El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 14 de septiembre de 2017

Para que Jesús no sea un mito (I)

Un montón de fórmulas, triunfalismos, devociones y discusiones recubre la imagen de Jesús, tras dos mil años. Urge redescubrir la imagen genuina de Jesús y sorprenderle en la espontaneidad del hombre que caminaba por los caminos polvorientos de Palestina, pedía agua junto al pozo y decía cuatro verdades a los meticulosos legistas. De entre todas las manipulaciones realizadas en la persona y el mensaje del Maestro tal vez la que se ha operado con mayor buena voluntad y menos fortuna ha sido la de recluirlo en un marco tan irreal como el de cualquier dios del Olimpo griego.

La atracción de los portentos

Muchas de las cosas que se predican de Él tienen un toque prodigioso y maravilloso en esta perspectiva. Anunciado de modo extraordinario a su madre; nacido por vía milagrosa; rodeado de ángeles cantores de Navidad; manifestado gracias a una estrella itinerante. A este Jesús de nacimiento singular le sigue un Jesús niño y adolescente no menos asombroso. Un ángel se encargará de avisar a los padres para que Herodes no dé con Él. En su adolescencia ya discute sabiamente con los Doctores de la Ley.

Luego, cuando inicia la tarea de predicar la Buena Nueva y se rodea de discípulos, acaece que el cielo se abre y se escucha la voz de Dios. Sus tentaciones no son tomadas apenas en consideración. E trata de un mero expediente para poder demostrar quién es Él y, de paso, ofrecerse de guía en las tentaciones de sus discípulos.

Su vida está salpicada de milagros: da la vista a los ciegos, cierra las heridas de la lepra, apacigua las tempestades. Ni siquiera la muerte se resiste a sus mandatos. Acaba cosido a un madero, tal como lo había anunciado, pero para destacar su esplendorosa y definitiva victoria: la resurrección. Finalmente -para que no quepan dudas de su vida extraordinaria- escala el cielo a lomos de una nube.

Con la mejor buena voluntad se han buscado los elementos más inciertos de los evangelios, a tenor de la crítica histórica, y se han magnificado. Con el mejor de los propósitos se han sacado de contexto sus acciones extraordinarias para destacar lo portentoso, lo asombroso de su vida.

Una vez amañado así el material bíblico —y de nuevo con toda buena voluntad, claro está— el paso de los siglos ha contribuido a desviarlo todavía más. La colección de títulos, a cual más grandilocuente; las devociones y las letanías que lo ensalzan hasta perderlo de vista; las decisiones de la ortodoxia, de trazos cansinos y perfiles difuminados; los rostros barrocos y espiritualizados que han esbozado los pintores una época tras otra…

Una vida de Jesús muy distinta a la nuestra. Las páginas del evangelio que hablan de sus lágrimas, de su enojo, de sus denuncias, de sus angustias, de su libertad frente a la familia, la autoridad… ¿por qué se pasan tan aprisa? ¿Por qué muchos cristianos sienten incluso un cierto rubor de leerlas en voz alta?

 No a la taxidermia religiosa

Sin embargo, es justamente en tales páginas donde mejor podemos descubrir el perfil de un Jesús que tiene mucho que ver con nuestro vivir y peregrinar. Un Jesús al que se puede seguir, sin renunciar a la tarea de anteaño. Todo cuanto Jesús hizo y dijo fue para nosotros. Ahí radica la verdadera clave de la lectura evangélica. Luego hasta los hechos prodigiosos deberán leerse a esta luz, pero de ninguna manera acabe pensar que lo importante de Jesús radica en lo asombroso y pasmoso de los hechos, de modo que lo menos milagroso de su vida se reduzca a material de relleno.


Jesús no es una leyenda que se pierde en la noche de los tiempos, ni un mito del cual se desconoce el lugar y la fecha de nacimiento. Se puede señalar con el dedo en el mapa el lugar donde Jesús nació y vivió. Sabemos quién gobernaba el país cuando vio la luz y cuando expiró en la cruz.

El Reino que Él predicaba no era extramundano ni atemporal. Sus exigencias éticas no afectaban sólo los pliegues más íntimos de la persona, sino que apuntaban a las relaciones sociales de cada día. Jesús tenía un corazón manso y humilde, pero ello no era obstáculo para denunciar con nombres y apellidos. Habrá que recuperar al personaje, rescatándole del mundo de la fantasía, la leyenda, el mito.

La taxidermia es una ciencia que cambia a los seres vivos en bellos ejemplares, pero opera con cadáveres. Éstos se parecen en todo a los seres vivos, no les falta ni un detalle, sólo que están muertos. En ningún caso está permitida la taxidermia religiosa que trata de conservar a Jesús disecado, exaltado, al margen de su quehacer histórico. Un Jesús al que no se puede o no se quiere seguir en el quehacer de su historia bien concreta y palpable, es en todo igual al Jesús vivo, pero está muerto en el corazón del creyente.

Seguir a Jesús hoy equivale a luchar por lo que Él luchó, a ver el mundo con sus ojos, a asimilar sus criterios, a experimentar la miseria con sus sentimientos. Decididamente un Jesús así tiene que ver con la escasez de arroz, con la criminalidad, con la falta de agua, con las viviendas indignas. Éste es el alcance de la Buena Noticia.


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