El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 20 de agosto de 2013

Un perro, ni más ni menos



Un noble animal, el perro. Será o no el mejor amigo del hombre, pero le ayuda en mil tareas domésticas, de policía, de salvamento. Hace buena compañía acurrucado bajo una mesa o jugueteando con los más pequeños en el jardín de la casa.
De todos modos, habrá que frenar el fervor cuando empieza a implicarse una calidad de afecto  sólo destinada a otro ser humano. No es vana la advertencia. Se da el caso, no tan extraño, aunque sí extravagante, de que el hombre incapaz de encontrar consuelo en otros semejantes, se refugia en la lealtad del dócil animal. Y ahí puede empezar a complicarse la cuestión. Porque no sólo existen veterinarios -muy aceptable, después de todo-, sino también restaurantes y menús para perros, peluqueros para los canes y así siguiendo. 
Vaya por delante que el perro, como cualquier otro ser viviente, puede y debe tener su lugar en el admirable paraíso de la creación. Es de justicia que no se lo haga sufrir inútilmente e incluso que existan sociedades protectoras del animal, siempre que no se confundan los planos y se guarden las debidas distancias.
Claro que son de aplaudir los servicios que realiza el perro al hacer más cómoda la vida de su dueño y llegar en ocasiones donde al ser humano le es negado. Lo mismo le transporta a través de la nieve tirando del trineo, que se interna por barrancos a la búsqueda del montañista desorientado. Realiza la buena labor de olfatear las maletas en la aduana, por si hay doble fondo, y defiende la propiedad encomendada en mitad de la noche.
¿El prójimo es un lobo?
A nadie le duelan prendas a la hora de elogiar al animal. Pero un perro no es un ser humano y no puede convertirse en sucedáneo del amigo. No es raro escuchar argumentos favorables al perro que, más o menos, se formulan así: "el perro no me falla jamás, las personas sí me han fallado y decepcionado". Puede que algo de verdad haya en esta tremenda y dolida afirmación. Es cierto que, en ocasiones, los humanos llevan a la práctica aquello que antiguos literatos y filósofos han denunciado o simplemente constatado: "el hombre es un lobo para el hombre".
He escuchado a un respetable esposo -más en serio que en broma- una estremecedora confesión. Decía que, al llegar a su hogar, no estaba seguro de recibir un abrazo o un saludo cordial de su mujer, mientras que inexorablemente el perro le correría detrás haciéndole fiestas y jugueteando alegremente para celebrar el regreso.

Aunque sea verdad, el hecho de buscar la compañía del perro y distanciarse de la esposa ocasiona un mal irreparable a sí mismo y a los suyos. La solución no consiste en encariñarse con el perro y dar la espalda a la persona. Actuar así no es más que una vulgar huida que, por añadidura, habla muy mal del propio comportamiento. Lo razonable es analizar el porqué del escaso calor humano que demuestra el prójimo y poner luego el remedio que haga al caso.
Hay que esperar que nadie tenga la desfachatez de afirmar que la compañía del perro es más gratificante que la de un semejante. El intercambio de ideas, el encuentro de los sentimientos, la convergencia de los afectos, no es comparable al donaire de una cola que se mueve en espiral ni a la gracia de una lengua que busca la nariz de su dueño. Quien crea otra cosa merece toda compasión.
Los animales tienen su lugar
El mito de la creación del hombre, tal como se refleja en el Génesis, explica en profundidad por qué no se pueden superponer los planos. Adán descubre su soledad y su indigencia cuando mira alrededor y no ve más que animales. Desfilan ante él y a cada uno de ellos le pone nombre, lo cual significa que es dueño y administrador de todos ellos. Pero no encuentra ninguno que se le parezca ni que pueda corresponderle. Su dignidad es muy otra. No puede dialogar con el animal ni tratarle de tú. Buscar en los animales un sucedáneo de la esposa, los hijos o el amigo es una actitud abominable según la Biblia.
En cambio, con elevado sentido poético y humano, dice el texto que la mujer está formada de la costilla del varón. Entre ellos sí existe comunidad de naturaleza y cada uno se ve reflejado en los ojos del otro. La expresión de Adán al contemplar a la mujer es muy distinta de la que tiene al ver desfilar a los animales. ¡Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne!, exclama Adán. Frase que en versión libre significa: ¡Esta es la mujer de mis sueños!
El perro ladra, mientras que el hombre habla. Imposible el diálogo. El perro necesita comer, descansar y reproducirse, mientras que el ser humano, además, canta, piensa y acarrea nostalgias de perfección. Aun cuando el perro sea más leal que un ser humano, no es más que un perro. Désele el afecto que merece un perro. Nada más.  

                                    

1 comentario:

Unknown dijo...

Padre si usted supiera que tengo dos gallinitas...le cuento que la vecina de atras ya me dijo que la jaula (que no es peque-na) le queda pequena a ellas ya!

Ayer el vecino me pregunto si a ellas les gustaba la lluvia? Estamos viviendo tiempos pero raros de verdad...Ojala hubieran preguntado eso a algun deambulante! jajaja Esto es cosa de EUA. Saludos! Astrid