Acabo de escribir un prólogo que me han solicitado para
un trabajo académico. A pocas horas de estrenar verano y con una temperatura
que va encaramándose reconozco que no es el mejor momento para transmitir el
escrito.
¿Por qué? Porque trata de temática teológica y apunta
hacia las cimas del pensamiento. Desentona, pues, del ambiente turístico mallorquín
de esta época. El sol, el bochorno y la arena piden a gritos al viandante que
se zambulla en la playa, se deje llevar por el vaivén de las olas mientras
extravía la vista en las nubes. Acto seguido, a conversar distendidamente con
un amigo mientras vacía un jarro de cerveza.
El hecho es que van por muy distinto camino las letras
que siguen. Abordan el tema de Dios. Y, sin más preámbulos, reproduzco los
párrafos en cuestión.
Una
palabra y un concepto vilipendiado
Decía el filósofo judío M. Buber que Dios es la palabra
más vilipendiada, manchada y mutilada que la humanidad ha escrito y
pronunciado. No le faltaba razón porque se ha llegado a torturar y asesinar en
su nombre. Nada extraño, pues, que alguien haya propuesto permanecer unos años
sin pronunciarla ni escribirla.
Por otra parte aproximarse al misterio de Dios es
exigente. La fenomenología religiosa se acerca a él diciendo que es un
"mysterium tremendum et fascinans". Si bien, en el otro extremo, hay
quienes banalizan la palabra y el concepto de Dios. Entonces, ¿con qué estado
de ánimo abordarlo? Difícil tarea.
Sin embargo, es legítimo e incluso necesario experimentar
a Dios y hablar de Él. Dónde encontrar, si no, el sentido último de la vida y
una solución -inicial, al menos- a la multitud de interrogantes que se nos
plantan en el camino? ¿Cómo compartir estas inquietudes sin pronunciar su
palabra?
Ahora bien, es del todo preciso mantenerse en un difícil
equilibrio. Hablar, sí, pero con mesura. No hay que olvidar que "a Dios
nadie lo ha visto nunca". Sólo el Hijo nos lo puede revelar y por eso
resulta del todo imprescindible abrir la Biblia y escuchar las palabras de
quien sabe del asunto. Nada de inventar teorías sin fundamento.
He aquí, pues, algunos de los motivos para hablar de
Dios. Aparte de que Él es el eje de toda teología. Si se tambalea la fe en
Dios, se desploma igualmente cualquier otra afirmación referida a la fe. Él se
encuentra en la intersección de la inmanencia y la trascendencia de la
naturaleza humana.
El centro y objetivo final de la teología no puede ser
otro que el misterio de Dios, el Padre de Jesucristo, el dador del Espíritu. Es
el tema que permanece más allá de las modas y los énfasis. Cualquier otra
perspectiva deriva de esta.
Más
allá de los ídolos
El misterio de Dios adquiere progresivamente mayor
urgencia e importancia. En el primer mundo porque el secularismo y el ateísmo
se extienden como mancha de aceite. Secularismo y ateísmo significan el ocaso
de Dios. Apremiante batalla a tener en cuenta.
En cuanto al Tercer Mundo, que en muchos lugares se
define como cristiano, las minorías luchan con todos los recursos a su alcance
para defender sus privilegios y el "status" adquirido. Dicen que Dios
está a favor de ellos pues que garantiza el orden y la paz. Urge, pues, hablar
de la verdadera imagen de Dios y denunciar los ídolos tratan de solaparlo.
Existe una gran disparidad en la concepción y las
prácticas que se pretenden derivar del mismo Dios. Esto es grave. Porque Él no
es tan elástico y genérico que soporte cualquier formulación. Debe recobrar su
verdadero perfil. De lo contrario seguirá siendo la palabra vilipendiada y manoseada
a la que se refería Buber.
Al confrontar la moral, la trascendencia, el ecumenismo,
el diálogo religioso, la lucha por la justicia con Dios -que es su motivación y
su fuente- queda claro que Él no se halla ajeno al mundo, sino que se
compromete con la historia humana y termina convirtiendo la muerte en
resurrección, tal como la vivió Jesús, el Hijo.
Es necesario renovar la concepción de Dios. No se la debe
confundir con un ídolo, sujeto pasivo, que espera y exige oraciones e incienso.
Tampoco es el Ente que sirve para tapar los agujeros que la ciencia no logra
explicar.
Dios es un misterio de amor que ha dejado la
responsabilidad de la historia en manos humanas y nos guía a través de su
Espíritu. Hay que eliminar las imágenes falsas o engañosas de Dios.
La teología nada tiene de opio para adormecer las
conciencias de los ricos y alargar la paciencia de los pobres. Más bien es el
pensamiento que comparten todos los que -alimentados por la experiencia de
Dios- luchan en favor de los excluidos y de las víctimas de nuestro mundo. Si
se quiere, los traspasados de la historia.
1 comentario:
A mí me gusta la definición de GÓMEZ CAFFARENA:
Hacer Teología es hacer filosofía desde el presupuesto de la fe.
Y otra cita de Rahner: es el amor y no la razón diferenciadora lo que me mueve a seguir e imitar a Jesús.
Reflexionar en torno al misterio de Dios acaso eso sea hacer teología. Mas se puede ser teólogo y no seguidor de Dios porque lo primero solo exige una actitud intelectual y lo segundo un encuentro personal.
Buenas noches, don Manuel.
Juanjo
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