El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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lunes, 20 de enero de 2014

¿Recelar del ecologismo?


¿Por qué algunos creyentes -y en mayor medida quienes están investidos de autoridad- suelen recelar, con mueca incluida, de la ecología? No me refiero al rechazo que sienten determinadas jerarquías cuando escuchan acerca de grupos denominados “verdes”, a los que se suele identificar vagamente con feminismo, inconformismo y hasta un cierto anarquismo. Dicho sea de paso, no estaría mal un análisis acerca de la escasa simpatía que les despiertan.
Sin embargo, no apunto a los “grupos verdes”, sino al ecologismo sin más. Cristianismo y ecologismo se han brindado mutuos desplantes en los último decenios. Bien es verdad que va creciendo una actitud mucho más considerada hacia la ecología por parte de los creyentes. En algunos casos hasta se corre el peligro de ”divinizar” la naturaleza. Y tampoco de eso se trata.
Como fuere, tradicionalmente el seguidor fiel y convencido del hecho ecológico acusa al cristiano de pecar mortalmente contra la naturaleza. Alega que la idea procedente de la religión judeo-cristiana, que hace de la naturaleza objeto de deseo y de conquista -”llenen la tierra y sométanla”- no es de recibo.
Tampoco está de acuerdo con la concepción del ser humano como  “imagen de Dios” que se adueña de la creación, la transforma y manipula, bajo el pretexto del poder delegado por Dios, el definitivo y soberano Señor, en último término.  
Puestos a detectar desacuerdos, no parece que la idea bíblica de la historia como avance lineal desde el inicio hasta las metas finales, sea del agrado de los ecologistas. Precisamente olfatean ahí la idea característica de la modernidad, a saber, el mito devastador del progreso indefinido. Una idea a la que hacen blanco de sus iras.
Biblia y ecologismo
Pues bien, a pesar de todo, hay argumentos con los que romper una lanza en favor de la visión bíblica de la naturaleza en cuanto amiga de montes, mares y forestas. Porque el cristianismo considera que la ”explotación” de la naturaleza por el ser humano no necesariamente deja malparada la obra de la creación. Sucederá, en todo caso, cuando el dominio es irracional, inmisericorde y movido por la avidez de lucro.
De por sí la tarea humana sobre la naturaleza perfecciona la voluntad creadora de Dios. En efecto, desde las primeras páginas de la biblia surge el mandato dado a los hombres y mujeres: crecer, multiplicarse, dominar sobre los peces del mar y las aves del cielo. Sucede que el cristiano no dispone de salvaconducto para maltratar la naturaleza y abusar malamente de los recursos que ella ofrece. Más aún, muchos creyentes en Jesús han llegado a la conclusión de que el cristiano debe ser ecologista. Por más que frunzan el ceño los que han tenido alguna mala experiencia al respecto o quienes gustan de agarrarse a los prejuicios.
Se ha mostrado que la imagen de Dios derivada de los relatos bíblicos no se corresponde con la de un soberano dominante y arrogante, sino a la de un cuidadoso y atento jardinero. Es Dios quien crea el universo, luego el mundo puede de alguna manera ser considerado como la prolongación de Dios mismo. Por supuesto, sin flirtear con ninguna clase de panteísmo.
Teilhard de Chardin y S. Francisco
Más aún, los grandes autores del Nuevo Testamento, Pablo y Juan, gustan de elevar la figura de Jesús hasta horizontes cósmicos. Consideran que Él es principio de reconciliación de todos los elementos existentes y que, gracias a él, las realidades creadas se conectan entre sí. No es de extrañar que la tradición cristiana haya dado a luz a un científico, teólogo y poeta de primera magnitud, como Theilard de Chardin. Su obra equivale a un canto continuado a la materia y a sus profundas energías conectadas con el Creador.
El cristianismo no tiene por qué aceptar sin más la acusación de enemigo de la naturaleza. Ahí está el santo más popular de todos los santos, Francisco de Asís, que fue ecologista antes de que el término se inventara. El pobre de Asís debe gran parte de su irradiación poética a la cercanía y compenetración con la naturaleza.
Cabe ser cristiano y ecologista. El creyente del futuro probablemente tendrá el oído más atento a materia animada e inanimada. Y aprenderá que toda realidad es interdependiente. Entenderá con el corazón, más que con la cabeza, que la vaga e inconsciente asociación entre ecologismo, feminismo, marginación,  pacifismo, etc. se debe a los numerosos lazos invisibles que enlazan y entretejen las múltiples manifestaciones de la vida misma.  
Aunque les pese a determinados señores que reniegan de estos movimientos -quizás ven amenazada su digestión y su status- todos ellos coinciden en un común denominador: la liberación. La cual se alimenta de raíces profundamente cristianas. La verdad hace libres, proclama el evangelista Juan. Y -añado por mi cuenta-. la búsqueda de la verdad, verdaderos.

El que experimente alergia frente a alguno de los mencionados movimientos no se precipite recurriendo a descalificaciones prematuras. Podría delatarse como enemigo de la naturaleza salida de la mano del Creador. O hacerse sospechoso de estar situado en las filas contrarias a la liberación del ser humano. Graves delitos, por cierto. 

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