El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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lunes, 5 de septiembre de 2011

Obesidad mental

Es bien sabido que en la era internet, a caballo de las redes sociales y de los power, llegan a todos los rincones noticias, chistes, críticas y las más variadas boutades. De vez en cuando el camino cibernético lo recorren materiales valiosos cuyo final no debiera ser la papelera de reciclaje.
Uno de estos materiales es el que recoge el núcleo del mensaje que el profesor Andrew Oitke publicó en su libro obesidad mental. Su autor es profesor en la universidad de Harvard. No es que diga cosas tan originales, pero sí las formula de manera sencilla, atractiva e inteligible.
El lector reconoce inmediatamente la validez de lo escrito. Sucede como en tantos pequeños inventos que han tardado siglos en tomar cuerpo. Así las ruedecitas para transportar la maleta, la tostadora y un largo sinfín. A uno no se le ocurren tales innovaciones, pero el ambiente está a punto para recibirlos con entusiasmo en cuanto ven la luz.
Una vez circulan en la sociedad no queda más remedio que reconocer su enorme utilidad y tributar el debido honor a quien les dio forma. Porque pareciera que cualquiera podía hacerlo… pero sólo un preciso autor lo llevó a cabo. En nuestro caso el mensaje que recoge el título obesidad mental también se diría que podía ponerlo cualquiera en blanco y negro. Se respiraba en el ambiente su presencia y su urgencia. Sin embargo, fue un preciso señor con nombre y apellido quien lo dotó de palabra.  
El citado profesor, catedrático de antropología en Harvard, se propuso poner el dedo en la llaga de algunos problemas que sufre nuestra sociedad. Afirma el señor Andrew Oitke que hace apenas unas décadas la humanidad tomó conciencia de los peligros que conlleva el exceso de grasa debido a una alimentación caprichosa y al margen de toda norma.
Pues bien, el docente considera que abusos semejantes acontecen en el campo de la información. Su diagnóstico es que nuestra sociedad está más abarrotada de prejuicios que de proteínas, más intoxicada de lugares comunes que de hidratos de carbono. Todo el mundo opina, aun sin saber de lo que opina.
“Los cocineros de este fast food intelectual son los periodistas y comentaristas, los editores de la información y los filósofos, los argumentistas y realizadores de cine. Los noticieros y telenovelas son las hamburgers del espíritu, las revistas y novelas son los donuts de la imaginación.”
El problema radica en la familia y la escuela
“Cualquier padre responsable sabe que sus hijos enfermarían si comieran solamente dulces y chocolate. No se entiende, entonces, cómo es que tantos educadores aceptan que la dieta mental de los niños esté compuesta por dibujos animados, videojuegos y telenovelas. Con una alimentación intelectual tan cargada de adrenalina, sexo, violencia y emoción... es normal que esos jóvenes nunca consigan después una vida saludable y equilibrada.”
Uno de los capítulos que más escuecen lo titula los Buitres. Escribe: el periodista se alimenta hoy casi exclusivamente de cadáveres de reputaciones, de detritos, de escándalos, de los restos mortales de las realizaciones humanas. La prensa dejó hace mucho de informar, para solo seducir, agredir y manipular.
El texto describe cómo los reporteros le dan la espalda a la realidad para centrarse en el lado polémico, morboso y chocante de cuanto acontece. Sólo la parte muerta y podrida de la realidad es la que llega a los periódicos.
Es muy cierto que los ciudadanos viven en gran parte de sobreentendidos, de lo que dicen los periódicos o televisiones, sin pasar los contenidos por el cedazo de una crítica rigurosa. Entonces aumenta la información, pero no sirve para mejor conocer la verdad, sino para acumular más banalidades en el cerebro o para hacer de los ciudadanos un rebaño que pace en los medios de comunicación sin hacer uso de su inteligencia crítica. Las opiniones son meros ecos de lo que las agencias publican en los periódicos o echan al aire en las emisoras.
Llega el verano y hay que tragarse los tópicos de siempre: los peligros del sol, los beneficios de la dieta. Se habla de la historia y aparecen las trivialidades más manidas. Sobre Kennedy, Mandela, Sadam…. Uno dice lo que ha leído o escuchado sin más. Saltan a la palestra los presidentes del momento y todo el mundo conoce a Obama, a Sarkozy, a Zapatero…. Y se les juzga por su físico o por los ecos que llegan del país que gobierna.
Dice exactamente el profesor: Todos saben que Kennedy fue asesinado, pero no saben quién fue Kennedy. Todos dicen que la Capilla Sixtina tiene techo, pero nadie siquiera sospecha para qué sirve. Todos creen que Saddam es malo y Mandela es bueno, pero desconocen el por qué. Todos conocen que Pitágoras tiene un teorema, pero ignoran qué es un cateto.
Conclusión: No sorprende que, en medio de la prosperidad y abundancia, las grandes realizaciones del espíritu humano estén en decadencia. La familia es discutida, la tradición olvidada, la religión abandonada, la cultura se banalizó, el folklore entró en caída libre, el arte es fútil... paradojal o enfermo. Florece la pornografía, el charlatanismo, la imitación, la insipidez, el egoísmo.
No hay por qué poner trágico el ademán e invocar los vocablos grandilocuentes. No, evítese recurrir a la edad de las tinieblas, o citar el fin de la civilización. Se trata simplemente, según el profesor, de una cuestión de obesidad.
Los hombres y mujeres de nuestros días sufren de excesivo tejido adiposo en el raciocinio, los gustos y los sentimientos. Puede que el mundo requiera reformas de envergadura, que sea necesario desarrollar nuevos valores y proponer un fuerte correctivo al rumbo de la sociedad. Pero sobre todo, y con más urgencia necesita de una dieta sobria que volatilice las grasas excesivas que impiden el normal comportamiento del cerebro y sus capacidades pensantes.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Extraordinario razonamiento sobre el comportamiento de la sociedad actual.
Tenemos una gran tarea, Comenzar desde la familia y la escuela.