El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 10 de enero de 2017

El hechizo de la queja

Es un hobby extendido el de la queja. Un deporte profusamente practicado. Se diría que muchos mortales son incapaces de desgranar el día a día sin acudir a la queja. Hasta los usos del lenguaje ratifican estas afirmaciones.
Le preguntan a uno cómo le va en tal asunto. Y dado que le va bien, pero es adicto a la queja y a la lamentación, contesta: “la verdad, no puedo quejarme...” Es decir, a él lo que le agradaría es poder quejarse, pero las circunstancias no dan para ello. Es una verdadera lástima que no pueda quejarse con lo que disfruta haciéndolo.
No se resignan a abandonar el lamento
La tarea que lleva entre manos le va bien, quienes se mueven alrededor lo saben y, por tanto, no puede quejarse. No puede quejarse desgraciadamente, porque a él le encantaría. Y ya que no puede quejarse, al menos no renuncia al derecho de quejarse de que no puede quejarse. Una laberinto gramatical y conceptual, afín con el embrollo mental del sujeto.
Claro que en ocasiones uno no se queja porque no le dejan. Puede que la queja atraiga severos castigos sobre la cabeza del ciudadano, dado el régimen político del país o las circunstancias en que vive inmerso. Cuentan de un judío que llegó a Israel como emigrante y con el deseo de comenzar una nueva vida. En el mismo aeropuerto le entrevistaron. El periodista le preguntó acerca de su nivel de vida en la Unión Soviética, de su actividad laboral y el sueldo anejo, acerca del margen de libertad de que disfrutaba... y acerca de otras muchas cosas. Cansina y lacónicamente el entrevistado respondía: “no me puedo quejar”.
El reportero perdió la paciencia y le espetó: “entonces, ¿para qué viene a Israel”? Y la respuesta: “porque aquí sí me puedo quejar”. Se trata de un chiste cuya gracia radica en su ambigüedad y que se difumina entre la inventiva y la realidad. Pero permite sacar la conclusión de que al personal le fascina poderse quejar.

¿Por qué la queja produce esta leve, pero grata sensación? Posiblemente porque de este modo uno descarga la culpa de sus propias tribulaciones en otras personas. Lo de menos es de lo que uno se queja y a quién. Lo de más, que se puede quejar. Es un alivio la queja. Hasta permite sentirse más importante. A juzgar por lo que venimos diciendo, tal parece que vale la pena aguantar un rosario de desgracias si a la postre el lamento y la queja pueden fluir gozosamente de los labios.
Llaman poderosamente la atención algunos diálogos en que los participantes pugnan por sobresalir a causa de alguna desgracia. Aumentan y exageran las dolencias como si el que más acumulara fuera a ganar una copa o un honroso diploma. Hablan de sus males y maleficios, de las enfermedades que ni los más afamados doctores son capaces de atajar. Contabilizan las operaciones quirúrgicas, enseñan las cicatrices cual si de trofeos se tratara. La última palabra, la que cierra la boca a los contrarios la dice en tono victorioso quien alega estar definitivamente desahuciado por los doctores.
No saturar el medio ambiente de lamentos
Posiblemente el lector ha sacado de antemano la conclusión de los párrafos precedentes. Conviene mantenerse al margen de abonar un terreno ya suficientemente fecundo en toda clase de llantos, quejidos, suspiros, gimoteos y jeremiadas. De lo contrario crearemos un ambiente poco propicio para el gozo y el asombro que, sin embargo, constituyen sentimientos más propicios para emprender la marcha hacia un sereno compartir.
En los inicios de un nuevo año resultaría beneficioso para todos no rellenar los diálogos con quejas ni suspiros innecesarios. Cuando a uno se le pregunte cómo le va, por mera rutina, como una manera de saludar, no es necesario que el interlocutor responda con una retahíla bien surtida de los males que le aquejan. También esta actitud contribuirá a la mejora del medio ambiente psicológico en el que nos movemos.
Pueden encontrarse sin dificultad sentencias a propósito de la queja. Baltasar Gracián decía que “la queja trae descrédito”. Sí, como los malos perdedores que inevitablemente le atribuyen su derrota al árbitro. “Nacemos llorando, vivimos quejándonos y morimos desilusionados”, sentenciaba Thomas Fuller. Y acabo con una frase de cosecha propia: quejarse es el hobby favorito de quienes carecen de proyecto propio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un comentario al vicio de quejarse muy realista, a la vez que bien expresado. Literatura actual y atractiva.

Unknown dijo...

estic d'acord que queixar-se massa és un vici i que pot contaminar l'ambient.

Però matiso que alguna vegada una queixa personal, sense exagerar-la,pot convidar l'interloocutor a expressar la seva i a crear amistat i comunió-

però convido a la rèplica d'aquest comentqri