El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 2 de agosto de 2009

Cumplir años....

El día del cumpleaños suele asociarse a las felicitaciones, saludos, obsequios, así como a los consabidos festejos con torta incluida -o bizcocho en otras latitudes-. Pues no ha sido así este año para mí ni en la mayor parte de los que ya quedaron atrás. Se da el caso de que en esta época del año suelo estar fuera de casa y en circunstancias no habituales. En este último cumpleaños (el 29 del pasado julio) he participado, y en parte organizado, un ciclo de conferencias en la cima de la montaña de Randa (Mallorca).

No soy proclive a recordar a los compañeros este día. Será por un exagerado pudor o porque se me antoja menos decoroso eso de mendigar atenciones. Los demás también se encuentran desplazados de la rutina diaria y nada extraño que no hayan reparado en ello. Aunque sí he recibido un buen número de felicitaciones de amigos registrados en el facebook, a través del correo electrónico y algunas por teléfono.

El anonimato, por lo demás, no me desagrada. Y en absoluto me entristece que a mi alrededor no se haga mención de la fecha. También pasó desapercibido mi cuarto de siglo de vida presbiteral y nada hice en su día para revertir la situación. Años atrás quizás este hecho me hubiera entristecido. Ya no, uno va curtiéndose con el tiempo. Y, después de todo, no tengo derecho a reclamar ser el centro del grupo aunque sea por unas horas. O las felicitaciones surgen de modo espontáneo o mejor cerrar un ojo.

La noche anterior al cumpleaños tuve unos momentos de intensa paz. Me sumergí en un estado -ni racional ni irracional- desde el que evocaba numerosos hechos y sentimientos de mi pasado. Tal vez me acercaría a la definición del momento si aludiera al estado a que se refiere el budismo cuando alude a una intensa concentración sin que, al mismo tiempo, nada concreto registre el pensamiento ni la emoción.

El hecho es que desde la cima del monte donde residía se aprecia una vista maravillosa. Un panorama como debe percibirlo el águila o el pasajero cuando el avión se dispone al aterrizaje, pero todavía permite un amplísimo ángulo de visión. Era una noche veraniega en la que se experimentaba una gratificante brisa. Abajo en la llanura se divisaban multitud de lucecitas que indicaban la presencia de casas y carreteras. En lo alto del firmamento lucían pocas estrellas, pero sí una luna rotunda y ensoñadora.

Un año más… y van 63. ¿Qué grado de maduración he obtenido? ¿He sido útil de verdad a otros a lo largo de la vida? ¿He sido feliz? ¿Qué me espera? ¿Una vejez sin demasiadas dificultades de salud o atada a una silla, dependiente de otros? ¿Se me agriará el carácter o tal vez ejerceré de benéfico patriarca con quienes se encuentren a mi alrededor? La respuesta depende de la siembra: en buena parte uno se construye su propio futuro. Se me agolpaban estos pensamientos, aunque sin desmenuzarlos. Los evocaba sin masticarlos.

Cuando los años van acumulándose

A propósito de aniversarios, llevo años formulándome la misma pregunta: ¿un año más o un año menos? Difícil la respuesta. Cumplir años equivale a tomar una mayor conciencia de quienes somos y del entorno en que vivimos. Es tanto como percibir si la carga que llevamos a cuestas es leve o pesada. Un año más obliga a dilucidar si somos afortunados o no, si maduramos y recapacitamos. El aniversario nos invita a perdonar al prójimo y a perdonarnos a nosotros mismos por vivir con frivolidad y con excesiva rutina.

Un año más depositado en el saco de la vida equivale a asumir responsabilidades y, en consecuencia, a alejarnos del pequeño niño juguetón que vive en nuestro interior, si es que todavía no lo hemos aniquilado. Cumplir años significa pasar cuentas, pero no excluye el soñar.

Los años han sido testigos elocuentes de que a nuestro alrededor existen miserias, injusticias y deserciones. Pero no podemos cargar con todo ello como si nuestras espaldas en exclusiva, cual víctima propiciatoria, debieran sostener todo el peso. Los numerosos males que pululan alrededor no debieran robarnos el gozo ni la sonrisa. Si ya existe tanta tristeza y tanto gesto sombrío en la sociedad, lo que procede es ayudar a disipar estos males y no hacerlos más densos.

Cumplir años es buscar la propia verdad, más que la verdad en abstracto. Es tolerar más y mejor, tolerar los acontecimientos que no pueden variarse y esbozar una sonrisa que tal vez alegre a nuestro compañero de viaje.

Los aniversarios llevan a deslizar el recuerdo hacia aquellos amigos que se fueron y que ha habido que borrar de la agenda. El pensamiento confronta la galería de personajes que han influido en nuestras vidas, una galería en la que topamos con muchas sillas vacías de profesores, cineastas, escritores y músicos que conocimos y admiramos. Incluso nos vemos obligados a constatar que han desaparecido algunos compañeros de camino. Y todo ello no deja de ser un aviso para navegantes.

El cumpleaños invita a vivir simultáneamente sentimientos de alegría, de tristeza, de melancolía. Los años convocan a los recuerdos y, como las cerezas, van tirando de ellos unos tras otros. Claro que también se cumplen años simplemente dejándolos pasar, no muriéndose antes que el calendario marque la fecha convenida. Pero de esta guisa los cumple igualmente el animal y el vegetal.

Desde un punto de vista creyente cumplir años significa dar un paso más hacia el abrazo que Dios Padre nos brindará al final de la vida. Cuando Él mismo enjuague nuestras lágrimas y recoja nuestras sonrisas. Cuando ya no tengamos necesidad de luz porque Él mismo se convertirá en la luz que nos ilumine.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Felicito al autor por la visión tan pormenorizada de un cumpleaños. No pretender ser el centro, me parece bien. Y todavía mejor las reflexiones que se suceden en el artículo. Felicidades, de todos modos, para el próixmo aniversario.