Todo el mundo asocia el nefasto nombre de Hitler con los mayores
crímenes y genocidios del siglo XX. Pues no es el más relevante ni el más
nefasto. Existe una larga lista de individuos despiadados, malhechores y
granujas, dispuestos a matar si así se les antoja. Ahí está Stalin y su Gulac.
Mao con la muy publicitada revolución cultural. Pol Plot eliminando a
intelectuales, mandando hombres por miles a los trabajos forzados en Camboya… ¡Cuántos
horribles asesinatos se han ido acumulando a lo largo de la historia!
¿Y Leopoldo II de Bélgica? ¿También un criminal de esta pestilente camada?
Pues al parecer aventaja a todos los nombrados. Procedente de Bélgica, la
civilizada nación asentada en el centro de Europa. Apenas salen a relucir los crímenes
de Leopoldo II porque las víctimas no llamaban en absoluto la atención. Sólo
unos diez o doce millones de hombres y
mujeres de piel negra repartidos entre varias tribus del lejano Congo…
Corrían los años en que se inventaron los neumáticos de caucho. La
demanda mundial de látex, su materia prima, se disparó, pues los automóviles y
las bicicletas requerían grandes cantidades del producto. Leopoldo obligó a la
población indígena a un régimen de trabajo cruel. La presión y la violencia
sobre los trabajadores iban en aumento.
Los judíos asesinados por Hitler no llegaron a seis millones, la mitad
de las víctimas de Leopoldo, rey de Bélgica. Este rey, número uno, del
asesinato tenía, además, la desfachatez de presentarse como un benefactor
favorable a los nativos. Realmente hay motivos para sorprenderse de los
sórdidos ejemplares que las olas de la historia depositan en reflujo sobre
nuestros días.
El individuo de marras fue el hombre más rico del planeta hasta su
muerte en 1909. Guerras, matanzas y dictadores legó al país africano. Todavía
hoy la gente se mueve en un caos donde la vida vale menos que un pedazo del
coltan que requieren los móviles y ordenadores. Los diamantes para ornamentar
el cuello de las señoras pesan más en la balanza que el hambre de millones de
indígenas. Algunos países poderosos saben bien del asunto y han tramado lazos
que les beneficien. Es la herencia de Leopoldo II, al que no bastó masacrar al
por mayor en vida y por eso dejó un país desvertebrado a fin de que los
crímenes continuaran en el futuro.
El tal Leopoldo fue propietario personal del Estado libre del Congo. Porque
estos inmensos territorios no eran una colonia belga, sino su propiedad
privada. Y en ella se movían libremente miles de matones para torturar, azotar
y explotar a los congoleños. Al menos hasta que los escándalos adquirieron tal
envergadura que las presiones internacionales le obligaron a cederlo al país.
Claro que con muchas condiciones favorables a sus herederos, en particular
amantes e hijos.
Un discurso de infeliz
memoria
Me ha movido a escribir estos párrafos la dosis indigerible de cinismo
que se halla en uno de sus discursos que casualmente llegó a mis manos.
Precisamente el que tiene que ver con el envío de unos sacerdotes misioneros al
Congo belga. Palabras que indignan y escandalizan. Para más inri su autor
pretendía esconderse detrás de la máscara cristiana.
He aquí algunas frases entresacadas del citado discurso
correspondiente al año 1883. Pocas veces se leen escritos tan abominables, abyectos
e infames, tan abiertamente desvergonzados. Leopoldo II hizo méritos, con solo
este escrito, para pasar a la historia como un ser indigno, mezquino, perverso,
pérfido, egoísta, manipulador y embrutecido. Perdone el lector que me anime
engrosando la lista de adjetivos. Por ganas, podría añadir alguno más.
Sacerdotes, vosotros vais ciertamente para evangelizar, pero esta
evangelización debe inspirarse ante todo en los intereses de Bélgica.
Vuestro papel principal es el de facilitar la tarea a los funcionarios
de la Administración y a los empresarios. Esto quiere decir que interpretareis
el evangelio de cara a proteger nuestros intereses en la colonia.
Para hacer esto vigilareis entre otras cosas que no se interesen por las
riquezas que abundan en sus suelos y subsuelos, a fin de evitar que
interesándose en ellas nos hagan una competencia mortal y sueñen en desalojarnos
a nosotros algún día.
Vuestro conocimiento del evangelio os permitirá encontrar fácilmente
textos recomendando a los fieles amar la pobreza, como por ejemplo
"felices los pobres, ya que el reino de los cielos es para ellos",
"es más difícil a los ricos entrar en el reino de los cielos". Haréis
lo posible para que los negros tengan miedo de enriquecerse y así puedan ganarse
el cielo.
Para evitar que de vez en cuando se rebelen, deberéis recurrir a la
violencia. Les enseñareis a soportarlo todo aunque sean injuriados y golpeados
por vuestros compatriotas de la Administración. Les invitareis a seguir el
ejemplo de los santos que han puesto la otra mejilla después de haber sufrido
golpes.
Insistid sobre todo en la sumisión y la obediencia. Evitad desarrollar
el espíritu crítico en vuestras escuelas. Enseñad a vuestros discípulos a creer
y no a razonar. Evangelizad a los negros hasta la médula de sus huesos y que
permanezcan siempre dóciles.
Hacedles pagar una tasa cada semana en la misa dominical. Utilizad
luego este dinero destinado pretendidamente a los pobres para convertir vuestras misiones en centros
comerciales florecientes..
Instaurad para ellos un sistema de confesión que permita denunciar a
todo negro subversivo a las Autoridades investidas del poder de decisión.
Enseñad a los negros que sus obras de arte son obras de Satán,
confiscadlas y llenad nuestros museos. Enseñad a los negros a olvidar a sus
héroes, a fin de que no adoren más que a los nuestros. No prestéis una silla a
los negros que os vienen a visitar. Dadles a lo más una colilla de cigarro. No
le invitéis jamás a comer aunque él mate un pollo cada vez que vayáis a
visitarle.
Queridos compatriotas, si practicáis a la letra todas estas
instrucciones los intereses de Bélgica en el Congo serán salvaguardados durante
siglos. Muchas gracias.
(Texto extraído de "La balance" n. 13 - 9 Agosto 1995).
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