El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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sábado, 10 de mayo de 2014

Las cicatrices de la post-crisis



Una y otra vez el personal instalado en el gobierno diserta, nos informa y adoctrina acerca del cambio de tendencia en cuestión de economía y finanzas. Queda por hacer, claro, pero la victoria es segura. Ésta es la estrategia electoral y nos la repiten en cuanto la ocasión se tercia. En los mítines, las entrevistas, los periódicos, las emisores de radio y TV. 

Yo entiendo más bien poco de economia y finanzas. Sí sé que tengo a la mitad de los sobrinos en paro. Me consta también que en muchas Iglesias el personal de Caritas se desvive tratando de conseguir alimentos para todos los que están en la cola. Hace un par de años fui testigo presencial en la periferia de Barcelona.

Las cicatrices del día después

Temo que lo más triste de la crisis llegará el día después. A lo largo de años mucha gente ha luchado para lograr algunos derechos en la fábrica, en el sistema de salud y de pensiones. Unos han corrido delante de los policías, otros han sido interrogados y vejados en cuartelillos y calabozos. A unos les han birlado la beca, otros han sido fichados con la finalidad de impedirles todo ascenso en la escala social. 

Tras la crisis quedarán jirones de derechos y salarios esparcidos por entre las reformas del trabajo, los recortes en sanidad, los pluses que nunca llegaron... Sí, lo más terrible de la crisis será la post-crisis. Algún día el presidente del gobierno anunciará con ademán risueño la noticia del fin oficial de la crisis. Y ello gracias a los esfuerzos del gobierno, su buen hacer y su perseverancia. 

Sí, algún día del año 2015 nos levantaremos con la noticia que los compinches y acólitos  de los poderosos esparcirán por todos los rincones. Se nos dirá que los sacrificios valieron la pena. Algunos periodistas de pluma cotizada, bien pagados por instancias superiores, alabarán la gestión de quienes tuvieron la responsabilidad de atajar las vías de agua de la economía.

Se sorteó el rescate y cambiaron las tendencias para bien. Cierto que quedan algunos síntomas preocupantes y que conviene andar con cautela, pero los ciudadanos pueden respirar con alivio. Las políticas de ajuste han logrado su objetivo. La crisis ha quedado cautiva y desarmada como el ejército rojo en el año 1936. Basta de críticas al gobierno, lo que ahora procede es la alabanza y el agradecimiento. 

El día que se nos anuncie el final de las dificultades financieras más de uno sonreirá agradecido. El mandamás de turno recordará que él tenía razón y que no era fundada la desconfianza con que los ciudadanos se embadurnaron a lo largo de varios años. Y, claro, hay que agradecérselo.

En este tipo de discursos no se aludirá a la crisis de la ecología, ni al pésimo reparto que sufren los ciudadanos, ni al desatino de vivir como si los recursos fueran ilimitados. La crisis habrá terminado oficialmente, pero los salarios se habrán desinflado, la clase  media andará de rodillas. Los jóvenes trabajarán sin apenas cobrar, los estudiantes no podrán ejercer como tales por escasez de becas. Los que un día marcharon más allá de las fronteras seguirán lejos. Las estadísticas de los parados bajarán unas décimas. Todo requiere su tiempo, nos dirán. Lo importante es que cambie la tendencia. 

La crisis habrá terminado, pero los niños se hacinarán en las aulas, antes espaciosas. Habremos superado los días malos, sin embargo los centros de salud no nos atenderán sin pago previo. Las tendencias de la macroeconomía navegarán viento en popa, pero las recetas serán como condenas al infierno oscuro de la enfermedad sin esperanza. 

Lo peor de todo serán las cicatrices que habrán dejado en el alma los días de crisis, ahora superados, según la consigna. Estas cicatrices nos impedirán protestar en la oficina o la fábrica porque el fantasma del despido andará cerca. Se nos recordará lo que pasó hace muy poquito. Y tendremos que pasar por el aro y vivir domesticados. 

Cada uno con su sardina

Las cicatrices de la crisis que quedó atrás nos robarán una porción de solidaridad. Como felinos escaparemos al rincón a comer la propia sardina. El hambre aprieta y quizás no haya para todos.

Unos pocos años han bastado para degradar derechos y salarios, para dejar cicatrices en la piel de los ciudadanos y para inyectarles el miedo en el cuerpo. Estas cosas pasaban después de una guerra, pero ahora no ha hecho falta empuñar metralleta alguna. Bastó con que los articulistas escribieran acerca de la reciedumbre de los tiempos. Bastó con que unos señores vestidos de negro, procedentes de otros países, dictaminaran acerca de los peligros y de las medidas a tomar. 

Amenazas, miedos, intranquilidad, recelos, desconfianzas, suspicacias.... En este mar de temores se habrán diluido los derechos adquiridos con tantos sudores. Unos pocos años y el sólido castillo de las reivindicaciones logradas se ha venido abajo. Tal parece que el paisaje social ha padecido las consecuencias de un terrible incendio.

Puede que salgamos de la crisis, pero será con el cuerpo hecho jirones y el alma amedrentada. Tendremos los bolsillos más vacíos y actuaremos con menos solidaridad. Ya ablandados, confesaremos en voz baja que somos un poquito más cobardes y que hemos perdido las ganas de luchar de nuevo por los derechos ahora perdidos. 

Mientras tanto seguirán las reformas porque no se debe dormir encima de los laureles. No es sensato gastar tanto, nos dirán, pues el gasto público se sufraga con el dinero de todos. Hay que espabilarse porque, de lo contrario, la gente se aburguesa y se niega a doblar el espinazo. 

Todas estas cosas nos dirán los que se sientan en la mesa de ministros y sus bien alimentados asesores. Ellos sí hablarán sin miedo y ajenos a las cicatrices. Viven en un mundo diverso. Tienen siempre abiertas las puertas de las grandes corporaciones, sus rentas se hallan a buen recaudo. 

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