El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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viernes, 1 de junio de 2012

Recuperar gestos y símbolos

El autor del artículo disertando sobre los símbolos
Hace un par de meses escribí una entrada que versaba sobre el panorama -poco alentador-de los sacramentos. Aprovechaba el fragmento de una conferencia que me encargaron para el XXXIII Encuentro de Santuarios en Ibiza correspondiente a Cataluña y las Islas Baleares. Si entonces ofrecía el inicio de mi exposición, ahora expongo el final.


En la liturgia prevalece el lenguaje de los símbolos. Un lenguaje más intuitivo y afectivo, más poético y gratuito que el de la palabra o el signo. Se comprende: la liturgia es una acción, un conjunto de signos performativos que nos llevan a la comunión con el misterio y a experimentarlo, más que a entenderlo. Es una celebración y no una doctrina o catequesis.

a) Razón antropológica referente al signo y el símbolo

El ser humano alimenta sentimientos e ideas en su interior, pero también las expresa exteriormente con palabras, gestos y actitudes. Y no es que tenga sentimientos, y luego los exprese para que los demás se enteren. No. Sucede que los sentimientos no son del todo humanos, ni completos, hasta que no se expresan, hasta que la idea no deviene palabra. La razón de ello radica en la dimensión corporal y espiritual de la persona: cuerpo en el espíritu y espíritu en el cuerpo.

Así, en la celebración litúrgica, la alabanza no es plenamente humana ni cristiana hasta que resuena en la voz y el canto. El sentimiento de conversión y la respuesta del perdón no se realizan del todo si no se manifiestan en las palabras de arrepentimiento: el yo acuso y el yo te absuelvo es una acción sacramental, simbólica, significativa, que reviste de materia la vivencia interior.

b) El símbolo va mucho más allá del signo

No se debería contemplar la celebración sacramental sólo desde la perspectiva del signo, por muy eficaz que sea. También hay que tomar en consideración las acciones simbólicas. La palabra vino es el signo / palabra que habla de una conocida bebida, pero la palabra no apaga la sed, ni emborracha a quien la escribe. El vino hay que beberlo. El gesto simbólico de dos novios que se entregan el anillo de bodas no sólo pretende informar de su amor: es un lenguaje más real que el de las palabras que indican su mutuo amor.

Tales símbolos no sólo comunican lo que quieren representar. Comunican, transforman, producen una nueva realidad. Equivalen a beber el vino, aunque más de uno considere el símbolo como antónimo de la realidad. Las palabras y el gesto de la absolución llevan a su realidad el encuentro reconciliador entre Dios y el pecador. El comer y beber de la Eucaristía es el lenguaje, simbólico y eficaz, de la comunicación que Cristo nos hace de su Cuerpo y su Sangre, y de la fe con que nosotros lo acogemos...

c) La función del Santuario ante el símbolo

Ahora habría que aplicar todo lo que precede a la pastoral de los santuarios. Pero aquí surge la gran dificultad. Por un lado los santuarios no pueden pasar por alto la fuerte institucionalización de los sacramentos que mantiene la Iglesia. Por el otro, es verdad que el espacio sagrado del santuario afina el sentimiento y facilita la apertura hacia el símbolo. Abundemos sobre el particular.

En nuestra sociedad a menudo la búsqueda de Dios se lleva a cabo en espacios religiosos que facilitan la interpretación personal de la fe. En los santuarios el aspecto subjetivo suele adquirir un mayor protagonismo. Quienes los visitan se predisponen para sentir una mayor vinculación con la trascendencia.

El santuario es un espacio propicio para los llamados católicos a su manera, los que no tienen más compromisos que los que ellos mismos se autoimponen, por ejemplo, a través del cumplimiento de una promesa. El peregrino tiende más a la expresión privada y subjetiva de la fe que al seguimiento de un rígido ritual.

En este contexto la persona se muestra más sensible a la acción de los símbolos. Cierto que los sacramentos cristianos están muy institucionalizados en la Iglesia y de ahí proceden muchas resistencias. Pero también es verdad que la gente postmoderna está más por el sentimiento y la emoción que por el razonamiento y la lógica. En este sentido sintoniza más con el símbolo, la experiencia y la emoción.

Muchas veces los peregrinos vienen después de largas ausencias parroquiales y quizás con una franca hostilidad hacia la Iglesia. Entonces el santuario debe ser una puerta siempre abierta a quien quiera reencontrarse con Dios y reconciliarse con sus hermanos. Para ello es importante la presencia de personal sensibilizado a fin de aprovechar la circunstancia.

Difícil tarea la de conjugar la función acogedora del santuario con la recepción de los sacramentos establecidos por la Iglesia. Este es el reto y la tarea. Me he limitado a exponer los términos y las dificultades. Dios quiera que sepamos encontrar la respuesta.

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