El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 20 de diciembre de 2012

El sabor político de la Navidad


Bien saben quienes están familiarizados con los evangelios de la infancia que sus relatos no pretenden reproducir escenas de carácter histórico. Sin embargo no dejan de proclamar verdades como puños. Sucede con frecuencia: la verdad más genuina no necesariamente se relaciona con el resultado que arroja la matemática o la probeta. 

Determinados relatos imprimen huellas más duraderas en el corazón que la verdad sucinta de un acta judicial o las imágenes sin fotoshop de una fotografía realista. La prueba no hay que buscarla lejos. Desde hace dos mil años en los más apartados rincones de nuestro mundo hay gente que se reúne para festejar el nacimiento de un niño en pañales, gimiendo en una cueva y calentado por el vaho de unos animales.

Los elementos que enhebra esta historia ni siquiera son muy seguros. Sin embargo, no se sabe de grupos que se reúnan para colocar en el centro de su atención un acta bien sellada mientras la ensalzan con cantos y la celebran con dulces. 

El sentimentalismo, un virus navideño

El tópico de que en Navidad se contagia el virus de una sentimentaloide fiebre infantil sigue en pie en numerosos ámbitos y rincones. Tan es así que de pronto los abuelos se movilizan y van a la búsqueda de papel de aluminio y mechones de algodón para fabricar ríos de cristal y nubes blancas. En esta recurrente pandemia infantil de sentimientos y ternuras no faltan los cantos, los abrazos y los dulces.

Bien está todo ello y más aún en tiempos de recortes, de corrupción y de ciudadanos indignados. Bien está siempre y cuando no induzca al letargo y a cruzarse de brazos. Bien está si el conjunto no se reduce a cantarle a la noche silenciosa de la cual brota un bebé de ensortijados cabellos rubios y mofletes color rosado.

La verdad del relato es más profunda y menos azucarada. El pesebre y los pañales remiten a un mundo pobre y frío, a un rechazo hasta el punto de que a una madre embarazada no le queda otra salida que la de alojarse en un establo. 

La dimensión escondida

Esa es la dimensión más escondida de la navidad. Una dimensión política en la que la narración de Belén toma postura en favor de los desprovistos de dinero, de voz y de prestigio. No deja de ser inquietante que al pie del pesebre no estén el gobernador, ni los sumos sacerdotes, ni los sabios escribas. A cambio sí estarán en los días de la pasión.

Las primeras páginas del evangelio se refieren también a una muchacha sencilla que tiene la desfachatez de afirmar que Dios ensalzará a los humildes i humillará a los poderosos. Poco tiene en común con la voz melosa y edulcorada que nos presentan ciertas estampas y relatos sobre la Virgen María, ornamentada con vestimentas azules y aclamada por angelitos rechonchos. 

La noche de paz a que se refiere el más famoso de los villancicos no logra silenciar que el niño tierno de Belén cuestionará los cimientos de su pueblo: el templo, la institución del sacerdocio, la ley. Nada extraño si los poderosos concluyen al cabo que más vale que muera un hombre por el pueblo que no todo un pueblo a causa de un hombre. 

Hijo de Dios, Salvador, Mesías, Rey… son títulos atribuidos a un niño frágil, embutido en harapos y reclinado en un pesebre. Los que no cuentan son los que cuentan en las matemáticas de Dios.

Jesús nació en una época llamada “pax romana”. Una paz parecida a la del cementerio: los poderosos encuentran acomodo y tienen medios para lograr que nadie proteste. El niño pondrá las bases para otro tipo de paz: la “Pax Christi”. Una paz basada en un tipo de relaciones humanas más sinceras y cálidas. En una política más solidaria y participativa. En una economía menos especulativa. 

La historia del niño Jesús no consiste en una entretenida y poética narración para escuchar una vez al año en la Iglesia y celebrarla luego alrededor de la mesa familiar. Es más bien la semilla de la buena nueva. Interpela a los hombres y mujeres de nuestro mundo a la hora de establecer una convivencia más decente. 

El niño de Belén todavía no balbucea palabra alguna, pero su protagonismo en el relato -que ni siquiera casa bien con la historia- advierte que no está de acuerdo con las relaciones opresoras que se dan entre los hombres y mujeres de nuestro mundo. Cuando sea mayor se indignará y protestará.

Ahora bien, levantar la voz y protestar incomoda a quienes tienen la sartén por el mango y han construido el laberinto por el que circulamos. Una tal osadía se paga. He leído en alguna parte que el niño Jesús en el pesebre ya lleva dibujada la cruz en la frente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Comentario de gran profundidad. No sigue los trillados senderos navideños de bolitas brillantes y estrellas azuladas, pero el contenido no tiene desperdicio. Es uno de los post que más me gustan.