El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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lunes, 3 de marzo de 2014

El fútbol y la religión (II)



Ya es tópica la afirmación de que el deporte, en particular el fútbol, se convierte en un sucedáneo de la religión. Determinados ritos en los estadios, a poco que uno profundice en el asunto, tienen sus paralelos en la liturgia religiosa. 

Más allá de gestos concretos está el ambiente global. El hincha se siente arrebatado y experimenta lo que, con un poco de atrevimiento, cabría calificar como fenómeno casi místico. Tras el triunfo anhelado y suspirado de su equipo, mientras la multitud ruge, él vive instantes portentosos. 

Voy a tratar de jugar a las correspondencias entre la liturgia del fútbol y la de la Iglesia. Confío en la venia de quien crea que fuerzo en demasía los términos. Y, por favor, nadie se ofenda porque la intención no es, ni de lejos, faltar el respeto a nadie ni a nada. 

  • La sintonía del hincha con los colores de su equipo es tanta que desea descansar para siempre en el espacio “sagrado” del estadio. Los clubs están dándose a la tarea de construir criptas con los columbarios para las cenizas post-mortem, que los fans solicitan cada vez a mayor ritmo. 
  • Cuando los partidarios del club dialogan entre sí recurren al adjetivo “divino” con frecuencia. Los cracs son dioses. Tanto es así que los espectadores son muy capaces de hacer gestos de adoración al valorar como excepcionalmente acertada la jugada del ídolo. 
  • En los momentos previos al juego ondean las banderas. Las bufandas serpentean y mil pañuelos con referencias al equipo se agitan en las gradas. ¿Será que vitorean al Mesías? 
  • Las Iglesias tienen sus mártires y también los clubs. ¿Qué son sino los lesionados que caen en el campo de batalla ante la furia del adversario sin escrúpulos? 
  • Las concentraciones tienen como objetivo que los jugadores se encuentren en perfecta forma. Nada de distracciones, de sustancias estupefacientes, de novias o esposas. Sólo ascetismo en pos de la victoria. 
  • Los días previos al partido hay que predisponer y animar los ánimos de los partidarios. Numerosas publicaciones se encargan de esta tarea. ¿Una correspondencia con la lectura espiritual?
  • El árbitro será el blanco de las iras e insultos de los espectadores si consideran que ha sido injusto con su equipo. Por cierto, así lo creen muy a menudo. ¿Es el árbitro el diablo? En todo caso la etimología del diablo apunta a “poner división y discordia”. 
  • Actos previos a la confrontación consisten en desfiles varios. Banderas e insignias manifiestan con orgullo la identidad del club. En las procesiones religiosas la identidad se manifiesta blandiendo ciriales, cruces y pendones. Cierto que en el terreno deportivo los ánimos de los participantes andan mucho más exaltados. 
  • Los deportistas agitan la camiseta en momentos decisivos y besan con fervor el escudo. ¿Será excesivo compararlos con el beso –más pausado, eso sí- de los iconos u otras imágenes religiosas?
  • Los museos exhiben copas, trofeos, documentos… Es preciso transmitir a los visitantes las glorias y hazañas del equipo. Quienes profesan una misma fe tienen una historia sagrada cuya transmisión es confiada a los catequistas. 
  • Hay jugadores que rompen de malos modos su contrato o engañan al público profesando amor eterno al club cuando en realidad se entregan al mejor postor. Son desertores y traidores a la causa. También en la Iglesia se tropieza uno con gente de doble vida, incluso apóstatas y sacrílegos. 
  • Es de rigor guardar un minuto de silencio cuando acontece la muerte de algún personaje representativo del club. Silencio, música grave, inmovilidad. No menos la liturgia religiosa dispone de silencios significativos y músicas adecuadas. 
  • Las Iglesias tienen sus personajes representativos que se han gastado y desgastado en el apostolado y testimonio. Han sido canonizados. Determinados nombres han sido consagrados por el club. Nadie debe osar criticarlos. 
  • Los espectadores cantan masivamente estribillos a favor y en contra de algunos jugadores o directivos. También las Iglesias recurren al canto común en sus ceremonias de adoración y veneración. 
  • Cuando los obreros del fútbol ganan un trofeo lo exhiben ritualmente levantando los brazos y entre gritos jubilosos. Los iconos también se besan devotamente y la custodia se levanta con fervor. 
  • Los goles se celebran mirando al cielo, con los brazos en alto. Es una acción de gracias a un cielo laico, interesado en el buen resultado del equipo. También en las asambleas religiosas hay momentos especiales de gozo en los que la gente se mueve rítmicamente y levanta los brazos hacia el firmamento. 

En una palabra, el fútbol tiene su jerarquía: presidente, directivo, entrenador… Exhibe sus símbolos identitarios: himno, camiseta, escudo, estadio… Cuenta con entusiastas partidarios: los hinchas. Dispone de una infraestructura mediática: periódicos, programas de televisión, emisoras… No faltan personajes populares, casi dignos de veneración por parte de los hinchas. Como tampoco faltan traidores y desertores que devienen el blanco de las iras populares. 

Dejemos la moraleja para otra ocasión, aunque avancemos que sería demasiado fácil hacer caricatura de todo ello. Se trata de un fenómeno un tanto irracional, cierto, pero que está ahí. Mueve pasiones, propicia ganancias exorbitantes, provoca insomnios y hasta infartos. Dejémoslo ahí.

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