El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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sábado, 21 de mayo de 2016

Reclamaciones a la democracia

En algunos establecimientos públicos el usuario tiene a disposición un grueso cuaderno de reclamaciones en el que dejar constancia de su protesta y desacuerdo con algunos de los servicios o servidores. Si la democracia dispusiera de un tal libro, de seguro sus páginas se habrían ya agotado repletas de letra apretada y diminuta. Tantas son las reclamaciones que se le hacen.

Aunque, bien pensado, los reproches no van dirigidos tanto a la democracia en sí cuanto a determinadas situaciones que ésta genera. Porque es sabido que la democracia es el peor sistema de gobierno, exceptuando todos los demás, como dijo el sabio Churchill.

Quejas reaccionarias

No hay que tomar en consideración las lamentaciones reaccionarias de quienes opinan que el pueblo está incapacitado para expresar una opinión. Es verdad que su preparación dista del ideal. Pero hacer dejación de los mecanismos del Estado en manos de quienes tales ideas defienden probablemente resultaría más devastador.

Los que piensan de tal manera ―sospecha uno― se han incrustado en los mecanismos más decisivos del Estado. Y no viven mal, por cierto. Por otra parte, las más de las veces, se ocupan no en problemas de interés general o de tipo técnico, sino en cómo mantener y perpetuar la propia parcela de poder.

Otra reclamación tiene que ver con las condiciones de ingobernabilidad que suele generar. En efecto, cuando las fuerzas de la sociedad resultan muy equilibradas, o muy dispersas, de modo inevitable se plantea el problema de los gobiernos inestables y presionados por la oposición. Determinados gobiernos se construyen a base de malabarismos: hay que tener en cuenta las diversas ideologías, el carisma popular de algunos líderes, las presiones de los grandes banqueros en la sombra… Consecuencia: los gabinetes se ven precisados a abortar antes de dar a luz a una criatura medianamente aceptable.

Nada inhabitual que la política oficial se halle a años luz de las inquietudes cotidianas del ciudadano medio que por la mañana se encamina a la fábrica o a la oficina, acude al supermercado, prende el televisor y visita a sus compadres. Cuando los dirigentes no escuchan el clamor de la calle ―ocupados como andan en sus quehaceres lucrativos o jactanciosos― el ciudadano común recurre a otras instancias reivindicativas, llámense organizaciones populares, sindicatos, asociaciones, clubes, etc. ¿Recuerdan el 15-M?

Algo tendrá que ver todo ello con un hecho bastante significativo y universalmente comprobado. La gente se desinteresa gradualmente de los asuntos políticos. Ahí están las cifras de las abstenciones que aumentan sin cesar, excepto cuando las situaciones se crispan o algún líder logra estimular la ilusión. Y muchos de los que acuden a las urnas cada cuatro años tal parece que, más que un voto, depositan la renuncia a preocuparse durante este período de los asuntos públicos. El abstencionismo preocupa a muchos observadores. Amenaza con sepultar a la democracia con una gigantesca y sorda ola de indiferencia.

La Política como espectáculo

Paralelo a este asunto se constata que la política en muchas ocasiones colinda y hasta invade el terreno del espectáculo. Interesa quién va a ganar o a perder, como interesa el resultado de un partido de fútbol, o del cuadrúpedo vencedor en el hipódromo. Por otra parte determinados miembros del gabinete seducen por su físico atractivo o por su proceder campechano. No son cualidades que tengan que ver con la tarea encomendada.  

No es de extrañar entonces que los debates sean sustituidos por manifestaciones callejeras o por mítines ruidosos. Es de esperar que las aclamaciones o las befas se sobrepongan a los argumentos. En fin, que no se afronta la complejidad de los problemas y sí se pone el énfasis en las demostraciones de fuerza, en vagas declaraciones de intenciones y en promesas que suenan a hueco.

¿Resultado? Que algún humorista escale un escaño, que el protagonista pretenda ser gracioso a toda costa, que se mendiguen los minutos en las pantallas de televisión. Se han dado casos más extremos, como que una actriz del porno saliera cómodamente elegida. Y no les cuento acerca de partidos que han usado la sátira como elemento fundamental. Uno de ellos es el PIS (Partido Irreverente Surrealista) cuyo programa declaraba no cumplir nada de lo prometido.

¿Cabe esperar gran cosa del certamen electoral? ¿No servirá, el conjunto, para legitimar apetencias desenfrenadas de poder y dinero? Se sabe de gente que hace campaña por un candidato y vota por otro. Ojalá que no sea así, pero el hecho es que el desencanto aumenta como mancha de aceite.  Muchos ciudadanos se sienten burlados. Algunos dejarán de votar definitivamente.

No creo que sea solución dejar de votar sin más, sin aportar otras alternativas. Pero cualquier otra alternativa está todavía muy verde. Por supuesto, habrá que potenciar las organizaciones populares, los clubes con inquietudes, las comunidades de vecinos… Y, mientras tanto, a pesar de todo el lastre que arrastra el sistema democrático, no queda más remedio que repetir la sentencia de Winston Churchill: el sistema democrático es el peor, exceptuando todos los demás.

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