El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 19 de diciembre de 2010

La estadía en Rwanda toca a su fin


Llevamos ya dos semanas en Rwanda, este minúsculo país perdido en la geografía de África. Ha habido diversas oportunidades de entrar en contacto con los nativos. Un contacto muy limitado porque la mayoría de la población no sabe más que el kinyarwanda, el idioma que ciertamente nosotros no hablamos. Mejor dicho, algunos compañeros que habían desarrollado su labor en el país por unos años sí que todavía lo recuerdan. 
Cuando encontramos a alguien por los corredores de los edificios nos despachamos con un Muraho y una sonrisa. Y la gente se encuentra con solo salir de la habitación. Caso de traspasar la puerta del recinto de la misión, le rodean a uno decenas de niños a poco que estire los músculos faciales a modo de sonrisa. Niños con sus vestidos hechos jirones y pegados al cuerpo desde muchos días atrás, de tallas inapropiadas. Dan la mano una y otra vez.
Los pequeños nos miran como nosotros miramos a las jirafas el día que nos trasladamos a la reserva de animales. Somos individuos exóticos, extrañamente blanqueados. Somos muzungu: blancos con dinero y de hábitos extraños. Los niños dan la mano una y otra vez. Sus ojazos hablan por sí solos. Se diría que esconden un trasfondo de indefinida melancolía.
Los kilómetros hechos en la camioneta nos dan una idea del paisaje y del modus vivendi de la población. Las casas, sencillísimas, pero ya con techo de zinc. Sus moradores deben trasladarse lejos para buscar el agua, tarea confiada a los niños. Entre casa y casa suele haber un trozo de terreno que sirve para subsistir. Plátanos, habichuelas, sorgo y algún otro vegetal. Pero no todo el mundo lo tiene.
Sólo algunos privilegiados de la calle principal disponen de luz eléctrica. La gente camina y camina por los senderos. Trasladan víveres, visitan amigos. Pasan las horas fuera de la casa cuya utilidad principal y casi única es la de cobijar el sueño. De ahí que el paso de la camioneta les resultara todo un acontecimiento y convocara a pequeños grupos que asomaban la nariz al pasar. Más aún cuando en la parte posterior viajaban blancos de pie.  Porque las personas de este color los ven normalmente montados en poderosos y elegantes vehículos.
Pocos son los que piden dinero. Una primera impresión es que tienen un talante tímido y pacífico. Cuesta entender que las mismas personas hayan protagonizado la masacre de 1994 y que sigan produciéndose situaciones de enorme violencia. 
Por entre la vegetación asoma la cabeza alguna antena de TV atada a un largo palo y perdida entre platanares. Unas pocas instituciones disponen de una antena parabólica. Así la misión. Por cierto vimos la victoria del Barcelona por cinco a cero uno de los domingos. Las emisoras de radio no se escuchan bien desde Kiziguro, algo mejor en Butare. Se entremezclan lenguas y canciones del país y de afuera.
En la capital Kigali empiezan a surgir algunos edificios destacados. Llama la atención la limpieza de las calles. Hasta vimos mujeres barriendo la carretera. Todo ello a golpe de decreto presidencial: ensuciar la calle, permitirse aliviar la vejiga o escupir en vías públicas reportan severos castigos, lo mismo que caminar descalzos. Un gobierno que no se aviene a medias tintas en este ni en otros muchos puntos.
En un desplazamiento vimos individuos vestidos de rosa en una camioneta. En otro fuimos testigos de un juicio popular. Una multitud reunida confrontaba o acusaba a los presos de nuevo ataviados con paños color de rosa. La sentencia puede costarles la vida. Cuentan que las cárceles son temibles. Por de pronto, si alguien no le lleva la comida al preso, éste muere de inanición.
Fundaciones y proyectos
Los colaboradores de Concordia, Fundación que patrocinan los misioneros SS. Corazones, tenían que conversar con los responsables del lugar. Les exhortaban a elaborar proyectos viables, a presentar justificantes. También visitaron los edificios y proyectos en marcha o finalizados. Sacaron fotos a los niños apadrinados y escucharon discursos de agradecimiento. El Sr. Florentino se emocionó cuando un campesino le regaló una gallina para gratificar los esfuerzos de la Fundación.
La pobreza de los pigmeos, los primeros habitantes del país, impactó particularmente a quienes los visitamos y observamos su modo primitivo de vida. Ni cocinas, ni letrinas, ni una mediana seguridad de que comerán cuando el estómago reclame apaciguar los jugos gástricos.
Visitamos el centro de salud de Rúkara cuya alma es Teresa Cánaves, religiosa de los SS. Corazones. Un centro modelo, muy bien organizado y limpio. Prueba palpable de que es factible casar la austeridad con un ambiente acogedor. Lleva a cabo una gran labor con los niños desnutridos, las parturientas, las curas de ambulatorio, las 500 personas a las que diariamente entregan retrovirales para que el sida frene su tarea devastadora. La excesiva fertilidad es todo un problema en uno de los países de más densa población del planeta.
El templo de Rukara mantiene entre sus paredes la memoria de terribles episodios. En el 1994 desbordó la sangre en su interior. Numerosas personas se habían refugiado en su interior tratando de huir de la persecución de otros conciudadanos. No se respetó el lugar. Granadas y machetes acabaron con numerosas vidas. Un misionero compañero estuvo escondido por horas en un platanar para salvar la vida. En la población hay un cementerio al aire libre -como es habitual en la cultura del país- donde oramos un rato frente a la tumba del primer congregante rwandés fallecido en accidente de tráfico: Gérard Karuranga.   
Punto final
Hemos seguido teniendo largas sesiones en torno a la mesa con el fin de preparar los encuentros previstos para Julio próximo. No siempre hemos asistido todos los convocados. Quien ha tenido que ir a conversar con los más jóvenes sobre asuntos de importancia, quien  les han dirigido los Ejercicios o les ha dirigido charlas. Imprevistos varios han frenado el trabajo.
Si la frase no fuera tan contradictoria, cabría decir que los contratiempos e imprevistos forman parte de la agenda diaria. Luego hemos tenido enormes dificultades con las conexiones. Imposible bajar o subir archivos. Con dificultad abríamos una web o mandábamos un correo, lo cual nos inquietaba porque había urgencias de billetes y visados que atender.  
Estuvimos unos días en la sede del noviciado en Butare. Nos enteramos de su organización y estilo de vida. Nos obsequiaron los protagonistas con unas representaciones de notable calidad. No obstante la falta de medios, salieron al estrado convenientemente ataviados y desenvolviéndose bien en la faceta histriónica.
No quisimos perdernos una visita guiada al parque Akagera donde divisamos jirafas, antílopes, babuinos, cebras y otros animales y aves pintorescos. En el lago sólo logramos adivinar las narices de unos hipopótamos sumergidos. Las jirafas fueron los animales más visibles obviamente, pero tampoco se escondían demasiado. Y caminaban con una elegancia que no parecía propia de una masa de carne de 1.500 kilos de promedio. Este día las máquinas digitales fueron objeto de una manifiesta explotación.   
El día anterior a la partida, el sábado 18, hubo la ordenación sacerdotal de Nikuze, un rwandés que acababa de regresar de R. Dominicana donde había realizado los estudios de teología. La ceremonia duró casi tres horas. La comida en si fue muy sencilla, pero la acompañaron bailes, discursos, cantos y poemas, lo cual alargó la fiesta unas cuantas horas.   
Escribo estas líneas media hora antes de salir hacia el aeropuerto de Kigali. Saldremos con tiempo porque es previsible que los policías nos paren un par de veces. También podríamos pinchar una rueda o sucedernos cualquier otro imprevisto. Aquí hay que prever lo imprevisible. Y encima no es seguro que emprendamos el vuelo a la hora señalada porque hay noticias de dificultades ocasionadas por la nieve en el aeropuerto de Amsterdam. Justamente donde tenemos que conectar con destino Madrid.

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