El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 10 de noviembre de 2013

¿Prensa rosa o prensa marrón?


Reconozco que en ocasiones cedo a la tentación del zapping. No muchas, porque los momentos que paso ante la TV son más bien escasos. Y entonces escojo el menú sin esperar ofertas ajenas. Incluso diré que soy selectivo: sólo acepto los platos que contienen noticiaros o el fútbol del Barça.  
Pues en uno de esos deslices dedicados al zapping asomó por la pantalla un panel de señores en torno a una mesa solemne, bien iluminada y con numerosas cámaras enfocando desde diversos ángulos. Supuse que estaban debatiendo algún tema interesante sobre nuestra sociedad. Las apariencias lo daban a entender. Pues las apariencias engañan, como es bien sabido.  
Al cabo de unos segundos caí en la cuenta de que el debate no versaba precisamente sobre economía, política o espiritualidad. Los protagonistas eran personajillos de los que pululan por las revistas llamadas del corazón. Los sesudos panelistas -hasta se diría que de gesticulación grave- investigaban si había tenido lugar el ayuntamiento de un individuo de la farándula con otro compinche.
Era de admirar los argumentos que sacaban a colación para defender las respectivas hipótesis. Se enfadaban cuando otro les contradecía. Tal parecía que les herían en lo más hondo su dignidad personal. De vez en cuando un mini-reportaje relacionado con el tema imponía una pausa a la vez que añadía más leña al fuego. Los participantes discutían, levantaban la voz, se formaba un guirigay que el moderador no lograba atajar. Un observador ignorante del asunto de seguro supondría que se estaba tratando un tema de gran enjundia y pasión.  
Me permito hacer algunas precisiones. Quizás no habría que referirse a la prensa rosa al tratar las cuestiones de parejas que se juntan y desjuntan, que hablan mal de sus rivales, que se ofrecen a los platós de TV para criticar, murmurar o testimoniar falsedades de vidas ajenas. La prensa rosa remite a cuentos de hadas, aves que cantan y vuelan entre nubes rosáceas.  Resultaría más apropiado hablar de prensa marrón que más fácilmente induce a pensar en montajes, rencores, envidias, calumnias y toda clase de elementos putrefactos. Sí, la prensa marrón remite a cavidades intestinales y emanaciones deletéreas.
Pues si de tales materias trata la prensa marrón, se preguntará el lector por qué abundan tanto estos programas en los canales de TV. Fácil respuesta: porque todo ser humano mantiene algún desagüe interior que requiere ponerse en funcionamiento. Y a fe que algunos no le dan descanso al sumidero. Abundan también porque muchas vidas vacías requieren llenarse de otras vidas que se exhiben sin pudor.
Y, por supuesto, abundan tales programas porque engrosan las cuentas corrientes de la emisora, del Director del panel, de los tertulianos, de los difamadores, de la víctima difamada en el banquillo, etc. Todo el mundo saca sus buenos beneficios. 
Los chismorreos de hoy y de ayer
La curiosidad, los rumores, los chismes y el chismorreo no son cosa de hoy. Acontecen desde tiempos inmemoriales. Se dan en el pueblo, la oficina, la escuela, el restaurant. Existe mucha gente con el instinto del chismorreo.
Tiempos atrás este proceder se personificaba en alguna típica mujer mayor del pueblo, bien conocida, que estaba al tanto de la vida de sus vecinos y nada le escapaba de sus conductas. Luego desembuchaba a los oídos de quien quisiera escuchar lo que había conseguido recoger, junto con los comentarios de otros a quienes no desagradaba linchar al prójimo. La susodicha señora no desaprovechaba ocasión para asomarse a cualquier ventana, ni le hacía ascos al menor caudal de información que tuviera al alcance.  
Esta celestina fisgona y entrometida irradiaba incluso un cierto encanto folklórico, mientras no se excediera. También es verdad que, mirada la situación desde otro ángulo, más bien daba pena. Pero resulta que hoy día no es una mujer mayor la mirona que recoge datos para intercambiar con la vecina. Hoy el asunto ha tomado proporciones gigantescas. Un pelotón de periodistas se dedican profesionalmente al poco honroso oficio de meterse donde no les llaman. O quizás sí que les llaman… y entonces todavía peor.
Como fuere, la situación ya no tiene el menor encanto. Más bien induce al vómito. Ya no es una vecina del pueblo la que fisgonea por la necesidad de llenar su vacío existencial con el chisme de vidas ajenas. Ahora las cámaras de TV, los periodistas, los banqueros, las casas comerciales a través de la propaganda, persiguen los chismes, devaneos y amoríos de los llamados famosos.

El espectador acaba interesándose por el divorcio de la señora X y la infidelidad de su cuñado. Participará en la encuesta que solicita opinión acerca de si unos inquilinos de revistas satinadas llegaron a la intimidad sexual o no. Incluso discutirá con su vecina acerca del comportamiento del duque N. o del nuevo rico X. Con todo lo cual se pone en marcha un torrente de verborrea insustancial, insípida y trivial. Nos hallamos en plena vacuidad existencial.

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