El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 1 de mayo de 2013

Monseñor Romero, camino de la canonización


Se cumplen 33 años desde que el obispo Oscar Romero muriera asesinado por un balazo en el pecho mientras celebraba la Eucaristía. Días atrás fuentes vaticanas anunciaron que el proceso de beatificación seguirá adelante. El arzobispo italiano Vincenzo Paglia, tras entrevistarse con el Papa Francisco, afirmó que la causa de la beatificación de monseñor Romero había sido desbloqueada. 

Santo por aclamación popular 

La causa se inició en el lejano 1994 y se hallaba estancada por diversos motivos y presiones. Había que hacer un examen doctrinal de sus escritos y homilías, sostenían unos. Otros consideraban que no dejaba de ser peligroso ensalzar a un eclesiástico partidario de la teología de la liberación. Los de más allá temían las reacciones de los verdugos, todavía poderosos. 

Un gran número de cristianos de todo el mundo, y particularmente salvadoreños, sentían vergüenza ajena al saber de canonizaciones de personajes cuya vida levantaba fuertes interrogantes, mientras los expedientes de la causa de Monseñor yacían en el fondo de algún cajón. Ni siquiera la evidencia del martirio lograba allanar el proceso. 

Claro que la canonización popular ocurrió inmediatamente tras su muerte. En un ambiente de mentiras y falacias, de opresiones y crueldades, de egoísmos y ruindad la gente sencilla no tuvo ningún problema para afirmar que Oscar Romero era un santo. 

La doctrina misma de la Iglesia siempre ha sostenido que los fieles gozan de un instinto –sensus fidei, le llaman técnicamente- que discierne con tino entre conductas auténticas y falsas. De ahí que Oscar Romero fuera ascendido al rango de profeta, pastor y mártir por aclamación popular. Tres títulos que constituían el eje de su pasión y su misión. 

Los peligros de la canonización oficial 

Para la gente sencilla y para quienes sienten de verdad la causa de los pobres la canonización oficial no deja de tener sus riesgos. Y es que por el mismo hecho de ensalzarlo se le distancia de los suyos. La subida al altar no debiera neutralizar su figura. El Obispo Casaldáliga -otro personaje con similar ADN- temía este proceso de alejamiento y neutralización hasta el punto de escribir que sería un pecado hacerlo santo. Y yo añadiría, haciendo un juego de palabras demasiado fácil: no hay que hacerlo santo porque ya lo es. 

A Oscar Romero se le conoce y venera como santo a lo largo y ancho de nuestro planeta. Se han publicado y escuchado miles de veces sus homilías. Se conocen sus discursos y diarios. Innumerables son los escritos, las conferencias, las películas, las poesías que ha suscitado. Por cierto, entre los poetas cantores del Arzobispo merece mención de honor el Obispo Casaldáliga. Desde hace años una escultura se yergue en la abadía de Westminster. Como acontecía en los primeros siglos del cristianismo, la canonización oficial certificará simplemente la aclamación y el afecto popular. 

En su día todos los interesados por el tema sabían que Monseñor Romero no era bien visto por la jerarquía eclesiástica en general y en particular por los obispos de su país. El Nuncio tampoco sintonizaba con su actuación. Tanto era así que solamente Monseñor Rivera, su sucesor, asistió a su entierro. 

Ha escrito el teólogo Jon Sobrino, estudioso de su biografía y admirador de su proceder, que en la Congregación de Obispos del Vaticano se planteó destituirlo. De hecho le mandaron tres visitadores apostólicos en poco más de un año. Una tal actuación es una medida extrema a la que sólo se recurre cuando una diócesis padece gravísimos problemas y conflictos. 

Bien es verdad que, una vez la bala de los mercenarios atravesó el pecho de Monseñor, las sospechas menguaron, quizás por un elemental sentido del pudor. Entonces se le juzgó con menos dureza, pero se divulgó la idea de que era un buen hombre que pecó de ingenuo y de personalidad más bien escasa. Era manipulado por otros a fin de nutrir sus intereses sectarios. Y, sin decirlo, apuntaban a los jesuitas que escuchaban con agrado las exhortaciones del entonces Superior General P. Arrupe. 

Punto final 

El Papa Juan Pablo II cambió en parte su opinión respecto del mártir Oscar Romero. Visitó el Salvador en 1983 y, no obstante la oposición del gobierno, visitó la tumba de Monseñor en la Catedral. 

Tras el desbloqueo de la canonización instado por el Papa Francisco, el peligro radica en que la persona de Monseñor Romero se oficialice, se desdibuje y se acabe presentándolo como un piadoso sacerdote, devoto celebrante de la misa, constante en el rezo de las horas litúrgicas. 

No, no es que esas cosas estén mal, de ningún modo. Sólo que poniendo en ellas el acento quizás pase a segundo plano lo más típico de su actuación. Las aristas de su personalidad, las que no digieren los hombres del poder, no pueden ni deben evadirse. Monseñor Romero fue un profeta que denunciaba los desmanes de los capitalistas, el egoísmo de los oligarcas y la crueldad de los militares. Fue un hombre rebosante de misericordia que no se resignaba a que se les cerrara el horizonte de futuro a los pobres.

2 comentarios:

Francis Burgos dijo...

Para mi es impresionante converzar con gente sencilla de mi ciudad , que poco o nada saben de teologia, pero si de sentido comun y me dicen: Y como es que no han canonizado a Monsenor Romero?

Comparto con los salvadorenos la expression: es EL SANTO DE AMERICA

Unknown dijo...

"Si me matan, resucitaré en el pueblo". Y así es la experiencia desde que vivía entre su gente. Ahora Monseñor es nuestro, total y completo, en nuestros corazones. Su altar es el pueblo.