El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 20 de octubre de 2016

La preocupación ecológica desde los santuarios

El día 13 de octubre el coordinador de los santuarios de Mallorca me invitó a dirigir unas palabras sobre la preocupación ecológica vista desde los santuarios. Los oyentes eran un grupo de sacerdotes y laicos encargados de gestionar material y espiritualmente los diversos santuarios de Mallorca. He aquí un amplio extracto.



El papel funcional de los santuarios

En el Antiguo Testamento los santuarios tienen un notable relieve. Son lugares privilegiados de encuentro con Dios. Pero también conviene saber que la revelación bíblica evoluciona y las relaciones entre Dios y el pueblo se espiritualizan e interiorizan. Progresivamente se toma conciencia de la presencia de Dios en el ámbito de la vida de la persona y el pueblo. El acento se desplaza sobre el encuentro personal más que sobre el lugar donde acontece. Se hablaba a menudo del templo, el santuario, el desierto y de Jerusalén. Sin embargo, desde que Cristo ha resucitado estos sitios son meramente funcionales. El Cristo presente en la comunidad deviene el único y definitivo santuario. 

No hay lugares sagrados que nos garanticen la presencia de Dios y menos que podamos manipular esta presencia. ¿Entonces el santuario deja de tener sentido? En la peregrinación el objetivo no es tanto el lugar geográfico cuanto el evento salvífico. La peregrinación debe ser considerada como un evento que se inscribe en la historia de la salvación teniendo bien presentes sus dimensiones memoriales y escatológicas. 

Por otra parte la historia necesariamente implica el espacio. Los acontecimientos necesitan de la historia y de un espacio donde acontecer. De hecho la Iglesia es el Pueblo de Dios en camino, que transcurre en el espacio y el tiempo. Esta estructura forma parte de su esencia. Hay que tener bien presentes la historia y la geografía, coordenadas que remiten a los hechos acontecidos a unas personas determinadas. Apuntan, pues, a una lengua, unas costumbres, unas vivencias religiosas. 

Afirmamos que no hay lugares sagrados que garanticen la presencia de Dios ni su protección, como pretendían los judíos respecto del templo. Ya los profetas lo dejaron claro. Ahora bien, sí hay lugares donde han sucedido vivencias y experiencias y que tienen un carácter funcional relevante. Lugares donde la gente se encuentra, recuerda los antepasados ​​y admira la naturaleza del entorno. 

La naturaleza bien puede considerarse un mensaje sacramental. Es un primer paso en el diálogo que la persona establece con el misterio. Después quizás sigan otros. El paisaje, con todo lo que lo configura —las rocas, los árboles, el cielo azul, el mar, los barrancos— son vestigios, huellas del Absoluto. Ante la naturaleza del hombre se siente pequeño, ante la belleza se extasía. Es una experiencia religiosa típica de la dependencia y de la epifanía. Recuerda el bien conocido tremendum et fascinans. 


Muy a menudo los santuarios se instalan en la cima de una montaña Hay unas razones para ello, muy arraigadas en el alma de los habitantes del lugar. Conviene tenerlo muy presente en la pastoral. Peregrinación, santuario y ecología no deben andar separados. 


El santuario y el paisaje que lo rodea 


El santuario no urbano desvela e intensifica la emoción de la persona (cristiana) ante la creación. Aunque el cristianismo sea una religión más histórica que natural, deja sin duda lugar para la admiración de la naturaleza. El paisaje, que en último término nos remite al Creador, es una ventana que nos permite entreverlo. Quedamos así liberados del urbanismo asfixiante, del sedentarismo empedernido para experimentar la belleza del paisaje, junto con el gozo de la fraternidad, tal vez de la mesa común y de la oración. 

El santuario normalmente sintoniza profundamente con el paisaje del entorno. Y lo mismo cabe decir de muchos monasterios. En cierto modo culminan y consagran el entorno donde se han construido. Miradas las cosas en perspectiva, se puede afirmar que los paisajes de Europa se han humanizado y cristificado gracias a los santuarios, ermitas y oratorios sembrados por los cuatro puntos cardinales a lo largo de siglos. Espacios inhóspitos han ido adquiriendo un rostro humano que tiende a devenir cristiano. 

La cultura impulsada por la sed de tener sin límite da como resultado la expoliación y destrucción de la naturaleza, mientras que la cultura contemplativa y genuinamente cristiana la hace transparente hasta vislumbrar el misterio de la creación. El santuario es el resultado final de un paisaje y un edificio. La naturaleza y la técnica se dan la mano de manera fecunda y amistosa. 

En este contexto bueno será recordar las palabras de Juan Pablo II cuando visitó Montserrat. Para él los valores de la peregrinación se unen a los hechizos de la montaña. El cielo se funde con la tierra. Considera que Montserrat, como otros monasterios, es la irrupción de Dios en la historia humana. Ello en consonancia maravillosa con esta vocación tradicional y siempre actualísima de todos los santuarios de ser una antena permanente de la buena nueva de nuestra salvación. El ambiente invita irresistiblemente a la oración, una necesidad para los peregrinos que han subido la montaña. El cántico al Creador brota espontáneo en los labios: es un deber de agradecer con amor filial sus dones generosos, también en nombre de nuestros hermanos... Que la montaña santa, Señor, sea bosque de olivos, sea sacramento de paz. (07-11-1982). 


Las peregrinaciones son una constante de la historia de las religiones porque derivan del dato antropológico: el deseo de adentrarse en la naturaleza, de pisar unos lugares donde los antepasados ​​tuvieron fuertes experiencias de Dios y donde quizás ocurrieron hechos que los marcaron intensamente. Nada de extraño que el cristianismo también aprecie la peregrinación y el santuario. 

Conviene tener presente que el santuario implica a menudo la peregrinación y ésta remite a un simbolismo muy rico: el camino del peregrino apunta al viaje interior, implica la conversación entre los compañeros de ruta, el alimento que se comparte, la oración, la contemplación silenciosa. 

En cuanto a la contemplación y la admiración de la belleza que irradia la creación contentémonos con mencionar a Ramon Llull y los primeros franciscanos. Decía Dostoievski que no podemos vivir sin pan, pero tampoco sin belleza. Una belleza que es más que estética, pues contiene una dimensión ética y religiosa. Afirmaba el autor que "Jesús era un ejemplo de belleza y la inyectó en el alma de la persona para que a través de la belleza todos se sintiéramos hermanos". Dejó escrita la tan citada frase: la belleza salvará el mundo (En el libro el idiota). 

Por su parte el Papa Francisco ha dado gran importancia a la vía pulchritudinis. El mensaje debe ser bueno y justo, pero también bello, pues sólo así llega al corazón de las personas y suscita el amor (La alegría del Evangelio, 167). 

Es necesario que el Occidente recupere las dimensiones estéticas de la fe y del sentido de la fiesta. Mientras algunos —afectados por el pesimismo o el maniqueísmo— parecen pensar que las cosas o los acontecimientos no pueden ser buenos si son agradables, hay que afirmar que la belleza forma parte de la bondad. Porque la bondad es bella. 

Es habitual hablar de Dios como Creador. En cambio, se habla mucho menos de Dios que descansa (el día del sábado). Pero el descanso contemplativo y admirativo es la culminación de la actividad creadora. Después de crear, hay que admirar y descansar. Dado que los hombres somos imagen de Dios también debemos ser creadores / creativos, pero no menos ociosos en el sentido de admirar las cosas y comportarnos con respeto ante lo que Dios ha puesto en nuestro camino, así como de lo que los antepasados nos han legado. 

Muchas aplicaciones se derivan de un tal pensar. El tiempo libre no debe ser contaminado con el negocio que, como reza la etimología, es la negación del ocio. Cuando la contaminación llega entonces no tenemos tiempo para nada que valga la pena. En lugar de contemplar la naturaleza miramos la televisión. En lugar de andar se hace footing. El deporte no es motivado por el placer, sino por afán de aumentar el músculo. 

Una tal contaminación con frecuencia se resuelve con la agresividad contra la naturaleza. En conclusión: tenemos que vivir más contemplativamente, más en contacto con la naturaleza que relaja y proporciona placer. El santuario tiene su lugar en esta nueva perspectiva. Es todo un paradigma de lo que debería ser la vida humana en el planeta.

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