El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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lunes, 21 de abril de 2014

Insultos interactivos


Como bien sabe el internauta, en el mundo de las web de última generación se ofrece la posibilidad de que el lector haga sus comentarios acerca de lo leído. Tales escritos pertenecen a un género literario que todavía no ha sido definido. Allá se dan cita los sabiondos, los que insultan soezmente, los que incurren en penosas faltas de ortografía, los que recurren a los atributos genitales para sostener el hilo de su argumentación.
No faltan, por supuesto, quienes exhiben una sublime ignorancia. Uno de ellos escribía sin ruborizarse que Blas Pascal era ateo. El otro que Jesús fue un extraterrestre. Y así sucesivamente.
Años atrás me causaban desazón los tacos oídos por radio o televisión, como también las palabrotas plasmadas en blanco y negro en revistas y periódicos. A fuerza de escucharlas y leerlas la furia se amansa y la indignación se diluye. Actualmente mis preocupaciones transitan por otros senderos.
¿Insultos agraciados?
Confesaré incluso que me produce una cierta gracia las descalificaciones, insultos, improperios, tacos, denuestos, vituperios y maldiciones que gotean algunas web digitales en cuanto empiezan a interactuar los lectores. Me imagino las muecas de quienes juntan letras inflamados en sus fobias, la rabia de los que embisten contra su adversario e incluso la agudeza procaz de algunos escribientes.
Afortunadamente quienes garabatean obscenidades desde el anonimato y escogen pseudónimos opacos no representan a la mayoría de los ciudadanos. Más aún, algunos de los tales ejercen como personas sonrientes, bien vestidas y educadas cuando actúan a cara descubierta. Se diría que el anonimato reviste a algunos con traje olor a azufre, les atornilla rabo y cuernos sin que lleguen a tomar conciencia de la metamorfosis.
Chabacanos, bastos, groseros, toscos, zafios, burdos, procaces, irreverentes… todos estos calificativos se me ocurren  mientras tomo nota de los sentimientos, ideas y emociones de los anónimos escribientes.   
Tras el período de indignación, me tomo a broma las líneas que aparecen en las webs interactivas. Sobre todo si tratan de fútbol y muy particularmente de la pugna entre Madrid y Barcelona. Uno se tropieza a cada paso con expresiones alusivas a los genitales, pero no recojo ninguna piedra para lanzarla contra los pseudónimos. En ocasiones hasta llego a admirar la imaginación desvergonzada y el insulto refinado a que puede llegar la pluma embravecida arremetiendo contra el adversario.
En familia no escuché tacos. Más crecidito sí que llegaron a mis oídos palabras groseras que procedían de fuera del hogar. Las asociaba a ambientes donde circulaba el alcohol con generosidad o donde el sexo plantaba su tienda. Ya adulto concluí que las palabrotas son, en buena parte, expresión de rebeldía. Hay un momento en la vida en que uno se siente impulsado a decir “no”, a transgredir las reglas, a buscar compinches lejos de la autoridad establecida. Entonces el humus está a punto para que brote el fruto.
Lo malo del asunto es que para algunos la evolución se estanca y a lo largo de los años sueltan tacos y palabrotas sin tregua ni descanso. Los tales resultan desagradables y odiosos de cara a la convivencia.  Peor sí lo que pretenden con su vocabulario es hacerse notar. Y no cambia mucho el asunto si su inconsciencia les impide deducir por ellos mismos que se salen del tiesto una y otra vez.  
Preocupa la ética y la estética
Quien estas líneas escribe anda bastante curado de espantos y no se escandaliza por escuchar tacos repugnantes. Mis lamentos van en otra dirección: quienes reniegan, descalifican e insultan de palabra o por escrito limitan de modo tajante el vocabulario. Empobrecen los términos de la comunicación.
Tampoco me preocupa en este punto la riqueza del idioma, sino que tomo en consideración otro punto de vista. La lengua sirve para comunicarse, pero también para convivir. La forma de hablar da cuerpo a la forma de sentir y, a la postre, de vivir. Las palabras salen de nuestra más profunda interioridad. El lenguaje no es algo que tangencialmente tiene que ver con cada uno, sino que se desprende de su esencia.  
El lenguaje hace las veces de canal que conduce a la superficie las aguas subterráneas del individuo. En las mencionadas webs que acogen comentarios digitales, escritos tal vez en un momento de pasión, rabia o rencor, afloran cada vez más vocablos groseros, vulgares y ofensivos. La vida queda reducida a los niveles más primarios e instintivos. La racionalidad parece esfumarse.
La esencia humana supera los niveles emotivos y sentimentales centrados en las emociones y sentimientos menos nobles. Claro que hay que contar con los instintos y las emociones. Bastantes sufrimientos ha ocasionado el intento de pretender eliminarlas. Pero cuando sólo aparecen en su formulación más siniestra y lóbrega, entonces mucho me temo que no avanzamos en dirección al horizonte de la cultura, de la belleza y la educación, sino más bien al contrario.   
Y no vayan a invocar la democracia o la libre expresión para otorgarse el derecho a ser maleducado. La democracia no debe convertirse en la línea que iguala a todos a partir de las actitudes y sentimientos más nauseabundos y repulsivos, sino que debiera aspirar a la igualdad a partir de una común educación, amabilidad y cultivo de la inteligencia.

Por supuesto que no abogo por construir una especie de aristocracia. Deseo simplemente una democracia que ayude a subir el nivel de la urbanidad y los buenos modales. Ello sería buena muestra de que no anda ausente del individuo la ética, ni la estética.

3 comentarios:

Luis Madrigal Tascón dijo...

Querido Padre Soler: Me adhiero esencial e íntegramente a cuanto dice. Me parece que esto es la base. Sin embargo, no puedo dejar de dar vueltas a los dos últimos párrafos de su texto, porque creo también que en ellos se encierra el drama, no sólo de la convivencia social, en el orden temporal, o aquí abajo en la tierra, sino lo que, para nosotros al menos es mucho más categórico, la construcción del Reino de Dios, que sin duda también ha de comenzar aquí abajo, porque aquí es donde existimos y nos movemos, para poder llegar a ser, que es la razón última de nuestra existencia. Pienso que todos los que buscamos a Dios, hemos de pretender y luchar por la igualdad de todos sus hijos, sin distinción alguna entre ellos, sean cual fueren sus instintos viscerales, aunque en ocasiones rocen o hasta invadan la animalidad, en el sentido más amplio del concepto, su nivel de instrucción o cualquier otra circunstancia “personal o social”, como literalmente proclama la Constitución Española vigente. Sin duda, según me parece, esa tiene que ser nuestra meta. Pero dudo también mucho que, metodológicamente, sea posible hacerlo sin esa aristocracia, por la que usted no aboga. En la Grecia clásica, los “aristoi”, como sin duda bien sabe, no eran otra cosa sino “los mejores”, sin más “sangre azul” que la de la inteligencia. Pretender que la sociedad sea dirigida y organizada por “los peores”, es garantía de fracaso en orden a aquel fin. La esencia de la llamada “democracia”, no lo es tanto, pese a su etimología, el gobierno del pueblo, ni mucho menos tampoco la igualdad de los ciudadanos ante la ley, sino el principio de soberanía de ésta, de la Ley. Y, casi del mismo modo en que a los pueblos los mueven los poetas y los mártires conducen a la fe, podría decirse que sin levadura no es posible fermentar ninguna masa. Es la teoría de Ortega, sobre las minorías egregias, sin las cuales la misma sociedad nunca es posible, porque se “invertebra” cuando las masas se rebelan, teoría que me parece absoluta y radicalmente vigente en este mismo momento. Desde luego, con toda seguridad en España y posiblemente también en el mundo. Un fuerte abrazo, Padre Soler, disculpe por la extensión. Su amigo, Luis Madrigal.-

Manuel Soler Palá, msscc dijo...

Estimado Luis: acertados matices en cuanto a lo de la aristocracia. Por una parte, en los tiempos que corren, parecería que no es "políticamente correcto" abogar por las elites. Y no lo es en tanto en cuanto presumen de "sangre azul" o de dinero o de "noble cuna". Pero es muy cierto que son las minorías las que logran arrastrar hacia arriba a la mayoría. Mi expresión era ambigua, pero conste que me refiero también a una democracia que tienda a igualarnos "hacia arriba" y no "hacia abajo". En esto también estoy con Ortega, el cual me parece uno de los escritores con más ideas y más belleza literaria. Claro, no en todo lo que dice comulgo... Importa que sigamos reflexionando y escribiendo. Alguna humilde semilla brotará. Y gracias por la intervención y por la poesía de tus escritos.

Anónimo dijo...

Podria firmar totes les seves reflexions sobre els insults, que en els nostres dies,sovint, estan en boca de molta gent.
Recordo que quan jo era petita, a casa, els meus pares sempre deien que no s'havia de confondre la llibertat amb el llibertinatge i això és el que penso que fa molt de temps està passant a la nostra societat.
Tothom creu que te dret de dir, i algunes vegades fer, allò que li ve de gust, sense pensar en l'altre. Preval el jo, jo i sempre jo.
No pensen que els seus drets acaben on comencen els dels altres.
També crec que la impunitat que dona la falta d'identificació, favoreig aquests actes.
I tot això, naturalment, ens ho dona la falta de cultura i ètica.
Busquem un món millor!

Margarida (V.al sol)
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