El Papa Francisco se ha convertido en un fenómeno que interesa en la
iglesia y fuera de ella. Por curiosidad, porque ha cambiado el talante circunspecto
y ceremonioso de los últimos pontífices o por otros motivos, el hecho es que
con frecuencia su imagen y sus frases se asoman a los medios escritos, radiales
o televisivos.
No tomar la parte por el todo
En principio no va conmigo hacer del Papa el centro de un artículo o
conversación. Considero que el ”todo” de la Iglesia de ninguna manera debe
confundirse con la ”parte” que es el Papa. Cuando tal sucede -y sucede más a
menudo de lo deseable- me siento incómodo. La vitalidad de la Iglesia de base
supera en mucho lo que pueda llevar a cabo el Papa y no hablemos ya de lo que
pueda opinar la Curia.
Sin embargo describo mi blog con las palabras ”artículos fronterizos entre
sociedad e Iglesia”. Así es que no puedo escurrir el bulto. Me agrada que
progresivamente mucha gente desvinculada de la Iglesia opine bien del Papa al
comprobar su cercanía, sus frases directas, su amplia sonrisa, tan poco usual
en ambientes vaticanos.
Un talante distinto
Personalmente alabo su modo de expresarse sin tapujos acerca del poder y
del dinero, de los males del carrerismo, de la necesidad de oler a oveja por
parte de los agentes de pastoral... El contenido de lo que dice es inteligible
sin necesidad de profundas interpretaciones. El tono con que lo dice elimina
sentidos arcanos y segundas intenciones.
Convendrá conmigo el lector que se trata de un hecho inhabitual: en la
ventana contigua a la Basílica de S. Pedro se asoma un Papa que ríe.
Acostumbrados a que más bien soltara lamentos y quejidos, mucha gente ha
quedado desconcertada. Algunos católicos críticos vuelven la vista hacia el
Vaticano. Quizás cambien algunas cosas, piensan, sin abandonar la coraza de la
desconfianza. Se comprende. Llevan muchos años aguardando el cambio de
actitudes y ademanes.
Un hecho que conviene celebrar. El Papa no habla día sí y otro también de
la moral sexual. Una revolución, a juzgar por lo que venía sucediendo y por las
inercias que atrapan a un gran número de obispos. La moral sexual se ha
desplazado para dejar su lugar a la justicia social, a la lucha contra la
pobreza, al amor hacia los marginados. Bienvenido sea el cambio.
Otro hecho al que poner altavoz. El Papa Francisco ha dejado de lado
algunos símbolos de poder y de lujo. Convive con otros eclesiásticos, no quiere
sentarse en un trono de oro, deja de usar zapatos exóticos y esclavinas
primorosas. Conversa sencillamente con religiosos y presbíteros y hasta dice
cosas que no acaban de casar con la diplomacia vaticana. El Papa se levanta
para saludar a quien le visita y hace cosas la mar de normales, pero que, a
fuerza de observar lo contrario, se nos antojan novedosas.
El evangelio, punto de referencia
Sin duda alguna, los primeros meses del Papa han levantado grandes
expectativas. La gente necesitaba un líder que sonriera y no que meneara la cabeza
a derecha e izquierda con la vista perdida y el gesto huidizo. Lo ha econtrado
en el Papa Francisco. En los últimos años sólo el Presidente Obama levantó un
caudal de expectativas similares entre los grandes líderes de nuestro mundo.
No es que el talante del actual Papa se hubiera evaporado en la Iglesia.
Ahí permanecía, pero ocupaba posiciones secundarias, periféricas. Las grandes
figuras actuaban con muy otro estilo. Y no deja de ser curioso que de pronto hayan
desaparecido muchos pectorales de metales preciosos y abunden en menor medida las
vestimentas de encajes exquisitos. Mimetismo se llama este fenómeno.
Personalmente me desagrada que el estilo y el tono del personal varíe según
el quehacer del Papa de turno. Ello indica que el punto de referencia no es el
evangelio y pone de manifiesto que las convicciones se mueven según la brisa
que sopla en el momento. Aunque también es cierto que cuando la sintonía con el
Papa reinante resulta discordante, los hay que dejan de citar sus escritos y
sus palabras. Demuestran con ello que no están precisamente con el Papa, sino con
un espejo que refleja su modo de ser. Ni una cosa ni otra resulta saludable.
Los grandes temas que demandan una solución a gritos ahí están. El Papa
Francisco no los abordará a gusto de todos ciertamente. Pero si proyectamos su
modo de situarse en la realidad y de opinar frente a los acontecimientos, bien
podemos suponer que alguna sorpresa se abrirá paso entre el séquito de su
pontificado.
Hay quien parece esperar que el Papa tropiece. Está al acecho de lo que
dice, lo que hace, cómo celebra, como se desplaza entre la multitud. Es que se
les antoja un tanto heterodoxo. Esperaban otro estilo, les ha cogido con el pie
cambiado y no se sienten a gusto. Desaparecen sus valedores, cambian los
procedimientos. Sus proyectos -quizás intrigas- se desmoronan a marchas
forzadas.
1 comentario:
José Ruiz
El artículo reproduce muy fielmente lo que yo pienso, aunque no sepa decirlo de modo tan elegante. Gracias.
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