El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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viernes, 20 de febrero de 2009

La dichosa campaña de "los autobuses ateos"


Desde hace unas semanas se ha suscitado una polémica con derivaciones agrias, humorísticas, filosóficas y casi siempre viscerales.  Trata acerca de si Dios existe o no. Porque se da el caso que muchos no le han visto, otros declaran que nada tienen que agradecerle. Los de más allá alegan que se trata de una hipótesis descabellada. Los de más acá consideran que no es al ateo, sino al creyente a quien corresponde demostrar la célebre hipótesis. 

La chispa que encendió la hoguera de la polémica fue una pancarta que se subió a un autobús. Rezaba así -perdón por la inoportunidad del verbo- “probablemente Dios no existe. Despreocúpate y disfruta de la vida”.

Vamos a obviar la segunda parte de la frase, si bien para muchos lo preocupante sería que Dios no existiera. Justamente entonces el deslizarse de los días tendría visos de pesadilla y ofrecería un horizonte depresivo.  

Resulta extraño eso de dictaminar algo tan trascendental, como la existencia de Dios, anteponiéndole el adverbio “probablemente”. Intuyo que algún fallo de lógica inutiliza el enunciado.

Pongamos que Dios no existe. Pero entonces, ¿a quién asignar la tarea de que el firmamento se encienda cada noche y que los niños sonrían cada día? ¿Quién puso ahí la materia comprimida e incandescente unos segundos antes del agasajado bing-bang? ¿Cómo explicar que el amor de un hombre y una mujer derive en una miniatura encantadora, con alma y corazón, que vincula a los progenitores de modo irremediable?

Quizás Dios no exista, pero la estética sublime de la música de Mozart, la dulce melancolía de un ocaso, el abrazo del amigo, el hechizo de una mirada límpida y agraciada requieren que se les tribute el debido agradecimiento. Porque hay que ser agradecidos con los dones recibidos, como es preciso buscarle sujeto al verbo y lógica a lo que acontece.

Si no hay alfarero, ni arquitecto ni diseñador, ¿de dónde surge la necesidad de comulgar con algo -mejor Alguien- que colma de gozo y desborda de paz? ¿Y cómo explicar el Consuelo que sigue a la vera del caminante cuando todo se desmorona?

La hermosura y la grandeza que nos rodea es fruto de una enorme casualidad, se dice por ahí. Pues en tal caso déjennos rezarle a la casualidad y depositar flores en este altar. Porque en tal caso probablemente la casualidad sea el seudónimo de Dios.  

Una penúltima consideración. En nombre de ese Dios “que probablemente no existe”, miles de misioneros, religiosos y laicos, se ocupan de los desheredados del mundo, de los enfermos de sida, de los hambrientos y los perseguidos… Ellos suelen permanecer en el país cuando los demás lo abandonan si la situación se pone fea. Y ya es casualidad que en nombre de ese mismo Dios dudosamente existente Cáritas alimente a numerosos seres humanos que la crisis ha dejado a la intemperie.

Punto final a estas breves consideraciones. Convendría contemplar también una posible alternativa a la duda que nos persigue. Es probable que alguien tenga atrofiada la facultad de percibir la Trascendencia, como hay quien carece de sentido musical o tiene arruinadas las papilas gustativas. Todas las alternativas deben ser contempladas para proceder con el máximo rigor.

Postdata: el asunto es demasiado serio para convertirse en objeto de frases publicitarias. Pero nuestra sociedad tiende a resumirlo todo en un título. Evidentemente con ello pagamos un alto tributo a la frivolidad. De haber vivido en nuestro tiempo más de uno le hubiera aconsejado a Sto. Tomás que, en lugar de escribir gruesos tomos de teología, se limitara a plasmar una frase chillona en la superficie de una pancarta.

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