El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 30 de diciembre de 2014

Vampiros de la comunicación


Determinados episodios que uno ha vivido o diálogos que ha mantenido en el pasado permanecen grabados en la memoria. 
Uno intuye que en ellos había un grado de maldad o piscopatía superior al que cabe hallar comúnmente. 
He aquí la reflexión que los susodichos encuentros me suscitan.



Circulan por ahí vampiros emocionales que usan la palabra para encarnizarse con sus víctimas. En apariencia mantienen un diálogo, en la realidad tratan de utilizar al otro en beneficio propio. Y si padecen algún grado de neurosis no dudan, por añadidura, en aplastar al interlocutor. La comunicación de los tales merece el adjetivo de perversa por cuanto no es sino un medio para atenazar al prójimo y mantenerlo en un mar de dudas y confusiones. 

Los individuos en cuestión esquivan la respuesta cuando se les pregunta directamente. Lo hacen con ademán de superioridad. Pretenden así ofrecer una imagen de alta sabiduría. Cuando se expresan nada dicen en firme, pero mencionan datos inconcretos con el fin de desestabilizar al interlocutor. Lo insinúan todo, aunque sin especificar nada. 

En estas circunstancias el interlocutor trata de comprender lo que sucede, de qué habla el individuo o quizás de qué se queja. Como el vampiro sigue sin concretar, teme la víctima que se le pueda imputar cualquier yerro pasado o presente, incluso de alguno cuya existencia desconoce. 

No existe propiamente diálogo entre víctima y verdugo. Al primero se le disparan todas las alarmas mentales y su inquietud va subiendo grados. Tiene la sensación de que no es escuchado, en realidad no sabe qué decir, pues que ignora la acusación. Al verdugo no le interesa lo que diga, le hace sentir inútil, inexistente. Mientras tanto habla de modo que sólo cabe hilvanar hipótesis de sus expresiones. Todo se desarrolla en terreno ambiguo y pantanoso.

Deforma el lenguaje

El comunicador perverso adopta un tono de frialdad e indiferencia, ajeno a la menor resonancia afectiva. Es una de las estrategias que usa para provocar inquietud y temor. El agredido se turba porque siente cercano el aliento del vampiro emocional. El cual no levanta la voz, prefiere recurrir a estrategias más sofisticadas para desestabilizar al otro. 

Aduce el depredador que no se siente respetado cuando la realidad es exactamente la contraria. De todos modos no suele hablar mucho, de modo que el otro sienta la necesidad de preguntar una y otra vez. El vampiro responderá con frecuencia: “yo nunca he dicho eso”. Y es verdad, pero lo ha insinuado, sugerido y apuntado. 

El comunicador malévolo es muy capaz de mantener varias líneas de argumentación contradictorias para desconcertar a quien le escucha. O utilizar un lenguaje de carácter técnico y abstracto con el fin de desorientar a su víctima. También es propenso a utilizar frases inacabadas. Con todo lo cual trata de reforzar un perfil que irradie autoridad y sabiduría mientras le demuestra al otro que no está a la altura. 

Al agresor le interesa más el proceso, el cómo, que la finalidad del diálogo. Le importa más la estrategia de la comunicación que no la verdad de su contenido. De este modo evita la confrontación directa mientras molesta, desorienta y confunde al otro. Trata de adivinar las intenciones de quien tiene en frente, le da a entender que conoce sus interioridades mejor que él mismo. 

El verdugo no miente descaradamente, aunque todo su actuar acaba siendo una gran mentira. Utiliza los silencios y las insinuaciones, recurre a las trampas saduceas y a los puntos suspensivos. Todo en beneficio propio y con la voluntad de aplastar psicológicamente al interlocutor. Es ducho en el afirmar sin decir. Saca a relucir una afilada memoria para poner sobre el tapete algún suceso anterior en el que la víctima ha estado involucrada. Con lo cual pretende echarle en cara su incoherencia o su mentira. 

Sarcástico y descalificador

La utilización de la burla, el desprecio, el sarcasmo o la descalificación, surgen de la envida, de la maldad o simplemente de la psicopatía. A través de la descalificación, el psicópata trata de anular al otro y transmitirle que no sirve para nada. “Ya lo he borrado, le he hecho una cruz, para mí no existe”. También recurre con frecuencia al uso de la paradoja con el objeto de desquiciar a su víctima. Si lo cree oportuno no tiene inconveniente en cortar la conversación de forma abrupta dejando al otro con numerosos y agobiantes interrogantes sobre sus hombros. 

Ya que no es capaz de ejercer la autoridad de modo limpio y dando la cara, el tipo de persona que nos ocupa recurre a la palabra torticera o al lenguaje corporal insinuante. Deja entrever que posee la verdad y que su status moral es superior al de los demás. No admite el desacuerdo ni la opinión contraria. Y el disidente se sentirá impulsado a desaparecer de la circulación.

La comunicación es un medio utilizado por el individuo perverso y depredador —el vampiro emocional— para desestabilizar a la víctima., Objetivo: condenarla a la sumisión o borrarla del mapa. Como la araña que envenena a la víctima enganchada a su red. Se trata de un personaje mezquino, que prefiere las sombras a la luz, que posiblemente padece de alguna psicopatía. Personaje tóxico al que hay que respetar como enfermo, pero sin acercarse demasiado para no caer en su envolvente telaraña.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Protagonistas de la Navidad

El calendario pronto indicará con trazos rojos la fecha esperada. Es el momento de evocar a los protagonistas de la navidad y formularles un intenso ruego: que el abrazo navideño no dure sólo el lapso de tiempo que le asigna la agenda. Que las caras afables y distendidas se prolonguen mucho más allá de las veladas de esta época, quizás arropadas por los vapores del alcohol. 


Los ángeles cantores

Protagonistas son los ángeles cantores. A ellos, fabricados de elementos frágiles y translúcidos, o de carnes sonrosadas y regordetas —según el menú de la propia fantasía— les va a costar trabajo convencer a un puñado de hombres para que se pongan en camino hacia la cueva. Unos les confundirán con un sueño infantil y se darán la vuelta para prolongar momentos dulces entre las sábanas. Otros pensarán que a horas de la noche sería un disparate abandonar la casa con los peligros que acechan fuera. La misma vivienda quedaría a voluntad de cualquier malhechor de la madrugada.

Probablemente no convencerán a más de media docena de personas. Los especuladores tienen asuntos más importantes entre manos. Los desengañados ya están hartos de promesas. A los intrigantes les falta tiempo para maquinar sus propósitos.


María, la Madre

Tras mirar al cielo volvemos los ojos a la tierra. A la tierra, aunque la muchacha irradie un aura que se diría celestial. Ella es María, la silenciosa engendradora del Dios encarnado. Sufre al constatar la represión del Hombre nuevo que no logra nacer. Sí, el niño que cada uno lleva en su interior no se atreve a salir. Teme que le tachen de ingenuo e incluso que algunos individuos de duro corazón le vapuleen. 

María, la nazarena, nos enseña a no reservarse cuando llega el momento de darse. A no levantar la guardia cuando es necesario distenderse, a decir que sí confiadamente. O acabaremos conformando un mundo en el que los seres humanos vivirán temerosos y cruzarán las calles aderezados con escudos y armaduras. Un mundo en que confundiremos las sombras de los árboles con maleantes y se nos antojarán salteadores quienes nos tiendan la mano para el saludo. 

El discreto José

Junto a María, José. El hombre honrado a quien le tocó en suerte proteger el buen nombre de su esposa y ofrecerle las escasas comodidades que estuvieran al alcance. José deberá velar horas extras para sostener nuestra convivencia que se derrumba a marchas forzadas. Para sensibilizar el corazón de quien alardea de amanecer entre vahos de alcohol y músicas distorsionadas. Pues al son de palabras soeces y ritmos frenéticos no hay niño que atreva a asomar la cabeza del seno en que descansa.

El justo y discreto José comprenderá los malos modos que se adueñan de muchos ambientes. Y es que, tras vivir un día irritados entre filas y agresiones de todo tipo, padeciendo el desdén de los funcionarios de cualquier oficina pública, se requiere volver a la casa para encontrar una dosis de paz. Pero sucede que uno suele tropezarse con la basura del vecino o permanece, de mal grado, en vela a causa de los ladridos del perro de enfrente. Si por azar se concibe un niño en estas circunstancias, difícilmente será hijo del amor. 

José comprende tales situaciones, pues experimentó de cerca el menosprecio de sus contemporáneos y la dureza de que un niño venga al mundo entre telarañas y pajas malolientes. Por cierto, unas telarañas que en nada se parecían a las lucecitas de colores cuya metamorfosis fue un largo proceso en el transcurrir de los siglos.

Jesús, el protagonista ignorado

Queda para el final el imprescindible protagonista de la navidad. ¿Será un mal síntoma que asome la nariz precisamente el último de todos? Puede que sí, porque no raramente Jesús pasa desapercibido el día de navidad. Sucede cuando los protagonistas son los cohetes, los cantos, el lechón asado, los regalitos insulsos y el inefable arbolito de navidad. ¿Y el niño? Se las han apañado para celebrar una navidad huérfana de niño. 

La navidad del año primero resultó incómoda, pero unos pastores de corazón risueño acudieron a la cueva. Unos ángeles transmitieron el mensaje: "gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres de buena voluntad". Hubo quien lo escuchó. En la navidad primera la fugitiva luz de una estrella resplandeció en el horizonte. Y un par de pobres, José y María, acogieron encantados al niño entre pañales.
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                         Un marco fantástico, la Sagrada Familia,                              para el más célebre villancico. 

         ¡¡Felices Navidades !!



miércoles, 10 de diciembre de 2014

La acogida del santuario

El 30 de octubre publiqué la introducción a una conferencia titulada “El Santuario, hogar de acogida y evangelización. La entrada del blog tenía como titulo “peregrinar, marchar, contemplar...” La charla tuvo lugar en un encuentro de encargados de santuarios de Mallorca. Justamente en Lluc, santuario en el que resido. Ahora es el turno de la parte dedicada a la acogida.

Conviene señalar que el santuario se debe diferenciar de la función que tiene la parroquia, a la que no debe suplir ni imitar. El santuario tiene un perfil y una realidad propia y en ello radica su mejor oferta. En principio debe ser un símbolo del Pueblo de Dios en marcha, un zumbido del misterio divino que atrae a los peregrinos. Misterio, naturaleza, fraternidad de los seres humanos, comunión con los antepasados, identificación con una misma cultura. Esto es lo que puede ofrecer y transmitir el santuario.


El ambiente del santuario es más abierto que el de la parroquia. Su atmósfera ayuda a sentir más cercano al compañero de camino y a diluir las diferencias de raza, religión e ideología. Todo el mundo tiene cabida. El extranjero, el emigrante, el refugiado, el enfermo, el visitante casual, todos son bienvenidos y participan de un mismo clima de hermandad. Pero favorecerá mucho este clima que el peregrino se sienta cómodo en el grupo y reconfortado como persona. Es decir, que se sienta acogido.

Importancia de la acogida

A menudo los peregrinos del santuario han permanecido durante largo tiempo ausentes de la Iglesia o incluso en franca hostilidad hacia ella. Por eso conviene que el santuario desempeñe la función de una puerta siempre abierta, brindando el contacto con Dios y facilitando el regreso a la comunidad. Un personal expresamente dedicado a la acogida —sacerdotes o laicos—, consagrado al peregrino, que quiere renovar su contacto con Dios y los hermanos, será muy oportuno.

Se manifiesta la acogida en detalles sencillos de tipo material y está claro que también en la disponibilidad a la escucha. Normalmente la circunstancia del peregrinar le hace más favorable a la confidencia. Sacerdotes y laicos deben acoger al personal de acuerdo a las tareas asumidas. Deben aprovechar el kairós, la ocasión. Conviene que la acogida tome en consideración el carácter propio de cada grupo, de cada persona, de sus expectativas y necesidades. Por lo tanto está fuera de lugar una acogida standard. Quien visita un santuario lo hace probablemente en circunstancias especiales: vive momentos de preocupación, incertidumbre, esperanza, sufrimiento, alegría, fracaso, agradecimiento... Otros buscan un sentido a la vida. Se preguntan el porqué de tantas cosas. A partir de aquí el diálogo se facilita.

Los encargados del santuario deben ser conscientes de la responsabilidad que supone la acogida. Conviene que dispongan de una preparación no sólo técnica, sino también espiritual. Igualmente saludable será que descubran en este servicio un medio de vivir y testimoniar la propia fe. Bien se puede afirmar que la espiritualidad del presbítero que dirige un santuario, y de los seglares que le ayudan, es la de la acogida.

Los pasajes evangélicos que procede recordar en este contexto son innumerables, pero citamos aquel tan conocido: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os haré descansar. Cargad con mi yugo y aprended de mí, pues soy apacible y humilde de corazón y encontraréis descanso para el alma. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera "(Mt 11, 28-30). No olvidemos que Jesús se centraba en la persona a la hora de la acogida y era muy capaz de pasar por encima de la ley si entraba en conflicto con la acogida., como sucedió en el caso de la curación del leproso y del sábado. También los encargados del santuario deben tener presente que primero es la persona y luego ya se elucubrará sobre la raza, la religión y demás circunstancias.

La acogida supone una actividad interior personal y decidida. Implica ternura, amabilidad, consolación. Desea compartir. En cambio el mero hecho de recibir tiende a ser pasivo e incluso puede coexistir con una actitud a la defensiva o para cumplir el expediente. Se puede recibir a alguien sin acogerlo. Para acoger hay que abrirse al otro, reconocerle una valía y unos derechos. Lo cual nada tiene que ver con un comportamiento meloso y una sonrisa fuera de lugar. Por lo demás, sabemos que los santuarios son lugares de donde se regresa, no lugares de estancia permanente. Por lo tanto, nada de proselitismo, y menos crear dependencias. El peregrino sólo circunstancialmente pisa el santuario y en estas condiciones debe ser acogido.

Derivaciones de la acogida

La acogida requiere iniciativas pastorales especiales, pues no basta con sonreír y dar la mano. Iniciativas apropiadas a los destinatarios, que se correspondan con su mentalidad, lengua y situación particular.

Para empezar con lo más material y visible, la acogida exige cuidar cuanto tiene que ver con las instalaciones, por intrascendente que ello parezca. Vale la pena mantenerlas dignas y funcionales. Oportuno será tener a punto la cafetería, salas de estancia, baños, áreas verdes y de descanso. Es importante la limpieza. Tales detalles invitan inconscientemente los peregrinos a permanecer más tiempo en el santuario y a regresar posteriormente. 

También habrá que tener en cuenta una pedagogía pastoral que sea realista, aunque creativa y que sepa hacer la síntesis entre liturgia y piedad popular. Que valore la dimensión festiva de la fe y su lenguaje simbólico. Por supuesto que resultará útil ofrecer materiales litúrgicos y técnicos, audiovisuales que expliquen algo del santuario, del titular, sea la Virgen o algún santo. Y no se pueden dejar estas cosas sólo a la vertiente comercial para que las compre quien quiera o pueda. Debe haber algún pequeño detalle de gratuidad.

Por otro lado este ofrecimiento de materiales favorece una asamblea más participativa y comunitaria. En esta línea será útil pedir, a quien sea capaz de dar una opinión, como podría mejorar este aspecto. Resultará beneficioso en este sentido incorporar laicos para facilitar la acogida y la administración del santuario. Algunos serán sin duda capaces también de atender espiritualmente a los peregrinos.

Un aspecto que no debe olvidarse es el de planificar las diversas actividades que tienen lugar en el santuario, aunque sean pocas. Si se piden opiniones sobre el qué y el cómo de estas actividades probablemente el conjunto mejorará. Para conseguir este objetivo ayudará a que cada santuario, dentro de sus posibilidades, tenga un equipo de pastoral integrado por sacerdotes, religiosos o religiosas y laicos que actúen de acuerdo con el objetivo que asignado. Y ojalá quede enmarcado en la pastoral de la Diócesis, de la región o el país.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Igualdad varón / mujer en la Iglesia

En la entrada antepasada anuncié varios escritos para insistir en cuestiones que, a mi entender, debieran ser asumidas por la Iglesia. El actual Papa ha cambiado el talante y el clima, pero hasta que la música no se convierte en letra, hasta que las palabras no inciden en las estructuras, las ideas no toman cuerpo o, en todo caso, resultan frágiles y tornadizas. A una entrada de blog sólo le es dado pronunciarse de modo genérico y hasta diría que epidérmico. Sin embargo, permite adivinar las líneas de pensamiento del autor.


El observador neutral advierte que la Iglesia católica es de las pocas instituciones, al menos en el hemisferio occidental, que no admite en la práctica la igualdad entre hombres y mujeres. Evidente que la mayoría de practicantes sentados en los bancos de la Iglesia pertenecen al género femenino. Y las estadísticas consultadas dicen que un 61% de mujeres comprometidas pertenecen a diferentes órdenes religiosas femeninas, frente a un 39% de hombres, entre sacerdotes, obispos, religiosos y diáconos. 

Pues bien, se da el caso de que la toma de decisiones, el protagonismo y la visibilidad de la institución están casi en exclusiva en manos de varones. Así acontece en el cardenalato, el episcopado, el sacerdocio y demás ministerios eclesiásticos. Incluso hay obispos que, en el colmo de los desatinos o en la cima de la misoginia, prohíben que las mujeres suban al presbiterio. En algún caso, ni siquiera permiten que ejerzan de monaguillos. 

¿Por qué tanto empeño en que ellas sean invisibles? No quiero profundizar en el asunto porque probablemente habría que aludir al ansia de poder, al temor ante el sexo y otras cuestiones turbias. Lo cierto es que hay palabras contundentes en el Nuevo Testamento que invitan a superar la actitud de recelo ante la mujer. San Pablo afirmó con contundencia: 'Ya no tiene importancia ser (…) hombre o mujer (… ) porque unidos a Cristo Jesús, todos sois uno solo. Y si sois de Cristo, también sois (…) herederos de las promesas”. Jesús no indicó un rol distinto, mejor o peor, para las mujeres en su círculo. Quiso para ellas el mismo lugar y papel: el de hijos/as de Dios”. 

Transcurrieron algunos años, se consolidó la Institución, penetraron por las rendijas de sus muros ambiciones varias… La Iglesia se homologó con las estructuras tradicionales del poder. Los varones son los que mandan. A partir de ahí se elaboraron numerosos argumentos, teológicos o de otro tipo, más bien rebuscados, para sostener las medidas tomadas. 

Desde entonces las mujeres son mayoría en la iglesia católica, pero silenciadas y poco visibles. No me extraña que haya colectivos femeninos contrarios a una tal situación y que algunos se muestren incluso indignados. El debate se halla atascado. Los obispos temen, sobre todo, que las mujeres exijan la ordenación sacerdotal cuando el magisterio se ha mostrado en contra, aunque no de manera definitiva e irreversible. 

Los colectivos femeninos aludidos recuerdan que todos somos hermanos y hermanas. Que la igualdad es cuestión de derechos humanos. Una teóloga de larga y solvente trayectoria, Dolores Aleixandre, escribe: “el Evangelio habla de una comunidad circular en la que alguien tiene la presidencia, pero en la que todos somos hermanos y hermanas. Me pregunto por qué tenemos tanto miedo al sueño circular y fraterno de Jesús y creo que tenemos mucha confusión entre autoridad y poder".

A mí se me ocurre que la invisibilidad de las mujeres en la Iglesia empobrece a la comunidad y echa por la borda una buena dosis de credibilidad. Empobrece porque la mujer dispone de unos registros peculiares en su pensar y sentir, en su mirada a la familia y a la sociedad. Pero como no decide ni se le presta gran atención, sus aportes quedan en la orilla. 

También su marginación le hace perder credibilidad a la Iglesia, pues ya sólo grupos radicalizados o fundamentalistas propugnan la discriminación de media humanidad a causa de su sexo. La Iglesia afirmaba en el último Concilio que hacía suyos los problemas, goces e inquietudes de los hombres y mujeres de nuestro mundo. Preciso es sacar las consecuencias y abordar el tema. La Iglesia, que con tanto afán defiende los derechos humanos en la sociedad, no debería mirar a otra parte en este punto. 

Las monjas de Estados Unidos llevan años bajo sospecha en el Vaticano. Ellas tratan de no desfallecer en su lucha. No les interesa debatir dogmas ni principios doctrinales, sino que el gobierno de la Iglesia actúe de modo más corresponsable. Piden que no se discrimine a la mujer, tampoco en su acceso al sacerdocio. Solicitan que se reconozca lo que es práctica habitual en la sociedad: el control de la natalidad. Luchan por "una Iglesia sin poder ni privilegios, al servicio de los más pobres, esperanza de los desvalidos, con entrañas de misericordia. Una Iglesia libre, que viva, luche y sufra con el pueblo".

Defienden estas cosas día a día con pasión teñida de evangelio, con el ofrecimiento de un diálogo respetuoso, profundo y honesto con la jerarquía. Ellas lamentan que en la vida civil se hayan conseguido unos derechos no reconocidos todavía en el interior de la Iglesia. Deploran que la discriminación hiera a muchas mujeres en el interior de la Institución, aleje a otras de la misma y la desacredite frente a la sociedad.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Las ruinas del muro


El pasado 9 de noviembre se cumplieron 25 años de la caída del muro de Berlín. Se derrumbó el mayor emblema del comunismo. Se me ocurren algunas reflexiones a propósito del hecho. Cuando el contendiente yace por un cuarto de siglo derribado en la lona ya no tiene sentido alertar acerca de su peligrosidad. A la vera del muro en ruinas, tras un cuarto de siglo, cabe hilvanar algunas ideas a este propósito. 

Se ha dicho que las sociedades occidentales destinan un tercio de sus habitantes a lucrarse de modo voraz e insolidario. Otro tercio logra asegurar su trabajo, es decir su fuente de ingresos, que defiende con uñas y dientes. El último tercio vive más allá de la línea roja que marca las condiciones de pobreza/miseria. 

Cuestión de sensibilidad

Quien tuvo y tiene un mínimo de sensibilidad humana no se contenta con celebrar la victoria sobre el “enemigo” agitando la bandera capitalista por encima de las ruinas del muro. Se pregunta más bien si en los países que conforman el hemisferio sur se respetan los derechos humanos —el de comer es indudablemente de los primeros— con el mismo afán con que se preguntaba por la andadura de tales derechos en el Este. 

Las obsesiones, las ideologías acríticas, las opciones tomadas con las vísceras —más que con la cabeza— suelen jugar malas pasadas. De ahí que no está fuera de lugar la sospecha acerca de si tanto interesaban los derechos humanos. Pudiera suceder que más de uno celebrara la derrota comunista pensando en la amplia brecha abierta en el Este de Europa en vistas a ampliar el negocio. 

Bien cierto que fracasó el marxismo en sus aspectos sociales, económicos y políticos. ¿Nos dedicaremos entonces a exaltar y magnificar el capitalismo? Puesto que los antagonistas perdieron la partida, ¿vamos a exasperar los postulados del libre mercado, sin temor a que nadie levante la voz? ¿Vamos a desechar los correctivos que a regañadientes iba incorporando el sistema neoliberal? No, por favor, no demos paso libre a un capitalismo todavía más salvaje. La ley del más fuerte ya tiene suficiente vigencia como para abrirle las puertas de par en par. 

Desde un punto de vista creyente sería un error alegrarse, sin más, de la derrota marxista. Al fin y al cabo el marxismo —e incluso algunos aspectos del socialismo real— tenían como motivo de inspiración la generosa utopía de mayor bienestar para todos. Un tal objetivo debe sostenerlo el cristiano sin reticencias. Si el aparato estatal de las sociedades comunistas se confesaba ateo y materialista, no hay motivo para echarse las manos a la cabeza. ¿O es que basta confesarse creyente con los labios, andar con la Biblia bajo el brazo y hacer reverencias a la jerarquía para demostrar la autenticidad de la propia fe?

Cierto que el Reino de Dios y la salvación integral del hombre no se reducen al bienestar económico. Pero el reduccionismo puede venir de la orilla contraria y sostener que la gracia sobrenatural coincide con la salvación plena. No. La salvación integral abarca todos los frentes. Resulta penoso que quienes poseen cuentas corrientes abultadas sean quienes más se empeñan en acusar de reduccionistas a los que se preocupan por una vida más digna para sus prójimos. 

Más allá de la ideología

Si no se pretende proyectar la salvación sólo hacia el más allá y convertir el Reino de Dios en una entelequia conviene proclamar muy alto que toda realización económica en beneficio de los más necesitados también forma parte de la salvación/liberación del ser humano. 

Piénsese cada uno lo que guste de la caída del muro en su 25 aniversario, así como de los sorprendentes cambios en los países del Este de Europa. Analícese como mejor parezca eso de que, según dicen, el libre mercado genera mayor riqueza que el mercado intervenido. Mejor enfocar la cuestión desde otro punto de vista más elemental y menos ideológico. 

Planteemos los términos diciendo que cada ser humano tiene unas necesidades biológicas que cubrir. Su estómago requiere de la digestión diaria. Cada uno debe, sin excepciones, vestirse, cobijarse y acudir al médico de vez en cuando. Las ideologías no cambian para nada esta realidad. Más o menos listos, más o menos elegantes, los hombres y mujeres se ven precisados en este mundo a procurar el alimento, el vestido y la vivienda.

¿No resulta más simple y humano, menos artificioso e interesado, otear el panorama desde esta perspectiva? Por supuesto que sí y, sobre todo, más cristiano. Desde las primeras páginas de la Biblia se afirma que el ser humano es imagen de Dios. Se le pone en un mundo capaz de producir el alimento y cubrir las necesidades que le sobrevienen… siempre que algunos más ávidos y codiciosos no se lo apropien.

El sistema, las realizaciones prácticas, las soluciones técnicas que desarrollen tales planteamientos serán los más aptos de cara a la convivencia. Las demás cuestiones deberán pasar a un discreto segundo plano, por más dosis de ideología o de visceralidad que contengan.

domingo, 9 de noviembre de 2014

¿Desacralización del papado?


Un discurso controversial, apto para los aspavientos fue el que el Papa dirigió en el encuentro mundial de movimientos populares. Lo pronunció el 28 de octubre pasado. El contenido versaba sobre la tierra, el techo y el trabajo. Temas sensibles y polémicos porque no suenan igual a los oídos de un banquero que a los de un desharrapado. Para mí que constituye un punto de referencia típico del actual papado. 

El Obispo de Roma hablaba de luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad y la falta de trabajo. Contra la depredación de la tierra y la dificultad de conseguir una vivienda, de la negación de los derechos sociales y laborales. Reafirmaba que era preciso enfrentar los efectos destructores del dinero: los desplazamientos forzados, las emigraciones dolorosas, la trata de personas, la droga, la violencia…”

A lo largo de la alocución repetía la idea de que se idolatra al dios dinero, al que se pone en medio de la sociedad y al cual se sacrifica cualquier cosa, aunque sea el hambre de los niños, los campos de refugiados y la dignidad de la persona. 

En un determinado momento se diría que escuchaba de antemano las críticas de algunos antagonistas de lejos y de cerca. De ahí que se sincerara: “es extraño, pero si hablo de esto para algunos resulta que el Papa es comunista”. Por lo cual insistía en que todo cuanto decía se encuentra en la doctrina social de la Iglesia.

Este discurso es paradigmático por lo que dijo y por cómo lo dijo. Cierto que otros muchos pontífices han aludido a la doctrina social. Pero lo hacían a media voz, dando la impresión de que la prudencia aconsejaba decirlo otorgándole el menor relieve posible. En fin, que nadie pudiera acusar al Papa de callar la doctrina social, pero que ésta llegara a los oídos del público en sordina. También pudiera suceder que, dado que “el medio es el mensaje” resultara un tanto bochornoso afirmar cosas que no cuadran con los zapatos que uno calza, las pompas a las que no renuncia y el hieratismo que exhibe. 

Decía el Papa que el encuentro no respondía a una ideología, pues los movimientos populares trabajan con realidades y no con ideas. Estos conceptos me recordaban muy de cerca a autores catalogados en los estantes de la teología de la liberación. Dicen que el Papa Bergoglio no le tenía mucha simpatía a esta teología. Es muy posible que le temiera precisamente a la etiqueta, a la ideología. Sin embargo su praxis se ajusta plenamente a ella. Antes de residir en el Vaticano ya caminaba por senderos embarrados para visitar a sus feligreses y se compadecía de verdad del sufrimiento ajeno. Interesa el contenido mucho más que la etiqueta.

El discurso que nos ocupa no parecía salir de la boca de un pontífice engalanado, sino del alma de un orador y militante, apasionado por el altruismo, con una enorme sensibilidad a favor de quienes sufren. Quizás éste es el motivo por el que no hace tanto que un connotado personaje de la curia ha acusado al Papa de desacralizar el Papado. Y otro le ha responsabilizado de que la barca de la Iglesia vaya a la deriva, sin timonel. ¿Qué concepto de Iglesia deben tener estos señores? Precisamente el papado se dignifica y fortalece cuando se preocupa por las necesidades reales de la gente y los pueblos. No precisamente cuando le da vueltas y más vueltas a asuntos crípticos de carácter litúrgico o canónico, ajenos al interés y las necesidades de la mayoría. 

El Papa ha cambiado el tono y el talante al que nos habían acostumbrado. Mi temor es que no finalice abruptamente un tal modo de proceder. A lo largo de la historia suelen tener vida breve estos episodios. Y entonces se sume en la decepción el personal más animoso y comprometido. Aparte del tono y la actitud, el Papa ya ha llevado a cabo algunas reformas. A Dios gracias, pues es peligroso eso de cambiar la música, pero mantener idéntica la letra. 

Algunas cosas, sí, se han plasmado en hechos. El banco vaticano ya sólo tiene la encomienda de cuidar el patrimonio de la Iglesia, pero no de tratar con inversores. El último Sínodo ha dado señales de que los divorciados podrían acercarse de nuevo a la comunión, a la mesa de la cual Jesús no despachaba siquiera a los fariseos mal pensados. También se ha dejado de fustigar inmisericordemente a quienes viven con orientaciones sexuales distintas a la mayoría.

El Papa Francisco dijo confidencialmente que algunos le despellejaban porque desacralizaba el papado. Añado yo: y porque denunciaba el neoliberalismo y andaba con zapatos deformados por el uso... entre otras muchas cosas. No se preocupe el Obispo de Roma. Muchos más son los que le miran y escuchan para recoger palabras de esperanza. Muchos son los que desean una Iglesia vestida más acorde con el Evangelio. Por lo demás, si a él le llaman comunista, a Jesús le tildaron de endemoniado. Los poderosos no se van con chiquitas cuando se amenaza su digestión. 

Hay que felicitar al Papa porque ha rescatado su función de la anormalidad en que se había despeñado. ¡Habíamos creído que una anormal hieratismo era la norma, era normal! Hay que felicitarlo porque ha puesto en marcha un movimiento esperanzador. Pero queremos más. Las hermosas palabras tienen que solidificarse en hechos y modificar las estructuras. 

Próximamente escribiré una lista de hechos que me gustaría poder celebrar o, al menos, atisbar en lontananza. Me adelanto a nombrarlos: mayor igualdad de la mujer en la Iglesia, poner las bases para la renuncia a la jefatura de Estado, establecer unos topes en el tren de vida de los obispos y personal afín, asumir compromisos escritos con diversos movimientos favorecedores de la ecología, restablecer el celibato opcional, rehabilitar a los sacerdotes que contrajeron matrimonio, mayor democracia en la elección de los obispos. Por encima de todo, lograr que los cristianos se sensibilicen con la causa de los pobres. A fuerza de pedir y reclamar en ocasiones algo se consigue, aunque no siempre.    

jueves, 30 de octubre de 2014

Peregrinar, marchar, contemplar...


El pasado 16 de octubre se reunieron varios presbíteros y seglares encargados de sus respectivos santuarios y ermitas en Lluc. Convocó al personal el coordinador de la pastoral de Santuarios de Mallorca, Mn. Llorenç Lladó. La representación fue muy nutrida. Hasta 30 personas se dieron cita en el Santuario lucano.

La conferencia me la encargaron a mí. Versó sobre la acogida y la evangelización en los santuarios. Estaba precedida por una introducción acerca del hecho de peregrinar. Esta parte la reproduzco en la entrada del blog. La traduzco del catalán que obviamente fue la lengua usada en el encuentro. 

Muchos de los presentes metieron baza en el momento del diálogo. Luego visitaron diversos lugares renovados del Santuario de LLuc para finalizar con una comida distendida.

Peregrinar consiste en desplazarse hacia una dirección determinada, ir más allá de dónde uno vive normalmente. Romper con el escenario habitual. El peregrino busca más allá y de otro modo. Con la peregrinación se cambia de espacio y de rutina. Uno decide arriesgar un tanto sacudiéndose las habituales comodidades que suelen acompañarle. Ello le otorga mayor sensación de libertad, por paradójico que pueda parecer. 

El peregrino contempla la belleza de los parajes que recorre. Cuando llega a la meta queda encandilado por la leyenda relatada en el lugar, parece experimentar una mayor dosis de la presencia de Dios, comulga con los sentimientos de quienes le precedieron, acumulados en el santuario o ermita a lo largo de los años. En fin, sufre un proceso de transformación de mayor o menor magnitud.

Durante la peregrinación la convivencia también se modifica. Cuentan menos las distinciones sociales, se nivela la jerarquía, todo resulta más horizontal. El modo de actuar y hasta el mismo vestido gana en sobriedad. Los peregrinos se comportan más cortés y confiadamente que en circunstancias normales. Se saludan y sonríen. La atmósfera deviene más pacífica y agradable. Los caminantes no suelen sentir la necesidad de ponerse a la defensiva. Algo semejante ocurre cuando la peregrinación se hace en autobús. Quizás en menor grado, pero también cambia la atmósfera social. 

No se olvide: el hecho de desplazarse ya tiene valor en sí mismo, prescindiendo de la meta. Se ha dicho que “la meta es el camino”. Tal vez resulte un tanto exagerada la expresión, pues desde un punto de vista religioso también se requiere la consumación del camino, un final que desemboque en la trascendencia. Sin punto final el viaje queda un poco devaluado, no obstante los beneficios que aporta. 

En pura teoría es verdad que a Dios se le adora en Espíritu y verdad. Pero también lo es que somos espíritus encarnados y no podemos prescindir del espacio, del tiempo, de la cultura y de unos lugares consagrados por los antepasados​​. El Verbo se encarnó y desde entonces no es permitido minusvalorar la carne ni materia alguna. De hecho la peregrinación es una experiencia religiosa universal, una expresión característica de la piedad popular. Aunque no existe peregrinación obligatoria alguna, la Iglesia siempre ha afirmado sus valores espirituales y la ha estimulado a lo largo de la historia. Esta es la doctrina oficial que hallamos en el Directorio sobre piedad popular y liturgia. 

Normalmente el Santuario surge de un movimiento de piedad popular. Es signo de una presencia activa y salvífica del Señor en la historia, así como un refugio para el Pueblo de Dios. Bien cabría decir que los santuarios son fruto de algún acontecimiento extraordinario, que está en la base de manifestaciones de devoción autentica y de larga duración. Sin saber muy bien el por qué, el lugar ha convencido a la gente del entorno a ponerse en camino y reconocer que se trata de un territorio especial. 

Son también lugares privilegiados porque en ellos suelen experimentar los fieles la cercanía de Dios y el descanso confiado junto a la Madre. Se trata de sentimientos no verificables a través de la probeta o el microscopio, pero que desbordan certidumbre en la persona. Porque la mayor seguridad la consigue quien sabe mirar al trasluz de la fe y piensa con el corazón. 

La situación geográfica del santuario, a menudo aislada y elevada, junto con la belleza del paisaje —austero o exuberante— se asocia a la armonía del cosmos. Se antoja el reflejo de la belleza divina. 

La predicación que resuena en el santuario posiblemente se escuche con disposición más favorable y empuje con más fuerza a la conversión. Ayudará tal vez a iniciar un camino más decidido tras las pisadas de Jesús de Nazaret. Con más motivo si, además de la predicación, el peregrino recibe la absolución o celebra la Eucaristía. Los santuarios cristianos bien pueden considerarse signo de Dios en la historia del pueblo. Vienen a ser como un memorial silente del misterio de la Encarnación y la Redención.

lunes, 20 de octubre de 2014

Al sujeto "light"

La revista "Vida Nueva" (nº 2.912, 11-17 octubre 2014) ha publicado el pliego central dedicado a una galeria de personajes posmodernos que he ido describiendo. Por cierto, cometí un error. Tocaba escribir "postmodernistas", pero se me pasó por alto. Y repito el error a lo largo de las páginas. 
Una de las cartas la dirigía al sujeto "light", que es el más típico representante de la galería. La reproduzco en este blog. Otro tanto hice con la entrada anterior.


No eres ajeno, amigo postmodernista, al hecho de que en los últimos lustros han escalado la moda —y en ella permanecen— algunos produc-tos apellidados «light.» A uno le es dado comprar tabaco sin nicotina, café sin cafeína, leche sin grasa, galletas bajas en hidratos de carbono, carnes con poca proteína, etc. etc.

El caso es que junto a estos productos desnaturalizados también ha surgido un tipo de ser humano rebajado o devaluado. Y cabe tropezar con un hombre o una mujer que «hace el amor» sin amor, opta sin comprometerse, discursea sin decir nada y vive de acuerdo a unos valores que no tienen peso específico alguno. ¿No te suena?

A ti, ciudadano «light», te interesa todo, pero sólo en la fachada. Te gusta estar bien informado y leer varios periódicos, sin embargo, te contentas con los títulos y los grandes recuadros. Accedes a informaciones reservadas y a estadísticas elaboradas con criterio científico, aunque no consigues hacer la adecuada síntesis. De modo que te conviertes en un sujeto trivial, ligero, frívolo. Al contacto con tu carácter, las ideas, los compromisos, los organigramas se tornan etéreos, volátiles, banales, relativos.

Dado que has presenciado tan numerosos cambios en tan corto espacio de tiempo, como cada día te desayunas con un nuevo invento que te facilita la vida, ya no sabes muy bien a qué atenerte. Cualquier problema espinoso lo despachas diciendo que los tiempos han cambiado, mientras miras a otra parte dispuesto a seguir tu rutina. 

Posiblemente eres un profesional válido y prestigioso, pero, en cuanto interrumpes tu trabajo, flotas en la sociedad como un barco a la deriva. Confundes las ideas, no dispones de una precisa escala de valores. Todo se te antoja indiferente y relativo. Actúas en consecuencia con una gran permisividad. No sabes dónde conviene cerrar un ojo y donde es preciso abrir los dos, de modo que vives en permanente letargo. 

Un gran vacío moral va abriéndose paso en la sociedad «light» y en el corazón de quienes participan de tus ideas. Es que las grandes transformaciones sufridas en los últimos años —la informática, la democratización en serie, las novedades científicas, la caída del bloque comunista— al principio se contemplan con estupor, pero luego uno acaba acostumbrándose. Más tarde reacciona con indiferencia para finalmente tomar los datos como hechos inevitables sobre los que vale más no elucubrar.

Así va tomando cuerpo el hombre «light.» Éstos son tus orígenes. A este propósito se ha hablado de pensamiento débil, de convicciones sin firmeza, de asepsia en los ideales, de una actitud que cabalga entre la curiosidad superficial y el relativismo moral. Tu ideología no puede ser otra que la del pragmatismo. Tu norma de conducta te impulsa a adherirte a lo que está de moda. La ética de que echas mano confina y hasta se confunde con la estadística. Tu moral subjetiva pone anclas en aquello que te agrada y satisface. 

No te apasionas, pero tampoco te dejas atrapar por la tragedia. Tu cultura es una síntesis sin olor ni sabor, que prefiere los términos comunes, los gustos rebajados, las opciones intermedias, los sentimientos tenues. Como las comidas sin grasas, sin excitantes, sin calorías. Todo sin riesgo. Naturalmente que no vas a dejar estela alguna a tu paso. Te dejan indiferente los valores, sólo alcanzas a cumplir con las normas de urbanidad y a guiñarle el ojo a una estética reconfortante.

Alguien te ha bautizado como el hombre del gran vacío y del ideal aséptico. Y para obrar con coherencia, al caer la noche, te desplomas en tu sillón frente al televisor, te armas del mando a distancia y pasas de un canal a otro para saberlo todo sin tomar partido por nada. Cambiaste los libros consistentes, de preciso contenido, por las revistas multicolores. No crees en casi nada o quizás no sabes si crees en casi nada. Has desertado de todos los valores que exigen esfuerzo y compromiso.

¿Será el plástico el nuevo signo de los tiempos? ¿Será el usar y tirar el criterio y norma de los siglos venideros? ¿Consistirá el perfil del triunfador en adoptar una sonrisa artificial, mostrarse educadamente agresivo y pragmático, para así acumular dinero y fama? 

Este cúmulo de hechos y circunstancias, hombre/mujer light, erosionan tu persona en sus más profundas raíces. La hacen vulnerable e indefensa. Entonces te conviertes en fácil presa para la manipulación y te llevan de acá para allá. La publicidad te da la puntilla y te convence de que no es importante construirse una personalidad más humana, culta y espiritual. Importa saborear los sentimientos gratificantes generados por el placer y el dinero.

Al individuo «light», naturalmente, le corresponde un corazón «light». Descafeinado, de contornos imprecisos, relativizado y rebajado. Encaja con tantos otros personajes de nuestra historia antigua y reciente destinados a ocupar la galería de personajes ligeros, fútiles, que huyen de toda responsabilidad. De corazón volátil, etéreo, tornadizo y sutil. 

viernes, 10 de octubre de 2014

Al amigo del "carpe diem"

El hombre o la mujer «light» se pasea con la sonrisa en los labios. Es muy educado/a, además, aunque no cree que nada valga la pena. Si acaso, hace excepción de aquello tan viejo que reza así: «comamos y bebamos que mañana moriremos.» Con gesto pragmático, aboga por el relativismo moral y metafísico. Pertenece al género postmoderno y a la especie del «carpe diem». Le he escrito unas líneas en plan amistoso.


Sin duda estás al corriente, amigo, de que la llamada cultura postmoderna surge como reacción a la modernidad. Y, en contraste con ella, afirma que no existe el progreso. Tú mismo, como tus colegas de ideología, proclaman sencillamente que ni una cosa ni la otra. La historia ha llegado a su término por cuanto nada hay que esperar. Los acontecimientos se entrecruzan sin sentido ni finalidad.

Un tal planteamiento me lleva a reflexionar sobre la tragedia que debe suponer para ti y los tuyos el hecho de vivir desprovistos de ilusión e ideales. En épocas pasadas los habitantes de nuestro mundo, a mi entender, no eran mejores ni peores, pero sí tenían un «para qué», más preciso, una finalidad siempre presente en su actuar. Este «para qué» era, en general, de carácter religioso, aunque podía sustituirse por alguna relevante meta de carácter humanista.

Pues bien, amigo postmoderno, hoy en día mucha gente es capaz de vivir años y más años sin preguntarse el por qué ni el para qué. La maquinaria social parece pensada para esquivar la pregunta. Continuamente inventa cosas para frenar o anestesiar los interrogantes más profundos. Ofrece un extenso menú con las diversiones más apropiadas para evitar la reflexión. 

Convendrás conmigo que, hasta en los momentos más preñados de interrogantes, como el morir, se las arregla nuestra sociedad para disimular la trascendencia de la situación. Y se le ocurre velar al muerto lejos de casa, en un local blanco y aséptico, ofrecer una tacita de café al visitante, maquillar al difunto para disimular su real estado de difunto. Interesa que no se note la trágica circunstancia.

Huérfano de preguntas e inquietudes, te limitas a dejarte resbalar por la vida. No suscitas interrogantes, no buscas respuestas. Vives, eso es todo. Aunque yo dudaría de que el mero transcurrir de días, semanas y años merezca ser llamado vivir. Quizás habría que inventar un nuevo verbo: «desvivir.» Indicaría con más propiedad lo que pretendo decirte. 

¿No crees que a los postmodernos les pasa lo que a los coches? Me explico. Todos ellos tienen una clarísima finalidad: correr, trasladar a sus inquilinos, atravesar campos y ciudades. Para llegar… ¿a dónde? Creo que es legítimo tratar de conocer lo que acontece tras el viaje. Después de atravesar autopistas y poblaciones... ¿qué hemos sacado en limpio de los kilómetros recorridos? ¡Es muy lícito y razonable saberlo! 

¿No será que el postmoderno tiende a correr y atravesar paisajes en dirección hacia la nada? Pero entonces no se da otro objetivo que el de correr sin objetivo. Exactamente. Muchos seres humanos parecen hacer del vivir —del desvivirse— la única meta. Convierten lo provisional en definitivo. Empujan uno a uno los días sin interesarse por el largo plazo. Un día salen a comer al restaurante, el otro le regalan una flor a su esposa, de pronto levantan un negocio de electrodomésticos...

Comprendo, amigo, que empujar un día tras otro, sin apenas horizonte, puede que evite complicaciones, inquietudes y nostalgias. Pero es un vivir más cercano al del animal irracional o al del vegetal que al del ser humano. Y, por favor, no confundas esta actitud con el consejo evangélico que exhorta a no preocuparse por el mañana. Aquí se trata de no agobiarse por el comer y tener, que no de desinteresarse por el sentido de la vida. 

Vivir por vivir conduce a la larga a seguir la opinión del clásico: «Carpe diem»: aprovecha la ocasión. Comamos y bebamos que mañana moriremos. Uno recoge todo cuanto halla al paso. Con avidez caza las oportunidades al vuelo. Tal es el prurito de gozar y acumular que, paradójicamente, al cabo desemboca uno en la ansiedad y el desasosiego. 

No pretendo cambiar tus esquemas mentales porque lo más típico del postmoderno consiste precisamente en carecer de ellos, pero insisto en que es del todo preciso saber a dónde uno se dirige. Un coche necesita estacionar en un momento dado, como un buque aspira a atracar en algún puerto. Por más bonita que sea la travesía, nadie pone su ideal en vivir en alta mar esperando no se sabe qué ni cuándo. El trabajo cotidiano e inmediato, carente de expectativa e ilusión, pierde su sentido, se derrumba estrepitosamente. 

Conoces el viejo mito de Sísifo, el que plasma uno de los mayores castigos que pueda sufrir un hombre, el de trabajar agotadoramente para, de antemano, saber que sus esfuerzos son del todo inútiles. La piedra subida por la ladera de la montaña, a fuerza de tanto sudor, se despeña con estrépito, una y otra vez, hacia el pie de la misma. Sólo que el Sísifo de nuestros días no acaba de ser consciente de la situación.

Amigo: un corazón que late día y noche sin saber para qué, acumula frustración. Un día se negará a seguir funcionando. Lo preveía Teilhard en sus especulaciones: el día en que el individuo sepa que su tarea no sirve para nada, decretará una huelga de brazos caídos, se negará a seguir viviendo.

martes, 30 de septiembre de 2014

La luz blanca del otoño


Hasta el día de hoy no se me había ocurrido escribir unas líneas acerca del cambio de estación. No voy a incursionar en las molestias varias que suelen atribuirse a dicho cambio. Abundan los comentarios sobre el particular en los periódicos. Ya se preocupan las revistas de llenar páginas y más páginas acerca de lo que ocurre cuando disminuyen las horas de luz, cuando baja o sube la temperatura corporal, cuando de pronto aparece la ansiedad, la angustiosa migraña o los molestos dolores reumáticos. Dejo de lado estos pormenores porque tampoco sabría decir gran cosa.  

Cambiantes estados de ánimo

De todos modos no me resisto a reproducir el tópico acerca del otoño, la estación que acabamos de inaugurar. Dicen que en esta época aumentan las depresiones y hasta aparecen trastornos de pánico. Ello tendrá que ver, tal vez, con las precipitaciones que abundan en mayor medida y con las horas de luz que menguan de un día para otro. Los rayos del sol se tornan más recatados y pudorosos. Los problemas afectivos, al parecer, establecen algún tipo de relación con la luminosidad del firmamento. 

Los mencionados trastornos se registran más en otoño y en invierno, aunque cada estación, a su modo, influye en el individuo a su modo. En primavera, ansiamos la llegada del verano que parece demorarse hasta avivar la impaciencia. En verano, las oleadas de calor también afectan y crean en la persona la sensación de un cansancio desproporcionado. En esta estación aumentan los estados de ánimo eufóricos y quienes sufren el trastorno de la bipolaridad suelen empeorar los síntomas. 

La escasez de la luz en invierno provoca desequilibrios en mayor número. Por norma general, sin embargo, las depresiones suelen desaparecer al cabo de unos días. 

Tristeza y melancolía

La mayoría de la población considera que el otoño lleva consigo un deje de tristeza y melancolía. Se caen las hojas de los árboles, cuyo color verde se metamorfosea en amarillo y desemboca en el marrón. Color que, por cierto, ignoran los poetas. Sin embargo, el otoño no deja de tener su belleza. Estimula una vaga nostalgia, eleva los pensamientos hacia la bóveda del firmamento, cubre de niebla los sentimientos. 

Otoño ofrece un banquete de ideas, dichos y metáforas a los líricos y rimadores. Se refieren a las hojas áureas y rojas que, en su caída, conducen el pensamiento hacia el infinito. Aluden una noble paz otoñal y no pasan por alto los fenómenos meteorológicos: el agua que moja el cristal, el cristal que deforma los labios de quien mira a través de la ventana. El cuerpo parece ser afectado por una rara ingravidez y perder contacto con el suelo, quizás aturdido por la atmósfera otoñal.   

El paraje que hospeda el transcurrir de mis días está situado en las montañas de Lluc, la Sierra mallorquina que recorre el lado oeste de la isla de Mallorca. El otoño envuelve el conjunto con sus sombras ya en las primeras horas de la tarde. Advierte que pronto llegarán días de horas todavía más breves en el cercano invierno. Los peregrinos y turistas han subido la montaña por la mañana, pero se aprestan a tomar el camino de regreso. La paz instala su morada en el lugar. Sólo se escuchan algunos gritos de los pequeños músicos cuando salen en tromba a jugar al patio.

A lo largo del otoño los caminos permanecerán encharcados, las laderas de las montañas destilarán agua y los musgos conquistarán amplias porciones de terreno. Las ovejas dejarán de balar de noche. También ellas buscan placidez, quietud y descanso. Los pensamientos se extraviarán a ratos perdidos y se alojarán cabe las nubes que se desplazan apacibles por el firmamento. 

Las estaciones del hombre

Se me ocurre que las cuatro estaciones se corresponden de alguna manera con las cuatro etapas de la vida del individuo. En primavera el niño/adolescente/joven descubre el mundo. La energía se le acumula en el cuerpo y en el espíritu. Es el momento de tejer los sueños que luego, tal vez, logre realizar en parte.   

El verano marca la época de las realizaciones, del crecimiento espiritual. Es llegado el momento de desplegar los proyectos planificados, de sacarle el rédito a la fogosidad que se aloja en el cuerpo. A continuación menguará la efervescencia, las nubes reflejarán una luz lechosa. Se instalará el otoño que, a su vez, dejará paso franco al invierno. Entonces la actividad se reduce a marchas forzadas y el individuo se apresta a la retirada. Se refrena la vitalidad, la soledad aumenta y el individuo, con sus sueños y realizaciones, se derrama en el océano de la eternidad.  

Cada persona es como una geografía con su propio clima y su peculiar calendario. Cada uno dibuja a lo largo de la vida los iconos que hablan de él, elige sus músicas favoritas y colecciona sus autores preferidos. Hay personas cuyo clima es fácil de descubrir. Son previsibles en sus lloros y en su genio, en su malhumor y en su euforia. Otros, en cambio, gozan de un clima constante. 

Sea comprensivo el lector con estos pensamientos otoñales, con los sentimientos impregnados de nostalgia. Todo ello bañado por la luz blanca que no ceja en el esfuerzo de alumbrar la creatividad de un aprendiz de poeta.   

sábado, 20 de septiembre de 2014

Cuando la confianza desfallece



La desconfianza se ha apoderado de los ciudadanos. Observan cómo políticos que ejercieron altas responsabilidades o miembros relevantes de la policía local o estatal desfilan ante los jueces. Y siempre he creído que son una minoría los malhechores señalados por la justicia. Muchos más eluden la pena por demostrarse más hábiles, por dejar menos huellas. 

La desconfianza ha desplegado su tienda entre nosotros. Por alguna rara asociación de ideas recuerdo los años que viví en P. Rico. Allá encontré a personas maravillosas, de gran finura espiritual. Pero el ambiente general estaba contaminado por el crimen, por el temor de toparse con algún drogadicto de pocos escrúpulos azuzado por la falta de los endiablados polvos. 

Las advertencias de los progenitores a sus retoños eran constantes. Ponían en guardia a los suyos para que fueran prudentes a la hora de contactar con algún viandante, recelosos al abrir la ventanilla del coche, precavidos con la cartera…. Las zonas que recibían el nombre de “urbanizaciones” estaban bien blindadas. Un guardia solicitaba a quien deseaba traspasar el umbral a quién deseaba visitar. Y luego de anotar la matrícula y el nombre, telefoneaba al residente para pedir si autorizaba el paso. En ocasiones la operación se repetía unos metros más adelante. Las casas solían alimentar un par de perros de gran tamaño, con los colmillos prestos a cebarse en las masas traseras de quien se les antojara sospechoso. 

Son comprensibles estos escenarios, frutos del temor y de las experiencias vividas. Experiencias lamentables con atracadores, drogadictos y gente del hampa. Los periódicos cuentan y no acaban acerca de tiros en la nuca por ajustes de cuenta, sobre casas y bancos atracados, a propósito de furgones desvalijados y múltiples “carjacking”.

A causa de tal panorama cada vez son más escasos quienes se aventuran a ejercer de peatones. Y cuando casual o excepcionalmente se disponen a dar unos pasos lo hacen con ánimo presuroso, miran con ojos escrutadores a quien osa solicitar alguna información. Y así, personas comunicativas en el restaurante, en la Iglesia, en la charla de sobremesa, se transforman y aparecen por la calle con facciones hoscas y suspicaces. 

Vaya por delante que no es este clima de temor el que se vive en las calles que frecuento, pero sí se ha instalado en los ciudadanos una grave desconfianza respecto de sus prójimos. No temen ser acometidos con un cuchillo o un revólver, aunque sí les ronda la sospecha de que el vendedor ambulante les quiere engañar, el trilero está dispuesto a estafarles y el ladronzuelo acecha sus carteras.

A la vista de tantos políticos e individuos de cuello blanco con las manos sucias, el ciudadano sí se hace a la idea de que le estafan desde las ventanillas de la administración y no digamos desde las sesiones de los Consejos de ministros. El ciudadano descubre que hay miles de asesores —muchos de los cuales sin credenciales de ninguna clase—, se entera de que a quienes mandan les llueven dietas sin razón y cobran de no sé cuántas oficinas unas nóminas que no se corresponden con trabajo alguno. Naturalmente, el ciudadano pierde la confianza y cualquier decisión política se le antoja que pretende el objetivo de desvalijarle. Está harto de recortes y de que las palabras caminen paralelas —sin encontrarse jamás— con la realidad. 

Sin confianza se derrumba la convivencia

Se está dañando la base de la convivencia. Sin confianza resulta de todo punto imposible la humana convivencia. ¿Dónde irá a parar la amistad si pienso que el otro mantiene relaciones cordiales conmigo sólo para luego penetrar en mi casa y vaciar la caja fuerte? ¿En qué queda el noviazgo si sospecho que el otro es un avispado que simplemente utiliza mis sentimientos para contraer matrimonio y conseguir los papeles de residencia que necesita? 

Es imposible montarse a un taxi, comer en un restaurante, visitar al psicoanalista sin una dosis mínima de confianza. Hay que darla por descontado, además, porque es imposible verificarla en cada momento y situación. No hablemos ya de las relaciones en el mundo del trabajo, del negocio y de la cultura. Si dudo en principio de la fiabilidad y solvencia del otro, se paraliza de inmediato cualquier contacto. 

Desde un punto de vista religioso el hecho no deja de ser aún más preocupante. Resulta que, quien no ha experimentado la aceptación de otros semejantes, queda tan marcado en su interior que, a su vez, tampoco podrá hacer la experiencia de ser aceptado por Dios. De tales dimensiones es el misterio de la convivencia humana que hace imposible proyectar en Dios determinadas sensaciones y sentimientos si previamente no se han experimentado en la vida cotidiana. 

A quien los vecinos se le antojan no fiables y sí amenazantes verá el mundo entero como realidad engañosa. Si todo nos muestra su cara hosca, oscura, terrorífica… ¿cómo vamos a pensar que Dios será distinto? Conceptos como la alianza, el perdón, la fraternidad, no se entienden sin una inicial y espontánea confianza mutua. Y nótese que estamos hablando de conceptos y hechos fundamentales en el ámbito de la fe cristiana. 

Cuando la convivencia humana se ve amenazada porque la confianza languidece ocurre una catástrofe de enormes dimensiones. Empieza a languidecer, al mismo tiempo, la capacidad de fiarse de Dios. Se trata de un pensamiento bastante común en la teología de nuestros días.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Los otros analfabetos


Un año más está a punto de empezar un nuevo curso por los pagos en que me muevo. Los pequeños, como los universitarios, preparan el material escolar y han asumido que la llamada a las aulas es inminente. En las ciudades el día comenzará con un hormigueo de mamás, niños, adolescentes y universitarios por las calles. Ponen rumbo a las aulas. El ritmo es otro que en las vacaciones recién terminadas. La familia rueda en torno al horario escolar. A muchos abuelos les espera la tarea de acompañar a sus respectivos nietos. Los libros —nuevos o viejos— reposan ya en la mochila escolar. La señal de salida está dada. 

Así, hay que concluir que, año tras año, la cultura va en aumento, no obstante las pillerías de unos, la pereza de otros y la rutina de los más. Sí, el personal dispone en principio de mayor información. El mero hecho de rozar con el pupitre ayuda a la hora de amueblar el cerebro con diversos y variados datos. 

Lo que no concede el pupitre ni la pizarra es un aumento en la cuota de responsabilidad y conciencia moral. De seguro que aumenta la escolaridad, comparada con años atrás, pero al mismo tiempo crece el índice de delincuencia. En cuanto a la corrupción, sobre todo en la empresa pública, las noticias del periódico hablan con elocuencia. Por lo que a la familia se refiere han dejado de ser noticia los matrimonios rotos, los malos tratos y hasta la aparición en escena de algún cuchillo de notables proporciones. 

Los protagonistas de la corrupción de mayor rango ciertamente saben leer, usan tarjeta bancaria y probablemente llevan consigo un maletín de piel. Existen otros delincuentes que tienden al analfabetismo. Pero, al cabo, ambas especies delinquen porque la corrupción no tiene que ver con el nivel de cultura y alfabetización, sino con la honradez, la responsabilidad y el respeto al prójimo. 

Mejor formar que informar

Se puede ser ilustrado y erudito a la vez que egoísta, irresponsable y hasta terrorista. La instrucción consiste en acumular conocimientos sobre determinados fenómenos, cifras e ideas. Pero tiene poco que decir cuando suena la hora de la práctica moral. De donde se deduce que los ordenadores son más “instruidos” que los seres humanos. El ordenador, como el erudito, maneja un mayor volumen de datos que, lo mismo pueden servir para dar de comer al Tercer Mundo que para aumentar el arsenal atómico. 

La educación, en cambio, apunta a desarrollar a la persona en todas sus dimensiones. Formar, más que informar, es su tarea. La voluntad, la sensibilidad, la imaginación —junto con la inteligencia— juegan un rol destacado en la formación.

Con la instrucción sola no basta. Saber listas de reyes, escritores, capitales y símbolos químicos está bien. Sirve como buen ejercicio mental y ayuda a ganarse la vida. Pero la opción acertada ante el misterio que es la vida y la muerte, ante el prójimo que amo u odio… eso no lo proporciona la instrucción ni la información. 

En el país existe una multitud de informadores dependientes del Estado y/o de la empresa privada. El programa, el horario, las evaluaciones… todo está bien reglamentado. En cambio escasean los formadores. La familia suele abdicar en los maestros y éstos con demasiada frecuencia piensan que su obligación termina con la transmisión de conocimientos. 

El problema se agrava cuanto más se depuran las técnicas de la enseñanza y aumentan las posibilidades del vicio. El instruido tiene más herramientas a su alcance. Con ellas puede hacer más bien o más mal. Depende del uso. Quien sabe leer, lo mismo puede llenarse la cabeza de novelas pornográficas que de de la espiritualidad de S. Juan de la Cruz.

El sabio es capaz de actuar con sensatez en las cuestiones prácticas, en particular sabe tratar debidamente con los demás y gestionar sus propias emociones. Pero no es propiamente sabio el ilustrado, con capacidad para saber cómo funciona el último cable del robot o para conocer los enmarañados comportamientos de los dineros en la bolsa. 

La causa del desequilibrio

¿Por qué el desnivel entre cultura y analfabetismo moral? Una respuesta contundente seguramente es imposible, pero sí cabe apuntar a algunos elementos que quizás ayuden a su formulación. En primer lugar –más allá de la propia opción moral, y ateniéndonos al papel del maestro− la masificación en las aulas, las de los colegios y las de la Universidad. Los nombres de los estudiantes constan en el fichero de la Secretaría, pero no en la mente y el afecto del profesor. En tales condiciones, ¿cómo transmitir una visión de los valores más vitales? ¿Cómo influir en los centros afectivos del educando? 

Otro factor negativo consiste en la excesiva especialización. A las personas que saben mucho de un tema, muy poco de los demás y transitan por el mundo con una deficiente calidad humana, les interesa parapetarse detrás de los conocimientos de que disponen. Personas de este calibre esconden más de lo que enseñan. 

Un tercer elemento que atiza el fuego del analfabetismo moral es la falta de vocación para la enseñanza. La generalización sería imperdonable, pero en numerosos casos la vocación brilla por su ausencia. Muchos maestros cumplen con su jornada laboral y ya está. Los alumnos son para ellos el pretexto para el cheque de final de mes.

Profesor viene del latín “profiteri” que significa profesar, decir íntimamente la verdad. Quien enseña sin conectar con lo más hondo de su verdad no puede ser llamado ni educador ni profesor. 

sábado, 30 de agosto de 2014

Éxitos que acarrean fracasos


Asombra la complejidad del ser humano. Por más que el psicoanálisis escudriñe hasta los últimos confines de su intimidad, no logra sacar a flote conclusiones ni resultados definitivos o plenamente satisfactorios. Quizás se le pida demasiado a esta ciencia que, por lo demás, no es exacta. Desde el diván del psicoanalista no se otean todos los horizontes.

Si recurrimos a los sociólogos, antropólogos y demás, tampoco ellos nos dan la medida exacta del corazón que rige los destinos de cada hombre o mujer. Por supuesto que los esfuerzos de todos ellos desvelan un poco el secreto de la humana existencia, pero no ofrecen la última clave de su comportamiento.

Se ha dicho y repetido que en la actualidad se abren posibilidades insospechadas lustros atrás. Podemos avanzar en múltiples campos y facetas. Disponemos de un notable margen a la hora de modelar nuestros músculos y de hablar un idioma extranjero. Somos capaces de familiarizarnos con los signos del pentagrama y aproximarnos a los misterios de la genética… No faltan en la sociedad quienes desempeñan con competencia y eficacia profesional sus tareas. 

Sin embargo, muchos fracasan en el objetivo principal: ser personas humanas dignas y competentes. Dan vueltas en torno de sí mismos, sin llegar a desentrañar el sentido de su existir. Se deprimen, sufren, viven atrapados, atrofian sus mejores posibilidades. 

El entorno invita a moverse, relacionarse, multiplicar los contactos con los demás. No hablemos ya del campo virtual donde en un día se pueden hacer trescientos amigos. Bien enfocado el asunto, y con mesura, tales posibilidades enriquecen a la persona. Pero en cuanto uno se descuida, se dispersa y fragmenta hasta el punto de desfigurar su esencial modo de ser. A veces sucede por no defraudar unas exigencias sociales muy discutibles, otras por pretender desempeñar unos roles que más bien resultan máscaras. 

Las ocupaciones nos arrastran como un torbellino. Los medios de comunicación asaltan nuestra intimidad. Vivimos deprisa y agitados. Tenemos el oído presto para lo que es más urgente, pero se da el caso de que lo urgente difícilmente suele coincidir con lo importante. Se piensa que uno mismo siempre está ahí para reflexionar. Mañana habrá tiempo, un mañana que acaba por no llegar jamás.

Orgullosos, pero amenazados

Pronto nos habituamos a las ventajas y posibilidades que la técnica, la medicina y la cultura nos brindan. Pedimos que no falte el ADSL, exigimos medicamentos sofisticados. Nos parece normal que internet ofrezca un menú casi infinito sobre ciencia, literatura, medicina e información general. Seguramente no valoramos en su justa medida las comodidades que tenemos al alcance de la mano, a la distancia de un clic. Bueno sería un suplemento de gratitud a nuestros ancestros y a quienes empujaron los logros conseguidos. 

Como fuere, el hombre actual, a diferencia de años atrás, se siente menos orgulloso de los resultados obtenidos. Empieza a recelar incluso de su propio poder, sospechando —como el aprendiz de brujo— que quizás todos los avances se le desplomen sobre su cabeza y le conviertan en víctima propiciatoria. 

En todo caso las complejas estadísticas, censos, cómputos, padrones e índices de desarrollo se tornan mudos cuando se les interpela acerca de la cuestión definitiva: si la vida del ser humano ha devenido más humana, libre y gozosa. Porque pudiera suceder que uno ande bien equipado, pero… ¿y si termináramos siendo una pieza de la enorme maquinaria en funcionamiento? ¿Y si el poder de los artilugios y las técnicas se descontrolan, se derrumban sobre nosotros y nos aplastan? 

Puede que la sociedad funcione de modo eficiente, pero ya nadie sabe apenas a qué oficinas van a parar las secretas informaciones sobre el ciudadano, ni quién carga con la responsabilidad de que sólo la verdad sea registrada. Nadie sabe dónde ir a reclamar si le falla la justicia o el ordenador le acusa de un delito que no ha cometido. Andamos perdidos en un laberinto del que apenas se escapa a golpe de cheque o de influencia.

Hay más coches de lujo circulando por las avenidas, más electrodomésticos en los hogares. Lamentablemente al precio de que otros muchos jamás los posean. Existe mayor grado de bienestar, del todo compatible con un mayor grado de marginación. Se multiplican las fábricas al ritmo de la contaminación. Los duración de la vida se ha alargado por varios años, pero no se puede afirmar que ha mejorado la calidad del vivir en gozo, poesía y solidaridad, que es justamente lo que le pone la etiqueta de felicidad a la vida. 

Quizás afinamos más en los derechos humanos de los ciudadanos, aunque mientras tanto se multiplican las facciones en los partidos y los divorcios en las familias. Aparecen los delincuentes como hongos y sobreviene a muchos la muerte antes de hora. Por no mencionar las crueldades de los yihadistas y compinches. 

Cada vez más ciudadanos toman conciencia de que el hombre de nuestra sociedad se halla un tanto perdido, víctima de sus propios logros, esclavizado por las fuerzas que ha desencadenado, amenazado en su intimidad más profunda. Por supuesto que lamentar los avances obtenidos sería una estupidez. Lamentemos que los avances no hayan servido para que los ciudadanos se hayan dado un baño de humanidad. No es el instrumento el culpable de nuestros males, sino de las intenciones frívolas o egoístas de quienes los manejan.