El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Hablemos del Papa



Suelo comentar algunos hechos más remarcables de la actualidad en este blog. La renuncia del Papa lo ha desatado tal río de palabras que casi se me van las ganas de añadir unas pocas más. Y es que a todo el mundo parece interesarle el asunto, aun cuando en su vida no haya pisado un templo o incluso haya destilado bilis anticlerical a borbotones. Muchas palabras y mucha frivolidad.  

De estupideces varias

Sin embargo voy a hacer un breve comentario para clarificarme a mí mismo las ideas y ponerlas un poco en orden. Porque se han dicho muchas cosas y algunas de ellas me parecen francamente estúpidas. He leído, por ejemplo que ha dimitido para que la gente hable menos de la corrupción del Partido Popular. Tal como lo leen. 

Otro escribió que había renunciado porque su función consistía en cerrar la posibilidad de que Carlo Martini fuera elegido Papa. Una vez ha fallecido el candidato ya no tenía razón de mantenerse en el cargo. Lo único digno de alabar de tales ocurrencias es la capacidad creativa del cerebro que las ha segregado. Por más que se trate de un cerebro más bien obtuso.

Otras declaraciones quizás no sean estúpidas, pero sí fuera de lugar. El secretario personal que fue de Juan Pablo II dijo que debía continuar con la tarea, pues de la cruz no se baja. En primer lugar pienso que el ministerio petrino no es ninguna cruz desde el momento que no suelen faltar candidatos.  

En segundo lugar me parece muy lógico que cuando uno no puede llevar a cabo la tarea encomendada lo confiese honradamente y deje el lugar a otro. Enmascarar la permanencia recurriendo a la cruz se me antoja perverso y hasta síntoma de adicción al mando. Renunciar es muy humano. No hay que sacralizar al Papa que no deja de ser un hombre.

En este punto esgrimo un argumento que ha sido motivo de conversación frecuente con mis colegas. Existe una norma, firmada por el Papa, que obliga a los obispos a renunciar a su ministerio y a los cardenales a no ser electores al llegar a una determinada edad. El motivo es claro: la edad afecta a la agilidad mental y tiende a encoger los horizontes. Un señor avanzado en edad tiene suficientes preocupaciones tratando de mantener a raya la artritis, la osteoporosis o la diabetes.  

Ahora bien, quien pone en circulación esa norma se exime de ella. Me parece una incoherencia total y hasta un comportamiento poco pudoroso. Con más motivo debe aplicarse a quien afronta mayores responsabilidades. El Espíritu de Dios no exime de los estragos que ocasionan los años. Reconocer un hecho tan elemental sin duda es signo de lucidez y valentía.      

A propósito de las alabanzas que ha recibido Benedicto XVI al renunciar deseo hacer un inciso. Si mal no recuerdo alguno de sus voceros tuvo asimismo palabras laudatorias porque Juan Pablo II se mantuvo en el papado hasta el último momento, no obstante el deprimente espectáculo ofrecido. Por favor, no acomoden las ideas en dirección a los vientos. Tengan sus propias convicciones.  

Huérfano de carisma

He leído que al actual Papa le faltaba la adrenalina y el carisma de Juan Pablo II. Muy cierto. No ha besado el asfalto ni se ha exhibido moribundo en el estrado. No ha fascinado por su espectacularidad. Con su proceder tímido y huidizo parece repetir a cada instante que no es el hombre que se ajusta al cargo.  

Decididamente, lo suyo son los libros. Le sobrepasan las pugnas entre facciones. Seguramente no sabe ni quiere apoyar a unos en contra de los otros. No entiende el mundo retorcido y traicionero de las finanzas. No se esperaba los robos desleales de su mayordomo que, además, le han dejado en evidencia.  Tales acontecimientos –opino- dejaban entrever un Papa que no dominaba la situación.  

Sí que trató de poner coto y dejar claro que tendría tolerancia cero respecto del nefasto e indigno vicio de la pederastia. Y para ello sacó fuerzas de flaqueza. También se esforzó por desenmascarar a este monstruo de la maldad, el engaño y la doble vida que resultó el fundador de los legionarios, Maciel. En este punto dicen los analistas que se quedó corto. Sabía mucho del asunto, pero Juan Pablo II no estaba por la labor de fulminarlo. Él no se lo echó en cara y luego accedió a su beatificación.

Quinielas e interrogantes

Han empezado las quinielas, tarea frívola que, por cierto, los periódicos copian unos de otros. Probablemente por el menguado conocimiento que los periodistas tienen del tema. Sea quien sea el próximo Papa, hay hechos y situaciones que no pueden esperar más.  

¿Hasta cuándo el Papa seguirá siendo Jefe de Estado? ¿Por qué no delega los tres poderes que ya han separado todos los estados modernos -el legislativo, el judicial y el ejecutivo- y él permanece como punto de unión y referencia? ¿No ha llegado la hora de que la colegialidad a todos los niveles, acordada en el Vaticano II, y la reforma de la Curia se concreten finalmente?

Hay cuestiones urgentes: humanizar la sexualidad, aceptar el papel emergente de la mujer, admitir a los divorciados sin culpa, actualizar el sacramento del perdón (prácticamente marginado en gran parte del mundo), apresurar el paso en el terreno del ecumenismo, etc. etc.

La herencia de Benedicto XVI me atrevería a decir que está compendiada en sus libros. Y considero más valiosos los que escribió siendo profesor de Universidad que los que vinieron luego, ya cardenal y Papa. En el trecho que va de profesor a Cardenal fue redondeando muchas aristas de su pensamiento. Por lo visto las responsabilidades influyen en las ideas.

Personalmente aplaudo la renuncia de Benedicto XVI y no vi con buenos ojos la permanencia de Juan Pablo II -postrado, más que sentado- en la silla de Pedro. Cuando una persona considera que sus fuerzas físicas o anímicas sufren merma y no puede cumplir con la tarea encomendada, nada más sano y lógico que la renuncia. 

No hay comentarios: