El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 14 de diciembre de 2010

Impresiones y evocaciones desde Rwanda

Vista parcial del templo de Kiziguro (Rwanda)
Una vez dejadas atrás las sorpresas y sinsabores del viaje llegamos a la población de Kiziguro. Ocupa el centro de la población, sin que nadie ni nada se lo discuta, la misión que un día levantaron los PP. Blancos. Consta de Iglesia, habitaciones, establo, huertos y otras dependencias. Una vegetación agradable, aunque no muy tupida. Las numerosas colinas -le llaman el país de las mil colinas- no están muy pobladas de árboles, tal vez porque se levantan a una altura de 1.600 metros sobre el mar. Motivo también por el cual el calor, no obstante hallarse en pleno trópico, es muy soportable. Primavera perpetua.
La habitación que me han ofrecido es muy espaciosa, aunque apenas amueblada y con un baño que funciona a medias. Hay problemas de agua, aun cuando se han instalado varios depósitos de gran capacidad para recoger la de lluvia. Es que las vacas y las cabras parecen nunca saciadas.  

Me cuentan que la habitación en que duermo estaba destinada al Rey cuando había monarquía y visitaba el poblado. De lo cual hace apenas 50 años. También el obispo descansaba en ella cuando incursionaba por el lugar. Hay que agradecer los esfuerzos de nuestros anfitriones, pues incluso olía a pintura fresca. Cierto, dejaba que desear, pero no me quejo en absoluto. La austeridad es una virtud y compartirla en grado notable por unos días no hace mal a nadie. Al contrario, nos acerca a los pobres y a los que viven este ambiente a lo largo de toda la vida. Tampoco me sorprendía tanto, después de los doce años pasados en un barrio periférico de Sto. Domingo.    

La mesa del comedor y la del aula
Las comidas han sido abundantes. Bananas, habichuelas, arroz, cerveza casera, carne de vaca con mucha experiencia sobre sus cuernos… Comidas preparadas de modo exótico para nosotros, pero nada que decir. Si algo hay cultural en este mundo es la gastronomía. Resulta propio de ignorantes y provincianos dictaminar qué es más o menos comestible. Nos disculpábamos por no probar algunos bocados, como los insectos voladores que nos decían tener sabor a gamba, y los anfitriones lo entendían. Las frutas tropicales, por lo demás, muy deliciosas: plátanos, papayas, piñas, maracuyás…

Llegamos de noche y al día siguiente, dado que llevábamos retraso y no habían llegado todos los esperados, reorganizamos el horario. El objetivo apuntaba a conocer al máximo el país desde nuestros intereses. Por lo cual teníamos que visitar a algunas religiosas, a los Laicos misioneros, a los colaboradores de la Fundación Concordia patrocinada por la Congregación, las dos casas del Instituto… También queríamos saber datos sociológicos y políticos del país y del África en general, así como acerca del talante psicológico de sus habitantes. Y no queríamos perdernos una excursión a la reserva de animales. Luego las estrecheces del tiempo y las esperas inesperadas trastocaron el plan.

Por supuesto, la mayor inversión del tiempo iba a consistir en las sesiones de trabajo alrededor de la mesa. Nos propusimos como tarea perfilar la temática a debatir en el próximo capítulo para luego tomar decisiones y llegar a acuerdos bien pensados. Para lo cual era preciso examinar las aportaciones hechas por cada Delegación. Finalmente había que reunirse con el grupo de los congregantes más jóvenes que todavía no habían cumplido los diez años a partir de la profesión. Y los consejeros reunirnos con los componentes de la Delegación rwandesa.

Las sesiones de trabajo se alargan, aunque no siempre logramos comenzarlas cuando según el horario indicado. Los imprevistos -perdonen la contradicción- se diría que forman parte de la agenda del día. Andamos escasos de tiempo, entre otros motivos, por los retrasos de los viajes. También el avión del P. Amengual y los colaboradores de Concordia llegó tarde.

Aunque tratamos de imprimir poco en papel, a veces la obligación se impone. Estaba al corriente de que los virus hallan buen caldo de cultivo en las ordenadores rwandeses, así y todo no dejó de sorprenderme que saltaran del ordenador al pendrive y viceversa con gran gozo y no menor descaro. Ellos fueron los culpables de que una impresora instalada hubiera desaparecido sin más. Intentamos imprimir la hoja con varias impresoras sin éxito. Fuimos a una institución cercana y el éxito seguía sin sonreír. Hubo que viajar hasta la capital. Sin embargo, los móviles abundan y funcionan sin intermitencias.

El templo, los fieles y la liturgia
Participamos en algunas misas dominicales que superaban las dos horas. No hay prisa. Se dejan abundantes espacios de tiempo para el canto, las colectas, el sermón, los avisos… No nos enteramos de las lecturas y homilías porque todo se dice en kinyarwanda, la lengua del país. El francés lo hablan algunas personas más cultas. En los últimos años el inglés se impone con fuerza empujado por los nuevos gobernantes. Los funcionarios que hablan francés podrían tener nexos con el anterior gobierno. De modo que algunos lo conocen lo saben, pero hablan en inglés y exigen el english only.

Llaman poderosamente la atención los cantos larguísimos, con suaves cadencias y marcado ritmo que, sin embargo se solapa entre los sonidos. Cantos hermosos y melodiosos sin llegar a pegadizos. Algunos se acompañan con gestos que, de un momento a otro, se transforman en danza. Realmente elegantes los movimientos de brazos y manos, sobre todo por parte de las mujeres. Las palmadas abundan y los aplausos se desatan al levantar la hostia. Todo el mundo anda silencioso y recogido. Los niños no son excepción. Numerosos monaguillos/as rodean el altar.

En la misa primera de Kiziguro, a las 7:00 de la mañana -la gente no tiene pereza y se levanta con el alba- asisten unas 1.800 personas. Por supuesto, la secularización ha encontrado apenas brecha por donde colarse en Rwanda. La gente se apretuja en los bancos sin reparos. Como la mayoría  andan más bien escasos de carnes, la ya de por sí espaciosa nave multiplica su capacidad. Siempre cabe uno más en el banco.    

El templo fue construido previendo esta multitud. Es de ladrillos, muy sobrio, pero no reñido con la estética. Muchos fieles han debido caminar kilómetros hasta llegar al lugar. Lo cual ya deja suponer que los olores corporales de la multitud se entremezclan y conforman un ambiente peculiar. Me dicen quienes conocen el paño que se ha avanzado mucho en este punto, aunque la meta no se halla todavía al alcance de la mano.
Se alarga la crónica y habrá que poner punto final para no contravenir las reglas tácitas de este tipo de entradas. Pero seguiremos dándole al mazo.

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