El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 1 de mayo de 2016

A un ciudadano con igualdad de oportunidades

Apreciado ciudadano: indudablemente habrás escuchado muchas veces que en las democracias todo el mundo goza de igualdad de oportunidades. Vaya por delante que nada tengo contra la democracia. Como dijera Churchill, es el peor de los sistemas, exceptuando todos los demás.

El axioma del mercado libre.

Te repiten por activa y pasiva que tienes igualdad de oportunidades. Es verdad que vives en un barrio marginado donde el camión de la basura no suele incursionar. También lo es que tiene que mandar a sus hijos a un colegio improvisado donde imparte clases una chica apenas alfabetizada. Y no es menos verdad que tu sueldo se termina antes que el mes. Por supuesto, no puedes permitirte el lujo de soñar con casa propia.

 Nadie niega estas verdades. Los que poseen una más pesada dosis de cinismo te dirán incluso que lo antes dicho no atenta contra la igualdad de oportunidades. Vete al supermercado más próximo y observarás en sus estantes muchísimos y variadísimos productos. Sólo tienes que alargar el brazo e ir llenando la bolsa. Después pasas por caja ―cosa fácil: todos los caminos convergen hacia ella― y paga la cuenta que te ofrece la señorita.

Claro que existe la igualdad de oportunidades. Incluso en el banco. Puedes dirigirte a cualquiera de esas entidades y lograr un préstamo. Basta con que pongas la casita o la herencia como garantía y pagues los intereses previstos. También la igualdad de oportunidades se extiende al terreno de la opinión. Nadie le impide que compres un periódico ni que instales un canal de televisión.

Ojeas el periódico de la mañana y das con las más variadas y sabrosas ofertas de trabajo. Es verdad que te exigen buena apariencia, menos de cuarenta años, dotes persuasivas, dominio del inglés y conocimientos de informática.  Pero ¿quién te prohíbe poseer todos estos requisitos?

Los escaparates están repletos de productos. Los bancos rebosan de billetes en sus bóvedas y cajas fuertes. Pero ubícate y no empieces a pedir sin dar nada a cambio. No comiences exponiendo tus personalísimos problemas ni tus particulares lamentaciones. Si naciste con insuficiencia renal, si padeces úlcera o te hallas postrado en una cama, no le eches en cara al mercado ni a la igualdad de oportunidades tu caso particular. No es culpa de la democracia ni del capitalismo.

Es sorprendente la cantidad de oportunidades que están ahí para que alguien las aproveche… y se dejan pasar de largo lamentablemente. Incluso cualquier país pequeñito, con problemas de hambre y subdesarrollo, podría muy bien pedir una invasión a otro país cercano y poderoso para aprovecharse de su avanzada técnica, para llenar de carreteras su suelo y de rascacielos sus ciudades.

Un axioma bastante cínico.

Ya ves, querido ciudadano: con el maravilloso invento verbal de la igualdad de oportunidades, podemos continuar siendo tremendamente desiguales. Con la desventaja de no poder dar a nadie la culpa de las limitaciones que nos afectan. ¿No te parece que sería más deseable hablar simplemente de la igualdad, y no de la igualdad de oportunidades?

Con el invento de la igualdad de oportunidades pueden continuar existiendo pobres y ricos, opresores y oprimidos, barracones y palacios, doctores y analfabetos. Espero estés de acuerdo en que sería mejor una convivencia más humana y con menos oportunidades. Sobre todo si formas parte de quienes viven en la periferia de la ciudad. Donde, por cierto, el asfalto, el agua y el camión de la basura tienen oportunidades de llegar, sólo que no llegan.

Yo enfoco la cuestión desde otro punto de vista mucho más elemental y menos ideológico. Cada ser humano tiene unas necesidades biológicas que cubrir. Su estómago requiere de la digestión diaria. Cada uno tiene necesidades de vestir, cobijarse e ir a consultar al médico de vez en cuando. Las ideologías no cambian estas necesidades fundamentales. Sean más o menos listos, más o menos elegantes, los hombres y las mujeres se ven precisados a procurar el alimento, el vestido y la vivienda.
Me da la impresión que plantear las cosas así es mucho menos complejo y mucho más humano. Y, por supuesto, cristiano. Desde las primeras páginas de la Biblia se habla del hombre como imagen de Dios. Se le pone en un mundo capaz de producir el alimento y de cubrir las necesidades que le sobrevienen.

¿Estás de acuerdo conmigo, estimado ciudadano? Pues que un día no lejano veamos disminuir los debates ideológicos, sobre si las izquierdas o las derechas tienen razón y la política se oriente hacia una convivencia más decente.

Un abrazo deseándote en el entretanto que el camión de la basura tenga, no sólo la oportunidad, sino el realismo de llegar hasta la puerta de tu vivienda.

1 comentario:

Pedro Aguirre dijo...

Es lo que tiene el sistema capitalista. Te hace la propaganda de que todo es posible e incluso te llena los ojos de productos, pero luego no logras satisfacer nada de lo que te promete. NO alcanza el sueldo o sencillamente no tienes la preparación adecuada. ¿Y por qué no la tienes? Pues porque has nacido pobres, sin los recursos suficientes para estudiar. ¿Por qué no renegamos del capitalismo y creamos otro sistema más justo? - P. Manuel, saludos desde Dominicana.