El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 8 de octubre de 2009

Ama/o de casa

Estas últimas semanas he comprendido mucho mejor que el trabajo de un ama de casa es de considerable envergadura. Normalmente el cerebro no registra en profundidad las conversaciones que no atañen directamente a su dueño. Las pasa por alto y se contenta con emitir algún comentario anodino para salir del paso si el interlocutor insiste.

Una gran parte del Producto Interior Bruto del país se sostiene sobre la limpieza, cocinado y planchado diario de las amas de casa. Pues ya me dirán la facha que haría el Director de banco si anduviera por ahí con tres rayas simultáneas en el pantalón, una camisa con un botón renqueante o un agujero en el calcetín. En realidad el trabajo de las amas de casa no puede pagarse con dinero. Porque no se trata de trabajo en exclusiva, sino en la mayoría de los casos de un afecto que fluye sin detenerse.

Exageraré para mejor dar a entender que el trabajo de ama de casa requiere unas dotes no poseídas por todos los mortales. Tiene que saber algo de planificación para que las compras no sean un fracaso. Discernir qué ofertas comprar, cuándo adquirir productos al por mayor o al detalle, qué alimentos caducan y cuáles aguantan. Naturalmente ello implica cierto conocimiento del análisis de costes y de logística de almacenamiento. Y no acaban ahí las cualidades que requiere el ama de casa. A final de mes le toca afrontar un ejercicio de contabilidad avanzada y de gestión de recursos.

Más aún. Cuando la mancha no se bate en retirada, no obstante la energía de los puños del sexo débil (mucho menos débil de lo que se dice por ahí), entonces es preciso acudir a la química aplicada. La buena señora, al cocinar, debe tener en cuenta los gustos del personal y probablemente le toca agenciarse dos o tres menús al mismo tiempo. Cuando los hijos o los mayores se resisten a ingerir los platos -o los ingieren más de lo aconsejable- entonces le toca reprender, convencer o lisonjear según los casos y el sujeto. Es decir, tiene que poseer conocimientos de recursos humanos. Si hay que rizar el rizo digamos que cuando limpia sábanas y toallas conviene que no desconozca alguna técnica rudimentaria acerca de la rotación de stokcs.

No todas las amas de casa son tan dotadas como para desenvolverse a la perfección en este mar de dificultades, pero los lustros de experiencia se posan sobre ellas cual lluvia benéfica y son capaces de terminar la carrera muy cerca de la meta.

He reflexionado sobre el tema porque también a mi me ha tocado por una larga temporada ejercer de amo de casa. Es más duro de lo que creía. Duro y en ocasiones humillante, como cuando no queda más remedio que ofrecer a los comensales una comida parecida al salvado para gallinas. Humillante y poco elegante cuando uno se ve obligado a andar por la calle con más de una raya en el frente del pantalón.

Sin embargo, me parece mucho más humano desempeñar estas tareas que esperar a que una señorita con cofia ponga la mesa y sirva los platos. Esta circunstancia le hace sentirse a uno de otro escalafón. Y cuando permanece algún resto de sensibilidad el implicado siente el gusanillo de la desazón por dentro. Después de todo el hecho de rebuscar en los estantes del supermercado le acerca a uno a la realidad sin tapujos. No es de recibo sentarse a la mesa sin tener idea de lo que vale el bocado de cada día. No lamento haber sido amo de casa.

Objetará alguno si no sería mejor dedicar todas las horas a un trabajo intelectual y que una trabajadora (o trabajador, ¿por qué no?) evite que la ropa sucia se acumule y debajo de las camas vaya aumentando una tenue capa de lanilla. La verdad es que nadie se pasa sentado frente al ordenador 10 horas seguidas trabajando en el mismo tema. El trabajo manual bien puede servir de distracción.

Además, la vida es como un caleidoscopio que ofrece muchas figuras y siluetas. ¿Por qué pasar por ella sin apreciar debidamente los ángulos, luces y perspectivas que permite contemplar?



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