El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 18 de octubre de 2009

Medallistas y medalleros

La noticia de prensa según la cual se ha concedido el premio Nobel de la Paz al presidente Obama ha reverdecido en mi mente y mis sentimientos algunas ideas que reposaban en el desván y nunca había plasmado en blanco y negro. Vaya por delante que nada tengo en contra del mencionado presidente. Por lo demás, poco interesa al personal este extremo. Simplemente tomo pie de la noticia para exponer una breve y prosaica teoría de la medalla y el distintivo.

Hay medallas que no están nada mal y hasta tienen su significado. Quien las otorga las da de buena fe y quien las recibe no carece de méritos. Pero cuando aterrizan una y otra vez en las mismas solapas y no hacen sino aumentar la zona de condecoraciones, cuando justamente son los poderosos y los nombres de primera página en la prensa quienes las reciben… entonces las sospechas saltan como liebres.

Para empezar no deja de ser curioso que los honores transiten siempre por los mismos cuellos y las impongan los mismos brazos. Medallas, condecoraciones, placas, distintivos, insignias, distinciones, honores, galardones, gratificaciones, lauros, laureles, honras, recompensas, homenajes, concesiones, coronas, enaltecimientos, retribuciones, compensaciones… Se trata de papeles y artilugios que en ocasiones deshonran a quienes los otorgan y a quienes los reciben a partes iguales.

El asunto de las medallas tiene mucho que ver con la endogamia. Se reparten entre los rostros de siempre, van a parar a solapas muy conocidas, las imponen brazos ya vistos.¿No será obsceno un tal proceder? Ciertamente resulta antiestético y de muy mal gusto. Los grandes políticos, los hombres de Iglesia vestidos de rojo o púrpura, los presidentes de clubs poderosos, los militares de pro, los mandatarios de lo que sea… siempre tan dispuestos a los honores, los micrófonos y las cámaras. No son ellos, no, los que han construido la Iglesia o el campo de fútbol, han ganado la guerra o han escrito la historia de la ciudad. Pero ellos monopolizan los premios y galardones. Sucede a gran y pequeña escala.

Medallas para que nada cambie, para que los mismos de siempre se turnen por las sendas del poder. Gratificaciones y homenajes para salir en la prensa y para brindar en copas de cristal de bohemia. Honores para que los que no cuentan ni salen en la foto tengan la posibilidad de aplaudir, ya que las únicas medallas que podrán lucir, si tanto se empeñan, deberán comprarlas en alguna tienda de viejos artilugios.

Un lazo al cuello, una caricia en la solapa y ya tenemos montada la farsa. Cruces, placas, estrellas y collares conforman las patrimoniales manías y deseos de quienes habitan los ambientes palaciegos y de quienes rebosan ambiciones calladas. Todo ello bien acompañado de discursos aduladores tan desmesurados como vergonzantes.

A veces se contratan gestores profesionales para conseguir firmas que, a su vez, logren el objetivo de una condecoración. A decir verdad, salen caras ciertas medallas. Y no suele pagarlas el que las ostenta o quiere ostentar. En cualquier joyería habrían salido mucho más baratas.

Si los entresijos de los medallistas y medalleros salieran a la luz pública quizás nos enteraríamos de que el decreto yacente en los archivos reza más o menos así: por discreta indicación del Presidente XX, y de acuerdo con los artículos de la Ley orgánica que se encargó de redactar el servil secretario X, se condecorará solemnemente al mencionado Presidente.

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