El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 1 de julio de 2009

Vacaciones, ocio y tiempo libre…

Muchos habitantes del hemisferio norte están ansiando y quizás planeando sus vacaciones. Los universitarios y escolares ya terminaron el curso. Luce el sol y el clima se caldea inevitablemente. Hablemos, pues, del ocio que, por cierto, suele vestir una aureola negativa. Al aludirlo parece resonar en el trasfondo el refrán gruñón aquel: la ociosidad es la madre de todos los vicios. Sería preciso, pues, andar siempre ocupados para evitar la situación de holganza.

Bajo esta percepción puede que esté latiendo la voz de una sociedad fundamentada en el trabajo. La cual siente el ocio como una amenaza, a no ser que el mismo ocupe el espacio requerido para recuperar las fuerzas y volver a la tarea con renovado dinamismo.

Sin embargo, cabe apreciar aspectos positivos en el ocio y las vacaciones. Porque no es un axioma irrefutable que la sociedad deba estructurarse necesariamente sobre el eje del trabajo tal como lo conocemos. Con unos horarios implacables y unas reglas de juego inflexibles. El ocio tiene su valor intrínseco, el de unas actividades generado-ras de placer y disfrute por sí mismas.

La definición de ocio no es compartida por igual. Yo diría, sin mayores complejidades, que es cuanto llevamos a cabo en nuestro tiempo libre y que incluye descansar, dormir, practicar alguna actividad deportiva, leer, ver televisión, salir de paseo, ir al cine, etc.

Importa que las actividades elegidas libremente para vivir el ocio sean ellas mismas generadoras de placer y disfrute. ¿Quién es capaz de imaginar un ocio aburrido y tedioso? Más bien se trataría de un ocio fracasado. Aunque tampoco debe ser confundido con la diversión que meramente remite a risas, playas o alcohol.

Hacer algo por el placer que produce, porque resulta gratificante -sin ser inmoral-: he aquí un buen concepto de ocio. Aun cuando su ejecución exija alguna clase de esfuerzo.

Las ansiadas vacaciones

Ante todo lamentemos profundamente que eso de las vacaciones no entre en el horizonte de muchos ciudadanos. Unos porque están obligados a doblar el lomo de sol a sol. Otros por el motivo contrario: desearían un trabajo que no hallan por sitio alguno. En consecuencia su holganza no participa del concepto al que nos referimos. Dicho esto, las vacaciones -que debieran ser lo normal- pueden ayudar a mejorar las relaciones humanas mediante el diálogo distendido, el juego y la convivencia satisfactoria.

El habitante de nuestras ciudades apenas alcanza ya a ver las estrellas. El smog o el parpadeo de las luces artificiales se lo impiden. Poco a poco ha ido perdiendo la capacidad de admirarse. Quizás la recupere tumbado en la arena, oteando el azul del mar, sobrecogiéndose ante los acantilados, escuchando el rumor de los arroyos y oliendo la fragancia de los pinos.

El tiempo libre invita a asomarse a temas ajenos a los de la propia profesión, que perfeccionan la inteligencia y afinan la sensibilidad. La música, el cine, el teatro, la lectura son actividades pertinentes para esta época.

Estas tareas lúdico-artísticas no pueden olvidarse con la excusa de que hay quehaceres más importantes. De otro modo toma cuerpo la paradoja que ya indicaba el filósofo Zubiri: el mucho quehacer no deja vivir.

La admiración frente a la naturaleza abre una ventana hacia la trascendencia. El cristianismo no es una religión de la naturaleza, pero hay páginas bíblicas que no desdeñan las bondades y maravillas de la creación.

Para un elevado porcentaje de personas el tiempo libre y el ocio equivalen a la diversión y la fiesta. No es lo mismo, no, aunque algo en común tengan. En la fiesta reina la espontaneidad y vuelve a los rostros la risa. La fiesta es absolutamente comunitaria, no hay fiesta para un hombre solo. El ritual de la fiesta está enmarcado por la gratuidad, y a la exigencia de vivir se abre paso el gozo de vivir y de vivir con otros. En cambio uno puede divertirse en solitario: pescando, escuchando música, contemplando las caprichosas formas de las nubes tumbado sobre la hierba de un pinar.

Una referencia devota y una paradoja

Acabemos con una referencia más devota, y no por cumplir el expediente, sino porque también se vincula con el tema que nos ocupa. El domingo es el Día del Señor. Su señorío se festeja fundamentalmente en la celebración comunitaria de la Eucaristía. Es decir mediante la confesión espontánea y comunitaria de la fe, la escucha de la Palabra, el recuerdo de la presencia dinámica de Dios en la historia.

La Eucaristía debiera ser una de las “tareas” más ansiadas y gozadas en las vacaciones y en el descanso del fin de semana. Desde la victoria y la alegría de la Resurrección el creyente puede mirar con serenidad la dureza cotidiana de la vida. Y así no desanimará ante la dureza de un trabajo creador que, sin embargo, cuesta sudor y muerte.

Eucaristía en vacaciones, cuando el cielo estrellado, los paisajes sobrecogedores o de ensueño nos llevan a sobrepasar los usos y sentimientos habituales. En todo caso, olvidar la Eucaristía dominical equivale a no haber entrado en la espiritualidad cristiana del tiempo libre. Y hablamos de algo muy distinto a una extraña obligación. Porque ¿cómo es posible imponer la obligación de sonreír? El resultado probablemente sería una mueca. Pues de igual modo no cabe obligar a vivir gozosamente. Se tratante de una expresión chocante, sino contradictoria.

Una conclusión paradójica como punto final. El tiempo libre resulta más difícil de manejar que el trabajo. Requiere un mínimo de creatividad y una pizca de sensibilidad. Disponer de mucho ocio no aumenta la calidad de vida, a menos que uno se sirva adecuadamente de él. Lo cual necesita del debido aprendizaje. Felices vacaciones.




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