El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 29 de octubre de 2009

“Un Dios cruel y de poco fiar”

Dios es cruel y poco de fiar. Así lo afirma terminantemente el Señor Saramago, premio Nobel de literatura por más señas. El tema de toda su obra va a la búsqueda de este o similares objetivos. Saramago se ha hecho militante, heraldo y predicador laico de esta propuesta. Al final de su larga lucha, sin embargo, confiesa que Dios no existe.

Habrá que compadecer a un señor que se pasa la vida organizando guerras y guerrillas contra una causa que, a la postre, resulta no gozar de existencia real. ¿Por qué este empeño desaforado? Algún lúcido psicólogo deberá contárnoslo después de escuchar al autor tendido sobre el diván. ¿Traumas adolescentes o de juventud? ¿O quizás la pertinaz y testaruda negativa de ignorar las tenues cosquillas que se producen en su interior?

En sus escritos sobre temática bíblica Saramago es contundente a la hora de emitir juicios sobre Dios y su entorno. No estaría mal pensárselo un poco antes de dictaminar y condenar. Los primeros libros de la Biblia tienen una antigüedad de 4.000 años. Ningún estudioso aborda la lectura de libros tan vetustos sin abastecerse de las herramientas necesarias.

No nos cuenta el premio Nobel dónde ha estudiado exégesis, ni la amplitud de sus estudios, ni siquiera el método que aplica a las páginas del libro. Hay motivos serios para dudar que tenga noción de lo que son los géneros literarios y de lo que significa el mito para los estudiosos de la fe. Cuando el discurso toma tintes ideológicos y prescinde totalmente de la crítica histórico-literaria -como sucede en “Caín”, la última novela del autor- sólo se puede esperar que aparezcan inexactitudes, anacronismos y tergiversaciones.

Nada más sensato que prestar oídos a quienes saben, a los expertos. Eso sí, mientras no se confundan los campos. Cada experto sabe de lo suyo. El oculista carece de legitimidad para dictaminar sobre astronomía y el cardiólogo no tiene por qué saber de informática. Es el caso que el señor Saramago sabe de literatura, pero tiene muy rudimentarios conocimientos de exégesis bíblica. Ahí radica el error de nuestro hombre. Al disponer de notables conocimientos de literatura da por descontado que merece crédito en sus elucubraciones bíblicas. Y se cierra en su despacho a escribir con frenesí.

Asegura Saramago que Dios es rencoroso e incapaz de perdonar según la Biblia. Cualquier creyente mínimamente familiarizado con la misma sabe que Dios está dispuesto al perdón en todo momento. Ya el A. Testamento afirma que Dios es lento a la ira y rico en misericordia. No digamos el N. Testamento que hace del perdón uno de sus ejes. Recuerde mentalmente el lector la parábola del hijo pródigo o la del buen samaritano.

Le encanta a Saramago sacar conclusiones de los textos oscuros arrimando el ascua a su sardina. Resultaría mucho más honesto iluminar los textos oscuros con el foco de luz que desprenden los que no necesitan de interpretación alguna.

Las guerras de religión

Otro leitmotiv del conocido escritor es el de que las religiones matan y matan y no saben hacer otra cosa a lo largo de la historia. Digamos en primer lugar que no suelen ser las religiones las causantes de las guerras, sino más bien las excusas de las que se echa mano. Por ejemplo, la guerra del Golfo y otras semejantes nadie las considera, a estas alturas, guerras de religión. Son guerras en pos del petróleo.

Claro, como las religiones provocan guerras y éstas son nocivas, pues hay que eliminarlas, concluye Saramago. Enorme sofisma que, más o menos, se corresponde con el siguiente: el matrimonio provoca en ocasiones malos tratos, vejaciones y crímenes pasionales. Puesto que estos males hay que evitarlos, suprimamos el matrimonio. ¿Quién está de acuerdo con esta conclusión? Pues se lo piense dos veces antes de asentir a la anterior.

Las religiones por sí misma no causan guerras, aunque sí es verdad que algunos hombres que las profesan se han enzarzado en contiendas y crímenes en contra de lo que su fe les sugería. Pero un escritor honrado e imparcial se espera que otee todos los puntos cardinales del horizonte y no que se niegue a mirar el panorama con el que no está de acuerdo.

No se le conocen al señor Saramago páginas que hablen de las grandes tareas humanitarias de la Iglesia. ¿No habrá escuchado de la Madre Teresa de Calcuta? ¿Sabrá que la mayoría de los centros de salud del África subsahariana los dirigen misioneros y misioneras católicos? ¿Se habrá enterado de que en los actuales tiempos de crisis muchos hombres y mujeres hacen fila para solicitar un plato en los comedores que sustenta Caritas?

Hay numerosos hombres y mujeres que alivian las penas de sus contemporáneos porque han decidido seguir los pasos de Jesús de Nazaret. Jesús predicaba a un Dios bondadoso y misericordioso con los buenos y los impíos. Tanto es así que su discípulo preferido se atrevió a escribir: Dios es Amor. Y cabría añadir: Dios es la fuente del amor con el que nos amamos unos a otros.

Quien ama a Dios ama al prójimo. Naturalmente que hay ateos y escépticos que muestran genuino amor a sus prójimos. Pero quizás no logran explicar con la misma claridad que el creyente de qué fuente o pozo sacan el aprecio que ciertamente tributan a sus hermanos.

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