El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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viernes, 20 de enero de 2017

Declaraciones e incontinencias

Entre las numerosas enfermedades que aquejan al ser humano hay que contar con la que impulsa a declarar más de la cuenta. Se trata de un impulso incontrolable que actúa en las cercanías de un micrófono, una cámara o el bolígrafo del periodista. El individuo en cuestión es muy capaz de declarar incontinentemente, por más que el objeto a que se refiere se halle muy lejos de sus conocimientos y habituales preocupaciones. Se diría que acaba declarando contra su propia voluntad.

Y, claro, al día siguiente no raramente cuaja una pequeña tempestad en torno a las declaraciones extemporáneas o inexactas. Al declarante le toca matizar, volver atrás, decir que se le interpretó mal o sencillamente —y muy recomendable— confesar a las claras que se equivocó.

De seguro vale más tarde que nunca. Mejor enmendar que sostener el error. Pero ello no quita que el mal esté hecho, que la población se preocupe indebidamente y sospeche más de la cuenta de sus ya suficientemente denostados gobernantes. El malestar —o peor, tal vez, el pánico— ha hecho presa en la población. La raquítica vanagloria de asomar el rostro por la pequeña pantalla o de lanzar las ondas vocales al aire ha podido más que la sensatez.

Por lo demás, a fuerza de acumular declaraciones, los medios de comunicación terminan por ser instrumentos repletos de palabras, que se refieren a intenciones o buenos propósitos. ¿Y los hechos? Habría que invitar a un experto a medir el volumen de las informaciones que se refieren simplemente a declaraciones. No me extrañaría que se llevaran un ochenta y tanto por ciento. Los titulares suelen referirse a lo que tal personaje dice u opina. Muchísimo menos a lo que hace o ha hecho.

Excesiva verborrea
El asunto es penoso. Excesiva verborrea para tan escasos acontecimientos. Tanto más penoso cuanto que nuestro protagonista anda convencido de que lo que piensa es noticia. No porque sea de mayor o menor trascendencia. No. Sencillamente porque lo piensa él. Si, encima, el hombre tiende a la mediocridad, ya dirán ustedes el drama de los medios de comunicación social que desean relatar hechos contantes y sonantes. Hechos y no ruedas de prensa, declaraciones y comunicados...

Es de toda conveniencia que la población se acostumbre a calibrar lo que se le dice por las palabras mismas, independientemente de su procedencia. Que cada uno escuche mucho y filtre poco. O, en todo caso, filtre lo justo, lo que vale la pena asimilar. Lo que merece la confianza. Nada de pagar tributo sobre el altar de la fama. Los títulos de quien habla no mejoran los contenidos de cuanto expresa. Más bien al contrario: los contenidos de lo que comunica prestigian los títulos que pueda exhibir.

Declaraciones para salir del aprieto
Otra vertiente del asunto consiste —y apunto con el dedo a la administración— en gastar ríos de tinta y palabras en cantidades industriales a propósito de determinados temas sobre los que, de todos modos, no se piensa actuar. Simplemente, quien habla lo hace para salir del paso. Adopta, quizás, expresión de gravedad o firmeza, para sintonizar con sus oyentes. Habla con el tono que le gustaría a él escuchar si se hallara entre el auditorio y otro fuera el declarante.

Cíclicamente, aparentando una justísima indignación, se refieren algunos funcionarios a las medidas que tomarán respecto de bandas violentas, gente de malvivir, conductores irresponsables… Imprecan a los culpables. Amenazan con regular estrictamente el uso de las armas de fuego. En cuanto a los corruptos, dicen, tienen los días contados. Compruebe por sí mismo el lector cómo en el año recién iniciado acontecerá lo mismo que en los pasados.

A las armas de fuego se extienden como mancha de aceite. Hay que ponerles coto dicen a una los rostros que aparecen por la pequeña pantalla. Cuantas más circulen, más muertes se producirán. Que se decomisen, que se regulen con mayor rigor. Tales cosas, entre muchas otras, se dicen ciertamente. ¿No les suena la letra? Pues las escucharán otras muchas veces. Y aplomados funcionarios volverán sobre el particular con idénticas palabras, amenazas y exhortaciones. Al tiempo.

Tal parece que estamos jugando a declarar, a escribir artículos ocurrentes o indignados, a llenar páginas de periódico. Visite el lector alguna hemeroteca y compruebe con creces cuanto lee en los presentes párrafos. Verifique, de paso, cómo hay multitud de temas que saltan a las primeras páginas, apasionan a los lectores, se desarrollan en un clímax prominente...y luego se desvanecen sin solución ni resolución. El crimen queda sin responsable. El juicio terminó, para la prensa, a mitad del proceso. De la adolescente desaparecida nunca más se supo...

¿Será verdad —más de lo que uno sospecha— aquello de que la vida humana es un sueño, una comedia, un papel que a uno le han asignado? Uno es periodista y escribe. El otro es funcionario y declara. El de más allá es vanidoso y asoma el rostro por la pequeña pantalla. El que tiene un pleito publica un comunicado para expresar la injusticia de la que es víctima. ¿Interesa la verdad pura y escueta? ¿Nos indignamos realmente ante el crimen o todo permanece en el rictus del rostro contraído por unos minutos?

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