El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 22 de mayo de 2012

Arte, belleza y trascendencia


Desde hace unos meses aparece por las páginas de los periódicos la expresión atrio de los gentiles. Alude a un ámbito de diálogo y reflexión entre creyentes y escépticos o ateos. Un lugar donde todos puedan convergir en amistoso y respetuoso encuentro. No faltan interrogantes ni inquietudes comunes.

El Papa Benedicto XVI y el Cardenal Ravassi son considerados los promotores de los diversos encuentros programados. Todavía no hace una semana -los días 17 y 18 de mayo- se desarrolló una de estas sesiones en Barcelona. Se centró en la relación entre la belleza y la fe cristiana. Su lema rezaba así: Arte, belleza y trascendencia. En la elección del tema y en el lugar elegido para su conclusión influyó la grandiosidad de la Basílica de la Sagrada Familia.

La iniciativa del Atrio de los Gentiles apunta a reunir a interlocutores creyentes y no creyentes. Trata de construir un puente entre ambos talantes. Se puede creer o no en Dios, pero la cerrazón previa no hablaría bien de unos ni de otros. Tantas generaciones crecidas al socaire de la fe, tantas filosofías creyentes, tantas inquietudes e interrogantes como acechan al ser humano, no pueden ignorarse sin más.   
La programación de Barcelona terminó en la Basílica de la Sagrada Familia con este reclamo: El diálogo de las voces: poesía y música.
Con razón se ha dicho que el divorcio entre la fe y la cultura es uno de los dramas de nuestra época. En un ambiente hostil para la fe los creyentes experimentan la tentación de defenderse cerrando puertas y ventanas, a la vez que emigrar hacia las tareas intraeclesiales. Pero la fidelidad a la fe exige apertura y no clausura. Actuar de otro modo equivaldría a traicionar la secular tradición de la Iglesia que desde los inicios se confrontó con las culturas del entorno.
En la sesión de Barcelona la materia común de diálogo se centró en cómo  el arte y la belleza pueden constituir un sendero que desemboca en la trascendencia. El cardenal Gianfranco Ravasi valoró el diálogo entre arte y fe como camino para llevar al hombre hasta el horizonte del misterio. Pues el verdadero arte genera inquietud y no deja indiferente. Luego parafraseó a Miró con la frase el arte no representa lo visible, sino lo invisible.
El conseller de Cultura de la Generalitat, Ferran Mascarell, se hizo presente en la inauguración y consideró oportuno el debate en un momento en que la abundancia de información no garantiza profundidad ni criterio. Hoy estamos sometidos a palabras pasajeras sin contenido -lamentó el conseller- agradeciendo a la vez un espacio de reflexión tan necesario como el arte, la belleza y la trascendencia. Concluyó su discurso afirmando que la cultura no es un mero entretenimiento, sino el fundamento del hombre.
A modo de reflexión
Este hecho de crónica invita a reflexionar un poco más a fondo sobre el tema. Tomo como punto de partida la experiencia de que basta con ser un poco hábiles para convencer al interlocutor de la propia razón. O para arrancar los aplausos de un auditorio. Por algo un viejo refrán de la Edad Media afirmaba que la razón tiene la nariz de cera. Es decir, se la puede modelar como uno desee.
Si las cosas son así, ¿de quién fiarnos? Del impacto que produce la belleza. Sí, porque el hombre no es sólo razón. La belleza tiene mucho que ver con las raíces profundas del ser humano. El encuentro con la belleza equivale al dardo que da en el centro del alma, desprende las escamas de los ojos y lleva a descubrir nuevos horizontes de juicio y de valor.  
Una música puede provocar el éxtasis en el oyente. Hasta el punto de llegar a la firme convicción de que la armonía de sus notas sólo puede surgir de la Verdad en mayúscula.
Se confirma entonces aquello de que la mejor apología de la fe cristiana se encuentra por un lado, en sus santos y, por otro, en la belleza que la fe genera. La fe brota con fuerza cuando las miradas se concentran en el quehacer de los santos y en la belleza que transporta hacia la trascendencia.
Una belleza -importa el matiz- que por pura paradoja puede tomar forma incluso en un rostro desfigurado. Sucede cuando la belleza llega hasta el extremo y se revela más fuerte que la mentira y la violencia.
Precisamente en el rostro desfigurado del Siervo de Isaías aparece la auténtica y suprema belleza: la belleza del amor que llega hasta el extremo y que por ello se revela más fuerte que la mentira y la violencia. En el momento culminante el rostro de Jesús pierde incluso su forma humana. Justamente aquel rostro que los salmos anunciaban como el más bello entre los hijos de los hombres.
En el hechizo de la música, en las estrellas resplandecientes, en el impacto de unos versos… en todo ello se desparrama la Belleza y obliga al individuo a interrogarse acerca de la trascendencia. Pero más allá de la belleza/estética quien más nos acerca a la belleza/trascendencia es el mismo Cristo a través de los gestos y palabras de su vida. El resplandor de Jesucristo proyectado en el rostro de los hombres y mujeres que vivieron con honradez y sin pretensiones desmesuradas.

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