El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

domingo, 30 de diciembre de 2012

De Lluc a Montserrat



He visitado numerosos lugares a lo largo de mi vida. Pero recuerdo algunos de ellos de modo especial. Me han transportado, por así decirlo, a una dimensión sorprendente… mística…transcendente…inesperada… Difícil adjetivar lo indefinible. Los lugares los tengo muy presentes: la mezquita de Córdoba, el Palau de la música y Santa Maria del Mar en Barcelona, así como las montañas de Machu Pichu en Perú. 

Las impresiones que causa Montserrat no son del mismo cariz porque aquí la experiencia no se centra en un espacio, sino en un abigarrado conjunto de eventos y de edificios. Los posos de la historia han ido depositándose en el lugar. Pero, sobre todo el camarín de la Virgen, algo en común tiene -a escala- con los espacios citados. 

Pues bien, por unos días he dejado el Santuario de Lluc en Mallorca y, con ocasión de visitar a mis familiares en Navidad, he pasado unos días en Montserrat. Al fin y al cabo Lluc sigue la estela de este lugar emblemático en su identificación con la tierra y la lengua, en la calidad de las celebraciones litúrgicas, el interés por la cultura, la acogida a los peregrinos…

En esta montaña hay un monasterio cuidado por una numerosa comunidad de monjes, una escolanía de niños bulliciosos, varios restaurantes, habitaciones de distintas categorías. Una Iglesia visitada por miles de turistas procedentes de todas las nacionalidades. Un centro turístico de primer orden.

El nombre de Montserrat -monte serrado, en catalán- se asocia a unos macizos rocosos que originan paisajes poco habituales. ¿Qué calificativo se ajusta a las formas que exhibe la montaña? Para mí los adjetivos que mejor le cuadran son el de audaces e imponentes. En efecto, la montaña destaca por sus descomunales peñascos cónicos clavados firmemente en el suelo, alzándose en su verticalidad y se diría que desafiando la pesadez y la rutina de tantos otros paisajes.

Montserrat es un abigarrado conjunto de instituciones. Hay que ir paso a paso para enterarse de lo que ofrece este fabuloso escaparate.  

Escolanía de voces bien educadas

He sido miembro de la coral del santuario de Lluc cuando era de voces mixtas en mi etapa de estudiante de filosofía. Viví muy cerca de la Escolanía recién ordenado de sacerdote cuando di clases a los niños. He regresado ahora para atender a los peregrinos cuando en teoría estoy jubilado. Sé que no resulta nada fácil mantener unas docenas de voces afinadas y en forma. Hay que sostener la atención de los pequeños y se hace preciso alargar las horas de ensayo. 

El espectador con una educación musical mediana goza al escuchar los cánticos de la escolanía. Si tiene desarrolladas las papilas musicales es posible que la escucha le abra una ventana a la trascendencia. Sin embargo los niños –que también tocan instrumentos- no dejan de ser niños juguetones y las hormonas han iniciado su ebullición en algunos de ellos. En Montserrat sólo hay niños. Dicen que el timbre musical cambia al incorporar a niñas. Puede ser, pero en Lluc también cantan un grupo de ellas. Entre otros motivos porque se dificulta tener los cantores precisos procedentes únicamente del género masculino como sucedía años atrás.

La Escolanía de Montserrat es, si no el coro más antiguo de niños cantores, sí uno de ellos. Hay quien lo remite al siglo XII. En todo caso hay documentos del s. XIV que acreditan su existencia. Los muchachos participan en las celebraciones litúrgicas y las plegarias que tienen lugar en la Basílica. Los escolanes reciben una formación musical de alto nivel y no queda atrás la educación humana y la intelectual. No raramente se les solicita para conciertos a lo largo y ancho del mundo. You tube da razón de su larguísimo repertorio. 

Monjes cultos que oran y trabajan 

Los monjes benedictinos que pueblan el lugar -unos 60- tienen encomendada la tarea de que el monasterio y el santuario resulten el escenario óptimo para el encuentro con Dios, la oración, el retiro, la dirección espiritual. Por supuesto que los miembros de la comunidad, como todos los monjes, tienen muy presente la vida de oración, la acogida a los peregrinos y el trabajo manual o intelectual. Ora et labora es el lema que ya echó  a andar S. Benito. El tiempo se aprovecha. Los monjes miraban el reloj de sol y miran ahora el de pulsera. 

Por supuesto, entre los miembros de la comunidad se encuentran intelectuales de primera línea, particularmente profesores y escritores. Es ya inacabable la lista de publicaciones de la Abadía. A mí personalmente me editaron el libro Aproximació al misteri de Déu allá por los años ’80. Hay monjes de mucho prestigio: el mallorquín J. Massot, especialista en la guerra civil, H. Raguer que sabe de salmos, de historia y de periodismo. Lluís Duch es un sabio sólido y macizo que escribe sobre temas enrevesados de antropología. 

Los monjes alaban a Dios y cultivan el silencio, pero también llevan cabo diversas tareas de carácter pastoral, cultural e intelectual: preparación para determinados sacramentos, recepción de grupos, conferencias, celebraciones litúrgicas, confesiones, dirección espiritual, clases, investigaciones, escritos, estudios bíblicos y litúrgicos, edición de revistas, etc. Por supuesto, también andan atentos al buen funcionamiento del monasterio y del santuario y para ello no rehúyen trabajos materiales y artesanales.

La liturgia  marca el ritmo diario de la jornada monástica. Cinco veces al día se reúne la comunidad con este fin. La Eucaristía constituye el momento central de la jornada en el Monasterio y en el Santuario. Muchos peregrinos toman parte en las liturgias monacales. 

Mi propósito era hablar del Montserrat espiritual donde algunos ilustres peregrinos, como S. Ignacio de Loyola, experimentaron fuertes conmociones espirituales. Del Montserrat que venera una Virgen negra, cuya imagen besan miles de peregrinos diariamente, una imagen con mucha leyenda sobre sus espaldas. 

También quería escribir unos párrafos sobre el Montserrat corazón del catalanismo y finalmente acerca de la montaña mágica de la cual han brotado relatos de todo tipo. Relatos de energías misteriosas, de las visitas de Leonardo Da Vinci, de búsquedas del grial por parte de los nazis… Está claro que deberé dejar estos propósitos para sucesivas entradas.  

jueves, 20 de diciembre de 2012

El sabor político de la Navidad


Bien saben quienes están familiarizados con los evangelios de la infancia que sus relatos no pretenden reproducir escenas de carácter histórico. Sin embargo no dejan de proclamar verdades como puños. Sucede con frecuencia: la verdad más genuina no necesariamente se relaciona con el resultado que arroja la matemática o la probeta. 

Determinados relatos imprimen huellas más duraderas en el corazón que la verdad sucinta de un acta judicial o las imágenes sin fotoshop de una fotografía realista. La prueba no hay que buscarla lejos. Desde hace dos mil años en los más apartados rincones de nuestro mundo hay gente que se reúne para festejar el nacimiento de un niño en pañales, gimiendo en una cueva y calentado por el vaho de unos animales.

Los elementos que enhebra esta historia ni siquiera son muy seguros. Sin embargo, no se sabe de grupos que se reúnan para colocar en el centro de su atención un acta bien sellada mientras la ensalzan con cantos y la celebran con dulces. 

El sentimentalismo, un virus navideño

El tópico de que en Navidad se contagia el virus de una sentimentaloide fiebre infantil sigue en pie en numerosos ámbitos y rincones. Tan es así que de pronto los abuelos se movilizan y van a la búsqueda de papel de aluminio y mechones de algodón para fabricar ríos de cristal y nubes blancas. En esta recurrente pandemia infantil de sentimientos y ternuras no faltan los cantos, los abrazos y los dulces.

Bien está todo ello y más aún en tiempos de recortes, de corrupción y de ciudadanos indignados. Bien está siempre y cuando no induzca al letargo y a cruzarse de brazos. Bien está si el conjunto no se reduce a cantarle a la noche silenciosa de la cual brota un bebé de ensortijados cabellos rubios y mofletes color rosado.

La verdad del relato es más profunda y menos azucarada. El pesebre y los pañales remiten a un mundo pobre y frío, a un rechazo hasta el punto de que a una madre embarazada no le queda otra salida que la de alojarse en un establo. 

La dimensión escondida

Esa es la dimensión más escondida de la navidad. Una dimensión política en la que la narración de Belén toma postura en favor de los desprovistos de dinero, de voz y de prestigio. No deja de ser inquietante que al pie del pesebre no estén el gobernador, ni los sumos sacerdotes, ni los sabios escribas. A cambio sí estarán en los días de la pasión.

Las primeras páginas del evangelio se refieren también a una muchacha sencilla que tiene la desfachatez de afirmar que Dios ensalzará a los humildes i humillará a los poderosos. Poco tiene en común con la voz melosa y edulcorada que nos presentan ciertas estampas y relatos sobre la Virgen María, ornamentada con vestimentas azules y aclamada por angelitos rechonchos. 

La noche de paz a que se refiere el más famoso de los villancicos no logra silenciar que el niño tierno de Belén cuestionará los cimientos de su pueblo: el templo, la institución del sacerdocio, la ley. Nada extraño si los poderosos concluyen al cabo que más vale que muera un hombre por el pueblo que no todo un pueblo a causa de un hombre. 

Hijo de Dios, Salvador, Mesías, Rey… son títulos atribuidos a un niño frágil, embutido en harapos y reclinado en un pesebre. Los que no cuentan son los que cuentan en las matemáticas de Dios.

Jesús nació en una época llamada “pax romana”. Una paz parecida a la del cementerio: los poderosos encuentran acomodo y tienen medios para lograr que nadie proteste. El niño pondrá las bases para otro tipo de paz: la “Pax Christi”. Una paz basada en un tipo de relaciones humanas más sinceras y cálidas. En una política más solidaria y participativa. En una economía menos especulativa. 

La historia del niño Jesús no consiste en una entretenida y poética narración para escuchar una vez al año en la Iglesia y celebrarla luego alrededor de la mesa familiar. Es más bien la semilla de la buena nueva. Interpela a los hombres y mujeres de nuestro mundo a la hora de establecer una convivencia más decente. 

El niño de Belén todavía no balbucea palabra alguna, pero su protagonismo en el relato -que ni siquiera casa bien con la historia- advierte que no está de acuerdo con las relaciones opresoras que se dan entre los hombres y mujeres de nuestro mundo. Cuando sea mayor se indignará y protestará.

Ahora bien, levantar la voz y protestar incomoda a quienes tienen la sartén por el mango y han construido el laberinto por el que circulamos. Una tal osadía se paga. He leído en alguna parte que el niño Jesús en el pesebre ya lleva dibujada la cruz en la frente.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Prelados domésticos... ¡Todavía!




Vaya por delante que no tengo absolutamente nada contra quienes hace unos días recibieron en la diócesis los honores de prelados domésticos, capellanes de su santidad, etc. A unos no los conozco, con otros mantengo una relación nunca enturbiada y me parecen personas muy dignas y tratables.

Más aún, tiendo a suponer que los destinatarios de los títulos honoríficos se sienten incómodos ante la situación que les ha sobrevenido. No se trata, por tanto, de atacar a la persona, sino de opinar acerca de los honores que se reparten en la Iglesia de Dios.

¿Condecoraciones para personas que tienen un buen curriculum? Me parece directamente en contra de las recomendaciones de Jesús acerca de que no sepa la mano derecha lo que hace la izquierda. En las antípodas de sus consejos a propósito de no exhibirse con largas túnicas ni ensanchar las filacterias. Una ignorancia culpable del versículo aquel en que prohíbe los títulos y los honores. Véase Mt 23,1-12.

Los obispos no lucen nada bien con sus capisayos colorados. En más de una ceremonia he escuchado detrás de mí a alguien preguntando con sorna qué disfraz era el del señor de rojo. Pero que a quien no es obispo se le conceda como gracia honorífica vestirse como tal, ya resulta esperpéntico. 

Nuestra sociedad laica, light y líquida no está para tales monsergas. Sus hombres y mujeres consideran que las vestimentas y títulos en cuestión no pasan de juegos infantiles, no van más allá de una candorosa vanidad. Ahora bien, los infantilismos  no cuadran en unos señores hechos y derechos, que han ejercido altos cargos de dirección y administración. 

Circulan por nuestras calles personas visceralmente anticlericales a quienes por cierto no les pasan inadvertidos estos hechos. No quieran saber los sarcasmos, las chacotas, los sapos y culebras que salen por esas bocas. ¿Cómo contradecirles? ¿Con qué argumentos?

Creía que este tipo de condecoraciones había caído en desuso. Pues no, todavía hoy, en pleno siglo XXI, en tiempos postmodernos, se conceden tales prebendas. Disculpen si mi afirmación va salpicada de demagogia, pero no me imagino a los seguidores de Jesús, por los caminos de Palestina, distinguiéndose con tan estrafalarias vestimentas. 

Que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Está en los evangelios, pero se ignora la afirmación tranquilamente. Se premian los méritos y para ello se ha creado el cardenalato, los prelados domésticos, los capellanes de su santidad… ¿Quién premia los méritos de la humilde catequista que le roba horas a su ocio y hasta a su familia, para enseñar unas nociones a los niños de la parroquia?

Por lo demás, no se ignoran tan olímpicamente otras frases que se hallan en las mismas páginas. Por ejemplo, la de no separar lo que Dios ha unido. O aquella otra: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia. Claro discrimen que habría que poder denunciar en algún tribunal vaticano. Hoy por hoy no existe tal Institución, pues sí funciona la Congregación para la doctrina de la fe, pero no la Congregación para la buena conducta. 

Existen vicios ante los cuales uno cierra un ojo, sabedor de que la naturaleza humana tira hacia el placer como la cabra al monte. Pero suelen cometerse en un discreto anonimato. La vanidad de la que hablamos justamente alcanza su punto álgido cuando se despliega ante los ojos de la multitud. Si bien no descarto que alguno, aquejado de narcisismo, se disfrace ante el espejo. Todo podría suceder. 

Por otra parte, es de esperar que se critiquen los premios concedidos como favoritismo de un obispo en pro de determinados clérigos. Y se preguntarán muchos qué esquemas mentales le mueven a un obispo a embarcarse en la dispensación de tales prebendas. Y se preguntarán los destinatarios qué hacer con los títulos. Porque si no es educado renunciar a ellos y despechar al obispo, tampoco resulta honroso aderezarse con los atuendos en cuestión. Lo que se dice un regalo envenenado.   

Acabo con unas disquisiciones sobre las vestimentas eclesiásticas de la alta jerarquía. Convendrán conmigo que no aumentan el grado de santidad de quien las viste o calza. Y si ustedes frecuentan las calles y ámbitos que frecuentan la mayoría de los mortales convendrán igualmente que son motivo de risa, burla o escarnio. 

Se ha suprimido la tiara pontificia, la silla gestatoria, varios metros de los vestidos cardenalicios. Pero todavía queda mucho donde recortar. Ahí sí que los recortes serían del todo saludables y no en los campos donde los llevan a cabo los políticos. 

Se cuenta que el Cura de Ars le obligaron a vestirse la muceta, la cual recibió de mala gana. Días después escribió a su obispo estas palabras: 

la muceta que tuvisteis caridad de darme, me ha causado un  gran placer, pues no tenía bastante dinero para completar una fundación y la he vendido por 50 francos. Por este precio he quedado más que contento (4 de noviembre de 1852).

No hay que prestarse a halagar vanidades. Aunque bien mirado, ornamentarse con colores rojos y escarlatas, mucetas, sobrepellices y armiños, más bien supone una humillación o una grave penitencia. Me temo que poca gente se hallaría dispuesta a emperifollarse con tales prendas
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