El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 23 de junio de 2010

Prejuicios y ocurrencias en torno a los “adultos mayores”

Estos días estoy preparando una charla para “La Semana de Artajona”. Cada año, en verano, el Instituto de Misioneros SS. CC. propone un tema de formación permanente. Es un decir lo de la semana, pues dura dos o tres días por lo general.

Las Congregaciones envejecen, como sabe todo el mundo. Si bien habría que matizar: en el continente africano van surgiendo una buena cantidad de vocaciones jóvenes. El hecho es que la “Semana” está dirigida a los nacidos en el Estado español y la mayoría de ellos son personas que han alcanzado una edad notable.

Según estadísticas fiables, la edad media del clero anda por los 65, la edad de la jubilación. Aunque tendremos que dejar de vincular esta cifra a la jubilación si, como parece, los políticos van a retrasarla un par de años debido a la crisis económica. De todos modos, la verdad sea dicha, no resulta de mucho consuelo esta fatal o inevitable declaración.

Me ha tocado organizar la mencionada semana y desde un principio noté indisimulado rechazo en los charlistas a los que invitaba y en los oyentes que iban enterándose del tema. Prejuicios, tabúes, recelos y desconfianzas se insinuaban -cuando no se manifestaban abiertamente- en el personal. Eso de abordar la vejez o la Tercera Edad o el ser adultos mayores (vocabulario que últimamente ha propuesto la ONU) se hace cuesta arriba.

El hecho es que no por dejar de plantarle cara los años se detienen. Un paréntesis jocoso me recuerda una tal actitud. En el tribunal el juez le pide a una señora que declare su edad. La señora vacila y deja pasar largos segundos… Se impacienta el juez y toma de nuevo la palabra para decirle: señora, el tiempo corre en contra de usted. Es que los años son los que son y mejor echar mano de un sano realismo que ponerse a silbar mirando al infinito con las manos en los bolsillos. Como si el asunto no fuera con uno.

A propósito de los años acumulados he dado con algunas frases que ponen el dedo en la llaga con una pizca de humor. Una de ellas reza así: Todos deseamos llegar a viejos y todos negamos que hayamos llegado. La otra: Esto de los años yo no lo entiendo, que aunque es bueno cumplirlos, no lo es tenerlos. Y una tercera: La vejez existe cuando se empieza a decir: nunca me he sentido tan joven.

Sin dejar el humor al margen, me revolotea por la mente una cita de Ortega y Gasset que no recuerdo con exactitud, pero sí la idea. Aludo a ella para consuelo de los mayores, que no todo tiene que ser negativo lo que escuchen sus oídos. Pues el fino ensayista, de sublime estilo literario, viene a decir que resulta agradable observar a los jóvenes: las carnes prietas, la silueta firme, agilidad, viveza… Pero lo es mucho menos escucharles: bromas insulsas, conversaciones baladíes, carencia de ideas, incapacidad de relacionar unas épocas con otras…

Reproduzco un par de párrafos de la religiosa Dolores Aleixandre, que me parece una cabeza bien amueblada, poco amiga de los tópicos y las vulgaridades.

La Biblia ofrece una espléndida pista para alcanzar la excelencia: nosotros visualizamos el futuro como algo que está “delante” y el pasado como lo que queda “detrás” pero la Biblia ofrece otra manera más lógica de percibir el tiempo: el pasado, ya vivido, lo conocemos y está ante nosotros, mientras que el futuro, desconocido, está detrás, a nuestra espalda: “Recuerdo los días ante mí, reflexiono en todas tus obras” afirma un salmista (Sal 143, 5). El creyente es, por tanto, como un viajero que viaja hacia el futuro caminando de espaldas: se dirige sin temor hacia lo que aún no conoce, apoyado en la fidelidad de Dios, ya experimentada a lo largo de su historia pasada que está ya ante sus ojos.

Es una excelente manera de mirar al pasado no con la mirada “necrófila” de quien lo ve del color de la nostalgia o de los resentimientos, sino de una manera “biófila”, que nos llene de agradecimiento, nos dé un talante de positividad y de alegría y nos capacite para descubrir lo que de nuevo y sorpresivo nos trae el hoy.

La realidad de la vejez hay quien la convierte en drama, en temor, en sinsentido, en resquemor, en rebelión. Pienso que resulta mucho más cabal y sensato acogerla meramente como una realidad que diluye unas capacidades, pero que también abre horizontes a quien tiene ojos profundos y se resiste a doblegar el lomo bajo el peso de la rutina.

Y desde la fe, la vejez se hace pretexto para la oración. Sea la plegaria, por una vez, el punto final de estas líneas: Señor, líbrame del desengaño que me acecha. Ante tantos ideales que se han vuelto cadáveres tengo la tentación de dejar de luchar. Pero no me dejes caer en la tentación de la rutina, el despecho o la indiferencia. Así sea.

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