El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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lunes, 11 de junio de 2012

Democracia agostada

Democracia: ¿real o formal?
El habitante promedio de nuestro planeta desea en principio penetrar en la sala de máquinas donde se cocinan las grandes decisiones de la comunidad y hasta asomarse a las cañerías ocultas por donde fluyen las mentiras, las ambiciones e incluso los delitos. Sí, desea saber lo que se desliza por las cloacas inferiores de inferiores de este espacio ornamentado y elegante que es el parlamento/senado. 
Al presbítero le ronronea detrás de la oreja la exhortación, que viene de lejos, de no destapar abiertamente sus preferencias políticas, sobre todo en el púlpito y en apariciones públicas. El razonamiento que sostiene la norma es válido: una predicación pública favorable a personas o actuaciones de marcado sello partidista de inmediato pone sobre aviso a los del partido contrario. En principio la Iglesia no debe posicionarse a favor de unos u otros cuando las decisiones y realizaciones pueden ser muy variadas.
Hoy en día, ya sea por motivo de las elecciones o por las dificultades de la crisis se habla de política por activa y pasiva. Tratemos de enfocar el asunto no a partir de la política que fluye por los diversos partidos, sino de la política en cuanto caudal previo a los mismos. La impresión inicial es que la democracia vigente en multitud de países parece descender a buen ritmo por el tobogán de la decadencia. Se observa meridianamente que quien manda es el partido y no el pueblo. Cuando tal sucede, la democracia degenera en partitocracia. Los partidos se preocupan mucho más de usar (¿usurpar?) la autoridad del pueblo que de representarlo debidamente.
Es de toda evidencia. Asigna el sueldo al político la maquinaria del partido (aunque para este asunto fácilmente convergen todos ellos). Sin embargo, quien de verdad contribuye al sueldo con su trabajo es la gente del pueblo. Se da el caso, por otra parte, que raramente se concede libertad de voto. Lo que el partido quiere y no lo que el representante del pueblo desea es lo que se va a votar. Quien transgreda esta norma sagrada se convierte en chivo expiatorio sobre el cual se ejerce la más rigurosa represalia. 
Representar al pueblo implica actuar de manera responsable a fin de que cunda el progreso y una mayor libertad. Pero sucede que cuando un partido está en la oposición actúa de modo totalmente desleal. Su objetivo consiste en desacreditar y derrumbar a quien gobierna. Si las artimañas usadas para ello dañan al país entero… resulta secundario. Luego, al pasar de la oposición al gobierno, le pide lealtad al partido contrario, la misma lealtad que él escatimó. ¿Les suena?
Regenerar la democracia
A estas alturas no creo haya muchas dudas de que los discursos parlamentarios tienen utilidad nula de cara al progreso del país. Los discursos de hecho sirven para -además de lucir la propia oratoria- zaherir, satirizar, reprender y ultrajar. Siempre y cuando el personal se mantenga despierto en sus escaños, lo cual no hay que suponer de antemano. Todo ello con la vista puesta en los titulares de prensa del día siguiente. Eso a medio plazo. A largo plazo, el gran objetivo permanece inmutable: mantenerse en el poder o -para la oposición- erosionar a quien gobierna.
Una democracia más auténtica y transparente exigiría una ley electoral menos favorable al bipartidismo, que acabara de una vez con la disciplina de partido, que no fueran los mismos políticos quienes se asignaran el sueldo, que una comisión ajena a los mismos controlara el gasto público.
Estas cosas, expresadas de muy diversas formas, se respiran en el ambiente, las transmiten las tertulias radiofónicas a través de las ondas y hasta se ventilan en las conversaciones entre vecinos. Las han recogido muchos movimientos ciudadanos al reclamar democracia real y soberanía popular. Porque de democracia formal, ficticia y virtual los ciudadanos andan más que hartos.
En este asunto de la política no debiera tanto interesar cambiar de amo cuanto dejar de ser sumiso al amo de turno, para tomar las riendas de las propias decisiones, las de la ciudad y del país a través de auténticos representantes. Creo que era Mahatma Gandhi quien decía que no es lo que importa cambiar de amo, sino dejar de ser perro. 
Importa dejar de ser sumiso y pasivo en cuanto ciudadano. Esa sí sería una adquisición fundamental. Pasar de perro a humano y luego a ciudadano. Ejercer con plenitud y justicia los propios derechos. Democratizar el poder y comprometerse a construir un entramado distinto que resultara más respirable, confiable y relajante

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pocas palabras, pero muy oportunas. Buena síntesis y correcto diagnóstico. Adelante.