El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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viernes, 10 de junio de 2016

Carta a Nicodemo

Hoy comienza la campaña para unas nuevas elecciones. El personal anda fatigado por causa de las noticias, los mítines, carteles y pancartas que debe sufrir. Repeticiones sin cuento, mentiras sin rubor... En un próximo artículo reflexionaré sobre el tema. Hoy dedico el espacio a rescatar a un personaje del evangelio. Sí, muy intemporal, pero no siempre lo que acontece a última hora resulta lo más trascendente.   

Amigo Nicodemo: andas lleno de buena voluntad, aunque abrigas vagos temores y de ahí que te deslices entre las sombras. Tu figura desprende, a pesar de todo, un impreciso atractivo que invita a entrar en relación contigo. No soy el primero que te rescata de la penumbra del evangelio para erigirte en interlocutor.
Líder de la sinagoga
Fuiste tú quien planteó a Jesús el interrogante: ¿Cómo puede nacer uno siendo ya viejo? No iba contigo la frivolidad de presumir de joven. Te aceptabas como eras. A propósito de la pregunta y de tu condición de dirigente me animo a escribirte esta carta. Tengo la impresión de que eras una persona sensata y madura. Por eso me atrevo a hablarte con sinceridad y exponerte unas reflexiones como si fueras dirigente, no ya de la Sinagoga, sino de su augusta hermana la Iglesia.
Quizás hayas escuchado acerca del Vaticano II, una magna asamblea que algunos recalcitrantes conservadores han querido olvidar y que el paso de los años también ha difuminado. Para que me entiendas: era una especie de asamblea del Sanedrín, pero más ecuménica y lúcida.
Un párrafo del mismo exhorta a los fieles cristianos a dirigirse a sus pastores: a manifestarles sus necesidades y sus deseos con aquella libertad y confianza que conviene a los hijos de Dios y a los hermanos en Cristo. Líneas más adelante dice incluso: … tiene la facultad, más aún, a veces el deber, de exponer su parecer acerca de los asuntos concernientes al bien de la Iglesia.
Sigamos el hilo. Hay que nacer de nuevo, te dijo Jesús. Quizás por entonces había ya proclamado aquello: les aseguro que, si no cambian y se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Por supuesto, Isaías había dejado escrito que en los tiempos mesiánicos … un niño los conducirá.
El caso de los dinosaurios
Alguna vez he leído que los dinosaurios se extinguieron justa y paradójicamente por su tamaño y arrogancia. Eran los animales más poderosos que hayan poblado la Tierra. Hace muchos siglos que se extinguieron. Sabemos de ellos por sus restos óseos.
¿Entiendes la ironía, Nicodemo? Mientras otros animales en apariencia más frágiles, pero en realidad más ágiles y adaptables perduraron hasta nosotros, los dinosaurios se extinguieron. Desaparecieron por ser demasiado fuertes. La prepotencia biológica les arruinó.
Ello se me antoja una buena parábola para nuestras Iglesias y sus hombres más representativos. Pueden tener la tentación de pensar que se responde mejor a las situaciones de hoy cuanto más aumente su poder, su fuerza, su prestigio y cuanto más resuene su voz por las cuatro esquinas del país.
Cuando se pierde la agilidad
El poder y el prestigio roban agilidad, pues hay que estar pendientes de mantenerlo. Retardan la marcha porque es preciso examinar con detención el momento, la circunstancia, la metodología. Sólo el niño se mueve con agilidad y desenvoltura.
Quien goza de poder y prestigio con frecuencia se deja llevar por las restricciones mentales y tiende a guardar el justo medio. Ahora bien, el justo medio es algo cambiante y elástico a tenor de lo que se desplacen los extremos. Más que a árbitros a los cristianos se nos llama frecuentemente a ser militantes, a pronunciarnos enarbolando la virtud de la valentía.
La diplomacia me parece una virtud aceptable siempre y cuando se mantenga en sus límites y no le propine bofetadas a su hermana mayor, la profecía. Nicodemo, tú eras un líder respetado e inteligente. Comprendiste que Jesús se volvió inquietante con su comportamiento. Te maravilló que Él, que no contaba para nada, adquiriera una enorme autoridad. La transparencia del mensaje se consigue eliminando gestos ambiguos.
Apreciado Nicodemo, la Iglesia ya no es respetada como en años atrás. Si ello nos obliga a ser un poco más humildes, bien está. Más aún, hemos merecido la censura de la sociedad como colectivo. Hemos flirteado con los poderosos y algunos de sus miembros han escandalizado a los más pequeños, los preferidos de Jesús.  

Ahora es imprescindible que gane en credibilidad. Lo cual sólo se consigue a fuerza de ponerse a nivel con los de abajo, de ocuparse del sufrimiento de los pobres. Muchos ya no somos capaces de vivir como ellos, pero sí deseamos ardientemente que puedan gozar de un nivel de vida digno. 
La parte por el todo
Te habrás dado cuenta, Nicodemo, por poco que sigas nuestras peripecias, que se va tomando cada vez más la parte como si fuera el todo. Cuando unos dignos y destacados miembros de la Iglesia hablan en público o aceptan mediar en algún asunto engorroso, el periodista y el cristiano medio dicen que la Iglesia habla o la Iglesia media.
De acuerdo que tal vez se trate de meros modos de hablar y que no hay que ser quisquillosos. Pero debe quedar claro lo que se ha repetido hasta la saciedad: la Iglesia somos todos. Y el mal uso del lenguaje, a la larga, crea numerosos equívocos y confunde a la gente.
Otro motivo de confusión. Resulta que a los laicos toca pronunciarse acerca de las cuestiones técnicas y estratégicas de la sociedad. Ellos deben analizar las diversas situaciones y luego dar su dictamen. Por ejemplo, si es conveniente o no una huelga en determinadas condiciones, si resultaría positiva o negativa la firma de un preciso tratado internacional, etc. A los pastores les toca defender los valores que hay detrás, pero no pueden pretender un liderazgo en las cuestiones de carácter técnico.
La razón es muy sencilla. Quién no comulgue con las razones ―técnico-políticas― expuestas por sus pastores, se verá en un aprieto a la hora de expresar su adhesión eclesial.
Perdona, amigo Nicodemo, este diálogo que se asemeja más bien a un monólogo. A lo mejor no entiendes del todo estas cosas, pues lo tuyo era la Sinagoga y no la Iglesia. De todos modos eras un hombre de buena voluntad que no te negarás a ser destinatario de mi carta.
Un abrazo en el común amigo Jesús.

2 comentarios:

María Ana Sánchez dijo...

Mi apreciado y respetado padre Manuel: Hoy en la mañana veo Las Razones del Corazón y su sabiduría de apelar a Nicodemo. Me llegó bien profundo este mensaje porque de la misma manera percibo la fragilidad de nuestra Madre la Iglesia y lo flojos que somos como cristianos que nos dejamos llevar por la corriente. La falta de formación nos mantienen al margen de todo. "Hay que nacer de nuevo" "Les aseguro que si no cambian y se hacen como niños, no entrarán en el Reino de os Cielos"

Anónimo dijo...

Ha trabado Vd muy bien la cuestión de los "dinosaurios"--autolisis por magnitud- con la invitación a Nicodemo de "nacer de nuevo para poder entrar en el Reino". En no menor medida con lo que nos pasa a todos cuando queremos encumbrarnos mas allá de a lo que Dios nos llama. Buen tema de meditación no solo para los que ocupan puestos dignatarios sino para el común de los mortales con mayor incidencia en los que nos profesamos cristianos. Un somero examen arrojará que todos tropezamos en la misma piedra: "la prepotencia"