad occidental en el año 1962. Los problemas y las respuestas tenían sus raíces en los trabajos de los teólogos y pastoralistas de los años 30, la mayoría de los cuales procedían de los países de Europa central.

Tales países se habían reconstruido tras el desastre de la guerra cuando la Iglesia ocupaba un lugar importante en la sociedad. Disminuía el número de católicos, pero no de manera alarmante. La Iglesia contaba con un clero fiel, un episcopado bastante ilustrado e identificado con los partidos demócrata-cristianos.

Existen datos suficientes para recomponer el escenario del momento. Había sectores eclesiales comprometidos con el progreso y las inquietudes de la sociedad, poco permeables con la visión de Pío XII. El Papa era apoyado por países tales como España, Portugal, Italia y la mayoría de los de América Latina. No precisamente los países más ilustrados, democráticos y con ansias de progreso.

De todos modos los conflictos, más o menos latentes, no tocaban a fondo los dogmas ni la moral de siempre. Se centraban en la comprensión de la sociedad del momento. Básicamente estaba en cuestión si había que dar paso a un mayor diálogo y democracia o no. 1968 alude a un tornado, un cambio de época, que cuestiona los dogmas, objeta la moral, rebate las estructuras e instituciones de la Iglesia y la sociedad.

Las soluciones que propuso el Concilio sintonizaban bien con el mundo que agonizaba, pero poco tenían que ver con el mundo que emergía. Las manifestaciones de los estudiantes se reprimieron con relativa facilidad, lo cual llevó a pensar que la revolución quedaría en un episodio pasajero. Sin embargo, marcaba el comienzo de una nueva era, de la posmodernidad, de una nueva sensibilidad y unos valores emergentes.

 Los grandes hitos de la revolución

1. La fecha simbólica de 1968 crítica la autoridad en general y desconfía de las estructuras. La Iglesia tiene mucho de autoritaria y en ella influye enormemente la estructura. Resultó especialmente atacada. La propuesta del Vaticano II era totalmente insatisfactoria por insuficiente ante el nuevo panorama.

2. No son de recibo los sistemas que pretenden acumular toda la verdad. Una tal actitud se interpreta como manipulación e intento de dominación intelectual. Como es de suponer, los dogmas, el magisterio y la moral de la Iglesia quedan bajo sospecha. Las nuevas generaciones están dispuestas, en todo caso a dialogar y discutir las propuestas, pero no a aceptarlas en bloque.

3. Llega la hora de la revolución feminista. La píldora controla los nacimientos. Las mujeres se liberan de la maternidad no deseada y pueden dedicarse con más fervor a su carrera, a su trabajo. Consideran que han mejorado sus perspectivas y que les asiste todo el derecho a elegir su propio estilo de vida.

Es obvio que la Biblia nada enseña sobre la píldora. Mientras los episcopados más progresistas y los teólogos consultados por el Papa decían que no se podía condenar, Pablo VI se dejó impresionar por los más tradicionalistas y escribió la Humane Vitae que erosionó y desacreditó el magisterio en muchos ámbitos.

Numerosas fueron las mujeres católicas que se sublevaron. Dejaron de transmitir la religión a los hijos y apareció una generación que lo ignoraba todo del cristianismo. La encíclica no seguía precisamente los senderos de colegialidad marcados por el Concilio. Nada parecía haber cambiado.

4. El consumo de bienes y servicios era moderado hasta la fecha que nos ocupa y los ricos por lo general no exhibían su riqueza. En todo caso los medios de comunicación eran menos poderosos e influyentes. Poco a poco el trabajo dejó de ser el centro de la vida para convertirse en una posibilidad de mayor consumo. El trabajo permite el consumo y la propaganda lo estimula. Se puede comprar sin pagar inmediatamente. Se quiere todo y ahora mismo.

5. El capitalismo se descontrola. Los héroes son los que poseen dinero. Los dueños del capital hacen lo que les viene en gana. La economía adquiere tintes artificiosos que pueden conducir a la crisis. La Iglesia trina contra el comunismo y tiene poco que decir contra el capitalismo injusto. La doctrina social permanece generalmente envuelta en la nube de la abstracción.

Evidentemente, nada de esto lo provocó el Concilio, como algunos afirman quizás con mala intención y por motivos ideológicos. El hecho es que esta revolución cultural de Occidente tuvo graves repercusiones en la Iglesia. El efecto más visible fueron los 80.000 sacerdotes que abandonaron el ministerio.

1 comentario:

Galeno dijo...

Comentario al P. Manuel
- -otro articulo enjundioso. .plasma una cosmovisión cristiana bastante acorde con la realidad. . muchos temas, que enjuicia con rigor intelectual y eclesial- - -alguno como el de la Humane Vitae posicionado en la corriente del pensamiento más avanzado. . o eso me parece que disiente de la linea de Pablo VI y colaboradores, precisamente el argumento que ahora muchos arguyen en favor de la publicación de dicho argumento. El cardenal Montini era conceptuado uno de los que lideraban el movimiento "progresista" de entonces y era tal la fama de "vanguardista" en ambientes eclesiales que cuando le nombraron Pontífice hubo muchas voces dentro y fuera de la Iglesia que dudaron de la presencia del E. Santo en el Cónclave pues no entendían que hubiera salido de allí un Papa comunista. Lo pude constatar en la Facultad de medicina lugar en que me sorprendió el famoso "habemus Papa" muchos se rasgaron las vestiduras no entendían tal nombramiento. Que un Papa con ese curriculum acometiera tamaña tarea que suponía un movimiento revolucionario dentro y fuera de la Iglesia requería un coraje nada vulgar y una clarividencia de las exigencias del momento en materia de regulación de la natalidad. Quedan bien patentes en el articulo las encendidas reacciones de uno y otro signo que tal publicación generó. Sin embargo en la actualidad a tantos años vista y el panorama que ha generado el permisivismo sexual que ha trastocado todos los valores en esta materia ha suavizado bastante las críticas que generó al principio; es más algunos de los opositores más furibundos han rectificado e incluso quieren ver en Pablo VI un profeta de su tiempo. Muchos se preguntan ante el desmadre provocado por la revolución sexual y el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo que ha abocado al control indiscriminado de la natalidad, la inseminación artificial. la fecundación in vitro etc etc a qué extremos se habría llegado- -si son posibles más-- sin el freno de dicha encíclica; es más, abundan los que alzan su voz agradeciendo que exista una instancia--la Iglesia-- que sirva de "referente" a tantos espíritus angustiados en medio de este ambiente confu