El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

martes, 1 de abril de 2014

Sobrepasado el ecuador de la cuaresma


En cuanto me hablan del día mundial de algún suceso, objetivo o conmemoración, a mi me entra una indefinible desazón envuelta de escepticismo. Personalmente no me gusta celebrar una fecha previamente plasmada en el calendario. A no ser que se trate de acontecimientos y fechas muy personales: el aniversario del día en que uno vino al mundo, las bodas de plata...

No me va celebrar simplemente porque el calendario lo manda. Festejar un hecho que tiene escasa relación personal con uno se me antoja un tanto artificial. Así me siento cuando leo en la agenda que el día tal toca el turno al día de la mujer, de la madre, de Haloween, de la paz, de los humedales, del cáncer, del sueño, de la discriminación racial y de una inacabable retahíla. Porque quedan pocos días ­—–si es que alguno— sin su correspondiente memoria, recuerdo o celebración. 

¿No sucede otro tanto con la Cuaresma, la Pascua, la Navidad y demás tiempos o festividades litúrgicas? Sí y no. Porque no se celebra tanto un día específico, cuanto una actitud en la vida, un objetivo, un camino que se recorre. Lo manda el calendario, pero quien vive en el contexto de la fe no sólo lo celebra porque está escrito, sino más bien está escrito porque siente el deseo y la necesidad de celebrarlo. 

Dándole vueltas a esta cuestión he pensado que valía la pena refrescar para mí y para el eventual amigo lector, algunos datos acerca de los días que transcurrimos. 

La pedagogía de la Cuaresma

En primer lugar cabe decir que la cuaresma nació en plan pedagógico. Sí, para enfatizar el núcleo de la fe cristiana, el triduo pascual, el cual sitúa en primer plano la muerte y resurrección de Jesús. Abordar el triduo sin una preparación no parecía congruente. Los lances importantes se preparan. Se pensó en aproximarse a la fecha bajo el número cuarenta. Tales fueron los días que Moisés, Elías y el mismo Jesús pasaron en la montaña y/o el desierto. Por más que el número tenga bastante de simbólico.

Ya desde muy temprano esta época se aprovechó, además, para intensificar la preparación doctrinal y moral de los candidatos al bautismo. Porque por aquellos entonces no se cerraba el expediente con una charla en la oficina del párroco o en la sala donde un catequista echa su perorata a los padres del bautizando. 

Se comprende, pues, que a lo largo de la Cuaresma adquieren mayor relieve los elementos relacionados con el bautismo, ya sean oraciones, lecturas o símbolos varios. Por supuesto, también se habla de la penitencia y su auténtico significado que básicamente implica un cambio de camino y actitud. 

Tratándose de un tiempo fuerte ­—así se le conoce— nada más natural que desfilen por la pasarela de la liturgia los elementos que conforman los pilares cristianos: el éxodo, la peregrinación por el desierto, la alianza, el exilio, el profetismo...

La Cuaresma hace las veces de un despertador que recuerda la seriedad de la vida. Podemos arrepentirnos de lo que hacemos, pero no podemos borrarlo de nuestra biografía. El tiempo corre en línea recta hacia un final. Para el creyente termina en los brazos de Dios Padre. Entonces no extrañará que también se evoque el esfuerzo, la purificación, la transformación, la oración, el ayuno....

El gesto de la ceniza

Empieza la Cuaresma exhortando a que el individuo se convierta y crea en la Buena Nueva. Y ello acompañado con el gesto de poner la ceniza en la frente. Una ceniza que pretende bajarle los humos a la persona: también él, tan elegante, tan deportista, tan adinerado, se convertirá un día en ceniza. No se trata de amedrentar porque sí, sino de tocar con la mano el fondo más real, y oscuro a la vez, de la existencia humana. 

Algunos símbolos elocuentes de este tiempo son:

· El Desierto con su carga metafórica de austeridad, con la exigencia de no extrovertirse porque allí sólo hay piedras y un cielo inmenso. 

· La Luz. Las tinieblas nos atemorizan, nos llevan a tropezar. La luz pone orden y claridad en la vida. Un símbolo la mar de inteligible. Jesucristo es la luz. Entre tantas voces y minúsculas linternas, es aconsejable decidirse por la luz del mediodía. 

· El Agua que busca el sediento, que apaga la sed, que purifica y fecunda la tierra. El agua que, cuando falta, se adquiriría a cambio de cualquier otro bien. 

· También hacen su aparición en Cuaresma otros símbolos: la salud, el perdón... Por supuesto, la cruz y la resurrección. 

En el camino cuaresmal también encontramos a diversos personajes de los que podemos aprender. Alguno, por cierto, nos enseña lo que no debemos hacer. Es muy aconsejable eso de aprender de todo el mundo. De unos lo que conviene llevar a cabo y de otros lo que importa evitar. 

Se nos pone en el camino, a fin de que los imitemos, a Jeremías el Profeta, a la Samaritana, al Zaqueo convertido, al Padre del Hijo pródigo, al buen ladrón. Sobre todo y muy por encima de todos, a Jesús de Nazaret. Por contraste, se nos muestra el perfil de otros personajes cuyo comportamiento es del todo preciso esquivar: los ancianos que van tras de la casta Susana, la mujer adúltera, el hermano mayor del hijo pródigo...

Feliz y provechosa Cuaresma.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece muy pedagógico el post, D. Manuel. Sin aspavientos, pero dice muchas cosas provechosas. Un gran resumen del significado de la Cuaresma. Gracias. Le seguimos desde Puerto Rico donde por algunos años nos alimentó espiritualmente.