El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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sábado, 12 de agosto de 2017

El mar: metáfora, poesía, inspiración...


Vista del mar desde la ermita de S. Lorenzo 
En verano se impone un protagonista que asoma en todos los ambientes: el mar. Las conversaciones gravitan en torno al sol y la playa. Los recursos de la propaganda turística apuntan a los niños jugando en la arena. Pisos cercanos a la playa, hamacas, toallas, bañadores, chiringuitos… elementos que en numerosas zonas ya conforman la clásica estampa del verano y el mar.

He tenido oportunidad de contemplar el mar durante largos ratos. El mar de una cala de Mallorca (Tuent, cercano a la más conocida La Calobra). Siento la necesidad de escribir unos párrafos sobre el mar, pero no el de los turistas aliados con las agencias de viajes, preocupados por los alquileres de pisos y la comida servida en los grandes hoteles. Deseo poner unas ideas en negro sobre blanco a fin de transmitir algo del alma profunda que embarga las aguas marinas. 

El mar ha sido protagonista de varias películas. Recuerdo vagamente una en que el deseo de contemplarlo le empujaba a un niño o adolescente hasta la orilla, sin reparar en dificultades ni contratiempos. Le movía al individuo una fuerza, un sentimiento cuya expresión cabal no se le puede exigir a un autor de cine o de novela. Sencillamente, hay sentimientos y emociones que no se dejan atrapar por las palabras y desbordan las mismas imágenes. Sin embargo, quien tiene ojos penetrantes es capaz de ir más allá de las imágenes y las palabras para sintonizar con lo que el autor pretendió expresar sin lograrlo. 

La aterradora belleza del mar

Difícil expresarlo, sí, pero el mar les produce a unos un enorme respeto por su grandeza y majestad, por su enorme extensión. El observador se confunde y se le pierde la mirada en la inmensidad azul. Ante el mar se le despiertan quizás sentimientos de temor. Sus olas incesantes y tozudas, su masa de agua incalculable le hace sentir pequeño e impotente. 


Los antiguos hablaban del “horror vacui”. En efecto, el vacío puede producir un sentimiento de pánico. Y el mar no está vacío, pero tampoco es sólido ni controlable. A poco que se exponga, uno se hunde entre la espuma de sus olas. El vacío y la nada engendran vértigo. 

El mar se muestra indómito exhibiendo sus olas rebeldes y contumaces. En cambio, se diría de rostro amable y acogedor cuando le llega al espectador la brisa suave de sus aguas en calma. Cuando sus surcos acuáticos se doran a causa de los últimos rayos de sol. El mar se muestra de muy diversas formas. Su aspecto es volátil, discontinuo, mudadizo.

La poesía del mar

No es el único sentimiento, el del temor, el que engendra el mar. También produce admiración y llena el alma con un profundo sentimiento de belleza. Fácilmente el mar tiende a evocar al Hacedor —ni yo ni los antepasados lo engendramos— y proyectar en Él su belleza e inmensidad como el arroyo remite a su fuente.

Uno de los detalles que el observador no debe dejar escapar al contemplar el mar es el mudable color de sus aguas. Los destellos que emite danzan al dictado del sol. Desde lo alto de un monte se descubren las muy diversas tonalidades de azul. La línea del horizonte que delimita el mar parece fundirse con la que enmarca el firmamento.


A la placentera visión del mar y el firmamento hay que añadir un plus, el de los olores de los pinos o de otros árboles y hierbas en el entorno. Sin dejar de mencionar las discretas palomas y las distinguidas gaviotas que acuden a besar sus aguas. Ellas picotean acá y allá. Emprenden luego el vuelo con elegancia. 

En una palabra, el mar provoca intensas sensaciones, seduce con su aterradora belleza. Sus olas juegan con el viento. Cuando arriban a la playa sueltan burbujas de espuma y salpican al observador con una especie de neblina mágica. El gusto salobre de sus aguas le es connatural y gracias a la sal que las ha conquistado y sometido, gracias al movimiento continuo de sus olas es capaz de anular cualquier hedor, de sobreponerse a la putrefacción, de esquivar toda purulencia. 

A quienes tienen un tímpano poético el mar les habla con voz sedosa o con tonalidad rabiosa, según el estado en que se halla. Si quien escucha también es capaz de trajinar sus sentimientos al papel entonces puede que permanezcan plasmadas para siempre frases sublimes, trascendentes, repletas de inspiración. Lo mismo nos conducen hacia las honduras metafísicas que nos pasean entre jardines de palabras armoniosas. 

No es tan difícil encontrar páginas de grandes autores que hablan del mar con imágenes luminosas, con metáforas sorprendentes. Autores clásicos y actuales son capaces de conducirnos por las aguas encrespadas del mar despertando emociones dormidas. O estimular el sentido de la belleza al describirnos los hermosos reflejos de las aguas marinas.

La playa de Tuent
Cada escritor tiene un alma que vibra de modo distinto frente al mar. Cada una nos enseña su visión particular del mismo. Hay quien lo hace protagonista de su historia o de sus versos. Otros lo observan con ojos profundos, casi filosóficos. Mientras unos se sirven de él para referirse a la grandeza de la creación, otros simplemente recurren a su potencialidad como imagen o metáfora literaria.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A mí el mar me produce temor. Es curioso que sea masculino o femenino a la vez. Debe ser que psee ambos talantes.

Anónimo dijo...

No entiendo mucho de poesía, pero creo que el autor consigue convocarla en su escrito. Bien es verdad que me gustaría un lenguaje más llano.