El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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sábado, 30 de julio de 2016

¿Como enfrentar a los terroristas islamitas?

El Papa no se cansa de decir que el mundo está en guerra, pero no se trata de una guerra de religiones, sino de intereses. Tiene toda la razón. En el Corán hay frases ambiguas respecto de la guerra, pero la mayoría de los musulmanes han sabido convivir con otras religiones a lo largo de cientos de años. Y quiero creer que la mayor parte de ellos rechaza de plano el vocabulario belicoso y más todavía hechos tan repugnantes como quemar y degollar a un ser humano.  

Una historia de resentimientos y violencias
Dicho esto, no se puede olvidar la loca violencia con que una minoría islamita trata de sembrar el terror. Ahora, por vez primera, también en un templo católico del norte de Francia. Pero antes han llevado a cabo cientos de actos terroristas en las comunidades cristianas de Oriente Medio y algunos países de África. Más aún, la barbarie alcanza también a quienes pertenecen a otros grupos en el interior del islam. Y a quienes tienen otra interpretación de la sharia (la ley) coránica.

Por su parte los cristianos también tenemos que recitar el mea culpa por haber declarado y ejercido, en más de una ocasión, la guerra declarada al islam. Basta con pensar en el tópico de las cruzadas. En otras guerras la motivación religiosa era quizás mera excusa que velaba razones de carácter político, territorial o económico. La guerra de Irak no estuvo motivada por causas religiosas ni tampoco la actual ofensiva contra el Estado islámico. En estos conflictos ―por ambas partes― hay mucho de odio al que es diferente. Se acumulan grandes dosis de resentimiento y se pretende vengar humillaciones anteriores.

En efecto, los musulmanes se sienten humillados por la guerra de Irak, por el modo de proceder en Guantánamo, por sólo enumerar dos motivos más actuales. Se sienten ofendidos por lo que consideran un comportamiento impúdico en occidente. Consideran que se les arrincona injustamente cuando grandes empresas les impide seguir trabajando como pescadores o agricultores en tierras africanas. En cada caso habría que matizar ulteriormente, pero sin duda se trata de heridas no restañadas.  

Algunas minorías islamitas están por la guerra, el asesinato y el terror. La última noticia sobre el particular es la de un joven exaltado que degolló a un sacerdote en el interior del templo, mientras oficiaba una misa. Un acto religioso, por cierto, en el que se hace memoria de la paz y la reconciliación obrada por Cristo. Los creyentes en Jesús de Nazaret no debieran apoyar guerra alguna.  

Los terroristas del Estado Islámico quieren unir a todos los musulmanes sunitas en torno a su causa. Con tal fin proclaman la guerra santa y declaran la hostilidad a la civilización occidental. Es así, aunque no debemos pasar por alto que la mayoría de las víctimas del terrorismo fundamentalista islámico pertenece a la fe musulmana no sunita.

Las armas de la paz y el diálogo
Se lee en ocasiones en la prensa occidental que o ellos o nosotros. No es el dilema que necesitamos afrontar. La fe cristiana no es ideología ni está necesariamente vinculada con la política o las razones de Estado. De ahí que el discurso deba ser bien distinto. Es en estos momentos tensos y dramáticos en los que urge redescubrir el meollo del mensaje de Jesús. A saber, propuesta de fraternidad, de no violencia y de diálogo. Pensar así no es de tontos, sino de cristianos. Es la debilidad del evangelio de la que hablaba Pablo, en todo caso. Es la contracultura de los creyentes.  

El martirio es un hecho que la Iglesia asumió desde los inicios. Encontramos ya su profecía en labios de Jesús: Si me han perseguido a mí, os perseguirán también a vosotros. El tenaz Tertuliano afirmaba, con razón, que los mártires son semilla de nuevos cristianos. La lógica cristiana, difícil de asimilar, afirma que la sangre derramada cosecha  frutos de reconciliación y de perdón.

Es una estampa de gran calidad dramática y cristiana la de un sacerdote de 86 años ― dedicado a repartir paz y fraternidad a lo largo de su vida― arrodillado y degollado cabe el altar. La Iglesia no dispone de otras armas que no sean las del perdón y el diálogo.

Los radicales islamitas se declaran en guerra contra todo y contra todos. Quizás en algunos puntos tengan algo de razón, pero en muchos otros recurren a falacias políticas y a falsos argumentos religiosos. ¿Cómo responder a tanta violencia? ¿Con más violencia? Nos instalaremos entonces en una loca espiral que no sabemos a dónde puede conducirnos.

Nada fácil resulta dar una opinión acerca de cómo comportarnos ante tanta barbarie. No parece que la mejor solución consista en hacer una exhibición de fuerza por parte de las naciones occidentales. Les seguiríamos el juego a los terroristas y se apoderaría de todos el temor y la sospecha.

Se ha publicado que el sacerdote degollado, P. Hamel, donó una parcela del templo para que los fieles musulmanes pudieran construir una mezquita. Todo un signo, todo un paradigma de la paradójica respuesta que debe dar la Iglesia. Un tal comportamiento indica el camino acerca de cómo plantar cara al fanatismo.

¿Este modo de afrontar la realidad es un suicidio, es una estupidez? Más de uno concluirá que sí. Pero el Evangelio habla de la fuerza de la debilidad, de devolver la otra mejilla. Creamos en la fuerza regeneradora del Evangelio. 

miércoles, 20 de julio de 2016

Partidos rumbo a la indecencia

Han pasado ya unas semanas tras las elecciones. El inesperado aumento de votos para el PP me ha sorprendido altamente. Más allá de las opciones y matices políticos llama la atención el hecho de que salga elegido por amplia mayoría un partido que más bien parece una maquinaria de individuos moralmente corruptos e infectos.

Los medios de comunicación han hecho hincapié en la mancha de aceite provocada por toda clase de latrocinios, corruptelas y delitos. Una y otra vez han señalado con el dedo a los más desvergonzados e impúdicos protagonistas. Los jueces han corroborado que se trata de comportamientos siniestros, que van más allá de la culpa individual. Incluso han imputado al colectivo de algunas zonas.

Se trata de tramas y complots que se confunden con el tejido del partido. El presidente del país, por si fuera poco, se apresura a solidarizarse con los nuevos investigados que sucesivamente aparecen en el horizonte.

No hay excusa posible para el ciudadano, ni le es dado recurrir a la ignorancia. Pues bien, los votantes han elegido una vez más, de modo mayoritario, a quienes han protagonizado toda clase de escándalos y excesos punibles.   

Sacar conclusiones
Le he dado vueltas al asunto y me resistía a sacar la conclusión. Pero hay que tomar aliento y admitir que el país de los votantes del PP es una tierra en la que la impunidad tiene salvoconducto. Cuando la más voluminosa masa de votantes elige a un partido con tantísimas corrupciones en su mochila se hace preciso concluir que la honradez y la ética preocupan muy poco a la mayoría de los ciudadanos.

Se diría que una gran parte de la gente prefiere la corrupción conocida a los programas regeneradores prometidos. Prefiere las injusticias contantes y sonantes al vago temor que produce el cambio. Y cuando digo injusticias pienso en los desahucios, los fraudes a Hacienda que implican recortes en la educación y la sanidad, las comisiones ilegales que multiplican el precio de las viviendas y los servicios públicos…

Da igual. Por pura inercia, por temor, porque a mí ya me va bien, porque me caen antipáticos quienes ostentan modos menos refinados…sigo votando a los corruptos. Y a otra cosa.

Les importa la seguridad a los votantes mayoritarios de la corrupción. Al menos eso es lo que se percibe. No están orientados hacia la honradez, la solidaridad con el prójimo desfavorecido o hacia unos mínimos éticos. En consecuencia nos hallamos frente a un grave dilema. Se levanta ante nosotros un conflicto ético, político y también religioso.

Dicho en palabras corrientes ello significa que a una gran mayoría le preocupa su propio bienestar, y su seguridad mucho más que el dolor de los pobres. Y cree que el fin ―la esperanza de que no ocurran sobresaltos― justifica los medios, sin importar su calificación ética.

Entonces no queda sino reconocer que el Evangelio anda muy lejos de estas opciones. Y no se diga que es inconveniente mezclar la política con evangelio. Cuando la política incide en la moralidad, cuando a unos empobrece de modo vergonzoso y a otros enriquece ilícitamente, la obligación es clara: hay que lidiar con tales comportamientos. Sostener lo contrario equivale a ponerse una venda ante los ojos y, acto seguido, tomar partido por los propios intereses.

Siempre he pensado que no es correcto destacar un partido sobre los demás alegando su mayor moralidad o compromiso. A la larga ello conlleva saborear la decepción. Los partidos bailan al ritmo que impone el poder y éste favorece situaciones turbias, maquinaciones indecentes y puñaladas traperas.

Cierto que no todos los políticos son iguales y que los hay honrados. Sin embargo, el humus de la política es el que es y cada día se nos sirve una generosa ración del mismo en los medios de comunicación.

En nombre del evangelio no creo que hay que privilegiar a ningún partido, si bien cada persona tiene sus preferencias legítimas. Pero cuando las corruptelas se acumulan, cuando las prevaricaciones y latrocinios se hacen evidentes, cuando los menos favorecidos sufren toda clase de injusticias, a uno le asiste el derecho de condenar, por fidelidad al evangelio, a quienes ejercen la dirección de un colectivo que como tal se ha corrompido.    

La funesta manía de pensar
Es conocida la frase de aquel Rector servil que, en presencia de Fernando VII, se declaraba contrario a la funesta manía de pensar. Personalmente trato de pensar y sacar las conclusiones pertinentes. Como creyente en Jesús de Nazaret, que estaba al lado de los más humildes y perjudicados, creo que también la política debe ser objeto de reflexión y luego hay que extraer claras obligaciones morales.

A propósito del llamado Rey Felón, de infausta memoria, se cuenta también que, con gran entusiasmo, algunos proclamaban ¡vivan las caenas! con motivo de su vuelta a España. Les diría a los votantes del PP que reflexionen y no se adhieran a ninguna de las dos frases. Pensar no es una manía y adherirse a las cadenas sólo tiene un nombre: masoquismo.  


domingo, 10 de julio de 2016

La parábola de los erizos

Erase un día de invierno muy crudo, en un país donde la nieve abundaba y cubría los montes, tejados y carreteras. Unos erizos que sufrían el rigor de frío empezaron a tiritar. No sabían cómo resguardarse de tan bajas temperaturas hasta que fortuitamente descubrieron la solución. Era fácil, bastaba con acercarse uno al otro y apretujarse bien. Enseguida empezaban a entrar en calor. 

Claro que esta actuación acarreaba inconvenientes. Cuanto más apretaban sus cuerpos, uno contra el otro, tanto más se herían por causa de los pinchazos que se propinaban con sus púas. Entonces decidían separarse, mientras lamentaban el percance. Pero arreciaba la nieve y el frio y los animalitos volvían a arracimarse. Así una y otra vez. Se acercaban y se distanciaban como si trataran de dibujar con sus cuerpos un lento y estudiado ballet geométrico.

La parábola, aunque con otras palabras, y con puercoespines en lugar de erizos, creo que la inventó Schopenhauer. Luego la comentó el descubridor del subconsciente, Siegmund Freud. La toma para ilustrar su propia tesis, a saber, que casi todas las relaciones afectivas íntimas de una cierta duración (matrimonio, amistad, amor paterno o filial), dejan un poso de sentimientos hostiles que se disimulan gracias al mecanismo de la represión. 

Tendrá razón o no el llamado maestro de la sospecha. Lo cierto es que con frecuencia en las relaciones afectuosas, sobre todo en la pareja, se da el fenómeno de la ambivalencia. Alternan las muestras de amor con las de la crítica y la rivalidad. En ocasiones llegan al resentimiento e incluso al odio. Particularmente proceden así, en zig―zag, cuando las relaciones están inflamadas por la pasión. 

No es tan raro que una pareja se bese, se acaricie, se haga promesas de amor eterno, en un primer momento. Y luego que discuta, se tire los trastos a la cabeza, se mantenga una temporada sin dirigirse la palabra y, en los casos más extremos, llegue incluso a tratar de eliminar físicamente uno al otro. Una conducta patética que tiene su toque de poesía.

Me interesa a mí la parábola para hacer caer en la cuenta de que las personas necesitan acercarse y, cuando están cerca, se ofenden y hieren como si se clavaran púas. Con lo cual se distancian despechados y rabiosos. Hasta que el frío de la soledad les lleva de nuevo a desandar el camino de la huida.  

En efecto, el solitario no quiere compañía, no está por humillarse hasta el punto de mendigar el amor del prójimo. Pero, de vez en cuando, siente la pobreza de la soledad, le atormenta la aridez del corazón, necesita acariciar y ser acariciado. Entonces reduce las distancias e intenta tímidamente el contacto. Actúa como si encontrara al otro por puro azar, de otro modo tendría que reconocer su altivez malparada.

Pienso que la relación de afecto con el otro tiene mucho que ver con el ir y venir de los erizos. Nos acercamos en busca de calor y compañía. Nos herimos con las púas de la desconsideración, el egoísmo, la arrogancia. Nos separamos para vivir nuestra propia vida, para sacarnos la púa del corazón, a buen recaudo de miradas ajenas.  

Entonces pueden pasar dos cosas. Primera que, como vaticinaba el poeta, junto con la espina nos arranquemos el corazón. Que nos endurezcamos irremediablemente, sin posibilidad de regresar al mundo del sentimiento. Segunda, que no logremos sacarnos la espina y volvamos a la manada para llenar este hueco de amor que inquieta y desasosiega.

Creo que esta parábola tan repleta de sentido puede enseñarnos la danza del ir y venir, del acercarse y distanciarse. Se trata de una danza que requiere de un gran sentido de la oportunidad, de mucha delicadeza y de una enorme capacidad de leer en el rostro del prójimo. Hay que avanzar y retroceder cuando es el momento. El humor es variable, las circunstancias cambian. La distancia afectiva entre dos individuos nunca es la misma.

Hay un momento para acercarse y otro para distanciarse. La caricia a destiempo puede ser tan poco grata como el pinchazo. Algunos momentos son para callar, respetar y mirar a otra parte. En cambio, la ausencia puede equivaler a una bofetada si las circunstancias demandan la mano amiga y el latido cercano del corazón. 

Lo escuché casualmente de boca de un conocido: hay que estar lo suficientemente lejos para poder quererse. Quizás podría decirse con mayor finura: es preciso tener la delicadeza requerida para sintonizar con el ritmo del amigo. No abrumarle cuando necesita soledad, no defraudarle cuando necesita compañía. 

Creo que la idea vale tanto para los amigos como para las parejas. El varón y la mujer experimentan una última soledad o identidad que el otro no tiene derecho a traspasar. El ser humano colinda con el misterio. El misterio se revela sólo amorosamente y por propia voluntad. La pretensión de desvelarlo a la fuerza equivale a una violación. Hay que ahorrarle al prójimo la sensación de que se le quiere violar con el mismo empeño con que se le alivia su soledad gracias a la mano tendida.  

jueves, 30 de junio de 2016

La libido del poder

¿Qué celestiales atractivos esconde el poder? ¿Qué diabólicos placeres produce la sensación de decidir sobre la vida de otros? Divino o diabólico, no cabe duda de que la tecla del poder pone en acción formidables apetencias psicológicas.

Apetencias de mando

Existen personas a las que no les falta nada en el plano económico, que tienen sus necesidades afectivas resueltas. Personas que viven felices en el círculo de sus amistades y profesionalmente se han realizado. Pues bien, de pronto surge en ellas un insaciable prurito de mandar, de que se hable de ellos.

Aun cuando saben de los afanes, presiones e ingratitudes que envuelven al poder, nada consigue frenarlos. Se tiran de cabeza a este mar inclemente en busca del prestigio y de experimentar la libido del mando. Aun cuando se haga mofa del individuo, se le ridiculice, se le amontonen burlas y escarnios, caricaturas y parodias. Da igual. El poder ante todo y sobre todo.

Cualquier puesto a la cabeza de una asociación, un grupo, un club deportivo es bueno para saciar sus inclinaciones. Aunque el terreno privilegiado hacia el cual corren desbocados es el del humus político. Ahí es donde la libido del mando se despacha a su gusto.

No es por azar que la Biblia mantiene muchas interrogantes acerca del poder. El libro del Apocalipsis lo presenta bajo la metáfora de un animal monstruoso que recibe sus recursos del dragón, el diablo. Se trata de un monstruo tan asombroso que logra impactar a toda la tierra. La gente sigue a la bestia y exclama: ¿Quién como la fiera? ¿Quién puede combatir con ella? 

El lenguaje y el pensamiento popular también apuntan al poder como realidad perversa, diabólica. El poder tiende a engrosar sin mesura ni discreción. Por lo cual, no raramente, acaba en despotismo, tiranía y dictadura. Basta con echar una ojeada a la historia para convencerse.

Una nefasta espiral

Escribió Hobbes: indico, en primer lugar, como tendencia general de todos los hombres, un perpetuo e inquieto deseo de poder y más poder, que cesa sólo con la muerte. Y la causa de esto no siempre es que se espere un placer más intenso… sino el hecho de no poder mantener el poder sino adquiriendo más poder.

Ahí radica la clave de muchos autoritarismos: primero hay que asegurar el mando, echar sólidos cimientos. Luego hay que marginar a los que compiten por mi mismo poder. Más tarde, silenciar a los que protestan, pues pueden aglutinar un movimiento contrario a mi situación. Y así se va construyendo una nefasta espiral dispuesta a engullir cuanto obstáculo se le ponga enfrente.

Tampoco fue fruto de la casualidad que los antiguos emperadores romanos, en la cúspide de su soberanía, se les ocurriera hacerse llamar dioses y señores. Forma parte de la lógica del poder que embriaga, endiosa y crea dependencia.

Evidentemente, con ello no pretendo decir que el poder sea objetivamente malo. No lo es. Más aún, resulta del todo necesario, a menos que regresemos a la jungla donde, por otra parte, los poderes no se eliminan, sino que se obtienen por medios todavía más primitivos y bestiales.

De todos modos, el poder es tremendamente peligroso. Goza de tal viscosidad que no hay modo de desengancharse del mismo. Primero se lo desea íntimamente, luego no consigue uno deshacerse de él. El afectado dice que quisiera huir, en potencial, pero que el destino le ha puesto ahí, o que le necesitan y que es insustituible. La pura realidad es que no tiene voluntad eficaz de apartarse de su compañía.

Una tentación, un abismo

En tiempos de campaña política me parecen del todo saludables tales reflexiones. Que los ciudadanos no crean ingenuamente cuanto se les susurra al oído o se les transmite desde la pequeña pantalla. Se dice, por ejemplo, que se pretende el poder para servir al pueblo y solucionarle sus carencias…

¿Corresponde una tal afirmación a la realidad? Si se hacen proclamas de trabajar a favor del pueblo y de la causa común, ¿cómo se entiende que se busque el poder con malas artes y amenazas? ¿Cómo es posible que para alcanzar la cima del poder se recurra al fraude? ¿A esto se le llama servir? Mal se puede decir de ciertos gobernantes que entregan la vida por el pueblo cuando requieren de la silla presidencial como del aire que respiran. Tanto afán por servir al prójimo huele a chamusquina.

S. Gregorio Magno llamó al poder “un abismo, una tempestad”. Ambicionarlo equivale a exponerse sin causa a la tentación. Es muestra de que se ignoran sus tremendos dinamismos y, por ende, no se está preparado para ejercerlo. Sentenció el santo: “usa sabiamente el poder aquél que sabe al mismo tiempo administrarlo y resistirle”.


lunes, 20 de junio de 2016

Elogio del rubor en tiempos de campaña

Desde hace unos veinte años se descubrió el formidable influjo de la pantalla televisiva en el pensamiento y las decisiones del público. Seguramente es la televisión, bien manejada, la que aporta un mayor tanto por ciento a la hora e convertir una candidatura a gobierno en gobierno efectivo.

Desde entonces ningún político desdeña cortejar la pequeña pantalla. Tenga o no carisma, sea o no fotogénico, luchará con denuedo para conseguir su ración ante las cámaras. Y no desestimará maquillarse con profusión, ni desoirá las sugerencias de sus asesores de imagen acerca del perfil más favorable. Ensayará la sonrisa más atractiva y blanqueará sus sienes, si hace el caso, para indicar que su juventud no está exenta de experiencia.

El precio a pagar

Nadie le hace ascos a los recursos que puedan empujar hacia la victoria. Comprensible. Pero, ¿ha pensado el lector el precio que pagan los candidatos, y la sociedad toda, por esta obsesión de la pequeña pantalla, por el prurito de la publicidad en general?

El precio a pagar es la banalización de la campaña electoral. Es la frivolidad, la insustancialidad del mensaje. Eso en el mejor de los casos que, en el peor de ellos, el costo implica la mentira, la desfachatez, la promesa sin soporte. Por no hablar de las zancadillas, ironías y hasta insultos de que dan fe los medios de comunicación en plena campaña.

En efecto, toda campaña arrastra consigo una contracampaña. Es decir, estimula el arte de destacar los defectos del contrario. Si los otros son tan malos, el ciudadano me elegirá a mí, que lo soy menos. Ésta es la clave y el objeto de la contracampaña. Vencer, pero no por mis méritos, sino por los deméritos del contrario.

Cuando se proclama que la nueva política regenerará la vida social entiéndase que los políticos del presente son unos saqueadores. Cuando un candidato presume de juventud dice veladamente que el contrario está acabado. Si mi candidato tiene sensibilidad social está claro que el adversario no tiene entrañas: desahucia y recorta a mansalva.

Una tal propaganda subliminal ―aunque detectable― sería de recibo por cuanto no ataca directamente ni calumnia al contrario: deja que cada uno interprete, aunque da por supuesto que… Más turbio se pone el asunto si, por defender mi candidatura, echo lodo sobre la del vecino.

¿Qué gana el votante con todo ello? Ni se le proponen programas ni se le anuncian soluciones técnicas. La campaña se reduce a un pugilato en el que los contendientes buscan dejar K.O. al adversario para hacerse con el botín. Los respectivos hinchas corean y se desgañitan pidiendo golpes más contundentes, en el entretanto.

Todo lo cual crea un clima irrespirable, en nada propicio a la serenidad de la campaña, a la reflexión consciente. Al contrario, encona las posturas tomadas, fortalece los bandos y se concluye que todo es válido mientras sirva para asestar un golpe certero al adversario.

¿Dónde están los argumentos, los debates políticos, las soluciones de carácter técnico para discernir al mejor? Eso se desecha puesto que aburre al espectador. Las apariciones televisivas toman el cariz de demostraciones de fuerza, de espectáculo, de profesiones de fe en el líder. El cual, por su parte, se acicala cuanto sabe para arrastrar los votos que se le pongan al alcance. Quizás presuma de corredor mañanero, de ecologista, de forofo de “la roja”…

La falta de rubor

Las cuñas o anuncios breves a favor del candidato apuntan a identificarse con el gusto musical, el lenguaje y hasta los jugos gástricos del oyente. Buscan la seducción del momento como el alumno que memoriza con pinzas los cuatro puntos principales que le serán de utilidad a la hora del examen. Lo que suceda después, no le interesa. Al político le interesa vencer, que no convencer. Y a este fin orienta todos sus esfuerzos.

Cuando se llega al capítulo de las promesas, colindantes con la mentira y la hipocresía, el asunto resulta todavía más penoso. ¿Cómo se puede decir hoy que la economía se arregla con un par de decretos leyes? ¿Cómo puede uno presumir de moderación cuando ha desahuciado sin piedad y ha impedido a miles de seres humanos que recurrieran al médico al enfermar? ¿Cómo presumir de buen gestor en la economía cuando el país adeuda toda su producción bruta y los capitostes de la Unión Europea le reprenden una y otra vez por excederse en el gasto?

Hay quien dice éstas y otras muchas cosas sin ruborizarse. Promete a boca llena sin que le tiemble la voz. Ya no se trata de recursos estratégicos que uno perdona por aquello del fragor de la batalla. La cosa tiene que ver con la más absoluta falta de ética, con la hipocresía y el cinismo.

Éste es el precio que estamos pagando en el altar de la publicidad y de la televisión muy especialmente. Los más sensatos ciudadanos empiezan a desconfiar de las palabras de los líderes políticos. El sistema plebiscitario va erosionándose y, en todo caso, se acepta como mal menor. El hecho es que los coqueteos populistas, el deseo de agradar a la masa y atrapar el voto de la mayoría son pésimos consejeros a la hora de proyectar una campaña política seria.

¿Alguna conclusión? Sí, la de no ceder al escepticismo, pero sí la urgencia de abrir los ojos. Y a colaborar, en la medida en que a uno le sea dado, a una campaña más digna. Los problemas de la ciudad interesan al cristiano que desea una convivencia más fraternal para todos. La política puede ser el gran instrumento. Pero, desafortunadamente, suele utilizarse con muy poca responsabilidad ética.

viernes, 10 de junio de 2016

Carta a Nicodemo

Hoy comienza la campaña para unas nuevas elecciones. El personal anda fatigado por causa de las noticias, los mítines, carteles y pancartas que debe sufrir. Repeticiones sin cuento, mentiras sin rubor... En un próximo artículo reflexionaré sobre el tema. Hoy dedico el espacio a rescatar a un personaje del evangelio. Sí, muy intemporal, pero no siempre lo que acontece a última hora resulta lo más trascendente.   

Amigo Nicodemo: andas lleno de buena voluntad, aunque abrigas vagos temores y de ahí que te deslices entre las sombras. Tu figura desprende, a pesar de todo, un impreciso atractivo que invita a entrar en relación contigo. No soy el primero que te rescata de la penumbra del evangelio para erigirte en interlocutor.
Líder de la sinagoga
Fuiste tú quien planteó a Jesús el interrogante: ¿Cómo puede nacer uno siendo ya viejo? No iba contigo la frivolidad de presumir de joven. Te aceptabas como eras. A propósito de la pregunta y de tu condición de dirigente me animo a escribirte esta carta. Tengo la impresión de que eras una persona sensata y madura. Por eso me atrevo a hablarte con sinceridad y exponerte unas reflexiones como si fueras dirigente, no ya de la Sinagoga, sino de su augusta hermana la Iglesia.
Quizás hayas escuchado acerca del Vaticano II, una magna asamblea que algunos recalcitrantes conservadores han querido olvidar y que el paso de los años también ha difuminado. Para que me entiendas: era una especie de asamblea del Sanedrín, pero más ecuménica y lúcida.
Un párrafo del mismo exhorta a los fieles cristianos a dirigirse a sus pastores: a manifestarles sus necesidades y sus deseos con aquella libertad y confianza que conviene a los hijos de Dios y a los hermanos en Cristo. Líneas más adelante dice incluso: … tiene la facultad, más aún, a veces el deber, de exponer su parecer acerca de los asuntos concernientes al bien de la Iglesia.
Sigamos el hilo. Hay que nacer de nuevo, te dijo Jesús. Quizás por entonces había ya proclamado aquello: les aseguro que, si no cambian y se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Por supuesto, Isaías había dejado escrito que en los tiempos mesiánicos … un niño los conducirá.
El caso de los dinosaurios
Alguna vez he leído que los dinosaurios se extinguieron justa y paradójicamente por su tamaño y arrogancia. Eran los animales más poderosos que hayan poblado la Tierra. Hace muchos siglos que se extinguieron. Sabemos de ellos por sus restos óseos.
¿Entiendes la ironía, Nicodemo? Mientras otros animales en apariencia más frágiles, pero en realidad más ágiles y adaptables perduraron hasta nosotros, los dinosaurios se extinguieron. Desaparecieron por ser demasiado fuertes. La prepotencia biológica les arruinó.
Ello se me antoja una buena parábola para nuestras Iglesias y sus hombres más representativos. Pueden tener la tentación de pensar que se responde mejor a las situaciones de hoy cuanto más aumente su poder, su fuerza, su prestigio y cuanto más resuene su voz por las cuatro esquinas del país.
Cuando se pierde la agilidad
El poder y el prestigio roban agilidad, pues hay que estar pendientes de mantenerlo. Retardan la marcha porque es preciso examinar con detención el momento, la circunstancia, la metodología. Sólo el niño se mueve con agilidad y desenvoltura.
Quien goza de poder y prestigio con frecuencia se deja llevar por las restricciones mentales y tiende a guardar el justo medio. Ahora bien, el justo medio es algo cambiante y elástico a tenor de lo que se desplacen los extremos. Más que a árbitros a los cristianos se nos llama frecuentemente a ser militantes, a pronunciarnos enarbolando la virtud de la valentía.
La diplomacia me parece una virtud aceptable siempre y cuando se mantenga en sus límites y no le propine bofetadas a su hermana mayor, la profecía. Nicodemo, tú eras un líder respetado e inteligente. Comprendiste que Jesús se volvió inquietante con su comportamiento. Te maravilló que Él, que no contaba para nada, adquiriera una enorme autoridad. La transparencia del mensaje se consigue eliminando gestos ambiguos.
Apreciado Nicodemo, la Iglesia ya no es respetada como en años atrás. Si ello nos obliga a ser un poco más humildes, bien está. Más aún, hemos merecido la censura de la sociedad como colectivo. Hemos flirteado con los poderosos y algunos de sus miembros han escandalizado a los más pequeños, los preferidos de Jesús.  

Ahora es imprescindible que gane en credibilidad. Lo cual sólo se consigue a fuerza de ponerse a nivel con los de abajo, de ocuparse del sufrimiento de los pobres. Muchos ya no somos capaces de vivir como ellos, pero sí deseamos ardientemente que puedan gozar de un nivel de vida digno. 
La parte por el todo
Te habrás dado cuenta, Nicodemo, por poco que sigas nuestras peripecias, que se va tomando cada vez más la parte como si fuera el todo. Cuando unos dignos y destacados miembros de la Iglesia hablan en público o aceptan mediar en algún asunto engorroso, el periodista y el cristiano medio dicen que la Iglesia habla o la Iglesia media.
De acuerdo que tal vez se trate de meros modos de hablar y que no hay que ser quisquillosos. Pero debe quedar claro lo que se ha repetido hasta la saciedad: la Iglesia somos todos. Y el mal uso del lenguaje, a la larga, crea numerosos equívocos y confunde a la gente.
Otro motivo de confusión. Resulta que a los laicos toca pronunciarse acerca de las cuestiones técnicas y estratégicas de la sociedad. Ellos deben analizar las diversas situaciones y luego dar su dictamen. Por ejemplo, si es conveniente o no una huelga en determinadas condiciones, si resultaría positiva o negativa la firma de un preciso tratado internacional, etc. A los pastores les toca defender los valores que hay detrás, pero no pueden pretender un liderazgo en las cuestiones de carácter técnico.
La razón es muy sencilla. Quién no comulgue con las razones ―técnico-políticas― expuestas por sus pastores, se verá en un aprieto a la hora de expresar su adhesión eclesial.
Perdona, amigo Nicodemo, este diálogo que se asemeja más bien a un monólogo. A lo mejor no entiendes del todo estas cosas, pues lo tuyo era la Sinagoga y no la Iglesia. De todos modos eras un hombre de buena voluntad que no te negarás a ser destinatario de mi carta.
Un abrazo en el común amigo Jesús.

martes, 31 de mayo de 2016

Los medios de comunicación de los obispos

Se cumplirán nueve meses que la Iglesia de España cuenta con un canal de televisión digital y terrestre. He logrado saber que tiene una audiencia de unas 250.000 personas. Un share de 2% ó 2.5% por cien. Los programas políticos más agresivos se escuchan en mayor medida que los dedicados a aspectos más religiosos. 

En otros ámbitos
En el mundo existen iniciativas de televisiones católicas muy aceptables y que han logrado un consenso bastante generalizado. Ahí está la emisora francesa (KTO) que ofrece formación, propone debates, emprende reportajes, transmite documentales adecuados a sus objetivos. Por supuesto que no olvida temas de espiritualidad ni de liturgia. Dicen que su estilo es cercano y nada dogmático. Por su parte la Conferencia Episcopal Italiana patrocina la TV2000 con beneplácito bastante extendido.

Donde más abundan las televisiones católicas es en América latina. Las evangélicas todavía son mucho más numerosas, aunque frecuentemente muy localizadas, gozan de pocos espectadores y no proponen sino una predicación machacona y persistente. Abundantes espectadores ―para una televisión de temática exclusivamente católica― tiene la conocida como de la Madre Angélica. Fue una monja quien la puso en marcha y la alimentó con su peculiar ideología. Por cierto, apenas hace dos meses que falleció en Alabama, donde la emisora tiene su sede.

Tuve curiosidad por saber acerca de su contenido cuando residía en Puerto Rico. Se trata de una televisión (EWTN) que ofrece actos litúrgicos al viejo estilo, con abundante incienso y numerosos candelabros. La predicación, de carácter claramente conservador, ocupa muchas horas. Suele transmitir documentales acerca de apariciones marianas ambiguas y temáticas afines. Tuvo conflictos de envergadura con la jerarquía norteamericana a causa de las ideas vetustas que esgrimía, contrarias al Vaticano II, de las que hacía gala. Aunque Benedicto XVI reconoció su labor con el premio pro Ecclesia et Pontifice.

¿Cómo anda el asunto en el Estado español? Las tendencias de las distintas diócesis, de los obispos y clero son muy diversas, si no contrapuestas. Difícil, pues, unir fuerzas a la hora de poner en marcha un canal. Una televisión es cara y su trama empresarial compleja. Si no confluyen las diversas sensibilidades el panorama dista de ser halagüeño.

Simpatías por las derechas
La postura política de una gran parte de la jerarquía está clara. Comulga con la derecha, con el Partido Popular en particular. Los hechos son elocuentes, de modo que poco importa lo que se diga con la boca. La Iglesia teme a los partidos de izquierda. Le preocupa que puedan suprimirle determinadas prerrogativas o exenciones. Además tiene amigos potentados que le cuchichean al oído lo mal que irían las cosas con dirigentes políticos izquierdosos. Esos individuos que visten descuidadamente, que se llevan a sus bebés al parlamento y dicen cosas que ofenden el pudor.

Piensan, pues, los obispos, que vale más lo bueno conocido. Por lo demás, los elegidos por Juan Pablo II o Benedicto XVI normalmente lo fueron por sus ideas conservadoras, por sus proclamas en favor de una porfiada “ortodoxia”.   

La Conferencia episcopal dispone de una televisión llamada 13 TV y de una radio conocida como “la COPE”. La radio fue extendiéndose y en los años 90 se convirtió en radio generalista. Los años en que gobernó Zapatero se enzarzó contra el presidente y los socialistas. Un objetivo obsesivo lo fue también el tema de Catalunya. Sobretodo a través de las voces de Jiménez Losantos, César Vidal y Luís Herrero.

Cambiaron los obispos, se le acabó el tiempo al terco Rouco, el que estimuló manifestaciones gigantescas para que todo el mundo se enterara de su poder. Decía que era para el bien de la familia, aunque pocos le creían. Los neocatecumenales sí estaban con él. Se configuró una declarada simbiosis.
El Cardenal Rouco: contrató a periodistas agresivos
e impertinentes en la COPE

Se retiró Rouco muy a su pesar. Los nuevos obispos han suavizado mínimamente la línea editorial, pero siguen atacando cuanto huela a izquierdas y a la independencia de Catalunya. Le siguen dando a la manecilla de la oposición al aborto e insisten en la necesidad de la religión en las escuelas. Algunos repiten cansinamente la cantinela y no desdeñan los aspavientos si hace al caso.

El malestar del católico medio
¿Cómo puede sentirse un feligrés sin prejuicios frente a los extremismos de programas como “El Cascabel” o “la Marimorena”? Como es bien sabido, gravitan en torno al Partido Popular y al periódico “El Mundo”. ¿Con qué derecho a un catalán que simpatice por la independencia ―que ni va contra el evangelio, ni contra la doctrina de la Iglesia― se le puede ofender con insultos y ordinarieces? Él pertenece quizás a la Iglesia católica y se siente agredido con insolencia por quienes están al frente de esta Iglesia. Al fin y al cabo, 13 TV y la COPE están en manos de la Conferencia de Obispos.

Cierto que existen obispos catalanes muy dolidos y disconformes. Como también los hay de otras procedencias en desacuerdo con la línea editorial. Pero no consiguen neutralizar la intolerancia del resto. Ahora bien, ¿qué simpatías puede sentir por estos medios, no ya un partidario de “podemos” o de “izquierda unida”, sino un católico medio? 

Losantos, conocido como "el talibán"
Existe una norma vaticana según la cual el clero -y con más motivo la jerarquía- no puede ni debe identificarse públicamente con ninguna ideología de carácter político partidista. Pero un buen número de pastores no tiene reparos en invalidar la norma cuando les apetece y esgrimirla contra quienes militan en la ideología opuesta.

No hace mucho que el obispo franciscano de Tánger, Monseñor Agrelo, se escandalizaba de que los medios de la Conferencia episcopal alabaran los golpes y maltratos propinados a los inmigrantes que tratan de escapar de la miseria. Por fortuna queda algún obispo de voz profética, gratificante referencia en un panorama desolador. Un panorama de vestimentas rojas, algunos de cuyos portadores no le hacen ascos al trato con políticos corruptos.    

Monseñor Agrelo: una de las pocas voces proféticas
en la Conferencia episcopal
Se esperaría que los medios de la Iglesia se interesaran por clarificar, y denunciar cuando fuera el caso, la situación social injusta de tantos ciudadanos. Hablan muy poco del asunto. Un ciudadano católico sabe que la Iglesia recibe unos dineros que debe gastar escrupulosamente, que no deben dedicarse a propagar las ideas derechistas y obsesivas de unos pocos. Le cabe esperar que radio y televisión de etiqueta católica se interesen también por la sana cultura y pongan de relieve los valores evangélicos de la misma.

El canal de la Iglesia se concentra excesivamente en lo que acontece en Madrid. Los minutos que dedica a la oración del Ángelus, de la Misa y algún otro programa estrictamente religioso no son suficientes para calificarlo de católico.

Personalmente ―y siento decirlo― pienso que hace más mal que bien. Si además exige inversiones cuantiosas que podrían solucionar problemas de hambre y de justicia… ya dirán. Es hora de escuchar la voz del Papa Francisco y de Monseñor Agrelo para escapar del terreno desolador de los medios de comunicación que patrocina la Conferencia episcopal.  

sábado, 21 de mayo de 2016

Reclamaciones a la democracia

En algunos establecimientos públicos el usuario tiene a disposición un grueso cuaderno de reclamaciones en el que dejar constancia de su protesta y desacuerdo con algunos de los servicios o servidores. Si la democracia dispusiera de un tal libro, de seguro sus páginas se habrían ya agotado repletas de letra apretada y diminuta. Tantas son las reclamaciones que se le hacen.

Aunque, bien pensado, los reproches no van dirigidos tanto a la democracia en sí cuanto a determinadas situaciones que ésta genera. Porque es sabido que la democracia es el peor sistema de gobierno, exceptuando todos los demás, como dijo el sabio Churchill.

Quejas reaccionarias

No hay que tomar en consideración las lamentaciones reaccionarias de quienes opinan que el pueblo está incapacitado para expresar una opinión. Es verdad que su preparación dista del ideal. Pero hacer dejación de los mecanismos del Estado en manos de quienes tales ideas defienden probablemente resultaría más devastador.

Los que piensan de tal manera ―sospecha uno― se han incrustado en los mecanismos más decisivos del Estado. Y no viven mal, por cierto. Por otra parte, las más de las veces, se ocupan no en problemas de interés general o de tipo técnico, sino en cómo mantener y perpetuar la propia parcela de poder.

Otra reclamación tiene que ver con las condiciones de ingobernabilidad que suele generar. En efecto, cuando las fuerzas de la sociedad resultan muy equilibradas, o muy dispersas, de modo inevitable se plantea el problema de los gobiernos inestables y presionados por la oposición. Determinados gobiernos se construyen a base de malabarismos: hay que tener en cuenta las diversas ideologías, el carisma popular de algunos líderes, las presiones de los grandes banqueros en la sombra… Consecuencia: los gabinetes se ven precisados a abortar antes de dar a luz a una criatura medianamente aceptable.

Nada inhabitual que la política oficial se halle a años luz de las inquietudes cotidianas del ciudadano medio que por la mañana se encamina a la fábrica o a la oficina, acude al supermercado, prende el televisor y visita a sus compadres. Cuando los dirigentes no escuchan el clamor de la calle ―ocupados como andan en sus quehaceres lucrativos o jactanciosos― el ciudadano común recurre a otras instancias reivindicativas, llámense organizaciones populares, sindicatos, asociaciones, clubes, etc. ¿Recuerdan el 15-M?

Algo tendrá que ver todo ello con un hecho bastante significativo y universalmente comprobado. La gente se desinteresa gradualmente de los asuntos políticos. Ahí están las cifras de las abstenciones que aumentan sin cesar, excepto cuando las situaciones se crispan o algún líder logra estimular la ilusión. Y muchos de los que acuden a las urnas cada cuatro años tal parece que, más que un voto, depositan la renuncia a preocuparse durante este período de los asuntos públicos. El abstencionismo preocupa a muchos observadores. Amenaza con sepultar a la democracia con una gigantesca y sorda ola de indiferencia.

La Política como espectáculo

Paralelo a este asunto se constata que la política en muchas ocasiones colinda y hasta invade el terreno del espectáculo. Interesa quién va a ganar o a perder, como interesa el resultado de un partido de fútbol, o del cuadrúpedo vencedor en el hipódromo. Por otra parte determinados miembros del gabinete seducen por su físico atractivo o por su proceder campechano. No son cualidades que tengan que ver con la tarea encomendada.  

No es de extrañar entonces que los debates sean sustituidos por manifestaciones callejeras o por mítines ruidosos. Es de esperar que las aclamaciones o las befas se sobrepongan a los argumentos. En fin, que no se afronta la complejidad de los problemas y sí se pone el énfasis en las demostraciones de fuerza, en vagas declaraciones de intenciones y en promesas que suenan a hueco.

¿Resultado? Que algún humorista escale un escaño, que el protagonista pretenda ser gracioso a toda costa, que se mendiguen los minutos en las pantallas de televisión. Se han dado casos más extremos, como que una actriz del porno saliera cómodamente elegida. Y no les cuento acerca de partidos que han usado la sátira como elemento fundamental. Uno de ellos es el PIS (Partido Irreverente Surrealista) cuyo programa declaraba no cumplir nada de lo prometido.

¿Cabe esperar gran cosa del certamen electoral? ¿No servirá, el conjunto, para legitimar apetencias desenfrenadas de poder y dinero? Se sabe de gente que hace campaña por un candidato y vota por otro. Ojalá que no sea así, pero el hecho es que el desencanto aumenta como mancha de aceite.  Muchos ciudadanos se sienten burlados. Algunos dejarán de votar definitivamente.

No creo que sea solución dejar de votar sin más, sin aportar otras alternativas. Pero cualquier otra alternativa está todavía muy verde. Por supuesto, habrá que potenciar las organizaciones populares, los clubes con inquietudes, las comunidades de vecinos… Y, mientras tanto, a pesar de todo el lastre que arrastra el sistema democrático, no queda más remedio que repetir la sentencia de Winston Churchill: el sistema democrático es el peor, exceptuando todos los demás.

miércoles, 11 de mayo de 2016

¿Quién es quién en la Iglesia?

Circulan por ahí unos gruesos volúmenes que relatan en pocas líneas la personalidad o las gestas de hombres célebres. Se titulan Quién es Quién (Who is Who). En más de una ocasión se me ha ocurrido que también la iglesia requiere de una operación esclarecedora a gran escala para saber quién es quién.
No se trata de publicar un directorio que identifique a los obispos, sacerdotes, religiosos o laicos destacados en el quehacer eclesial. No. Mi deseo apunta a algo tan simple y fácil de formular como lo siguiente: que la comunidad sepa quién es o no cristiano, que el mismo individuo sea consciente de ello.

No me refiero tampoco a conocer el perfil espiritual o moral del vecino a fin de clasificarle adecuadamente. Ni la espiritualidad ni la moralidad son susceptibles de ser medidas. Para nuestros fines sería cristiano el que mostrara el firme deseo de llevar a la práctica los criterios de Jesús y se integrara mínimamente en un grupo creyente. Sin reparar mayormente en sus fragilidades humanas.

El peso de las tradiciones y los prejuicios

Resulta insostenible hablar de unos cristianos que no saben lo que son, o que lo saben sólo porque otros se lo dijeron, o que lo son para determinadas ocasiones. Una tal situación se presta a todo género de ambigüedades. Provoca el escándalo a quienes observan conductas indignas en aquellos que teóricamente dicen formar parte del grupo de creyentes.

Una tal situación se presta a organizar estructuras, realizar ceremonias y dirigir discursos a unos sujetos como si fueran creyentes, cuando en realidad su compromiso es nulo y no tienen la menor intención de cultivarlo.

Una tal clarificación debiera comenzar por el bautismo, que es la puerta oficial de entrada a la comunidad llamada iglesia. Si desde los inicios se permiten toda clase de confusiones, se renuncia de raíz a la posible clarificación. Ahora bien, hay quien entra en la iglesia ―se bautiza― no tanto por lo que la iglesia es o significa, sino por un rosario de tradiciones, prejuicios y presiones que así se lo imponen. Es un secreto a voces que tal cosa sucede. ¿Vamos a extrañarnos si entonces el sentido de pertenencia resulta débil, confuso e irrelevante?

Para mucha gente en lugares donde he ejercido el ministerio el bautismo es un rito que se administra a los recién nacidos para que dejen de ser moros, para que no vivan como perros, para que no se los lleve la bruja. El ambiente ha impuesto que es preciso bautizar a los niños, y se les bautiza.

Para comenzar tales calificativos dirigidos a los no bautizados son ofensivos y totalmente fuera de lugar. Luego hay que considerar que esta concepción del bautismo va unida al sentimiento religioso inscrito en lo más hondo de la persona humana. De generación en generación un vago, pero pertinaz sentimiento de religiosidad natural, empuja a bautizar al niño. Se trata de una religiosidad difusa, vaporosa, sin brújula. Hay que bautizarlo, aunque los padres no sean practicantes, ni crean en la existencia del más allá, ni en pecado original alguno.

Los padres se sienten ofendidos cuando se les regatea este derecho. Porque, efectivamente, lo consideran un derecho paralelo al de la atención médica o a la inscripción en los registros municipales. Hablarles de catequesis o futuros compromisos es inútil. Quizás se molesten por las exigencias, quizás pasen por lo que se les pide con tal de salirse con la suya. Pero no tienen antenas para captar este lenguaje. Se comprende. Sus motivaciones son muy otras de las que cree el párroco.

Presiones y fiestas sociales.

Junto al sentimiento religioso están las presiones sociales. En algunos lugares todavía hay quien señala con el dedo a los no bautizados y sospecha incluso de su comportamiento ético. Un capítulo aparte respecto de las presiones sociales lo constituye el aspecto legal. En determinados países el bautismo sirve eventualmente para ingresar a la escuela, para viajar a países que otorgan la visa en cuentagotas, etc.

¿Acaso no existen registros civiles en los que constan los datos del individuo que desea ir a la escuela o viajar a un país vecino? Sí, existen, pero se manipulan con tanta facilidad, se soborna a los escribanos con tanta habilidad, que los dichos registros han dejado de ser creíbles.  

No en último lugar, el bautismo ofrece una oportunidad para establecer ventajosas relaciones familiares. Existe la institución del compadrazgo no se borra por decreto. En determinados países mantiene una fuerza a tener muy en cuenta. Y condiciona tremendamente la búsqueda del padrino. La función del padrino creyente, capacitado para ayudar en la fe, suele pasar totalmente inadvertida. Interesa muchísimo más la elección de un compadre que otorgue prestigio o a quien se pueda recurrir en emergencias económicas.

La fiesta familiar también cuenta lo suyo. Como toda fiesta, permite romper la monotonía de lo cotidiano, abrir la puerta al regocijo, echar una cana al aire. Y, quizás lo más importante, aunque lo menos confesado, permite proclamar la categoría social del anfitrión.

En conclusión, mucha confusión. Con un tal bagaje de motivaciones no habrá que maravillarse si el bautismo ―entrada oficial en la iglesia― tiene que ver con la sociología más que con la fe. El bautizado pone el pie en el umbral de la iglesia, no porque se haya convertido, o porque sus padres quieran educarle en la fe y la moral cristianas, sino por prejuicios, presiones, tradiciones ajenas al sacramento.

domingo, 1 de mayo de 2016

A un ciudadano con igualdad de oportunidades

Apreciado ciudadano: indudablemente habrás escuchado muchas veces que en las democracias todo el mundo goza de igualdad de oportunidades. Vaya por delante que nada tengo contra la democracia. Como dijera Churchill, es el peor de los sistemas, exceptuando todos los demás.

El axioma del mercado libre.

Te repiten por activa y pasiva que tienes igualdad de oportunidades. Es verdad que vives en un barrio marginado donde el camión de la basura no suele incursionar. También lo es que tiene que mandar a sus hijos a un colegio improvisado donde imparte clases una chica apenas alfabetizada. Y no es menos verdad que tu sueldo se termina antes que el mes. Por supuesto, no puedes permitirte el lujo de soñar con casa propia.

 Nadie niega estas verdades. Los que poseen una más pesada dosis de cinismo te dirán incluso que lo antes dicho no atenta contra la igualdad de oportunidades. Vete al supermercado más próximo y observarás en sus estantes muchísimos y variadísimos productos. Sólo tienes que alargar el brazo e ir llenando la bolsa. Después pasas por caja ―cosa fácil: todos los caminos convergen hacia ella― y paga la cuenta que te ofrece la señorita.

Claro que existe la igualdad de oportunidades. Incluso en el banco. Puedes dirigirte a cualquiera de esas entidades y lograr un préstamo. Basta con que pongas la casita o la herencia como garantía y pagues los intereses previstos. También la igualdad de oportunidades se extiende al terreno de la opinión. Nadie le impide que compres un periódico ni que instales un canal de televisión.

Ojeas el periódico de la mañana y das con las más variadas y sabrosas ofertas de trabajo. Es verdad que te exigen buena apariencia, menos de cuarenta años, dotes persuasivas, dominio del inglés y conocimientos de informática.  Pero ¿quién te prohíbe poseer todos estos requisitos?

Los escaparates están repletos de productos. Los bancos rebosan de billetes en sus bóvedas y cajas fuertes. Pero ubícate y no empieces a pedir sin dar nada a cambio. No comiences exponiendo tus personalísimos problemas ni tus particulares lamentaciones. Si naciste con insuficiencia renal, si padeces úlcera o te hallas postrado en una cama, no le eches en cara al mercado ni a la igualdad de oportunidades tu caso particular. No es culpa de la democracia ni del capitalismo.

Es sorprendente la cantidad de oportunidades que están ahí para que alguien las aproveche… y se dejan pasar de largo lamentablemente. Incluso cualquier país pequeñito, con problemas de hambre y subdesarrollo, podría muy bien pedir una invasión a otro país cercano y poderoso para aprovecharse de su avanzada técnica, para llenar de carreteras su suelo y de rascacielos sus ciudades.

Un axioma bastante cínico.

Ya ves, querido ciudadano: con el maravilloso invento verbal de la igualdad de oportunidades, podemos continuar siendo tremendamente desiguales. Con la desventaja de no poder dar a nadie la culpa de las limitaciones que nos afectan. ¿No te parece que sería más deseable hablar simplemente de la igualdad, y no de la igualdad de oportunidades?

Con el invento de la igualdad de oportunidades pueden continuar existiendo pobres y ricos, opresores y oprimidos, barracones y palacios, doctores y analfabetos. Espero estés de acuerdo en que sería mejor una convivencia más humana y con menos oportunidades. Sobre todo si formas parte de quienes viven en la periferia de la ciudad. Donde, por cierto, el asfalto, el agua y el camión de la basura tienen oportunidades de llegar, sólo que no llegan.

Yo enfoco la cuestión desde otro punto de vista mucho más elemental y menos ideológico. Cada ser humano tiene unas necesidades biológicas que cubrir. Su estómago requiere de la digestión diaria. Cada uno tiene necesidades de vestir, cobijarse e ir a consultar al médico de vez en cuando. Las ideologías no cambian estas necesidades fundamentales. Sean más o menos listos, más o menos elegantes, los hombres y las mujeres se ven precisados a procurar el alimento, el vestido y la vivienda.
Me da la impresión que plantear las cosas así es mucho menos complejo y mucho más humano. Y, por supuesto, cristiano. Desde las primeras páginas de la Biblia se habla del hombre como imagen de Dios. Se le pone en un mundo capaz de producir el alimento y de cubrir las necesidades que le sobrevienen.

¿Estás de acuerdo conmigo, estimado ciudadano? Pues que un día no lejano veamos disminuir los debates ideológicos, sobre si las izquierdas o las derechas tienen razón y la política se oriente hacia una convivencia más decente.

Un abrazo deseándote en el entretanto que el camión de la basura tenga, no sólo la oportunidad, sino el realismo de llegar hasta la puerta de tu vivienda.