El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 21 de enero de 2016

Una infanta en el banquillo

En Mallorca llevamos muchos, muchos meses que los noticieros de la TV y de las emisoras de radio abren con el caso Nóos y transcurren muchos minutos hasta que se desvanece. ¿Motivo? La infanta se halla en el foco de la atención. Por allí hormiguean juristas y abogados, investigados y periodistas, fiscales y policías, así como improvisados comentaristas, pero es la infanta quien ocupa el cogollo y se halla en el meollo.   

En Mallorca probablemente sabemos más que en otros pagos de las gestas de la infanta, pues ella y su esposo eran justamente «duques de Palma». Lo eran hasta que él hizo unos chistes con el nombre de la ciudad, los ciudadanos protestaron y las autoridades les privaron del rancio título nobiliario. Luego unos obreros se encargaron de hacer desaparecer el rótulo que prestaba su nombre a una importante avenida. 

¿Quién es el protagonista?
En el juicio recién abierto en Mallorca, tras varios años de instrucción, está muy presente el caso Noos que ha zarandeado a la monarquía y la ha dejado un tanto postrada. Con un poco de malicia se compararía a un elefante herido por el tiro certero de un cazador en tierras africanas. La infanta se constituye en el centro de atención. Juristas, periodistas, abogados, imputados e investigados, televisiones, curiosos y fiscales parecen contar sólo como telón de fondo en el que resalta Doña Cristina, la de Borbón.

Tampoco falta el expresidente de Baleares, Jaume Matas. Se las tiene que ver con uno más de los múltiples juicios que le esperan. Algunos ya los ha dejado atrás, aunque no sin las cicatrices que son las penas de cárcel acumuladas. Tal parece que el hombre se hubiera dado prisa en delinquir en sus días de gloria. Debe tener su dificultad tramar tantos delitos en el tiempo que ocupó la presidencia. Al menos habrá que reconocerle una pasmosa creatividad.

En realidad, Matas debiera ser el centro de la atención, la presa codiciada de los fotógrafos, mucho más suculenta que la infanta. Al menos si se mide el paño con los centenares de miles de euros que hay de por medio. Sus fechorías son más numerosas y graves que las de Cristina. A los habitantes de las islas Baleares les ha sumido en la deuda para los futuros lustros. Particularmente con la obra de Son Espases, ―mastodóntico hospital― y la serie de concesiones que del mismo se desprenden. 

Tanto es así que el hombre avizora largos años a la sombra y trata de negociar con el fiscal una sustanciosa reducción de penas. A cambio de reconocer algunos fraudes, cohechos y malversaciones, confía en ahorrarse la estancia de varios años entre barrotes. Incluso se halla presto a desprenderse de su palacete, situado en pleno casco de la ciudad palmesana.

A pesar de todo, el protagonismo de la infanta es indisimulable. Los periódicos, las revistas, los programas color rosado de la tele han observado cada uno de los centímetros de su rostro. Si su expresión denota tristeza, si su alma está tensa, si su sufrimiento es profundo y subterráneo...

Una excesiva defensa
Periodistas, público y comentaristas hacen minuciosa exégesis de la cara y del lenguaje no verbal de la infanta. También elucubran acerca de su maquillaje y otras menudencias. Algunos creen adivinar que efectivamente se halla enamorada de su marido y de ahí que firmara todo lo que éste le pusiera al alcance de su bolígrafo. Su pecado está teñido de amor insondable, de la ciega pasión que la tiene como abducida ante la voluntad de su pareja. Éste fue su delito. Bien merece misericordia.

Había en la jornada inicial del juicio una abogada del Estado, dos fiscales públicos y tres abogadas particulares. Todos ellos afirmaban con ardor y convencimiento que la infanta no debía ser juzgada, pues hay una doctrina que lo impide. No importa el delito, sino el acusador. Eso es lo que comunicaban con énfasis los letrados, con gran desconcierto de quienes todavía no están contaminados por las artimañas jurídicas. Como lo leen: el tamaño de la falta no depende de la transgresión, sino del acusador.  

Dicen una y otra vez los ministros y personajes importantes del poder que todos somos iguales ante la ley. Lo dijo incluso el padre de la infanta sentada en el banquillo. Sin embargo, las voces más potentes de la sala exigían una excepción para la infanta. Había que buscar alguna brecha por donde zafarse de una ley que pretende ser -menuda impertinencia- igual para todos. Y es que lo de que hacienda somos todos debe entenderse cual mero slogan publicitario. Y si todos somos iguales ante la ley todavía queda una escapatoria: la ley puede no ser igual para todos.

No se escucharon los mismos argumentos en favor de la mujer del socio de Urdangarín, cuando era acusada de igual delito que el de la infanta. Algo no cuadra en todo ello. Como no cuadra eso de que Hacienda no somos todos. Justamente cuando parecía interiorizado por una gran parte de los ciudadanos que sí lo somos… Es admirable la capacidad de retorcer los conceptos para encajarlos en el marco de los propios intereses. 

Un consejo a los enardecidos defensores de la infanta. Tanto interés toman en el asunto que dan la impresión de no ser en absoluto imparciales. Ahora bien, los letrados que cobran un sueldo público debieran serlo. Están ganándose a pulso una pésima imagen. El asunto dejará huella en sus carreras. Y a la infanta tampoco le hace ningún bien una tan aguerrida defensa.

En ocasiones el tiro sale por la culata. Quizás todavía están a tiempo. Apunten en dirección a la otra presa, la del expresidente Matas. Y no para defenderlo, sino para que la justicia triunfe por encima de fraudes, dolos, estafas y bribonadas.  

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