El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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sábado, 23 de octubre de 2010

La difícil interpretación del silencio

Apreciado amigo: Lamentas la escasa fluidez de los e-mails en las relaciones con compañeros comunes y debo decirte que desde hace años tengo la misma queja a flor de labios. Tanto más que mi trabajo me exige solicitar datos y obtener respuestas. Ya no se trata de que las personas que uno aprecia y con las que presumía tener firmes vínculos no respondan, sino que en ocasiones urge saber si se ha recibido un cheque o se ha cumplimentado un encargo importante.
Sólo se escucha el silencio. No digo mal: se escucha el silencio. Y los hay tan solemnes como la misa solemne de Beethoven y tan elocuentes como los de un parlamentario trinando visceralmente contra el partido opositor.  
Se da el caso de que algunos agradecen un regalo del año anterior (una agenda, por ejemplo)... cuando ya los meses se agotan y recuerdan que necesitan otra para el año próximo. Pero en fin, como de todo hay en la viña del Señor, algunos buenos amigos nos sentimos gozosos de poder comunicarnos gracias a la cibernética. Hasta nos mandamos alguna foto jocosa que hemos pescado por la red, adornamos el texto con ilustraciones, le añadimos música, quizás un archivo de voz y nos contamos cosas que nos hacen sonreír.
Nada importante si se mira el asunto desde la perspectiva de la eternidad (sub specie eternitatis), como decía el venerando Padre Rodríguez o el Kempis. Con todo, le dan un poco de sazón al discurrir de cada día.
Vayamos al grano. Mis lamentos tienen que ver con la dificultad que implica la interpretación del silencio. Si hay algo difícil de dilucidar en este planeta azul en que nos movemos los seres humanos es el silencio. Puede significar mucho o nada. Cierto: hay momentos para hablar y otros para callar, pero no van por los senderos del Qohelet lo que las líneas siguientes pretenden decir. Tratan de explicar que los correos cargan sobre sus espaldas electrónicas la necesidad o la ilusión de una respuesta. Y en numerosísimas ocasiones no reciben sino la callada por respuesta. Por asociación de palabras iba a decir la canallada. Pero no, que resultaría del todo desmesurado.
Ahí tropezamos con la dificultad de interpretar el silencio. Puede ser que el escrito no haya llegado a destino perdiéndose por el espacio cibernético. Puede que al receptor le deje indiferente el remitente o el contenido de la nota recibida.  
También hay que contemplar la posibilidad de que una respuesta implique un correlativo compromiso. En consecuencia es más cómodo amordazar el email e introducirlo en el disco de duro corazón o sepultarlo sin contemplaciones en la papelera de reciclaje. Puestos a explorar eventualidades y contingencias el silencio podría achacarse a la mera negligencia. O simplemente a un exceso de trabajo. 
En acotación al margen aconsejaría dosificar de modo estricto la excusa del trabajo. Porque cuando a uno le interesa algo de verdad... de seguro que encuentra el tiempo. Sin embargo, suele ser la razón más esgrimida. Buena excusa que, además, le permite a uno decir tácitamente lo ocupado que anda y, en consecuencia, lo importante que es. 
Igualmente hay que tomar en consideración, a la hora de hacer la exégesis del silencio, la eventualidad de que el destinatario no sea ducho en la técnica del ordenador y no encuentre la dirección del remitente que, por cierto, está a la distancia de un clic. Aun puede suceder que el aparato se haya dañado a causa de un virus indecente o de un apagón inoportuno. ¡Cuántas cosas puede significar el silencio!
Lo cierto es que un silencio persistente y tozudo causa numerosos perjuicios. Cuando la interpelación es personalizada -no un mero envío de listas- y no obtiene eco, entonces logra disminuir el flujo de la amistad y tal vez apagarla de modo definitivo. El poeta lamentaba la soledad en que quedan los muertos. Si hubiera conocido el correo electrónico lloraría los bytes y megabytes perdidos en el espacio como una solitaria basura cósmica que jamás encontrará respuesta y que deja a sus remitentes llenos de dudas e interrogantes.
¿Habrá suicidios cibernéticos por un e-mail no correspondido? Doy fe de que, al menos, se detectan bajones preocupantes en la intensidad de la ilusión y del compañerismo.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Ivette: ¿un misterio de tinieblas o un misterio luminoso?

Recordada Ivette: hace días te escribí una carta que, siguiendo las pautas tácitas del blog, tuve que finalizar porque se extendía en demasía. Constataba entonces que hay quien da un portazo a la iglesia por motivos emotivos, por rechazo a algún representante de la misma. Pienso que es tu caso. Dices haberte topado con curas farsantes e interesados.
Podríamos dialogar indefinidamente acerca de que también hay curas desprendidos y ejemplares.  Pero ya aludí a este asunto en el anterior escrito. Sólo un dato más que normalmente no asoma en las páginas de los periódicos: más de 60.000 del medio millón de sacerdotes y religiosos que se mueven por el mundo, han dejado su tierra y su familia para atender a otros seres humanos, en principio desconocidos, en una leprosería, en hospitales, en campos de refugiados, en centros para enfermos de sida…
Argumentos emotivos
Sé que cuando uno ha recibido heridas profundas, difícilmente se deja convencer por este tipo de argumentos, por más que anden avalados por cifras contantes y sonantes. La emoción siempre le gana a la razón. De todos modos debo decirte que, no obstante cuanto puedas escuchar o leer, el sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. O mejor, los hay neuróticos y hasta psicópatas -doy fe- como los hay de una enorme finura espiritual. Pero hablando en general cabe decir que es un ser humano con el deseo de seguir los pasos de Jesús y servir a sus hermanos. No siempre lo consigue, es verdad. Pero dime de un colectivo -los políticos, los abogados, los cerrajeros, los maestros- que no tengan que reprocharse serios defectos.
En este punto no raramente hay quien se unce a una lógica que nada tiene de racional. ¿El cura me defraudó? Pues abandono la Iglesia y también la fe. ¿Aplicarías esta lógica a otras circunstancias similares? No creo que a quien le tocó en suerte un alcalde corrupto saque la conclusión de que debe marcharse de la población. En todo caso luchará para que sea el alcalde quien se largue.
Ivette: tú un día te entusiasmaste con las palabras y las obras del Jesús histórico. Del personaje antes de que lo empequeñecieran -hay quien habla de secuestro- los obsesos del dogma y el derecho. Con razón. Él ha tenido una  enorme influencia en la humanidad. Los monjes del desierto abandonaron la ciudad y sus bienes para meditar día tras día sus palabras. Los mártires quedaron deslumbrados de tal manera que, si no había otra alternativa, no dudaban en morir triturados por los dientes de los leones o acribillados por los fusiles de los milicianos. Cuatro compañeros de mi Instituto sufrieron esta suerte. Mucha gente anónima no hace trampas ni se corrompe porque han decidido seguir tras las huellas de Jesús.  
¿Fuera de la Iglesia?
Yo no conozco otro modo de seguir a Jesús que en la Iglesia, por muy mezquina que sea. Fue Él mismo quien se rodeó de amigos y discípulos y quien luego exhortó a todos a que vivieran en “asamblea”. Los primeros cristianos lo tenían claro cuando compartían los bienes y la oración. Otra cosa es que lograran en plenitud el objetivo. Numerosos fieles optaron, a lo largo de la historia, por marcharse de la Institución y comenzar algo mejor. Su “Iglesia” se disolvió al poco tiempo y no se libraron de los males que un día les empujaron a dar el portazo.   
La verdad, querida Ivette, es que el asunto de la fe no se dirime a fuerza de razonar. La razón tiene su parte, claro. El puro voluntarismo no tiene sentido ni fundamento. Pero  la razón sólo nos conduce hasta el umbral de la fe. Y aquí hay que dar un salto enorme para pasar por encima de los malos ejemplos, de las heridas emocionales y de las dificultades teóricas. Incluso pienso en ocasiones que previamente al itinerario de la fe, que pasa por la razón y el corazón, uno ya ha tomado partido. 
Tú personalmente tienes la mejor voluntad y has invertido mucho tiempo en favor del prójimo. Lo has hecho gratuitamente y por filantropía, quizás por caridad años atrás. No lo digo por ti, pero quiero aludir al tema porque encaja en este contexto. En la vida hay quien queda atrapado en las viscosidades del hedonismo, en las ansiedades de la ambición, en los vericuetos del sexo o en cualquier pantano con desembocadura en el vicio. Puedes dar por descontado que los tales no tienen ningún interés en la existencia de Dios y menos en unirse a una comunidad orante y seguidora de Jesús. Ahora bien, si en cuestiones de fe el corazón tiene tanto peso, puedes deducir la conclusión que sacarán.
Hay ateos por causa de la libertad. No logran compaginar su voluntad con la de un Ser supremo. Otros lo son por pura frivolidad. No se han tomado ni un minuto para reflexionar sobre el tema. Los hay por despecho. Algunos afirman su ateísmo tras concluir que Dios no es compatible con el mal. Y todavía quedan otros géneros y especies de ateísmo. Y todos ellos pueden aducir algún tipo de razones para sostener su postura.
Considero que mantienes la fe en Dios, a pesar del portazo y no obstante algunas expresiones en las que te referías a la ambigüedad de las creencias heredadas. Determinadas expresiones lo dejan entrever: deseas bendiciones a tus amigos y conocidos. ¿Bendiciones de quién? Quiero pensar que no se trata de meras frases brotadas por generación espontánea en el humus de la cultura.  
Pues bien, no olvides esta fe. Hace unos meses mucho se ha hablado, gracias al físico Hawking, que la energía puede surgir sin causa, de la nada, por generación espontánea. Ya que tienes un acusado sentido crítico, aplícalo al tema. De la nada, nada brota. No importa presumir de filósofo para firmar esta aseveración. No te dejes embrollar por quienes ya han decidido y no buscan sino agarrarse a cualquier clavo ardiente que haga plausible su opción.
De la nada, nada sale. Existe un dilema, al final de la cuestión. Unos aceptan que el mundo es incomprensible y que en el origen hay un misterio de azar, de tinieblas que nada explica. Otros creen que la incomprensibilidad del mundo encuentra su explicación en Dios. Al menos, en buena parte. Y también confiesan que se hallan ante el misterio, pero un misterio de luz. Confían en la vida porque hay quien la sostiene y nos muestra su rostro amistoso. Este rostro que luego hablará a los hombres a través de Jesús de Nazaret. No lo tienen todo claro, ni mucho menos. Siguen haciéndose preguntas. Pero confían en la vida y en quien la sostiene.
Querida Ivette: sigamos cada uno nuestro camino con honradez y grandeza de ánimo. Sin dar la culpa de nuestras decisiones a nadie de nuestro alrededor. Tú presumes de ser una mujer adulta y crítica. Lo eres. Los malos ejemplos no deberían cambiar tus convicciones profundas.
Con mis mejores deseos y con un sincero abrazo, Manuel Soler, msscc.

domingo, 3 de octubre de 2010

Se marchó de la Iglesia dando un portazo

Querida Ivette: he ido recibiendo correos electrónicos en los que he sido testigo de tu lenta e inexorable desvinculación con la Iglesia y hasta con la fe misma. El hecho me ha dolido de verdad. Cortar el cordón umbilical con la casa materna no es cosa baladí. Uno sabe de la oleada de gente que de pronto “descubren” que nada tienen que ver con la Iglesia. Pero mi sincero aprecio por ti, el conocimiento que tengo de tus cualidades pedagógicas, de tus inquietudes culturales y de tu acogida humana aumenta el pesar que me ha producido tu decisión.  
Hemos trabado una buena amistad y nos hemos comunicado a través del email. Me duele tu decisión, tanto más cuanto que en gran parte ha sido motivada por la decepción de los sacerdotes y de lo que tú llamas una y otra vez como “estructuras de poder”.
Ateísmos, escepticismos y agnosticismos
Recordada Ivette: cada uno recorre su itinerario particular. Hay numerosas clases de ateísmos, escepticismos y agnosticismos. Teóricos y prácticos, por amor a una pretendida libertad y por pura banalidad. Los medios de comunicación, por otra parte, empujan por el tobogán del hedonismo y la frivolidad, poco amigos de la fe y el compromiso. Pero tal vez otro día hablemos del tema.
Entiendo que tu alejamiento de la fe ha sido por reacción. Te has marchado de la Iglesia con un portazo porque te ha sentido tratada injustamente. Te han exigido mucho y  muy poco has recibido a cambio. Has quedado frustrada en tus expectativas. Has detectado prepotencia en quienes estaban al frente de las instituciones en que trabajabas y un pernicioso amor al dinero en los administradores de turno.
No niego que haya sido así, aunque también oso decirte con franqueza  que he notado expresiones sesgadas en tus quejas y hasta un rencor insano en ocasiones. Incluso has prendido la mecha de una propaganda anticlerical en revancha por los sufrimientos padecidos. Comprendo tu reacción y la respeto, pero pienso que no es el camino adecuado. Puedes mostrarte en desacuerdo sin renunciar a la grandeza de ánimo.
Has focalizado tu mirada en los atropellos y arbitrariedades de que has sido objeto tú y tus compañeros/as de trabajo. Te has rebelado porque determinadas exigencias se han hecho en nombre de Jesús. Y tú, que admiras o admirabas al Jesús histórico, el que no se plegaba a las rutinas ni contemporizaba con fariseísmos mezquinos, te has indignado. Has dado un portazo y te has marchado.
Luego has encontrado multitud de razones y motivos para justificar tu postura. La pederastia de los curas, el ritualismo de las ceremonias, el interés oculto de los párrocos, las debilidades sexuales de algunos frailes… Todo ello ha reforzado tu decisión y la ha impermeabilizado de cualquier sentido de culpa. Incluso has experimentado una singular euforia tras el portazo.  
La promiscuidad entre el bien y el mal
Te diré, querida Ivette, que en la Iglesia existen estas miserias y algunas más que ignoras. Pero tu indignación te ha impedido percibir que la misma Iglesia santa y pecadora -santa y prostituta, la llamaban los SS. Padres- también ha hecho méritos para ser amada y acogida. Tanto más cuanto que en ella se sigue haciendo el memorial de la muerte de Jesús y nmerosas comunidades a lo largo y ancho del mundo se reúnen para orar.
Pienso que constituye un inconveniente, pero es preciso tomar en cuenta la realidad. En la Iglesia  -extendida por los confines de la tierra-  se acumulan ideologías y talantes de todos los tamaños y colores. Como en una galería interminable das con mujeres y hombres virtuosos e hipócritas. La bondad y la maldad se cruzan y entrecruzan por los caminos. Más aún, la bondad y la maldad surcan un mismo corazón y lo parten en dos. Con la desventaja de que el mal es mucho más noticioso y ruidoso.
A la Iglesia hay que atribuir numerosas maldades -a veces sólo errores- a lo largo de la historia. Habrás escuchado una y otra vez la cantinela de las cruzadas  con sus desmanes a diestro y siniestro. La Iglesia quemó vivos a los herejes en la inquisición y extendió el terror en muchos territorios. La Iglesia condenó a Galileo, un honesto científico que, por si fuera poco, andaba cargado de razón. La Iglesia da pábulo al carrerismo que persigue vestimentas rojas o color púrpura. La Iglesia no ha reaccionado con la contundencia debida ante la pederastia de algunos clérigos…
No seré yo quien niegue estos datos, aunque frecuentemente se convierten en tópicos manidos. He fortalecido mis espaldas para sobrellevar el peso de estas inmundicias legadas por los ancestros. Sólo quisiera que levantaras la vista y admitieras que esta misma Iglesia mezquina inventó los hospitales para los enfermos y moribundos que durante largos siglos no tenían un lugar donde morir. Esta misma Iglesia hoy día dirige la mayor parte de los Centros que existen en el África subsahariana para acoger a quienes padecen el Sida.
A propósito, cuando la guerra azota un país o una región, las ONG desaparecen con presteza. Los misioneros, ellos y ellas, suelen permanecer. No raramente mueren. La larga fila de hombres y mujeres sin trabajo no van a buscar alimentos a las casas de los políticos, sino que se dirigen a Caritas, a las parroquias y a otras instituciones católicas. Sus responsables se las arreglan para que nadie regrese a casa con las manos vacías.
La pederastia del clero da infinitas vueltas por los periódicos del mundo y los medios hacen refritos con sucesos de hace casi medio siglo. Claro que los culpables merecen la máxima condena. A los presbíteros y fieles católicos nos ha salpicado, avergonzado y humillado de mala manera. Las víctimas han padecido en sus carnes el suplicio y la amargura. Sin embargo te diré que he leído con avidez sobre el tema buscando los porcentajes de los implicados. El más pequeño se refería a un 0,6 % y el mayor a un 3%. Tú crees que los otros 97% de los presbíteros -demos este último porcentaje por válido-  hemos de aguantar las generalizaciones simplistas y los insultos soeces que se formulan a cada paso?
En la Iglesia hay mentalidades cerradas, retrógradas y hasta fundamentalistas. Las hay también muy actualizadas y alineadas con la justicia y la compasión. En la iglesia ha habido un tal Charles Maurras que era partidario de cantar el magníficat con solemnidad y mucho incienso a fin de que el pueblo no reparara en aquello de que Dios “despachará vacíos a los ricos”. Ha existido un tal Marcel Lefèvbre, conservador donde los haya. Pero resulta que también cabe encontrar a un tal Hans Kúng, a un Jon Sobrino y otros muchísimos teólogos y pastores de ideas avanzadas y deseosos de una mayor justicia. Bien es verdad que sus voces logran menos resonancia que las de la jerarquía. Los medios de comunicación confunden lamentablemente la parte con el todo.
Claro que existen hombres y mujeres ajenos a la ambición, que sufren por la marginación de la mujer en la Iglesia, que les parece fuera de lugar, en ocasiones inhumanas, determinadas prescripciones de moral sexual. Seres humanos que son más sensibles a la justicia y la fraternidad que al formalismo de los cánones y al protocolo eclesiástico. Y repara bien en el adjetivo, no vayas a confundir eclesial con eclesiástico. De acuerdo con el ámbito eclesial, pero urge matizar cuando nos referimos al eclesiástico.
Querida Ivette, esta entrada resulta excesivamente larga y sólo he escrito el prólogo. Seguiré con la carta. Un beso.