Un poco de caricatura tampoco tiene por qué sentar mal. Y la ironía en ocasiones resulta más elocuente que la elocuencia misma. Así que les ofrezco unas líneas para leer sin obturar la sonrisa si acaso viene a cuento. Y quede claro de antemano que no todos los políticos son iguales. Siempre se puede elegir entre los malos y los peores. Al menos en la época de hierro que atravesamos.
Pasemos revista a los riesgos que lleva consigo la profesión de político. Enumeremos algunos de los estragos que causa en estos esforzados profesionales. A ver si así se nos enternecen las entrañas y dejamos de acudir al escrache.
1. Sordera. Durante la campaña el candidato escucha los llantos de las personas desahuciadas, los gemidos de las madres que no logran alimentar a sus pequeños en los últimos días del mes, los gimoteos de quienes duermen bajo el puente.
Pues bien, al día siguiente de las elecciones triunfantes los tímpanos del ahora diputado, senador o ministro, dejan de ser sensibles a todo llanto, súplica y lamento. El afectado se aísla y sólo se halla disponible para los amigos cercanos, familiares y algún que otro adulador. Por cierto, familiares y amigos se convertirán en asesores y se les brindarán trabajos -es un decir- muy cotizados.
2. Ceguera. Mientras el político de vocación, pero todavía sin cargo ni beneficio, lucha por lograr su objetivo, goza de una vista envidiable. No le escapan los charcos de las calles, ni los contenes de la basura mal situados. Es capaz incluso de avistar los ingresos de la cuenta corriente de su adversario. Todo lo cual lo reporta al detalle a los periodistas y emisoras de televisión.
Una vez alojado en el ámbito confortable de la política el hombre/mujer pierde súbitamente su agudeza visual. En ocasiones da muestras de miopía extrema. De modo que desaparece de su horizonte la periferia de la ciudad. Los niños pobres y los barracones maltrechos van tornándose borrosos hasta desvanecerse. Aunque, todo hay que decirlo, su agudeza y perspicacia visual se potencia a la hora de remodelar la oficina destinada a su persona. Muebles de artesano, lámparas artísticas, moquetas confortables y sillones arrellanados exige el individuo para mejor concentrarse en el trabajo.
3. Cambios de humor. Llegado a la meta, el político recién estrenado sufre raras mutaciones en su carácter. Su manifiesta amabilidad se opaca a marchas forzadas. Al escuchar la verdad de labios de la gente común o leer los periódicos a la hora del desayuno padece fuertes arrebatos de cólera. En cambio, cuando recibe la visita del jefe o de alguna personalidad destacada saca a relucir una sonrisa obsequiosa y le sirve el café con gesto servil.
No asimila nuestro hombre que se hable mal de él ni en público ni en privado. Hasta el punto de que se le ocurre desarrollar una ley para obstaculizar cualquier género de crítica. La policía deambulará por las calles de la ciudad con unos discretos micrófonos solapados en la vestimenta y tomará buena nota de los ciudadanos que no tributan al triunfador las merecidas loas.
4. Ensanchamiento del perímetro. A medida que transcurren los años del mandato los compromisos e invitaciones para reuniones en que no falta el caviar ni el champagne se multiplican. Los almuerzos de trabajo abundaban cada vez más y, dicha sea la verdad, más tienen de almuerzo que de trabajo. En las inauguraciones y recepciones no faltan bocados exquisitos. Después de todo ningún mal hay en agasajar a los benefactores del pueblo.
En consecuencia la curva delantera de nuestros políticos crece sin prisas, pero sin pausas. A lo cual coadyuva el hecho de que ya no cruza calles ni avenidas a pie, sino montado en su limosina de cristales ahumados, pues que su agenda anda muy apretada. Y además conviene evitar cualquier riesgo, por ejemplo, toparse con algún ciudadano descontento que tenga la desfachatez de abuchearle.
El político experimenta, pues, unos cambios físicos, consecuencia de sus nuevos hábitos gastronómicos. Sin embargo una extraña afección le lleva a creer que él cada día se levanta más fuerte, más joven y atractivo. No sólo eso, sino que los demás se le antojan progresivamente más enclenques, canijos y achacosos.
5. Afecciones cardíacas. La víscera cardíaca del político padece episodios de atrofia alarmante. El corazón se le endurece día a día. El sentimiento de compasión sufre una constante evaporación. Determinadas emociones, como la rabia, la cólera y el menosprecio hacia el prójimo se refuerzan. Pero otras más positivas como la admiración, el perdón, la gratitud... van disecándose a medida que transcurre el tiempo.
Es sabido que el corazón tiene vasos comunicantes con el cerebro. Nuestro protagonista acaba recordando sólo episodios en los que resulta bien parado. Su memoria se vuelve tremendamente selectiva.
6. Condición contagiosa. Cuando el político está bien curtido y nada satisfecho en su salsa segrega unas enzimas contagiosas y hasta hereditarias. Sus hijos y nietos tratarán de recorrer el mismo trecho. Muchos miembros de la familia se ofrecerán para ser asesores o directores de empresas públicas o privatizadas. Incluso los amigos encontrarán alojamiento en tareas improductivas, pero que propician jugosos ingresos.
No todo está perdido. Muchos de los políticos, cuando acaba el período de su mandato y no logran engancharse a alguna bicoca preparada con esmero, recuperan sus condiciones anteriores. Regresan a la normalidad. Cierto que no sin secuelas. Es muy probable que la cuenta corriente haya crecido vertiginosamente.
O que la autoestima se haya multiplicado como las células de un cáncer. Pero no todo está perdido. De verdad, algunos logran recuperarse.
1 comentario:
Palabras crueles, todavía más que irónicas. Pero a la verdad que responden al perfil del político mirado globalmente. ¡A seguir!
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