El deporte, y muy
en particular el fútbol, en Europa y algunos países de América Latina, incide
grandemente en la sociedad. Los telediarios le dedican un muy notable tanto por
ciento del espacio. Emisiones radiofónicas y muy variados periódicos gravitan
alrededor del mismo. Guste o no, se trata de un dato comprobable.
Los antecedentes
remotos más conocidos del deporte los encontramos en la Grecia de los juegos
olímpicos. Los festivales de atletismo eran por aquellos entonces un ritual
religioso. El vencedor de las competiciones recibía los mejores aplausos de sus
contemporáneos al considerar que la perfección de su cuerpo y de su alma era un
servicio a la divinidad. El carácter religioso de los juegos también alcanzaba
a los espectadores que permanecían bajo el amparo de Zeus a lo largo del viaje hacia
Olimpia.
Valga como
curiosidad, si más no, que el fútbol, el rugbi y el básquet tuvieron su origen
en un ambiente religioso y escolar protestante. Como era previsible, luego se emanciparon
a lomos del proceso de secularización, adquiriendo la propia autonomía.
Los juegos
olímpicos de nuestro tiempo han roto definitivamente amarras respecto del
ámbito religioso. Sin embargo, su fundador, el barón Pierre de Coubertin,
definió el olimpismo como la religión de
los atletas. Sobreentendiendo que el culto no se daba a la divinidad, sino
a la humanidad. Y ahí entraban en juego la patria, la bandera, la raza, el
esfuerzo… Concluía el Barón con unas líneas que van como anillo al dedo: para mí el deporte es una religión con su
Iglesia, sus dogmas y cultos, pero ante todo es un sentimiento religioso. Concluyo
por mi cuenta: una religión despegada de su matriz original.
Un fenómeno omnipresente
El deporte ha venido a ser un fenómeno presente y cotidiano en nuestra cultura. Trasciende los aspectos lúdicos para hacer acto de presencia en la economía, la política, el derecho, la polémica, etc. Y ejerce alguna función de tipo religioso por cuanto aglutina a muchos ciudadanos que se identifican con el equipo de sus amores. El fútbol es, a lo largo y ancho del Estado español, el mecanismo más operativo de cara a movilizar a las masas.
El deporte ha venido a ser un fenómeno presente y cotidiano en nuestra cultura. Trasciende los aspectos lúdicos para hacer acto de presencia en la economía, la política, el derecho, la polémica, etc. Y ejerce alguna función de tipo religioso por cuanto aglutina a muchos ciudadanos que se identifican con el equipo de sus amores. El fútbol es, a lo largo y ancho del Estado español, el mecanismo más operativo de cara a movilizar a las masas.
El deporte
contemporáneo bien puede considerarse sucedáneo de la religión. Da mucho juego
al ofrecer fiestas, crear mitos, inventar símbolos y rituales Al cabo actúa
como firme elemento de cohesión social.
Ejerce incluso como transmisor de valores -más o menos culturales- a los
pequeños que se aficionan a unos colores apenas echan a andar. Un verdadero
sucedáneo de la religión.
Los jugadores de
fútbol están obligados a una notable ascesis en vistas a conseguir un resultado
favorable al competir. Dietas, renuncias a determinados placeres, obediencia al
entrenador, ejercicios físicos adecuados… ¿No se corresponde todo ello con la
ascesis religiosa que exhorta al ayuno, la templanza, la obediencia y el
sacrificio?
Los espectadores forman
parte del ritual. Se acercan esperanzados al estadio vistiendo las camisetas o
bufandas de sus equipos, hacen un sacrificio económico en vistas a un fin que consideran
vale la pena. Antes y después no se pierden lo que los periódicos publican en
relación a los temas que les ocupan. Es decir, los espectadores se visten como
corresponde a la función/espectáculo, sacrifican su economía en vistas a un
bien superior y hacen su lectura deportiva (paralela a la lectura espiritual de
los devotos).
Los deportistas aceptan
unas normas claras y exigentes. Nada de dopaje, ni de violencia contra el
adversario, ni de irrespeto al árbitro. Si no se someten serán castigados con
el escarnio de una tarjeta amarilla o con la expulsión a las tinieblas
exteriores a la que les condenará la tarjeta roja.
Los futbolistas de
elite cobran muy jugosos sueldos. Sin embargo el juego adquiere en ellos el
calor de una pasión. Y un sentimiento de plenitud los inhabita cuando consiguen
la victoria. Aseguran los entendidos que el esfuerzo físico produce endorfinas
responsables del bienestar del organismo. La práctica religiosa o la
evangelización -sin forzar en exceso el paralelismo- también nace de una pasión
y produce un fuerte bienestar psíquico.
También contabiliza valores
El fútbol no es ajeno a determinados valores tales como la generosidad, el fairplay, la empatía, la honestidad, la tolerancia, la esperanza… Valores que igualmente adornan al buen creyente. Y si los santos han sido referentes a lo largo de los siglos, también los futbolistas ejercen este rol. En ocasiones se les coloca el “san” antes de su nombre (San Iker, por ejemplo) y se aplaude con frenesí al que logra impactar la pelota contra la red. En consecuencia están moralmente obligados a dar buen ejemplo.
El fútbol no es ajeno a determinados valores tales como la generosidad, el fairplay, la empatía, la honestidad, la tolerancia, la esperanza… Valores que igualmente adornan al buen creyente. Y si los santos han sido referentes a lo largo de los siglos, también los futbolistas ejercen este rol. En ocasiones se les coloca el “san” antes de su nombre (San Iker, por ejemplo) y se aplaude con frenesí al que logra impactar la pelota contra la red. En consecuencia están moralmente obligados a dar buen ejemplo.
Finalmente el
deporte permite vislumbrar la trascendencia. El himno que al unísono proclaman
miles y miles de voces, el ritual de los colores, los aplausos, los abrazos de
los compañeros… Las manos que se dirigen al cielo tras el gol, la copa que
aguarda junto al terreno de juego, los locutores que se desgañitan, los
prohombres que contemplan el espectáculo desde la grada… Todo ello apunta, a su
modo, a una vaga experiencia mística. Traspasa el muro de la cotidianeidad y la
rutina.
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