El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 1 de marzo de 2009

La fe ha dejado de ser pacífica posesión

La vivencia de la fe, para quien mira a su alrededor, ha dejado de ser una conquista sosegada y pacífica. Lo fue durante muchos siglos en los que bastaba con seguir la corriente general. Ya no. Numerosas y complejas son las causas que explican el hecho. Me limito a enumerar algunas.

1. El ambiente laicista en su vertiente más dura, que por momentos se colorea de ateísmo militante, lleva a cabo una lenta, pero implacable erosión de la fe. De pronto las cosas ya no están tan claras. Y quien se dejó llevar por la corriente de una fe generalizada ahora no tiene inconveniente en engrosar las filas del agnosticismo.

2. Los medios de comunicación no raramente se ceban en los creyentes y dan por supuesto que la fe tiene las horas contadas. La humanidad ya es mayor de edad. Las tertulias y paneles no cejan en señalar con el dedo el más pequeño desliz de los connotados hombres de Iglesia. La campaña de los llamados autobuses ateos es un buen ejemplo de cómo la corriente que prescinde de Dios -o se siente incómoda con cuanto se relaciona con Él- no pierde oportunidad para presentar sus credenciales. Hay entrevistados que se apresuran a decir, antes de que se lo pregunten, que ellos no creen en Dios. Un tal clima, indudablemente obliga al creyente a subir una empinada cuesta.

3. Los más jóvenes no sintonizan con el lenguaje que usa la Iglesia, ni con sus gestos o símbolos. Cierto que la renovación no es un plato frecuente en su menú. Y no vale remitirse al dogma o a la Tradición en mayúscula. Antes de llegar a estos topes se podría hacer mucho más. Por si fuera poco hay datos que producen escalofríos en nuestra sociedad, como el veto de las mujeres en diversos frentes. Se entiende entonces que algunas encuestas arrojen el resultado de que la Iglesia es la Institución menos apreciada de la sociedad.

4. Habrá que reconocer que numerosos feligreses han optado por partidos de derecha y tienen escasa sensibilidad por los emigrantes, por un mejoramiento de la justicia social, por la ecología, por el mundo del trabajo. No sólo están por tales opciones -algo muy legítimo, después de todo- sino que pretenden vincular las mismas con la fe. Parecieran sostener que fuera de la derecha no hay salvación. Y, claro, dan pie para que otros ciudadanos de opciones diversas se refieran al contubernio político-religioso y pongan a curas y políticos de derechas en el mismo saco.    

5. Hay creyentes, escrupulosos practicantes, que no se mueven por las bienaventuranzas ni la buena noticia del evangelio, un Dios Padre benevolente, sino por temor. Viven con una permanente losa encima del alma. Harían, pero no se atreven. Dejarían de frecuentar la Iglesia, pero le temen a un eventual más allá. Obviamente una tal postura deforma y tergiversa el universo de la fe. No la hace en absoluto atractiva a quienes salpica este modo de entenderla. Se les antoja opresora, por más que les digan que es liberadora.    

6. Sabe mal decirlo, pero tampoco es honesto silenciarlo. Hoy día numerosos cristianos, particularmente los más inquietos o más en la base, no comulgan con ciertas posturas tomadas por la jerarquía. Ni con su lenguaje ni con su talante.  Creen que ya debe renunciar a todo protagonismo y no aferrarse a las pequeñas cotas del poder que mantiene con uñas y dientes. Piensan que no debería pronunciarse con tanta seguridad sobre temas discutidos y discutibles. Resultaría más ejemplar una actitud de búsqueda y diálogo y no tratar de imponer ideas o leyes que los ciudadanos rechazan. La misma imagen pública que ofrecen es lamentable: mayoría de miembros de edad avanzada, rostros adustos, ropas negras, facciones agrias, pronunciamientos tajantes, vestimentas obsoletas… Una tal imagen desagrada a muchísimos miembros de la sociedad.  

7. Algunos escándalos dados por agentes de la Iglesia añaden más leña al fuego. Hechos de pederastia que cierta prensa no se cansa de divulgar a lo largo y ancho del mundo, asuntos de dinero más bien turbios… Las tertulias de la radio y la Televisión toman pie de todo ello y acaban dando la impresión a los oyentes de que la Iglesia no es más que un gigantesco fraude. Si a todo ello se añade que la llamada emisora de los obispos tiene como emblema a locutores estrella que destilan rencor, siembran insidias y no se cansan de insultar a diestra y siniestra... ya dirán qué simpatías puede despertar la situación en los que de entrada no simpatizan con la Iglesia.    

8. Luego están ciertas formulaciones de tipo moral, particularmente en el terreno sexual, y dogmático (o que se pretende tal). No siempre y en cada caso las cosas resultan tan claras. Se trata de puntos que llevan al creyente a una espinosa situación. En especial si  reina a su alrededor una permisividad sin trabas, si el personal se jacta de las más aberrantes actuaciones. Y si llegan a sus oídos sonrisas maliciosas respecto de determinados artículos de fe.

Motivos para no desertar

1. Está claro que hay muchísima gente buena en la Iglesia. Son Centros católicos, sobre todo de religiosas, los que atienden a la mayor parte de enfermos del Sida en África. Y cuando los políticos o comerciantes huyen del país porque escuchan rumores de guerra, muchos misioneros y religiosas permanecen al pie del cañón. Es de una claridad meridiana que Caritas alivia a mucha gente que pasa por el túnel de la crisis.

2. Está claro que el atractivo de la personalidad de Jesús de Nazaret no está en declive.  Las bienaventuranzas, la utopía de una sociedad fraternal, de una igualdad sin excepciones, de un corazón limpio, de un rostro que no rehúye la brisa de la trascendencia, constituyen activos no devaluados. Siempre y cuando el individuo no prefiera echarse en brazos de la frivolidad y eludir cualquier reflexión.   

3. Está claro que la Iglesia es la patria, el hogar del creyente convencido. Por más escándalos que se den, no se marchará dando un portazo. Si el ciudadano no abandona el municipio porque el alcalde es un corrupto, el creyente no se da de baja porque entre sus filas se produzcan inmoralidades y habite más de un sinvergüenza. Por lo demás, cada uno carga con el ineludible peso de sus propias miserias. No dejaría de ser hipócrita escandalizarse con excesiva presteza.

4. Está claro, o al menos a mi me lo parece, que el horizonte de Dios ayuda a que la sociedad viva en un contexto de mayor moralidad. Las costumbres suelen ser más moderadas, las ambiciones menos explosivas. Porque el otro no se limita a jugar el papel de mero paciente, consumidor o cliente, sino que adquiere es status de hijo de Dios y de hermano. No desaparecen las humanas debilidades, pero la experiencia de Dios suaviza las aristas de la pasión y le disminuye la desmesura a la ambición.  

Sin embargo… quizás suceda lo que acontecía en el Titanic cuando estaba a punto de hundirse. Los músicos seguían con las partituras sobre los atriles mientras las aguas hundían el barco. Quienes están llamados a encontrar remedios y ser creativos discuten sobre la mayor o menor bondad de los lefebvristas, sobre si misa en latín o en lengua vernácula, sobre si tal gesto litúrgico es más o menos adecuado... Ante tal panorama el personal de a pie, con sensibilidad en las papilas gustativas de la fe, sufre la impotencia y comprueba cómo las vías de agua hacen su entrada en la poderosa embarcación.

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