El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

jueves, 29 de marzo de 2018

Paradojas de la Iglesia

Una de las paradojas —maravilla a la vez de esta institución milenaria que es la Iglesia radica en que bajo su manto se cobijan personas con talantes muy diversos. En ocasiones se diría que opuestos. Exitosos empresarios tienen su nombre anotado en los mismos archivos que las humildes monjas de clausura. A unos no les tiembla el pulso arriesgando en la bolsa, mientras las otras prefieren cantarle salmos al Señor tras gruesos muros de hormigón. 

Bajo la techumbre de esta Iglesia variopinta y plural viven personas de ideas humanistas y progresistas, pero también seres humanos un tanto enfermizos, petrificados en el pasado. Nada desean tanto como escuchar lo que tienen que hacer —claro, explícito y mensurable— para asegurarse un rincón en el celestial paraíso.     

Del seno fecundo de la Madre Iglesia, tan centenaria ella, han surgido personalidades desbordantes, cautivantes y comprometidas. Tales como S. Francisco de Asís, S. Agustín, Juan XXIII, Oscar Romero. Sin embargo, también se remiten a la Iglesia personas altaneras, pendencieras, prepotentes y trepadoras. Los libros de historia de ayer y de hoy garantizan la verdad de la afirmación.

En la Iglesia ha habido vírgenes y ascetas, mártires y monjes, sencillas madres de familia, jóvenes de ideales ardientes, religiosas que han envejecido junto al lecho del enfermo o se marcharon a vacunar a niños famélicos en el corazón de África. Y, por supuesto, se han dado innumerables casos de individuos mediocres, sacerdotes apegados al dinero, obispos con criterios mundanos, religiosos con horizontes mezquinos.

El Espíritu es quien capacita a la Iglesia para tan amplio abrazo. De Él se dice que es calor para el corazón helado, que flexibiliza al intolerante, que rebosa ternura, que acoge a la diversidad de los fieles sin comprometer la unidad de la fe. En la festividad de Pentecostés los creyentes celebran el ser y el quehacer del Espíritu. Se trata de una fiesta entrañable para los que saben sumergirse en lo más profundo de sí mismos, donde precisamente El establece su habitáculo. 

El Espíritu se resiste a ser aprisionado en unos artículos del código de derecho canónico. Se le dibuja como paloma que surca los aires en libertad. Su metáfora es la brisa inasible, el fuego de imprevisible flamear. El espíritu se experimenta, pero no se ve ni se toca, nadie sabe de donde viene ni a donde va.    

El Espíritu favorece aquello que en la Iglesia es movilidad y carisma, tolerancia y diversidad. Y es que la vida necesita, sí, unas estructuras y una estabilidad. Pero requiere también la terapia adecuada para ahuyentar la rutina y evitar la esclerosis.

Hay quien ha contrapuesto la Iglesia de la estructura a la del carisma, la de la norma a la de la profecía. A ambas les asiste todo el derecho de ciudadanía en el Pueblo de Dios. Aunque inevitablemente en algún que otro momento se genera la tensión. Las ideas que proceden de la cumbre no siempre coinciden con las de los líderes más carismáticos y de mayor autoridad moral. Es comprensible que quien detenta las riendas del poder prefiera los esquemas conocidos y los programas previstos. La novedad suele provocarle recelo y nerviosismo.


Unidad en la diversidad es uno de los frutos tradicionalmente atribuidos al Espíritu. Por eso nadie debiera pretender que los creyentes lleven el mismo corte de pelo, usen vestimenta confeccionada según un mismo patrón y traten de que sus circunvoluciones cerebrales tengan idéntico diseño. Son metáforas, claro está, pero que apuntan a precisas realidades.       

Apagaría el Espíritu —a lo cual se oponía S. Pablo— quien pretendiera que las voces ajenas sonaran como un eco de la propia. La Paloma en mayúscula no se deja atrapar ni siquiera en jaula de oro. El día en que algo así sucediera habría que solicitar permiso para hacer la experiencia de Dios. Padeceríamos un intenso frío que acabaría congelándonos los huesos. Las bienaventuranzas serían substituidas por las reverencias. En suma, sobrevendría el eclipse del Espíritu y las cosas adquirirían el color gris y anodino de la uniformidad. 

4 comentarios:

Unknown dijo...

Muy bien expresado. La Iglesia refleja la diversidad del mundo. Mundo donde hay ateos santos o cristianos santos y viceversa. De lo leído estar o no estar dentro de la Iglesia hace poca diferencia...el Espiritu de Dios no esta aprisionado como bien dices y se manifiesta donde quiera. Lo triste para mi es que el testimonio de Cristo mueva más dentro que fuera. ...

Unknown dijo...

Muy bien expresado. La Iglesia refleja la diversidad del mundo. Mundo donde hay ateos santos o cristianos santos y viceversa. De lo leído estar o no estar dentro de la Iglesia hace poca diferencia...el Espiritu de Dios no esta aprisionado como bien dices y se manifiesta donde quiera. Lo triste para mi es que el testimonio de Cristo mueva más dentro que fuera. ...

Manuel Soler Palá, msscc dijo...

Releyendo el texto en la distancia del tiempo aprecio que es un valor que diferentes personas con itinerarios muy diversos puedan cobijarse dentro de la misma Iglesia. Pero no destaco lo suficiente que llega un momento en que el rumbo que uno sigue se aparta tanto de Jeús que hasta puede llegar a ser un mal testimonio que se acoja a la Iglesia, que siga llamándose cristiano. Me faltó subrayar este aspecto. No cabe en el regazo de la Iglesia quien hace sufrir y no se arrepiente, quien defrauda al obrero por sistema, quien actúa de modo prepotente.
Por otra parte me desconciertan algunas personas que critican con saña a la Iglesia, pero luego se ufanan de haber trabajado por ella o siguen acercándose a ella como si las críticas se hubieran desvanecido y nada hubiera que decir. ¿:::???

Unknown dijo...

estoy de acuerdo que algunos que se llaman cristianos, si no practican el amor fraterno, pueden ser un mal testimonio al considerase que ellos tmbien son Iglesia. En realidad forman prte de ella? Yo tengo mis dudas, aunque quiero creer que la Misericordia de Dios és muy grande y todos, incluso los que faltan gravemente a la caridad, són acogidos bajo las alas de l'Amor de Dios, pero no sé si es lo mismo ser acogidos por el Amor de Dios, que formar parte e la Iglesia y poderese autodefinirse como cristianos.