El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 30 de junio de 2013

El Papa Francisco, un fenómeno social

El Papa Francisco se ha convertido en un fenómeno que interesa en la iglesia y fuera de ella. Por curiosidad, porque ha cambiado el talante circunspecto y ceremonioso de los últimos pontífices o por otros motivos, el hecho es que con frecuencia su imagen y sus frases se asoman a los medios escritos, radiales o televisivos.  
No tomar la parte por el todo
En principio no va conmigo hacer del Papa el centro de un artículo o conversación. Considero que el ”todo” de la Iglesia de ninguna manera debe confundirse con la ”parte” que es el Papa. Cuando tal sucede -y sucede más a menudo de lo deseable- me siento incómodo. La vitalidad de la Iglesia de base supera en mucho lo que pueda llevar a cabo el Papa y no hablemos ya de lo que pueda opinar la Curia.
Sin embargo describo mi blog con las palabras ”artículos fronterizos entre sociedad e Iglesia”. Así es que no puedo escurrir el bulto. Me agrada que progresivamente mucha gente desvinculada de la Iglesia opine bien del Papa al comprobar su cercanía, sus frases directas, su amplia sonrisa, tan poco usual en ambientes vaticanos. 
Un talante distinto
Personalmente alabo su modo de expresarse sin tapujos acerca del poder y del dinero, de los males del carrerismo, de la necesidad de oler a oveja por parte de los agentes de pastoral... El contenido de lo que dice es inteligible sin necesidad de profundas interpretaciones. El tono con que lo dice elimina sentidos arcanos y segundas intenciones.
Convendrá conmigo el lector que se trata de un hecho inhabitual: en la ventana contigua a la Basílica de S. Pedro se asoma un Papa que ríe. Acostumbrados a que más bien soltara lamentos y quejidos, mucha gente ha quedado desconcertada. Algunos católicos críticos vuelven la vista hacia el Vaticano. Quizás cambien algunas cosas, piensan, sin abandonar la coraza de la desconfianza. Se comprende. Llevan muchos años aguardando el cambio de actitudes y ademanes.
Un hecho que conviene celebrar. El Papa no habla día sí y otro también de la moral sexual. Una revolución, a juzgar por lo que venía sucediendo y por las inercias que atrapan a un gran número de obispos. La moral sexual se ha desplazado para dejar su lugar a la justicia social, a la lucha contra la pobreza, al amor hacia los marginados. Bienvenido sea el cambio.
Otro hecho al que poner altavoz. El Papa Francisco ha dejado de lado algunos símbolos de poder y de lujo. Convive con otros eclesiásticos, no quiere sentarse en un trono de oro, deja de usar zapatos exóticos y esclavinas primorosas. Conversa sencillamente con religiosos y presbíteros y hasta dice cosas que no acaban de casar con la diplomacia vaticana. El Papa se levanta para saludar a quien le visita y hace cosas la mar de normales, pero que, a fuerza de observar lo contrario, se nos antojan novedosas.  
El evangelio, punto de referencia
Sin duda alguna, los primeros meses del Papa han levantado grandes expectativas. La gente necesitaba un líder que sonriera y no que meneara la cabeza a derecha e izquierda con la vista perdida y el gesto huidizo. Lo ha econtrado en el Papa Francisco. En los últimos años sólo el Presidente Obama levantó un caudal de expectativas similares entre los grandes líderes de nuestro mundo.
No es que el talante del actual Papa se hubiera evaporado en la Iglesia. Ahí permanecía, pero ocupaba posiciones secundarias, periféricas. Las grandes figuras actuaban con muy otro estilo. Y no deja de ser curioso que de pronto hayan desaparecido muchos pectorales de metales preciosos y abunden en menor medida las vestimentas de encajes exquisitos. Mimetismo se llama este fenómeno.
Personalmente me desagrada que el estilo y el tono del personal varíe según el quehacer del Papa de turno. Ello indica que el punto de referencia no es el evangelio y pone de manifiesto que las convicciones se mueven según la brisa que sopla en el momento. Aunque también es cierto que cuando la sintonía con el Papa reinante resulta discordante, los hay que dejan de citar sus escritos y sus palabras. Demuestran con ello que no están precisamente con el Papa, sino con un espejo que refleja su modo de ser. Ni una cosa ni otra resulta saludable.
Los grandes temas que demandan una solución a gritos ahí están. El Papa Francisco no los abordará a gusto de todos ciertamente. Pero si proyectamos su modo de situarse en la realidad y de opinar frente a los acontecimientos, bien podemos suponer que alguna sorpresa se abrirá paso entre el séquito de su pontificado.

Hay quien parece esperar que el Papa tropiece. Está al acecho de lo que dice, lo que hace, cómo celebra, como se desplaza entre la multitud. Es que se les antoja un tanto heterodoxo. Esperaban otro estilo, les ha cogido con el pie cambiado y no se sienten a gusto. Desaparecen sus valedores, cambian los procedimientos. Sus proyectos -quizás intrigas- se desmoronan a marchas forzadas.  

jueves, 20 de junio de 2013

Dios versus verano


Acabo de escribir un prólogo que me han solicitado para un trabajo académico. A pocas horas de estrenar verano y con una temperatura que va encaramándose reconozco que no es el mejor momento para transmitir el escrito.
¿Por qué? Porque trata de temática teológica y apunta hacia las cimas del pensamiento. Desentona, pues, del ambiente turístico mallorquín de esta época. El sol, el bochorno y la arena piden a gritos al viandante que se zambulla en la playa, se deje llevar por el vaivén de las olas mientras extravía la vista en las nubes. Acto seguido, a conversar distendidamente con un amigo mientras vacía un jarro de cerveza.
El hecho es que van por muy distinto camino las letras que siguen. Abordan el tema de Dios. Y, sin más preámbulos, reproduzco los párrafos en cuestión.
Una palabra y un concepto vilipendiado
Decía el filósofo judío M. Buber que Dios es la palabra más vilipendiada, manchada y mutilada que la humanidad ha escrito y pronunciado. No le faltaba razón porque se ha llegado a torturar y asesinar en su nombre. Nada extraño, pues, que alguien haya propuesto permanecer unos años sin pronunciarla ni escribirla.
Por otra parte aproximarse al misterio de Dios es exigente. La fenomenología religiosa se acerca a él diciendo que es un "mysterium tremendum et fascinans". Si bien, en el otro extremo, hay quienes banalizan la palabra y el concepto de Dios. Entonces, ¿con qué estado de ánimo abordarlo? Difícil tarea.  
Sin embargo, es legítimo e incluso necesario experimentar a Dios y hablar de Él. Dónde encontrar, si no, el sentido último de la vida y una solución -inicial, al menos- a la multitud de interrogantes que se nos plantan en el camino? ¿Cómo compartir estas inquietudes sin pronunciar su palabra?
Ahora bien, es del todo preciso mantenerse en un difícil equilibrio. Hablar, sí, pero con mesura. No hay que olvidar que "a Dios nadie lo ha visto nunca". Sólo el Hijo nos lo puede revelar y por eso resulta del todo imprescindible abrir la Biblia y escuchar las palabras de quien sabe del asunto. Nada de inventar teorías sin fundamento.
He aquí, pues, algunos de los motivos para hablar de Dios. Aparte de que Él es el eje de toda teología. Si se tambalea la fe en Dios, se desploma igualmente cualquier otra afirmación referida a la fe. Él se encuentra en la intersección de la inmanencia y la trascendencia de la naturaleza humana.
El centro y objetivo final de la teología no puede ser otro que el misterio de Dios, el Padre de Jesucristo, el dador del Espíritu. Es el tema que permanece más allá de las modas y los énfasis. Cualquier otra perspectiva deriva de esta.
Más allá de los ídolos
El misterio de Dios adquiere progresivamente mayor urgencia e importancia. En el primer mundo porque el secularismo y el ateísmo se extienden como mancha de aceite. Secularismo y ateísmo significan el ocaso de Dios. Apremiante batalla a tener en cuenta.
En cuanto al Tercer Mundo, que en muchos lugares se define como cristiano, las minorías luchan con todos los recursos a su alcance para defender sus privilegios y el "status" adquirido. Dicen que Dios está a favor de ellos pues que garantiza el orden y la paz. Urge, pues, hablar de la verdadera imagen de Dios y denunciar los ídolos tratan de solaparlo.
Existe una gran disparidad en la concepción y las prácticas que se pretenden derivar del mismo Dios. Esto es grave. Porque Él no es tan elástico y genérico que soporte cualquier formulación. Debe recobrar su verdadero perfil. De lo contrario seguirá siendo la palabra vilipendiada y manoseada a la que se refería Buber.
Al confrontar la moral, la trascendencia, el ecumenismo, el diálogo religioso, la lucha por la justicia con Dios -que es su motivación y su fuente- queda claro que Él no se halla ajeno al mundo, sino que se compromete con la historia humana y termina convirtiendo la muerte en resurrección, tal como la vivió Jesús, el Hijo.
Es necesario renovar la concepción de Dios. No se la debe confundir con un ídolo, sujeto pasivo, que espera y exige oraciones e incienso. Tampoco es el Ente que sirve para tapar los agujeros que la ciencia no logra explicar.
Dios es un misterio de amor que ha dejado la responsabilidad de la historia en manos humanas y nos guía a través de su Espíritu. Hay que eliminar las imágenes falsas o engañosas de Dios.
La teología nada tiene de opio para adormecer las conciencias de los ricos y alargar la paciencia de los pobres. Más bien es el pensamiento que comparten todos los que -alimentados por la experiencia de Dios- luchan en favor de los excluidos y de las víctimas de nuestro mundo. Si se quiere, los traspasados ​​de la historia.

lunes, 10 de junio de 2013

Bienvenida la crisis

Apenas iniciada la dura crisis que padecemos ya algunos entreveían “brotes verdes”. Pero no, por ninguna parte se apreciaban tales brotes. Se trataba de llenar de palabras los discursos, de dulcificar engañosamente el sufrimiento de quienes la padecían, de alimentar esperanzas vanas. Han ido pasando los años e intermitentemente hay quien divisa brotes verdes o alcanza a ver la lucecita al final del túnel. 
La crisis y quienes la provocan
La crisis ha echado raíces. Será larga, dura y penosa, para qué engañarnos. Seis millones de trabajadores sin trabajo requieren de mucho tiempo para ser absorbidos. Mes tras mes las cifras del paro no mejoran o mejoran levemente para retroceder luego. Por más que se establezcan comparaciones y se rice el rizo sosteniendo que la cosa no va tan mal, el hecho es que las mejoras al cabo son ficticias.
Seguiremos siendo testigos de desahucios, de gente que no llega a fin de mes, de niños llorosos a causa del hambre, de jóvenes a quienes se les diluye la esperanza. Tropezaremos con gente que carga dramas enormes sobre sus hombros. Para algunos las recetas son como sentencias de muerte. Carecen de tarjeta sanitaria y les resulta del todo imposible hacerse con el medicamento. 
Frente a tanto sufrimiento, los ciudadanos se enteran de que hay banqueros que se retiran con los bolsillos repletos de millones. Oyen decir que los asesores, nombrados a dedo, se multiplican. Llegan a sus oídos que las bebidas de alta graduación consumidas por los políticos en el parlamento están subvencionadas con el dinero de todos.
Cada día los periódicos descubren sorprendentes y descarados casos de corrupción. Los telediarios nos asoman a los juzgados día sí y otro también. Las personalidades que debieran vertebrar el país también tienen las manos sucias…
Agobiados por tales escenas y mensajes unos se indignan, otros se desmoralizan. Impotencia, rabia, animosidad, desesperación…  Posturas y sentimientos que crecen al socaire del sufrimiento y la irritación. De seguro que aumentará el delito contra la propiedad privada. Probablemente subirá unos grados el egoísmo del personal. El gran interrogante radica en saber cómo acabará reaccionando el grueso de la sociedad. 
Yo pienso -y sobre todo deseo- que también la solidaridad vaya en aumento. Como sucede cuando acontece un terremoto o una desgracia de gran envergadura, quizás los ciudadanos sientan que las fibras de su alma reaccionan de modo positivo. A lo mejor la crisis rescata la humanidad de muchos ciudadanos, esta virtud que mantenían cubierta de cenizas.
Una pobreza que interpela
Tal vez la pobreza creciente nos interpele de cara a compartir más y mejor. Como en los barrios marginados de los países del Tercer Mundo, es posible que los vecinos se presten los vasos, se regalen una sopa y se reúnan para espantar las penas. En un escenario un tanto idealizado entreveo el despertar de la sensibilidad de la gente. Cuando es preciso dar una mano, el personal no se hade rogar.  
De la enorme crisis que nos cubre con su velo a lo mejor surge una sociedad menos corrupta y más dispuesta a la solidaridad. Unos ciudadanos menos frívolos, menos obsesionados por el consumo y más atentos al rostro sufriente de sus vecinos.
Lo han dicho personajes que merecen todo el crédito. La solución de la crisis la debemos buscar en un estilo de vida austero, menos consumista y más respetuoso con el entorno. Nos equivocaremos si queremos salir de ella a base de violentar todavía más los recursos naturales. No iremos en la dirección correcta si tratamos de escapar de la misma a base de empujones y zancadillas, enzarzados en una loca carrera para conseguir llegar primeros. No, no imitemos a la jauría de perros hambrientos que se pelean encarnizadamente para hacerse con los huesos más apetitosos.    
La crisis puede sacudirnos a fondo y superar nuestra mediocridad. Y, apelando a un estrato más profundo, debiera ayudarnos a salir de la crisis una mirada al evangelio. No podemos compartir la Eucaristía sin hacer otro tanto con el pan de cada día. No es de recibo ignorar a los millones de seres humanos despojados de su dignidad.  
¿Cómo vamos a darnos la paz los que celebramos la Eucaristía, sin tomar en consideración las multitudes a quienes se les ha desposeído de la paz y del pan? ¿Cómo vamos a vivir despreocupados cuando a nuestro alrededor hay muchos hombres y mujeres a quienes se les escapa la esperanza entre los dedos y acaban dimitiendo de la vida? 

Yo no sé dónde ni cómo desembocará la crisis que padecemos. Pero si consiguiera despertarnos de nuestras inercias y hacernos más sensibles hacia quienes sufren, quizás tendríamos que darle la bienvenida. Si nos conduce hacia un estilo de vida más austero y menos depredador, si superamos la frivolidad y el consumismo, bienvenida sea la crisis.