El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 2 de marzo de 2010

Sueldos indecentes

De acuerdo. Mientras no organicemos la convivencia ciudadana y estatal de otro modo, necesitamos de los políticos. Motivo por el cual voy a escribir unas líneas con alguna mala conciencia. Porque echar lodo encima de esta clase y decir que todos son iguales -unos ladrones y desvergonzados- no ayuda a crear buen clima entre los ciudadanos.

De ahí mi mala conciencia. Pero tampoco hay que dejar pasar los días y los años callando frente a males estructurales que igualmente socavan la moral de la gente. Porque cuando un pobre individuo en paro o sudando la gota gorda para llegar a final de mes se entera de lo que ganan el grueso de los políticos, hay motivo para la frustración y no me atrevería a negar que, a la larga, también lo haya para la insumisión.

¿Al servicio del pueblo?

Los sueldos de los políticos, sobre todo los más encumbrados, son realmente indecentes. Una provocación. Sí, porque los embuchacan personas que se llenan la boca diciendo que están al servicio del pueblo y que se deben en cuerpo y alma al bien común. Es su vocación y desean cumplirla con honestidad, nos dicen en sus mítines y mientras nos piden el voto.

Pero son ellos mismos, por lo general, quienes se asignan los sueldos en el municipio, en el gobierno o en el parlamento. ¿Existe mayor desfachatez que asignarse uno mismo su propio sueldo pagado con los dineros ajenos? Dicen que es muy conveniente separar los distintos poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Bien. Pues que el legislativo no determine los sueldos de sus colegiados. Y otro tanto se diga de los miembros del ejecutivo.

Se da el caso bochornoso -y a la prensa española de estos días me remito- que los gobernantes quieren revisar los años de cotización de las pensiones. Consideran que deben ampliarse pasando de 15 a 25. ¿Quiénes dictaminarán? Individuos que cotizando a lo largo de siete años se garantizan unas pensiones totalmente desproporcionadas en relación con el resto de los ciudadanos.

Comprendo que las cotas de rencor de los parados suban como la marea. Porque, además, resulta que estos señores que se lucran con los dineros que otros han sudado, con frecuencia se inhiben de acudir al hemiciclo o a las convocatorias del ayuntamiento. A los medios de comunicación gráficos me remito. Escaños desiertos, diputados somnolientos o enfrascados en la lectura del periódico. O también rondando y chismeando por el bar del hemiciclo.

Estos privilegiados a costa del vecindario en ocasiones van escasísimos de estudios y de preparación profesional. Ni se sabe muy bien cuál es su profesión. O se sabe que ejercieron un día de grises abogados o mediocres empleados de cualquier oscura empresa. ¿Creen los lectores que en su vida laboral alguna vez llegarían a embolsarse las sumas desorbitadas que engrosan mensualmente su cuenta corriente?

Entonces nace la sospecha: ¿no será que su tránsito al ámbito político en realidad apunta al lucro, aun cuando se llenen la boca con palabras muy distintas? Y la sospecha corre al galope cuando uno se entera de las mil corruptelas en que tantos y tantos políticos están inmersos.

Por si fuera poco no se contentan con el sueldo. Requieren dietas, suplementos, viajes subvencionados, etc. Y se inventan puestos que ofrecen a sus allegados o amigos. No quiero generalizar, pero estas cosas suceden, se lo aseguro.

De verdad que el presidente de la Generalitat de Catalunya necesita más de 164.000 € anuales para vivir decentemente? ¿Él, socialista confeso, y que propugna la justicia social como el primero de sus objetivos? ¿Cómo pueden creer los ciudadanos en su buena voluntad de servicio?

Un sueldo ético

Escribo estas líneas porque me ha indignado leer la lista de las ganancias que perciben numerosos políticos y gobernantes. Alguien ha fabricado un power point con cifras escandalosas. El autor propone que todos reciban un sueldo ético de 25.000 € al año. Me parece muy bien. La inmensa mayoría de los ciudadanos ni siquiera llega a esta cifra.

No hay la menor necesidad de que el político lleve un tren de vida ocho o diez veces superior al de un ciudadano medio. Más bien esta realidad es escandalosa. Si los destinatarios de tan suculentos salarios no sienten una enorme vergüenza cuando contemplan su cuenta corriente, si siguen proclamando sus ansias de servicio y de bien común, es sencillamente porque han perdido el sentido del pudor.

Hay quien alega que lo que sucede en la vida pública acontece igualmente en las empresas privadas. También los altos ejecutivos se asignan el sueldo y se blindan de manera que nadie les recorte salarios ni pensiones en el futuro. Es verdad. Y lo es que las ganancias de tales empresas no siempre resultan del todo limpias.

Pero hay una diferencia: los altos ejecutivos suelen llegan a sus puestos porque, por lo general, han demostrado su valía y preparación. Además, los dineros no los consiguen coaccionando a la gente de manera que, si se niegan, vayan a dar con sus huesos en la cárcel. Cosa que sí sucede con los dineros públicos de que se abastecen los políticos. Son dineros recaudados por hacienda y si alguien se niega a entregarlos es muy probable que acabe en la sombra por una temporada.

Acabo como empecé. No desprestigiemos a los políticos. Escribo estas líneas con mala conciencia. Pero, por favor, que los políticos no se desprestigien a sí mismos.

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